Reseña Audiencia 29 – 8 de junio de 2021

    En la vigésimo novena audiencia del debate oral con modalidad virtual del Juicio Brigadas Banfield, Quilmes y Lanús, escuchamos la declaración testimonial de Juan Neme y Jorge Varela, ex detenidos-desaparecidos.

    La audiencia comenzó con el testimonio de Juan Antonio Neme, quien declaró por primera vez en sede judicial desde España, donde vive desde hace cuarenta años.   La detención-desaparición de Juan Neme se enmarca en una serie de secuestros llevados a cabo en los primeros días luego del golpe, en las localidades de Zárate, Campana y Escobar. Él, junto a un grupo de compañeros entre los que se encuentra Raúl Alberto Marciano que testimonió en la audiencia 20 de este juicio, recorrieron múltiples CCDTyE en un circuito represivo complejo que incluyó centros de la zona sur.

    Neme empezó explicando los inicios de su militancia. Trabajaba en una fábrica de medias, se acercó a la Juventud Peronista y luego a Montoneros. Aunque fue cambiando de trabajo siempre se mantuvo en la actividad sindical y revolucionaria aunque sin ejercer como delegado gremial. Trabajó en la empresa Ford, donde fue parte de  las huelgas de paro de las últimas dos horas de producción -que causaban grandes daños a la empresa y les permitían conseguir sus reivindicaciones-.  Frente al conflicto con la Ford, lo despidieron sin indemnizarlo y se embarcó en un juicio laboral. Aclaró que este juicio lo ganó estando en la cárcel por lo que le pagaron solo un 20% de lo que correspondía y no tuvo la posibilidad de seguir reclamando.

    En relación a su actividad política explicó que fue en Vicente López donde la desarrolló con más fuerza. En la Unidad Básica Combatientes Peronistas sus referentes y compañeros eran Jorge “Nono” Lizaso, Miguel Lizaso, Alejandro Lagrotta, Jorge Niemal y muchos otros. 

    El 26 de marzo del 76 lo secuestraron de su casa en Escobar a los 27 años de edad. Vivía allí con su esposa de aquel entonces y con su hija de 5 meses, tenía además un taller de tapicería en el fondo. Entraron a su casa a la madrugada de manera muy agresiva, lo ataron, lo golpearon en particular en la cara afectando sus dientes y lo encapucharon. Quienes lo secuestraron iban encapuchados pero por la ropa que tenían cree que era un comando mixto de policías y militares. “Según le contaron los vecinos a mi esposa eran muchas personas, hicieron un escándalo, habían rodeado la manzana completamente” explicó Neme.

    Lo llevaron a la comisaría de Escobar, se encontró con la doctora Martha Velazco y Tilo Wenner, compañeros suyos. Marta lo reconoció por su voz. Neme aclaró que, probablemente a consecuencia de la tortura, gran parte de su memoria está perdida; se diculpó porque la cronología probablemente no sea exacta pero afirmó recordar muchos hechos que se propuso relatar. Esa misma noche cree que los trasladaron a otro lugar, aunque tal vez seguía siendo la comisaría, donde los sometieron a tormentos.

    Pocos días después fueron llevados al barco ARA Murature, el testimoniante explicó las terribles condiciones a las que fueron sometidos en este lugar.. Lamentó no recordar muchos nombres, explicó que se mantuvo siempre callado y sin hablar con nadie.

    Hizo un paréntesis para explicar que  en 1978 Amnistía Internacional estaba haciendo un informe sobre la situación argentina y, cuando llegó como refugiado político a Holanda, lo entrevistaron. Recuerda que contó todo lo que había vivido y lo miraron como si estuviera loco, “me  gustaría verles la cara ahora que está todo probado” expresó.

    Durante los interrogatorios, preguntaban sobre la relación que había entre su militancia en Vicente López y el hecho de que viviera en Escobar, consideraban que él funcionaba como conexión entre localidades, y siempre indagaban sobre su relación con el “Nono” Lizaso. A pesar de las crudas descripciones de lo que sufrió en carne propia aseguró “lo que más se me ha quedado es la tortura psicológica”: en particular contó que le resultó terrible ver la situación a la que sometieron a su compañera Marta Velazco.

    Lo trasladaron a Banfield, lugar que reconoció cuando escuchó a sus compañeros decir que se encontraban ahí. Desde Banfield lo llevaron unos días a la ESMA, seguían indagando sobre su relación con Lizaso que estaba detenido en ese lugar. Neme relató que volvió a Banfield y que desde ese centro de detención lo llevaban a otros lugares, cree que uno de ellos fue Lanús. Explicó que su experiencia en Banfield fue muy distinta a la de otros compañeros que han testimoniado, no le dieron ropa, no lo desataron, no lo dejaban ir al baño y nunca dejaron de someterlo a tormentos.

    Lo llevaron a Coordinación Federal, donde le quitaron la venda y lo desataron por primera vez después de 47 días. Aquí también pudo bañarse y le dieron una muda de ropa. Lo trasladaron a un aeródromo y lo llevaron, junto con Alberto Marciano y otras seis o siete personas, en una avioneta hasta Sierra Chica.

    Lo pusieron en libertad por una equivocación de nombres, “en el mismo pabellón 8 había un detenido llamado Juan Antonio Nene, con “N”, quien debía ser puesto en libertad. Era un panadero y lo habían detenido pensando que era del ERP”. Sus familiares y los familiares de Nene se pusieron de acuerdo en callar y esperar que él llegara a Madrid; cuando la familia Nene reclamó, Juan Neme quedó figurando como prófugo.

    El testimoniante detalló el periplo de los refugiados políticos un vez que llegan al exilio: las dificultades para encontrar trabajo, el hecho de que lo ubicaron en Barcelona y tuvieron que huir nuevamente. Estuvo indocumentado hasta 1978 cuando el gobierno holandés le concedió el asilo político y le dio un pasaporte. En 1991 viajó a Argentina porque operaron a su madre y lo retuvieron en el aeropuerto hasta que pudo regularizar su situación.

    A partir de las preguntas de la querella que lo ofreció como testigo, recordó a una de las personas que lo sometió a torturas: “el famoso Puma, tengo que contar esto y me van a perdonar porque este relato es fantasioso y hasta incrédulo”. Contó que  a pesar que nunca dejó de tener la venda puesta, cree recordar la cara de una de estas personas en abril de 1976 en el ARA Murature. Años después lo cruzó en Holanda, en el restaurante en el que trabajaba, el Puma era parte de la Armada y ante las amenazas de Neme esa noche en Amsterdam se tomó un avión de vuelta a Argentina el día siguiente. Aseguró que tratará de averiguar su nombre.

    Hacia el final de la audiencia Juan Neme explicó que “hasta hace unos meses yo no podía hablar de esto, nunca conté aquí -en España- mis penas de Argentina, lo he sufrido muchísimo pero ahora dejo mi sufrimiento de lado pensando en los compañeros que no están. Gracias a contactarme con ustedes empecé a hablar. La vida nunca la rehaces del todo, vivo en un país que no es el mío, en una sociedad que no es la mía, tu vida nunca más vuelve a ser la misma. Los recuerdos los tienes, las pesadillas las tienes. Lo más horrible de todo esto es lo que yo he visto, no se te olvida”. Al cerrar agradeció haber sido escuchado y pidió que se haga justicia.

    El segundo testigo de la jornada fue Jorge Varela, sobreviviente y caso en este juicio, quien por primera vez prestó testimonio.Jorge trabajaba en la empresa SAIAR de Quilmes, cuando fue víctima del terrorismo de Estado. El martes 13 de abril de 1976, fue secuestrado junto con sus compañeros de fábrica, dentro del establecimiento. Recordó que el operativo militar fue extremadamente grande, con carros blindados, y ametralladoras pesadas. En primer lugar, fueron llamados todos los trabajadores a presentarse en la plataforma central. Luego los llamaron uno por uno por altoparlantes, a todo el personal. A algunos “los separaban” y los llevaban para otro lado. Lo separaron junto a las personas con las que fue secuestrado. Hasta ese momento no sabían de qué se trataba. 

    Los camiones pertenecían a las FFAA, soldados uniformados, pero no pudo determinar de qué fuerza eran. La mayoría de los compañeros de fábrica con los que fue secuestrado eran delegados gremiales o activistas. Varela era activista. El testigo recordó los nombres de algunas de las personas con las que fue detenido: Nicolás Barrionuevo, Campdepadrós, Arasenchuk (le decían “Potranca”), Orellana, Argentino Cabral, Alegría. Se incluyó entre los detenidos a uno de los directivos de la fábrica, que -tal como han afirmado otros testigos- “actuó como detenido”. Se llamaba Martínez Riviere, era el jefe de personal y fue parte de los que orquestaron el operativo. 

    Jorge recordó que la comisión de delegados a la que pertenecían sus compañeros, “realmente representaba los intereses de los trabajadores”. Cuando ganó la nueva comisión, comenzaron una “serie de conquistas, reivindicaciones laborales muy importantes. No sólo salariales, sino de todo tipo”, que implicaron mejoras de las condiciones de trabajo. “Desde la ropa hasta los elementos de seguridad. Derechos que nunca se habían respetado, empezaron a tener vigencia. Y eso molestaba mucho. siempre hubo un clima beligerante con respecto a la comisión” relató el testigo. 

    “Yo era estudiante. A los 18, tuve que dar exámenes y me lo negaron. El compañero que era delegado en ese momento, Francisco Gutierrez, se enteró que me habían negado el permiso de examen. Yo no sabía ni que tenía derecho a eso (…). Llamaron a una asamblea para que los compañeros se enteren que se estaba negando un derecho adquirido” contó Jorge, a modo de ejemplo de la defensa que se hacía de los derechos de los trabajadores. Él estaba afiliado a la UOM.

    Se crearon comisiones de seguridad e higiene, de tiempos de producción. Otros de los logros de la comisión de delegados que recordó fueron los premios a la producción, en lugar de cobrar horas extras. Esos premios empezaron a incluir a los empleados, lo que implicó una mejora salarial importante, respecto al período anterior. Era una manera de compartir las ganancias extraordinarias. Eso molestaba a los empresarios y a la fábrica. A su vez les molestaba el encuentro con los delegados de otras fábricas, que estaban atravesando luchas similares. A su vez existían en las distintas fábricas, una fuerte disputa con la que llamaban la “Burocracia Sindical”.

    “Evidentemente había un conflicto de intereses, y se usó a las fuerzas armadas para torcer la balanza para el otro lado”, afirmó el testigo. Luego del golpe, se volvieron para atrás las conquistas logradas. “Para eso tuvieron que sacar a la comisión interna”. Posteriormente cerró la fábrica. Cuando Jorge trabajaba en SAIAR, eran alrededor de 700 los trabajadores de la fábrica.

    Varela describió lo sucedido desde el momento de su secuestro. En el playón de la fábrica, los llamaron y los separaron del resto del grupo, a punta de fusil. Lo condujeron hasta donde tenía sus pertenencias. Había personal jerárquico de la empresa, que eran ex militares y  que se pusieron a ayudar a los soldados activamente. 

    Los transportaron en camiones hasta la Comisaría 1era de Quilmes. “A partir de ahí desaparecimos. Si bien todo el mundo sabía que nos habían llevado allí, (…) en la comisaría siempre nos negaron. La policía les decía a mis padres que hagan de cuenta que no estaban”, describió Varela. “Estábamos secuestrados legalmente”. La comisaría estaba involucrada y la empresa también, pero no figuraban en ningún lado. 

    En la comisaría de Quilmes estuvo con Campdepadrós, Barrionuevo, Alegría, Cabral y Orellana. Varela, Campdepadrós y Barrionuevo fueron los que más tiempo estuvieron allí. 

    Al otro día del secuestro fue interrogado por militares. Le exigieron que diera nombres de quién hacía los volantes, quién los entraba a la fábrica. Lo amenazaron con torturarlo y lo golpearon. En la comisaría, la comida era suministrada al principio por la empresa, y después por la familia. 

    Los llevaron a la comisaría de Temperley, atados y encapuchados. Las condiciones de esa comisaría eran terribles, sin ningún tipo de higiene y sin comida. Tampoco los sacaban al baño. Luego de varias semanas, lo pusieron en una misma celda con Campdepadrós. Vivieron muchos días con una sola naranja, que le pasaron los presos comunes. Su familia se enteró que estaban ahí por los presos comunes, que por las visitas lograron avisar que se encontraban en esa comisaría. Sobre los presos comunes recordó que “Nos tenían un poco de bronca (…), pero a su vez nos respetaban”. Les comunicaron que por algunos comentarios que escucharon a la policía, les parecía que podían salir en libertad. Distinto al destino de los anteriores secuestrados, que habían sido asesinados. 

    En Temperley, Campdepadrós se enteró que habían secuestrado a la esposa, de nombre Adriana. Por esa noticia sufrió una crisis muy grande. Por aquellos días, lo liberaron a Barrionuevo. “Era para ver qué hacía”, ya que al poco tiempo lo volvieron a secuestrar. 

    Luego de Temperley, una madrugada fueron trasladados. “Los comunes estaban como locos. Nos dijeron ‘prepárense, porque está lleno de milicos por todos lados’”. Los sacaron de la celda, y los tiraron en un vehículo: “íbamos como una montaña humana, unos arriba de otros”. Relató que “Los traslados eran una película de terror. Cuando llegás, parece que saliste del infierno. Pero llegás a otro. Porque ahí te reciben”.

    Llegaron a Devoto, y les dijeron “ustedes se salvaron”, ya que iban a pasar a disposición del PEN. “Lo que más nos impresionó fue vernos al espejo. Habíamos pasado 4 meses sin bañarnos y sin afeitarnos. No nos reconocimos en el espejo” recordó. 

    La requisa a las visitas era terriblemente vejatoria, especialmente con las mujeres, tenían como objetivo denigrar.  Los detenidos protestaban por esos malos tratos a sus familias, y les cortaban todo tipo de entregas y visitas. 

    En Devoto tuvo un interrogatorio, con las autoridades del penal, un cura y los militares que llevaban adelante el interrogatorio. Al principio lo trataban bien, “estamos estudiando su caso, tiene oportunidades de salir. Tiene que firmar un repudio a las luchas de los trabajadores”. Varela respondió con evasivas. Él insistía en que quería estar legal, que se le haga un juicio, un abogado que lo defienda y un juez que le diga cuánto se va a quedar. Los oficiales le respondían “Usted no entiende, usted tiene que firmar esto, y en una semana se va. Yo me negué. Y se enojó mucho el oficial. ‘Mientras yo esté te vas a pudrir acá’ me dijo el oficial Sanchez Toranzo. Y así fue, estuve 7 años. Cumplió su palabra”.

    Luego los llevaron a la cárcel de Caseros, donde los visitó la CGT -aunque él no los vio- y la OEA. Esa visita frenó momentáneamente la represión interna. Aproximadamente en el año 1979, lo trasladaron a la Unidad 9 de La Plata.. 

    El testigo fue consultado por su situación laboral: contó que durante un tiempo le siguieron pagando, le daban el sueldo a su familia. Hasta que, mientras estaba en la U9, fueron miembros de la empresa y lo obligaron a firmar su renuncia. La mayoría firmó. 

    Mencionó que la U9 fue también un lugar de terror. Recordó un episodio de violencia y castigo: “la falta grave (que había cometido) era que grité un gol de Argentina”. Estaba al lado del pabellón donde se encontraba detenido Perez Esquivel. En Devoto a su vez, estuvo donde se hallaban presos los ingenieros atómicos. 

    Recordó que sus padres sufrieron un gran deterioro de salud a partir de su situación. Su papá falleció al poco tiempo de que él fuera liberado. 

    Varela pidió nueve veces la salida del país, y sistemáticamente se la negaron. Luego le dieron la libertad vigilada, en febrero del año 1982. El decreto fue firmado en diciembre de 1981. Apenas salió, estalló la guerra de Malvinas. El régimen de libertad vigilada, implicaba que no podía salir de un radio de dos a cuatro cuadras de su casa. Y  que tenía que presentarse semanalmente a la Comisaría de Quilmes. Después las presentaciones se hicieron más esporádicas. No podía estar reunido con más de tres personas, no podía trabajar; no podía reunirse ni siquiera con su familia, estaba sólo con sus padres. Si iba alguien era un riesgo. 

    Describió la necesidad que tenía de trabajar, y a su vez la necesidad de una integración social. Después de casi 7 años preso, cuando salió todo había cambiado. “Yo tenía 21 años cuando me detuvieron. Mis amigos, los compañeros de estudio, los vecinos, mis primos, ya no estaban más. La gente de mi edad, estaba casada y tenían hijos”. Tenía 28 años cuando salió, “pero con todo lo que había vivido. Era un sobreviviente” reflexionó. 

    Sobre su vida cuando fue liberado, recordó que “empezaba de cero de nuevo” y a su vez, “estaba desesperado por formar un hogar”. Creía que en cualquier momento iban a volver los militares a matarlo, “y mi mayor expectativa era tener un hijo.” Hoy tiene dos hijos y cuatro nietos. 

    Se enfocó en formar una familia porque cuando salió sintió que “estaba en otro país, en otro mundo. No tenía trabajo, ya no era un estudiante, no tenía 21 años, ya no tenía amigos”. Consiguió trabajo, se casó, al año tuvo un hijo. Todo lo hizo rápidamente, porque tenía miedo que lo mataran. Lo reconfortaba saber que al menos había formado una familia, aunque fuera en las peores condiciones. 

    Para Jorge fue muy difícil conseguir trabajo, ya que una de las condiciones que le podían era que “tenía que decir que había estado 7 años preso y que era un delincuente terrorista. ¿Quién me iba a dar trabajo?”.  Reflexionóo sobre el esfuerzo de aquellos años y concluyó: “logré salir adelante y acá estoy, dando testimonio”.

    Las audiencias se reanudarán el martes 15 de junio, a las 9:30, donde se escucharán los testimonios de Ricardo Lopez Martín, Valeria Gutierrez Acuña y Melania Servín Benítez.