Reseña Audiencia 31 – 22 de junio de 2021

     

    En la treintava primera audiencia del debate oral con modalidad virtual del Juicio Brigadas Banfield, Quilmes y Lanús, escuchamos la declaración testimonial con el testimonio de Clara Fund, hermana de Juan Carlos Fund; Miguel Hernán Santucho, hijo de Cristina Silvia Navajas de Santucho y María Marta Coley, hija de Manuel Coley Robles.

    La audiencia comenzó con el testimonio de Clara Fund, hermana de Juan Carlos , quien trabajaba en la empresa Faraday de Quilmes y militaba en el PRT. Fue secuestrado de su domicilio de Quilmes el 25 de octubre de 1976 y visto por Gustavo Calotti en el C.C.D. Pozo de Quilmes. Continúa desaparecido.

    Clara contó las circunstancias del secuestro de su hermano y lo que significó una vida de búsqueda. Relató que ambos trabajaban en la empresa Faraday de electromecánica, ella en administración -lo que implicaba hacer trabajos en el área de Personal- y él en el sector de bobinado; ella había conseguido este trabajo para su hermano cuando él fue dado de baja del Servicio Militar Obligatorio al fallecer su padre. Juan Carlos además estaba estudiando para ser maestro mayor de obra en la Escuela Normal, de noche. La testimoniante relató que el 25 de octubre de 1976 irrumpió en la empresa un grupo que se identificó como perteneciente a la Brigada de Investigaciones de Quilmes; pidieron hablar con el jefe de personal y los escuchó solicitar el legajo de su hermano. Justo ese día, Juan Carlos se encontraba con licencia por enfermedad.

    Esa misma noche entraron por la fuerza a su casa de Quilmes y esa fue la última vez que lo vieron. Ante las preguntas de la fiscalía la testimoniante explicó que del secuestro de su hermano participaron varias personas que se identificaron como del Ejército Argentino, sin embargo, ella pudo reconocer a uno de ellos, que había ido ese mismo día a Faraday y se había identificado como miembro de la Brigada de Investigaciones.

    Desde ese momento, junto a su madre, lo buscaron incansablemente. Primero fueron a la Comisaría 1era de Quilmes que les correspondía jurisdiccionalmente; las mandaron al Ministerio del Interior donde se encontraron una fila interminable de personas que, según recordó Clara, “estaban esperando para saber qué pasó con sus hijos. Yo no podía creer que hacía 3 meses que no sabían nada de ellos”, así es como empezaron a tomar dimensión de la situación. Fueron a la iglesia Stella Maris donde el Monseñor Grasselli les dijo “quédense tranquilas, se debe haber ido con alguna chica por ahí”, al igual que con tantas otras personas, con mucho cinismo se burló de ellas y desmereció su búsqueda y su preocupación. Incluso fueron a La Tablada en una ocasión. La testimoniante declaró encontrarse en todas las instituciones con “una insensibilidad terrible”. Sobre la sociedad en su conjunto explicó que “nos chocábamos con algunas indiferencias porque solo los familiares sabíamos que era lo que estaba pasando”.

    A partir de las preguntas surgió que Juan Carlos no es el único desaparecido de la empresa, hay al menos otros dos; también se puso de manifiesto que el jefe de personal, Raúl Scotti, era retirado de las fuerzas de seguridad. Según explicó la testimoniante, en ese momento había mucho movimiento en la empresa, movimiento de los delegados, con la UOM, por mejoras salariales, “todos participábamos de las reuniones”. En Faraday les dijeron que a Juan Carlos le guardaban el puesto y a Clara le dieron un mes de licencia para buscarlo. Después de eso ella se transformó en la única persona que podía mantener la casa económicamente mientras su madre, Gregoria Fernández de Fund, seguía buscando: “recorrimos todo, con sinsabores y miedos (…) Nos contactamos con las Madres de Plaza de Mayo, mi mamá marchaba con ellas, una vez fue presa por una noche”.

    Poca es la información que lograron recabar sobre Juan Carlos a lo largo de los años. Durante la dictadura recibían llamados que siempre se cortaban. Con la vuelta de la democracia conocieron a Enrique Balbuena. Les dijo que había estado detenido con su hermano, que compartieron la celda y a él lo habían liberado. Habrían estado detenidos en una casa en Plátanos. “Enrique nos acompañó mucho tiempo, nos contó muchas cosas que yo le pedía que no le cuente a mi mamá. Aberraciones que me costó mucho entender” recordó Clara. Luego de mucho tiempo y gracias a los testimonios de lxs sobrevivientxs, llegaron a otro ex detenido que declaró estar con Juan Carlos en la Brigada de Quilmes, Gustavo Calloti. Aunque ella había ido a preguntar a la Brigada, la respuesta siempre era negativa: Clara comentó durante la audiencia lo terrible de haber estado en el mismo lugar que su hermano sin saberlo. Gustavo les contó que “miraban por una ventanita y mi hermano le decía ‘ese es el hospital de Quilmes'”.

    “El dónde estará nos persigue todavía. No es lo mismo que alguien que muere”. Su madre se enfermó y ella siempre tuvo miedo de la desaparición de alguien más de su familia. “Nuestra vida fue de búsqueda constante (…) Nuestro escape ha sido siempre la Plaza de Mayo, ahora porque estamos en pandemia no hacemos nada pero era como estar con ellos. Mi hermano fue uno hasta que se transformaron en 30.000”.

    Al final del testimonio Clara mostró a cámara una foto de Juan Carlos y aseveró “este es mi hermano, una persona de carne y hueso. La sacaron de nuestro hogar, terminaron con sus sueños, con sus ganas, con su amor que tenía con su familia. Nosotros lo esperamos todos los días. Él no tuvo la oportunidad de un juicio, si mi hermano hizo algo que no tenía que hacer tendría que haberlo pagado ante la justicia como lo están haciendo y por lo cual yo estoy acá ahora. Así que agradezco la oportunidad y nunca más.”

    El segundo testimonio de la jornada fue el de Miguel Santucho, esta fue la primera vez que declaró en un juicio como testigo. Comenzó su testimonio describiendo a sus padres, sus historias de vida y cómo se conocieron para luego explicar las circunstancias del secuestro y desaparición de Cristina así como el impacto del terrorismo de estado en la vida familiar. Además relató cómo fue su militancia en la agrupación HIJOS y la pesada carga de la búsqueda infructuosa de su hermana o hermano.

    Cristina Silvia Navajas nació en una familia de clase media de Caballito, estudió en la UCA sociología pero no llegó a recibirse. En la Universidad conoció a Julio Santucho, juntos militaron en el PRT: Cristina hizo distintas tareas en el Partido, tuvo distintas responsabilidades pero al momento de su secuestro era docente de las escuelas, donde formaban políticamente a los militantes. Julio Santucho es el menor de 10 hermanos de una familia tradicional de Santiago del Estero en la que se vivía un clima de mucha participación. La familia Santucho sufrió el impacto de la represión antes y durante la última dictadura: asesinatos, exilios, presos políticos, secuestros y desapariciones. La familia había pensado para Julio una carrera católica, se había recibido de teólogo y estaba a punto de tomar los hábitos cuando conoció a Cristina. En 1971 se casaron, en 1973 nació Camilo, en el ‘75 Miguel y al momento de su desaparición, en julio de 1976, Cristina estaba embarazada de dos meses.

    Miguel explicó que el secuestro de su madre tiene que ver con la historia de uno de sus tíos, Carlos Hiber Santucho, que era contador, trabajaba en la empresa Aceros Atlas y tenía una militancia más de tipo barrial y relacionada al peronismo. Le habían dado una función de nexo familiar, guardaba documentos, fotos, recuerdos y mantenía contactos porque estaba alejado de la clandestinidad. El 12 de julio de 1976 lo secuestraron en su lugar de trabajo.

    Cristina se estaba quedando en el departamento de Manuela Santucho -en calle Warnes 735- porque su domicilio había tenido una falla de seguridad. El 13 de julio de 1976 también estaba en el lugar Alicia D’Ambra. Las tres mujeres fueron secuestradas y sus tres hijos, bebés, abandonados en el domicilio. La madre de Cristina, Nélida Navajas, fue la que los encontró llorando. Nélida además encontró que, en una de las carteras que quedaron allí, había una especie de diario o varias cartas que Cristina escribía para Julio mientras él cumplía tareas en el exterior: ahí dejó constancia de que estaba embarazada.

    Con el tiempo y las investigaciones supieron que Cristina estuvo primero en Coordinación Federal, desde dónde habría llamado a su madre. Luego en Automotores Orletti, durante un poco menos de un mes. Tanto ella como Manuela, consideradas integrantes de la familia Santucho, recibían un trato muy difícil. Miguel explicó que asistió al juicio donde se juzgaron y condenaron los crímenes cometidos en este C.C.D y escuchó diversos testimonios que contaban el “festejo macabro” que hicieron allí el día después del asesinato de Mario Roberto Santucho, que implicó fuertes tormentos a su familia. Esto siempre lo hizo pensar en su padre, que en un par de días perdió a tres de sus hermanos y a su compañera. Alrededor del 12 o 13 de agosto las tres mujeres fueron trasladadas a Proto Banco. Con respecto a la crudeza de los tormentos Miguel reflexionó que cree que ya no tenía que ver con interrogatorios o con sacar información sino con “imponer el terror y quebrarlas de alguna manera”.

    En la semana entre las fiestas de diciembre de 1976 llegaron al Pozo de Banfield y estuvieron allí hasta el final de su cautiverio en abril de 1977. Cristina tenía un estado avanzado de embarazo, “por lo menos así lo relató Pablo Díaz en este mismo juicio” afirmó Miguel. Adriana Calvo llegó hacia mediados de abril del 77 a Banfield: había dado a luz a su hija Teresa en el traslado a ese lugar, se reencontró con varias compañeras con las que había compartido cautiverio en otros centros y contó que solía estar en varias celdas para que todas pudieran pasar un tiempo con su bebé. Cuando estuvo en la celda con Cristina, Manuela y Alicia, la primera ya no estaba embarazada; la fecha de nacimiento de su hermana o hermano se calcula alrededor de enero o febrero de 1977. 

    Adriana le contó a Miguel que “en particular Manuela pero también Cristina tenían una fortaleza y una entereza envidiable” que habían impactado en las demás. Miguel recordó lo simbólico de la anécdota del “muro humano” que hicieron estas mujeres en Banfield para evitar que se lleven a Teresa como un ejemplo de su fuerza, de su entrega y del cambio de actitud que Adriana se encontró en Banfield, que adjudicaba a la influencia de Manuela y Cristina. Para Miguel esta fue una nueva perspectiva para pensar a su mamá, que lo ayudó a desarmar la idea de que los padecimientos sufridos habrían afectado su cordura. Incluso en las circunstancias más horribles Cristina le contaba a otros detenidos quién era y les avisaba que estaba embarazada. Miguel siempre interpretó esto como “la voluntad y la necesidad de hacer llegar afuera, a nosotros, el mensaje búsquenme y busquen a mi hijo. Un pedido que mi abuela honró de forma extraordinaria”.

    Sus padres se habían prometido que si algo le pasaba a alguno de los dos, el otro se haría cargo de la crianza de los hijos. El 14 de julio de 1976, el día del cumpleaños de su tío Jorge, su padre se comunicó y se enteró lo que había sucedido. Con la ayuda del Partido consiguió sacar a Camilo y a Miguel del país; dos compañeros militantes se hicieron pasar por una pareja para viajar con ellos aunque lo más difícil fue convencer a su abuela Nélida de dejarlos ir. Susana Fantino, quien fingió ser su madre en ese momento, finalmente formó pareja con su padre y terminó cumpliendo ese rol en su vida hasta el día de hoy. Vivieron en Italia desde el año 77 al 80 aproximadamente, Julio y Susana seguían militando, reconstruyeron las escuelas del Partido desde el exilio para generar espacios de recepción y reorganización. En el marco de ese proceso de reorganización estuvieron dos años en México pero en 1982 abandonaron la militancia y volvieron a Italia.

    En el año 1985, cuando Miguel tenía 10 años de edad, volvió a la Argentina por primera vez. A su abuela la habían visto en esos años porque se había transformado en una importante militante de Abuelas y los visitaba en sus viajes internacionales. Fue en esta visita a Argentina cuando Miguel se enteró “por qué su abuela estaba en Abuelas”. Relató un hecho muy significativo que vivió en la sede de calle Corrientes de Abuelas: “estaba buscando la foto de mi mamá entre los casos mientras las abuelas estaban reunidas y entre la foto de mi mamá y mi papá había un cuadro sin foto con un signo de pregunta que decía niño o niña nacido en cautiverio. Yo recuerdo lo gráfico que fue para mí ese cuadro sin foto y ese signo de pregunta”. Lo que explicó es que sabía lo que estaba pasando pero nunca hasta ese momento había procesado la información, no sabía cómo elaborarla. “Había momentos en los que sentía una felicidad incompleta, una nube que pasaba y creo que tenía que ver con este no poder procesar la información”.

    Cuando volvió a la Argentina por segunda vez era adolescente, militaba en las escuelas secundarias en Italia y empezó a sentir lo que era ser exiliado. Durante esta estancia en el país se acercó a una marcha de estudiantes y en la desconcentración vio una pintada que decía “Santucho vive”. Esto lo retrotrajo a su identidad, aunque sabía la historia de su vida, de su familia, todo eso no tenía ningún correlato con la realidad en Italia y verlo plasmado en pibes de 16 años le mostró que había algo que se estaba perdiendo, que no terminaba de entender. 

    En el año 1993, con 17 años, volvió a la Argentina para reconectar, recuperar y “hacerse cargo” de su historia. En ese contexto empezó a relacionarse mucho con sus primos, y con el resto de la familia. “Fue la primera vez que siento que mi historia afectó mi forma de relacionarme en términos afectivos concretos. La historia que teníamos en común, al momento del encuentro, hacía pasar de lado todo los años que no nos habíamos conocido”. Se acercó a Abuelas, en ese momento “tenía mucho camino que recorrer para poder aportar a la Institución”.

    En el año 96 se enteró por su prima Ana de la agrupación HIJOS. Militó activamente hasta el 99 aunque luego del nacimiento de sus hijos se distanció. En esos años y desde ese lugar pudo reconstruir el cautiverio de su madre pero también se conectó con sus compañeros para conocer más sobre ella. El 24 de marzo de 1996, en el aniversario de los 20 años del golpe, entraron con la bandera de HIJOS a una Plaza de Mayo repleta, la gente se abría a su paso y los recibía con aplausos, “eso me ubicó en espacio y tiempo de lo que estaba haciendo en Argentina, reafirmó lo bien que había hecho en regresar y emprender ese camino. La relación con mis compañeros de HIJOS una vez más implicó para mí un cambio en la afectividad, en la forma de relacionarme. Realmente sentíamos ser hijos de la misma historia, de alguna manera estar hermanados por lo que nos había pasado”.

    En este proceso de búsqueda y reconstrucción se encontró con Virginia Ogando que estaba transitando lo mismo que él buscando a su hermano Martín y ya había hecho un largo camino reuniendo información; ella además lo ayudó a conectarse con Alicia Carminatti. “Con el tiempo me doy cuenta que en este trabajo de búsqueda y reconstrucción, al no tener las respuestas que uno está buscando habiendo hecho todo lo que humanamente puede hacer, es muy fuerte la sensación de angustia por no poder alcanzar esas cosas. Cada día que pasa es un día que alimenta esta oscuridad y esta perversidad que los genocidas y los represores con sus métodos lograron inculcar a todos nosotros y a través nuestro a toda la sociedad argentina” declaró Miguel.

    Con su primo Diego se organizaron para conocer los lugares de cautiverio de sus madres. Primero fueron a Automotores Orletti que aún no había sido recuperado como espacio de memoria. El testimoniante hizo hincapié en la importancia de recuperar esos espacios para la sociedad, de liberarlos de sus “espectros y fantasmas” y poner la verdad donde tiene que estar. También estuvieron en el Pozo de Banfield, habitar y reconocer estos espacios fue muy fuerte y doloroso pero necesario para imaginar cómo habían sido las experiencias de quienes estuvieron allí y vivir la realidad de los hechos.

    Junto con sus compañeros generaron la comisión de Hermanos para colaborar y coordinar acciones con Abuelas en la búsqueda de los hermanos/nietos apropiados. “Durante mi militancia en HIJOS mi abuela pudo reconocer en mí esa voluntad de seguir lo que ella había iniciado”, explicó Miguel que en una ocasión muy simbólica le pasó su carpeta con toda la información y documentos que había recabado a lo largo de los años: ”me compartió y con el tiempo me delegó lo que fue esta búsqueda, que como digo fue muy importante y continuó toda mi vida”. A su vez, volvió a remarcar que “el hecho de no tener respuesta, de no conseguir información certera es algo que directamente te carcome, un poco como la gotita que día a día va marcando, va abriendo un surco de dolor. La única forma de poder sobrellevar esto es justamente haciendo, accionando, siguiendo buscando (sic). Y bueno, en particular no desde lo personal sino desde lo colectivo, el camino de apoyarse en el otro y si yo no puedo alcanzar esos objetivos me alegro por cada uno de los que si logran avanzar en este proceso y realmente poder festejar las alegrías de mis compañeros como si fueran las mías también, es lo que nos sostiene en este día a día de búsquedas infructuosas en lo personal pero muy ricas en lo colectivo que también tienen un corolario en lo social”.

    En relación al impacto de toda su historia en su presente y en su vida familiar Miguel compartió una situación que vivió con su hija cuando era chica. “Siempre tuvimos la costumbre, la forma de hablar, de discutir todo. Una noche ella se despertó llorando y cuando la consolaba y ella me decía “la tía mala, la tía mala, la que no conocemos”. Ahí me di cuenta que mis ansiedades y mis temores los estaba transmitiendo pero de manera negativa, esa maldad era mi dolor. Ahí empecé a tener conciencia del impacto que podía tener.”

    Miguel relató dos episodios importantes que marcaron su proceso de búsqueda porque lo enfrentaron con distintos escenarios. Por un lado, la expectativa y la felicidad contenida que experimentó cuando encontraron a Romina una posible hermana suya que finalmente tuvo un resultado negativo. Por el otro lado, el impacto del caso de Mónica Santucho, una adolescente secuestrada que Abuelas buscaba y el EAAF identificó sus restos en el 2009. “Fue importante poder permitirse sentir esas cosas, es parte de lo que uno tiene que enfrentar en estas búsquedas, las distintas posibilidades” expresó en su testimonio. 

    Cuando se refirió al fallecimiento de su abuela en 2012, contó que por primera vez pudo elaborar un duelo y cerrar esa partida de la mejor manera: “siempre tuve mucha dificultad para enfrentar el dolor, y en este caso pude expresar todo el amor, el reconocimiento y el orgullo y la pude dejar ir en paz”. Esto supuso un mayor compromiso con la búsqueda y con su camino de aprendizaje al cual se refirió como “una gran experiencia de búsqueda colectiva que trasciende y va a trascender en la historia argentina, lo que lograron estas mujeres y el camino que abrieron para que sigamos la búsqueda”.

    También aludió a la importancia de que el Estado haya asumido las políticas de Memoria Verdad y Justicia, que permitió llegar a más lugares para seguir con estas búsquedas y para fortalecer estos procesos. En este sentido, manifestó que “es importante que sigan los procesos judiciales, un poco lo que estoy haciendo hoy es un resultado de tantos años de trabajo”. Consideró también las implicancias del terrorismo en la actualidad y hacia el futuro: “los hijos de los nietos siguen reproduciendo esa falta de identidad”. Aunque reconoció que es una tarea larga y difícil, señaló como clave el apoyo de la sociedad que los retroalimenta y les permitirá sostenerlo en el tiempo.

    Al finalizar su testimonio Miguel dijo unas últimas palabras: “por la perversidad de los crímenes de los imputados en este juicio, que por no poder resolver dejan una huella, no se pueden terminar de elaborar, en particular la apropiación de bebés que es un delito que continúa (…), me permito pedir que los responsables de estos crímenes no accedan a beneficios en el cumplimiento de su condena, como la domiciliaria o incluso las libertades condicionales. Para mi es algo inaceptable, que reclamo, hasta que no se esclarezcan los crímenes y hasta que por lo menos estos responsables no declaren lo que saben, no ayuden a esclarecerlo, no merecen acceder a ningún tipo de beneficio. Yo, concretamente, se que los imputados en esta causa tienen las respuestas que yo estuve buscando y mi abuela a lo largo de su vida, espero que se tengan en cuenta estos reclamos, muchas gracias”.

    El tercer testimonio de la audiencia fue el de María Marta Coley, hija de Manuel Coley Robles. Manuel Coley era delegado sindical de la fábrica de Rigolleau y militante del PRT. Fue secuestrado el 27 de octubre de 1976 de su domicilio en Quilmes Oeste. Del testimonio de María Kubik Marcoff de Lefteroff surge que fue visto entre fines de enero de 1977 y principios de febrero de 1977 en el Pozo de Quilmes. Sus restos fueron hallados en el cementerio General Villegas, de la localidad de Isidro Casanova, e identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense en el año 2009.

    María Marta comenzó su testimonio reconstruyendo parte de la historia de vida de su papá. Nació el 29 de junio de 1934 en Barcelona. Se crió allí, siendo hijo de un miliciano republicano. En 1951 vino a la Argentina con 16 años. La testigo mostró fotos de su papá a la audiencia. “Le decían el flaco, el gallego, aunque era catalán. En la familia era el Nano” recordó. 

    Manuel conoció a su esposa en Tucumán en 1963 y se casaron en 1964. María Marta, su primera hija, nació en el 65, y tiene dos hermanos menores. El resto de su vida fue en Quilmes. Describió su personalidad como “nómade” y curioso. Sin embargo, aclara que “estuvo siempre con nosotros. No se fue nunca, hasta que se lo llevaron”. Cuando lo secuestraron, les quisieron hacer creer que los había abandonado, que se había ido con otra mujer. Contó que su papá “tenía una especial inclinación para defender a los niños, a las infancias”.

    Manuel fue secuestrado de su casa, el 27 de octubre de 1976, en la localidad de Quilmes Oeste. Él había entrado a trabajar en la fábrica Rigolleau, en Berazategui, en la zona de expedición, donde controlaba la entrada y salida de camiones. Formaba parte de la Comisión interna de Rigolleau, perteneciente a la lista naranja. No se sentían representados por las autoridades del sindicato del vidrio. Realizaron varias acciones en defensa de los trabajadores. Relató una toma de la fábrica, de 10 días, de la cuál participaron todos los familiares, hasta que se resolvió el conflicto a favor de lo que pedían. Reclamaban mayores beneficios de las utilidades de la fábrica y un aumento para los trabajadores. “Él no pretendía un crecimiento dentro de la empresa porque siempre había sido trabajador autónomo. Pero fue elegido delegado” recordó su hija. 

    El 20 de marzo de 1976, él y los otros compañeros de la Lista naranja, recibieron el telegrama de despido. En ese momento, su papá estaba de licencia por enfermedad, por lo cual era una situación ilegal de despido. No se logró la reincorporación. 

    María Marta recordó que su papá hizo la primaria durante el franquismo. Había abandonado la escuela, porque su familia había sido perseguida, humillada y discriminada por pertenecer a las milicias. Había una persecución política a los hijos, y María Marta piensa que su defensa de las infancias surge de esa experiencia. 

    Manuel finalizó la primaria en la escuela de la fábrica. La testimoniante recordó cómo sus hijos lo ayudaban con la tarea y aprendían con él. Empezó a hacer la secundaria en una escuela de Quilmes, en el programa de educación de Adultos de Luz y fuerza. Después de las vacaciones de invierno de 1976, ya no vuelve a la escuela. Como había sido despedido trabajaba de changas, porque había poco trabajo. 

    El 27 de octubre de 1976 a las 22:30, fuerzas conjuntas entraron a la casa de su familia, en Ayolas 882 entre Húsares y Condarco, Quilmes Oeste. Entraron por las ventanas, por las puertas, por el fondo, y habían tomado las casas lindantes. A sus hijos los mandaron a la habitación, mientras que a Manuel lo ataron y le vendaron los ojos con el mantel de la cocina. Lo primero que le preguntaron era si venía del colegio, porque esa era la información que tenían. La testigo recordó que revisaron todo y robaron pertenencias de la abuela. Preguntaron dónde estaban las armas, pero afirmó que “no teníamos armas en la casa. Nos revisaron los libros que teníamos. Se llevaron plata de la biblia de mi mamá”. Ante este saqueo, les ofrecieron el dinero que tenían, por lo cual, el jefe del operativo contestó: “no somos chorros, somos el ejército”. Se llevaron juguetes, una colección de la guerra civil española, cosas de la abuela, fotos, documentos. “No se llevaron las biblias”, recordó. 

    La testigo mostró distintas fotos: del casamiento de sus papás, del día en que su papá  se recibió de la primaria, de su familia. Contó que su hermana falleció en 1984, a los 17 años. Las fotos que tenían en su casa, se las llevaron en el operativo. Por lo tanto, las que mostró en la audiencia se las había proporcionado su prima. 

    El jefe del operativo era del ejército, pero los demás eran de la brigada de Quilmes: los reconocieron por verlos en el barrio. “Eran los muchachos que andaban de jean, con ropa de fajina. Andaban en autos sin identificación. Mi mamá dice que hace una semana o más que los estaban vigilando” recordó. El jefe del operativo, estaba de civil y las otras personas estaban de fajina. Los reconocieron ya que los habían visto en el colectivo y en las calles del barrio. Trabajaban en la brigada, pero no tenían uniforme: eran de Inteligencia. 

    Cuando secuestraron a Manuel, le dijeron a su familia que en una hora volverían. Cuando se cumplió esa hora, su esposa salió a buscarlo. Fue a la Comisaría 3era de Quilmes, pero no le tomaron la denuncia. Recién se la tomaron al otro mes. 

    Realizaron la denuncia en el consulado de España, en la diócesis de Quilmes (“siempre estuvo acompañando a los familiares” acotó). Recibieron ayuda de la Liga Argentina de los Derechos del Hombre, la APDH, Madres, familiares, Abuelas. “Con todos los que nos acompañaban, estábamos siempre buscando. Era un imperativo ético” afirmó. 

    Tenía 42 años cuando se lo llevaron. Cuando preguntaban por su paradero les decían: “Se fue con otra”, “se lo llevaron los compañeros”. Pero ellos fueron testigos: “se lo llevaron de mi casa”. El día del secuestro, después de irse de su casa, fueron a la casa de una compañera, Alicia Lisso. 

    En 2008, el EAAF le pidió fotos y placas odontológicas. Les preguntaron por Juan Carlos Fund y Alicia Lisso, y le pidieron una muestra de sangre. De esta manera encontraron los restos de su papá. Habían hallado sus restos en San Justo en el 2006. Ahí supieron que lo habían acribillado y lo enterraron en un ataúd. 

    Enrique Balbuena les contó que estuvo con su papá. A su vez, en febrero de 77, liberaron a María Kubik Marcoff de Lefteroff que había estado con Alicia Lisso en el Pozo de Quilmes. “Alicia hablaba con el gallego, con el flaco”, se pasaban cigarrillos. Así se enteraron de que su papá estaba en el Pozo de Quilmes. Gustavo Calotti también lo vio en el Pozo. Manuel fue asesinado el 5 de febrero de 1977. Del Pozo de Quilmes lo llevaron a San Justo y allí lo asesinaron. 

    María Marta contó las vivencias de la guerra que le transmitía su papá. Los valores ella se los transmitió a su hija, y esta a su nieta. “Tuvimos una vida de perseguidos” recordó. A su vez, vivían cerca de la casa de Bergés. 

    Reflexionó sobre el tema de la patria potestad: como la tenía el padre, ellos estaban a disposición del Estado. “Veníamos zafando porque en la escuela firmaba mi mamá. Mi mamá tuvo que hacer trámites para que me autorizaran a casarse. Y los jueces amenazaban a las madres con sacarles a sus hijos si seguían buscando a sus familiares” recordó. Se llevaron a los jefes de familia, tanto madres como padres, y los chicos “quedamos en banda”.  

    La testigo fue consultada por los nombres y las edades que tenían los familiares en el momento del secuestro. Ella tenía 11 años; su hermana Rosa Alejandra tenía 10 años; y su hermanito, Néstor Alberto, tenía 6 años. La mamá, Alcira Del Valle Juarez, tenía 36 años. “Mi papá siempre tiene 42 años, y está siempre presente con nosotros”.

    Para finalizar su testimonio, María Marta pidió leer un poema suyo sobre su papá:

    Te me vas convirtiendo en nebulosa,

    en un montón de aire, de silencio

    en un río perdido sin distancia y sin destino.

    Ya sos eso sagrado y misterioso que apenas se lo nombra

    para no transformarlo en algo sólido

    para no desplazar del paraíso 

    Ese lugar donde no están ni los vivos ni los muertos

    únicamente los que existen.

    Ya estás fuera del mundo, 

    fuera de la vida y de la muerte,

    del sueño, del sonido y de la sombra. 

    Ahora sos una esperanza. 

    La próxima audiencia será el 29 de junio a las 9h con las declaraciones testimoniales de Filemon Acuña y Fabio Acuña, ambos sobrevivientes del Pozo de Banfield en la etapa previa al golpe de estado.