Reseña de la audiencia del 13 de julio de 2021

    AUDIENCIA 033 – 13 DE JULIO DE 2021

    En la trigésimo tercera audiencia del debate oral con modalidad virtual del Juicio Brigadas Banfield, Quilmes y Lanús, escuchamos la declaración testimonial de Paula Badel, quien solicitó no difundir su declaración, su hermano Esteban Badell Acosta, hijos de Eliana Acosta Velasco y de Esteban Badell y restituidos a su familia materna  en 1986 y Miguel Hernández, sobreviviente del Pozo de Banfield. 

    Paula solicitó que su testimonio no tuviera difusión. El segundo testimonio fue el de Esteban Javier Badell Acosta, que comenzó con el relato del secuestro de sus padres el 28 de septiembre de 1976, en City Bell, La Plata. En su momento Esteban no entendía mucho, tenía 9 años, pero sí recuerda que irrumpieron en su casa en la noche personas armadas de civil. Escuchaba que le preguntaban a su padre por las armas. Se llevaron a su madre y a su padre,  Esteban Badell y María Eliana Acosta Velasco; su hermana Paula y él se quedaron esa noche con Angélica, una amiga de la familia que casualmente estaba en su casa. Al día siguiente Angélica los llevó a lo de Tadeo Rojas, un tío policía que vivía a cinco cuadras. Le contaron desesperadamente los hechos de la noche anterior pero él ni se inmutó, la primera señal de la vida que les esperaba con ese señor. 

    Cuando le consultaron, el testimoniante contó que su padre Esteban y su tío Julio Badell, eran oficiales de la Policía de la Provincia de Buenos Aires. Su madre, María Eliana, estudiaba Medicina- “La vida antes del secuestro era normal, teníamos una buena relación familiar, todos nos querían, había muchas reuniones en mi casa, lo curioso es que después del secuestro la parte de la familia argentina fue alejándose poco a poco, cuando iban a la casa de Rojas nos ignoraban.”

    A los dos o tres días del secuestro de Esteban y María Eliana se enteraron de la muerte de Julio Badell. Por testimonios sabe que fue asesinado al ser arrojado del tercer piso de la Jefatura de Policía, pero buscaron hacer pasar su muerte como un suicidio. Pudieron hacer un velatorio pero a ellos no los dejaron ir por ser tan chicos. A los días también les entregaron el cuerpo de su padre: “por los testimonios sabemos que falleció en la tortura, parece que en Arana”. Cree que Rojas, su tío apropiador -como él lo describió-, le tenía estima a su padre: “durante el velatorio se quebró y dijo ‘me prometieron que a Esteban me lo iban a devolver vivo’. Ahí la familia tuvo las primeras dudas sobre las implicancias de este señor” contó.

    La familia tenía mucho miedo, nadie se atrevía a contradecir a Tadeo Rojas. Esteban y su hermana se quedaron viviendo allí. Un día fue a su antigua casa, aquella de donde secuestraron a sus padres, y encontró a su tío apropiador quemando libros y regalando muebles. “Ahí me di cuenta que no los iba a ver más y que, definitivamente por el miedo, nos íbamos a quedar viviendo con este tío”. Rojas decidió mudarse a la casa de Esteban; ahí tuvo una especie de shock post-traumático y la única respuesta que le dieron fueron golpes. Los maltratos, golpes y humillaciones se hicieron sistemáticos, les daban poca comida y mala, dormían debajo de la mesa de comedor. “Voy entendiendo que eso era parte de un proceso de venganza hacia mi madre…” declaró Esteban. 

    Al tiempo constató a través de cartas entre su abuelo y Rojas que su familia paterna culpaba a su madre de lo que le sucedió a los hermanos Badell; su tío decía que él los iba a criar en la moral cristiana, en contra de las creencias de la madre. Esteban aclaró que su madre siempre había sido militante socialista y su familia en Chile también. En otro momento de la audiencia señaló que “No entendía por qué si les molestábamos tanto no nos dejaban ir, habían asumido la responsabilidad de reeducarnos”.

    Ellos siempre quisieron irse a Chile con sus abuelos maternos pero Rojas amenazaba a todos los que se acercaban, evitaba contactos robando las cartas que llegaban de Chile o impidiendoles ir a lo de sus tías que vivían en el país: les negó sistemáticamente la existencia de alguien que pudiera ayudarlos y terminaron sintiéndose abandonados. “La desesperanza de poder salir de esa casa era cada vez mayor, nos empezamos a resignar con tener que vivir ahí”, explicó Esteban sobre la situación que transitó junto a su hermana Paula. Aunque también expresó que vivían de una ilusión, “llegar a Chile era nuestra meta, eso nos sostuvo para soportar tanta humillación y maltrato”.

    Al describir el horror que vivieron los diez años en que estuvieron apropiados por la familia Rojas, el testimoniante relató que se fue generando una dinámica donde eran de segunda clase dentro de la familia. En la casa, todos asimilaron que Esteban y Paula debían ser humillados, incluso sus primos que eran también niños. Los maltratos eran múltiples pero durante cualquier festejo trataban de dar la imagen de “familia feliz”.“Me habían asignado tareas más varoniles, mi hermana la pasó peor, pero ambos teníamos obligaciones que los demás niños de la familia no”.

    Relató un episodio en el que Rojas llegó a la casa con un bebé dentro de los primeros seis meses posteriores al secuestro de sus padres. Su esposa le dijo que quería quedárselo pero él le dijo que no, que “ese no”, que en todo caso buscaban otro y comentaron que iban a dejarlo en un hogar en La Plata. Con el tiempo Esteban empezó a entender que nada de esto era normal, que había una situación política detrás. 

    Aproximadamente a sus 14 años decidió averiguar sobre su madre. Tenía la fantasía de que estuviera viva y enfrentó a Rojas. Él le dijo que como policía sólo cumplía órdenes. Uno de sus primos más grandes, también policía, le contó que según sus averiguaciones la madre había sido asesinada en Arana; sin embargo, Rojas le aseguró que fue en Quilmes. De acuerdo a los testimonios de los sobrevivientes, su madre estuvo en ambos CCD pero explicó que según el certificado de defunción la segunda hipótesis es la más probable. Para poder tener la tutela legal de Esteban y Paula a Rojas le habían hecho un certificado de defunción. El testimoniante aseguró que el primero que vio -en la casa de Rojas- decía ‘muerte por enfrentamiento’, pero el que figura actualmente en el Registro -que lo solicitó él- dice ‘muerte por ahorcadura’ en la Brigada de Investigaciones de Quilmes y está firmado por Bergés. Al principio no sabía quién era el doctor que había firmado, después entendió la implicancia tenía esa firma y la dirección que aparecía.

    A raíz de las preguntas contó que en el año 85, gracias a Abuelas de Plaza de Mayo, pudieron volver con su familia chilena. Relató que, de todas maneras la situación era insostenible, ya estaban acostumbrados a los golpes pero no podían seguir soportando ese lugar: “era más bien lo humano lo que nos destruía, empezamos a enfrentarnos y también por eso por eso decidieron entregarnos” explicó.

    Cuando le preguntaron por las consecuencias del terrorismo de estado en su vida, explicó que hasta el día de hoy tiene una sensibilidad nocturna muy exacerbada y se levanto 3 o 4 veces por noche. “Hay una desilusión general, vivir ahí era un desencanto, una deseperanza muy grande (…) Yo no puedo sentir pasión por nada, no creo en nada tampoco” sostuvo Esteban” sostuvo. Hoy en día le cuesta relacionarse, sostiene que no sabe vincularse con las personas. Aunque le encanta Argentina no puede mudarse porque el temor le gana.

    El último testimoniante de la jornada fue Miguel Hernández, sobreviviente del terrorismo de estado. Comenzó relatando que el 12 de mayo de 1975 fue secuestrado de su domicilio en el barrio 5 Esquinas de Florencio Varela, en horas de la madrugada. Por relatos posteriores supo que el despliegue de las fuerzas fue muy importante y que habían rodeado toda la manzana. Aclaró que eran personas de civil pero sumamente armadas. En su casa estaba con Raúl Llarrul, un amigo de él, su esposa Mirta Salamanca y una amiga de ella, Liliana Aguelt. También se encontraban sus dos hijos menores de 4 años, Gustavo y Gabriela, que fueron abandonados allí y luego entregados a su abuela paterna por vecinos. Los cuatro adultos fueron trasladados en vehículos, pero en ese momento Miguel se despidió suponiendo que a Mirta y a Liliana no iban a detenerlas, tomó conocimiento de que todos habían sido secuestrados unos días después.

    Llegaron a la Brigada de Banfield y especificó que supo dónde estaban porque sus familiares los ubicaron a los 10 días del secuestro. En este lugar fue interrogado violentamente y sometido a tormentos: querían saber su relación con un partido que al momento estaba conscripto. Recordó que en el medio de la tortura sintió algo parecido a un estetoscopio en el pecho y escuchó que alguien aseguraba que se encontraba en condiciones para seguir con la sesión. A la semana, cuando los pasaron a unas celdas, pudo contactarse con su esposa que estaba en el mismo pabellón. Relató que ella también fue torturada y que ambos fueron sometidos a amenazas y torturas psicológicas en relación a sus hijos. Recién luego de la primera semana recibieron algo de comida, agua y la oportunidad de higienizarse. Las personas que vio en esas oportunidades estaban siempre de civil. 

    Además de Mirta, Liliana y Raúl, recordó que en este lugar estuvo con Luis Ruiz, Germán Gargano, Andrés Pedro Caporale, María Jose Sánchez, Silvia Sánchez, Lucas Ariel Rivadaneira, Raúl Daniel Arburúa, Norma Castillo de Arburúa (que aunque no fue mencionado en esta oportunidad estaba embarazada), Osvaldo Alberto Martiñan, Eduardo Piva, Graciela Piva, Graciela Santucho (que tampoco surgió pero tenía 18 años y era sobrina de Mario Roberto), Jorge Nadal, Carlos Alberto Geraci, Oscar Ricardo Geraci y su cuñada, Isabel y María Eleonor Ibarra, Perla Wasserman, Bonet y Rafael Runco.

    En Banfield estuvieron alrededor de un mes, el 2 o 4 de junio fueron trasladados a Sierra Chica en un camión junto con muchas otras personas, estaba aún vendado pero luego supo que la mayoría de los varones con los que estuvo fueron trasladados allí. En septiembre de 1977 los llevaron a la Unidad 9 de La Plata hasta julio de 1980 cuando fue liberado. Su esposa estuvo en Olmos y en Villa Devoto y fue liberada un año y medio después que él, en noviembre de 1981.

    Al momento de su secuestro tenía 22 años y su esposa Mirta tenía 24. Miguel tenía una fábrica de gaseosas y hacía fletes con un camión para diferentes mueblerías y otras empresas. Una vez liberado fue rápidamente contratado y logró reinsertarse más o menos fácilmente. Al terminar la audiencia se despidió con estas palabras: “Gracias por el esfuerzo para que se haga justicia por tanto dolor que esta gente causó”.

    La audiencia continuará el día martes 3 de agosto a las 9h con las declaraciones testimoniales de María Santucho, Ramiro Ponce y Mariana Busetto.