La construcción de la impunidad virtual: Apuntes sobre los vanos intentos de humanizar el genocidio

    Por Sergio “Cherco” Smietniansky (*)

    Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Lo cierto es que hay imágenes e imágenes y muchas de ellas se construyen. Obvio es decirlo, en esa construcción hay una carga ideológica.
    Muchas veces la construcción de una imagen intenta generar empatías que difícilmente se puedan lograr por otros medios. En otras nos lleva a ver lo que quieren que veamos y no lo que estamos viendo. Es que esas imágenes construidas poseen la capacidad de contar historias o de descontarlas según el caso, a eso se lo llama narrativa visual y es un recurso largamente utilizado en el arte cinematográfico, en donde “El Ciudadano” de Orson Wells resultó una película bisagra en la materia.
    Pero las dos imágenes que motivan este texto nada tienen que ver con el ciudadano Kent ni el misterio del nombre de su trineo, de hecho nada tienen que ver con el arte cinematográfico, ni con ningún otro arte.
    En la primer imagen la pantalla nos muestra a un hombre mayor, canoso y bien vestido. Esta cómodamente sentado en un sillón de su casa junto a una coqueta mesita circular que porta un velador. El señor se encuentra frente a una computadora y está intentando de manera infructuosa hablar en un zoom. En ese instante entra en escena una nena de unos 10 años, quien, con la habilidad propia de los Centennials, ayuda al “abu” a resolver sus problemas con la tecnología.
    En la segunda imagen vemos a otro anciano, también en un contexto hogareño y hablando en un zoom frente a su compu, en este caso no hay problemas técnicos, pero esa imagen no viene sola. Detrás del anciano, en el costado derecho de la pantalla, la imagen deja ver a una segunda persona. Es una mujer entrada en años y no cuesta deducir que se trata de su esposa. La mujer esta vestida con una camisola de riguroso negro que le tapa hasta el cuello y lleva colgado un crucifijo de tamaño considerable como para que nadie dude de su fe. Parece un tanto ajena a lo que está haciendo y diciendo su marido, nos atreveríamos a adjetivarla como indiferente. Pero la doña no es de quedarse quieta, se fuma un cigarrillo, se toma un cafecito y vuelve a pitar. De a ratos resulta casi inevitable apartar nuestra atención de los dichos del “viejito” y la vista se nos corre para observar a la mujer, cuya silueta tiene como telón de fondo una inmensa biblioteca en la que cuesta imaginar poder encontrar siquiera un libro de García Márquez.
    Si estuviéramos hablando de cine, diríamos que se trata de un segundo plano o de profundidad de campo. Pero ya lo dijimos, no estamos hablando de cine.
    Detrás de la construcción de esas imágenes no hay un cineasta ni un director de fotografía. De hecho, la relación más directa que podemos encontrar con el término “profundidad de campo” es que el contexto de esas imágenes está relacionado a campos, para ser más exactos a campos de concentración. Y que la profundidad se puede relacionar con pozos, más precisamente los de Banfield y Quilmes.
    Es que las imágenes no provienen de una película, sino de la emisión de “La Retaguardia” que está transmitiendo en vivo la segunda jornada del juicio oral y público por los crímenes genocidas cometidos en los Pozos de Banfield, Quilmes y El Infierno.
    El formato del juicio es virtual, ya que estamos en medio de una pandemia. Y este juicio se hace en estos momentos y en medio de esta pandemia solo por dos únicas razones, la primera es que su extensa dilación es consecuencia directa de los innumerables intentos de construcción de impunidad y como contrapartida, la segunda causa es que la realización de este juicio en estos momentos se debe a una larga e incansable lucha popular, tanto en las calles como en los Tribunales.
    Así es como se llega a este juicio y en este formato. Y ahí es cuando nos topamos con estas imágenes. A la impunidad real, a la impunidad biológica, ahora podemos sumarle la impunidad virtual.
    Esa impunidad virtual que permite a genocidas como los capitanes del Destacamento de inteligencia 101 Dominguez Matheu y Fontana mostrarse en sus hogares y rodeados de sus familias, pretendiendo exhibir lo cariñosos que son como abuelos o lo acompañado que están por sus sufridas esposas.
    Todo esto sucediendo en la misma audiencia donde minutos antes un abogado defensor se quejó ante el presidente del Tribunal porque las abogadas de la querella mostraban en sus pantallas fotos de las víctimas mientras declaraban los imputados.
    Todo esto sucediendo en la misma semana donde se reprimió de manera salvaje a los presos y presas “comunes” que se amotinaron reclamando que se les deje ver a sus familias, con quienes no tienen ningún tipo de contacto físico desde que se declaró la emergencia sanitaria.
    Tan contrastante como eso, pura causalidad, nunca casualidad.
    Detrás de la construcción de esas imágenes hogareñas y familieras, hay una narrativa visual con un claro propósito: el de humanizar a los genocidas, el de humanizar el genocidio, el de construir impunidad virtual.
    Pero ya se sabe, la virtualidad carece de sentimientos.
    Lo que no carece de sentimientos es esta larga lucha y quienes lucharon por ella. Por eso se me caen las lágrimas al ver a las abogadas querellantes pidiendo que se nombre una por una a cada víctima y mostrando esa foto que nada ni nadie jamás podrá invisibilizar, la de las queridas y entrañables compañeras Adriana Calvo y Nilda Eloy.
    Ya lo dijimos al principio, a veces una imagen vale más que mil palabras, pero en este caso no, esas imágenes construidas se caen como un castillo de naipes al pronunciar tan solo tres palabras, que podrían ser 30.000: MEMORIA, VERDAD y JUSTICIA.

    (*) Integrante de CADEP e Histórico militante de la Multisectorial Chau Pozo. La fotografía que ilustra fue obra de Natalia Pastor de RedEco

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