Juicio Brigadas Banfield Quilmes Lanús. Reseña Audiencia 75

     

     

    Una sociedad dañada por el terrorismo de Estado

     

     

    Marta Enseñat describió esta semana el terror que arrasó con esa familia de uruguayos antes de la Nochebuena de 1977 en Buenos Aires. Su marido, su prima y su esposo y su tía, permanecen desaparecidos. Alfredo D’Alessio contó su secuestro y el de su hermano, que está desaparecido. Sus hijos respectivos, Valentín y Francisco retomaron la posta en el reclamo de justicia.

    Valentín Ríos Enseñat era apenas un bebé de seis meses cuando su mamá debió escapar de la casita humilde en la que vivía con Miguel Angel en Villa Numancia, partido de Vicente López. “No tenía adonde ir”, contó su mamá, Marta, al Tribunal Oral Federal Nº1 de La Plata en la audiencia número 75 que tuvo lugar el martes pasado.

     

    Su hijo, ahora de 45 años, resumió en pocas palabras las consecuencias que el terrorismo de Estado dejó en decenas de miles de familias, que aún hoy, a casi 50 años de aquella tragedia, siguen esperando justicia. “Somos una sociedad muy dañada por todo lo que sucedió, mucho más de lo que creemos”, sostuvo.

    “Hoy estamos acá declarando, 45 años después. La falta de verdad y de justicia (…) Es muy extraño relatar hechos que tienen muchísimo tiempo. Estamos haciendo referencia a cosas que se dijeron hace 45 años y las incertidumbres siguen siendo las mismas con el agravante del paso del tiempo”, analizó durante su declaración.

    Fue su madre, la encargada de relatar cómo sucedieron los hechos aquel diciembre del 77 luego de mencionar a cada uno de los integrantes de la familia que fueron víctimas de los delitos de lesa humanidad que busca esclarecer este juicio en lo referido a las Brigadas de la Policía Bonaerense en Banfield, Quilmes y Lanús.

    “En primer lugar a mi compañero y padre de mi hijo, Miguel Angel Río Casas. En segundo lugar a mi prima Aída Sanz Fernández, embarazada a término al momento de su detención; en terecer lugar a mi tía Elsa Fernández de Sanz, madre de Aída que habia viajado a Buenos Aires para acompañarla en el parto; en cuarto lugar a Eduardo Castro Gallo, compañero de Aída Sanz. Siempre le dijimos Cacho. Luego estaría mi hijo, también como víctima de todos estos horrores, Valentín Río Enseñat con seis meses de vida al momento de la desaparición de Miguel Angel; mi mamá, María Clara Enseñat de 65 años de edad, que era enferma psiquiátrica y no podia vivir sola y por último, yo, Marta Alicia Enseñat. Todos uruguayos”, afirmó.

    “En total enumeré 8 personas. La 4 primeras, Miguel Angel, Aída, Elsa y Cacho, permanecen desaparecidos hasta el dia de la fecha, 9 de agosto de 2022”, agregó Marta con aplomo de forma virtual desde Montevideo en la audiencia que se desarrolló luego de tres semanas de receso invernal.

    En Uruguay Miguel Angel militaba en el Movimiento 26 de marzo, brazo político del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros.

    “Me considero una sobreviviente del terror que vivió toda la familia. Por ese motivo quiero levantar mi voz o hacer llegar la necesidad que tengo de hablar y mencionar a todos los familiares desaparecidos porque ellos no están y fueron acallados”, sostuvo antes de reivindicar el legado que retomaron “los hijos de los desaparecidos, los nietos, los bisnietos y los tataranietos. Estado no va a poder ser ocultado nunca más por ningún gobierno”, enfatizó.

    Todo comenzó un 24 de diciembre de 1977. Casi a las 5 de la mañana fue Cacho el que golpeó fuertemente la puerta para avisarle que Aída había sido secuestrada. Los militares se la habían llevado. Aída esperaba familia para fines de diciembre. También se llevaron a su mamá, la tía Elsa.

    “Cacho me sugiere que nosotros tres abandonemos la casa lo más rapido posible porque no habia ninguna garantía”, agregó, antes de indicar que el marido de su prima decidió quedarse allí a esperar a Miguel Angel cuando volviera de trabajar.

    Al mediodía se vieron los tres en la estación de trenes de Constitución. Ella estaba con Valentín en brazos y con su mamá. “Miguel Angel y Cacho deciden ir a avisarle a otro compañero llamado Ataliba Castillo” sobre lo que estaba pasando. Quedaron en encontrarse en otra estación a las cinco de la tarde. Marta tenia 24 años y Miguel Ange tenía 29.

    Hizo tiempo como pudo, fue a ver a una compañera de trabajo y antes de las 5 llegó al punto de encuentro. “Miguel Angel nunca apareció. Entonces ahí sí, presentí lo peor” y “me di cuenta con mucha claridad en ese momento de que no tenía adónde ir”, aseguró.

    Fue a la casa de una prima de Miguel Angel que la mandó para San Nicolás, a 300 km de la capital. Días después volvió a Capital con el niño y su madre y solicitó la condición asilo ante el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Buenos Aires. Fue a un refugio en Floresta, donde permaneció seis meses. El 8 de junio de 1978 salió rumbo a Francia, donde vivió ocho años.

    Desde Francia viajó a Suecia para ver su amiga María Erlinda Vázquez, a quien le decían “Muñeca”, una de cinco amigos uruguayos que habían sido detenidos en abril del 78 y que estuvieron secuestrados en el Pozo de Quilmes. Los cinco fueron liberados.

    Durante ese encuentro en Suecia, María Erlinda le contó que a Aída la torturaron embarazada y que eso aceleró el parto. Que Aída vio a su mamá con las muñecas lastimadas, que a Cacho también “lo torturaron mucho” y que “Miguel Angel estaba herido de bala”.

    La beba que Aída Sanz dio a luz y a quien llamó Carmen “fue apropiada”. Con 22 años recuperó su verdadera identidad, precisó Marta durante su testimonio.

    En 1985, Marta y Valentín, ya de ocho años de edad, se instalaron en Uruguay.

    La reconstrucción del hijo

    De su padre, Valentín Ríos Enseñat aseguró durante su declaración que por testimonios de sobrevivientes que “por el mal estado de la herida y las torturas, no habría pasado de los últimos días de diciembre” y que respecto de un “traslado de cinco uruguayos” a su país natal, supo que Cacho y Ataliba estaban en el grupo pero “en el caso de mi padre nunca quedó establecido”.

    Muchos años después tuvo acceso a un documento de 1979 pertenenciente al Archivo de la Policía Bonaerense que conserva la Comisión Provincial de la Memoria (CPM) “donde hay referencias sobre las tortura a Aída, Cacho y Miguel Angel (que) habían sido salvajes. Que los habían torturado delante uno del otro y que a ella le aplicaron altas dosis de pentotal”.

    El paso del tiempo y la lentitud judicial han hecho que aparezcan “nuevas personas afectadas por la falta de verdad y de justicia como es el caso de los nietos de desaparecidos”, consideró este hombre que al reconocerse ante el Tribunal como “el hijo de un desaparecido” no pudo impedir un nudo en la garganta.

    Un hermano sobreviviente y otro desaparecido

    Alfredo D’Alessio tenía 31 años. Su hermano José Luis, al que le decían “el Bebe”, tenía 28 años. Venían de una familia donde se hablaba de política. Habían sido militantes estudiantiles. En algún momento el “Bebe” se integró en Montoneros. Militaba en la columna norte. Alfredo seguía en la Juventud Peronista. Era matemático y profesor universitario.

    El día en que fueron secuestrados, junto con su primo, Jorge Campana, sus padres, Mery, la secretaria de la oficina, y las dos nietas pequeñas, Malena y Florencia, el iba a recoger los pasaportes para que su hermano pudiera irse del país con su hija.

    La tarde del 28 de enero de 1977 lo secuestraron a él primero en Palermo. Estaban en dos autos. “Era toda gente relativamente joven. Todos con aspecto de policias, pelito corto y un trato bastante duro”.

    Lo obligaron a que los llevara a su lugar de trabajo. “Allí secuestraron a Mery, una chica boliviana. En el trayecto a su casa lo ven a su hermano en un auto hasta que lo encierran y lo secuestran.

    A sus padres y a los nietas los secuestran en un departamento de una tía materna. De allí se llevan también a un primo, Jorge Campana. A ellos los liberarían a las horas desde la Comisaría 22 de la Policía Federal en la avenida Huergo.

    Alfredo, José Luis y Jorge estuvieron en cautiverio en el Pozo de Quilmes.

    Días después le exigieron dinero a cambio de su liberación. Unos 30 mil pesos de entonces. “Esa noche me vinieron a buscar a la celda, me sacaron, me subieron a un auto, me llevaron a un descampado, me bajé y me dijeron que caminara en dirección contraria a nosotros y no te des vuelta. Cuidate mucho porque seguimos atentos y vigilantes. A tu hermano no lo vas a volver a ver”, le advirtieron. Jorge Campana también fue liberado. Falleció años atrás.

    Poco después se fue con su mujer y su hijo a Brasil. El exilio concluyó luego de la Guerra de Malvinas. En esos años su padre Alfredo Angel Agustín D’Alessio se había deprimido mucho. En cambio su madre, Sofía Yusen, se sumó a la militancia en el seno de Madres de Plaza de Mayo. “Andaba metiendo Hábeas Corpus por todos lados”, contó al Tribunal su hijo mayor.

    En 2011, esa mujer, casi centenaria, se presentó como querellante en esta causa. Su hijo recordó una entrevista con el entonces juez  federal platense Manuel Blanco, a quien su madre no dudó en reclamarle que “haga lo que tiene que hacer y mande a procesamiento a estos tipos” en relación a los imputados. Sofía falleció tres años después, sin llegar a ver este juicio en marcha.

    Alfredo D’Alesio reivindicó la labor de su sobrina Malena como “fundadora de HIJOS” y también a su hijo Francisco.

    De su hermano “el Bebe D’Alessio nunca supimos nada”. El y su sobrina dieron muestras de sangre al Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). “Nunca tuvimos ninguna noticia”.

    D’Alessio agradeció la tarea del Tribunal y le reclamó celeridad. “Por favor metanle pata porque es muy grande el juicio, hay muchos testigos y estaria bueno que terminara. Que los genocidas reciban su castigo”, concluyó.

    Otros dos HIJOS que reclaman justicia

    Su hijo, Francisco, de 42 años, contó que nació en Brasil. Contó que su tío “estuvo en la Comisaría 22 de la Federal y luego en el Pozo de Quilmes”. Recordó anécdotas que le contó su abuela sobre unas inundaciones en los 60 en la zona de Quilmes que marcaron “para siempre” al “Bebe”, que años después participaría en un “conflicto muy grande” en los astilleros Astarsa.

    Francisco subrayó el papel de su primera Malena porque “es la que abrió camino en este proceso de reconstrucción de la historia y memoria de su viejo”.

    “Estar hoy acá declarando es acompañar a mi viejo y a mi prima que sufren muy fuerte las consecuencias de la ausencia del Bebe”, sostuvo en su declaración, antes de reivindicar la labor de abogadas y abogados de derechos humanos y pedirle al Tribunal “que avance en este juicio y logre llegar a una condena para que los culpables paguen su condena en la cárcel efectiva y a pesar de esto nada nos va a devolver al Bebe”, concluyó.

    Por Gabriela Calotti

    Las audiencias pueden seguirse por los canales de La Retaguardia y La CPM.

    Más información en el Blog de Apoyo a Juicios UNLP