Juicio Brigadas Banfield Quilmes Lanús. Reseña Audiencia 107

     

    Trabajadores que sobrevivieron a su secuestro en Quilmes y Lanús

     

    Dos obreros metalúrgicos sobrevivientes del Pozo de Quilmes declararon esta semana como parte de los nuevos casos en el Juicio Brigadas. También declaró un trabajador de un laboratorio y prestaron testimonio la hija de Pedro Ortiz, alias “Patitú”, quien permanece desaparecido y la esposa de Horacio Rapaport, cuyo asesinato en 1977 fue presentado por los represores como un “suicidio”.

    “Nuestra Argentina vivió una etapa que nadie debe olvidar ni borrar (…) Señor juez,  yo cuento con una hermosa familia, con hijas profesionales, con siete nietos (…) pero a 30 mil hermanos más sus familiares se les quitó esa oportunidad de disfrutarlo. ¡Pido justicia!”, exclamó al concluir su declaración, sin ocultar su emoción, Julio Daniel Chachagua, secuestrado en 1977.

    En el marco de la audiencia número 107 del juicio por los delitos de lesa humanidad perpetrados en las Brigadas de Investigaciones de la Policía Bonaerense de Banfield, Quilmes y Lanús, con asiento en Avellaneda, Chachagua relató cómo ocurrió su secuestro y su cautiverio en el centro clandestino llamado Pozo de Quilmes.

    “Fui privado de mi libertad. A mí me secuestran el 15 de junio de 1977 a las 23.45 aproximadamente. A esa hora yo ya estaba durmiendo. Me levantaba todos los dias a las 3 y 15 de la mañana porque tenía que cruzar toda la capital” para ir a su trabajo en Villa Crespo, contó de forma virtual al Tribunal Oral Federal Nº1 de La Plata presidido por el juez Ricardo Basílico.

    Diez personas armadas destrozaron la puerta delantera y trasera de su casa en el partido Almirante Brown, a dos cuadras de Lomas de Zamora. “Alrededor de la cama se ponen cinco personas con armas largas, algunas con barbas postizas. Entran otras cinco personas al dormitorio de mi padre, buscando armas, revoltijean todo, dañan parte de los muebles”, explicó antes de indicar que estaban todos de civil y que aprovecharon el allanamiento para “llevarse alhajas de mis padres y dinero ahorrado”.

    Vendado y esposado lo sacaron de la casa y con el modus operandi habitual “me tiran en el piso” de un vehículo, contó el hombre que por entonces estaba por cumplir 23 años. Conocedor de la zona se dio cuenta de que lo habían llevado a la regional de Quilmes. “Pasando los años corroboré que era ese lugar”, confirmó luego refiriéndose al llamado Pozo de Quilmes.

    Hacía un año que Julio había dejado de trabajar en una metalúrgica donde había participado en la conformación de la agrupación de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP). “Antes del golpe militar, la mayoría ya habíamos renunciado. Sabíamos de delegados de la fábrica que habían desaparecido. Un delegado aparecio muerto en un basural. Y nos dejamos de ver”, explicó.

    Contó entonces que estando en el Pozo de Quilmes pudo hablar con Norberto Domínguez, apodado “Granuja” o “Tito”, quien permanece desaparecido; que allí vio con ropa de trabajo a otro muchacho de la JTP  al que conocía de “fogones y de reuniones” que era Alberto Ortiz, alias “Patitú”, obrero metalúrgico que sigue desaparecido.

    También reonoció a otro muchacho al que le decían “Carlitos el ferroviario” y a otro que tenía bigotitos y que trabajaba en el Correo de Quilmes pero cuyo nombre no recordó. “En la celda de enfrente reconozco a otro compañero que lo conocí por ‘Largo’. Era alto, casi dos metros de altura, de bigotes y voz gruesa, y a otro rubio de 1,70 metros, que tenía el pelo lacio”. Chachagua contó de los golpes que recibió: “me hacían rebotar contra la pared”.

    La madrugada del 19 lo subieron en el baúl de un coche vendado y con las manos atrás. Según su relato lo dejaron tirado a dos cuadras de la avenida Calchaquí, cerca del Cruce de Florencio Varela.

    Su secuestro fue como “una bomba que cayó dentro de casa”. “Mis padres se volvieron a Tucumán. Con los años yo me fui a Santa Fé hasta que se fue aliviando todo esto”, sin embargo, al día de hoy sigue tomando pastillas para dormir.

    Confió en que su declaración ante el Tribunal pueda “conseguir un poco más de alivio”.

    17 de octubre de 1976

    Rodolfo Horacio Monzón no llegaba a los 30 años. Vivía con su mujer y su hijito en una casilla cerca de la iglesia del Perpetuo Socorro, por la avenida Calchaquí entre Quilmes y Ezpeleta. También era trabajador metalúrgico y militaba en la JTP.

    “El 17 de octubre del 76 por el Día de la Lealtad (peronista) hicimos una volanteada en muchas fábricas de la zona de Quilmes y Varela”, empezó explicando al Tribunal. Apenas tres días después, la madrugada del 20 de octubre, una patota entró a su casa.

    “Siento gritos, pateaban la puerta (…) Entregate bigote, caiste bigote’ que era mi sobrenombre (…) Rompieron la puerta (…) yo me había alcanzado a colocar el pantalón y los mocasines. Tenía una remera. Nuestra casilla no tenía ni piso”, precisó, antes de indicar que hacía poco que vivían allí, que intentó escaparse por la puerta del baño que daba al patio pero su mujer lo paró “diciéndome que no saliera porque me iban a matar. Después supe que habían rodeado toda la casilla”.

    Golpearon a su mujer y le apuntaron con el arma a su hijo mientras le exigían que “cantara” y cuando vieron un ejemplar de la revista “Evita Montonera” sobre la mesita de luz, uno de los tipos que comandaba el operativo dijo “acá tengo la prueba, lo tenemos”.

    Del piso lo levantaron a los golpes y lo metieron con un pullover en la cabeza adentro de un coche. A los “minutos que sentó que frena el coche y siento que se abre un portón”. Las sesiones de tortura no tardaron en llegar.

    “Les dije que yo no pertenecía a la organización, que yo militaba en la JTP”, recordó. De vuelta en el calabozo lo reconoció Guillermo Alamprese, alias “Willy” que era compañero de militancia. “Me reconoció y me dio ánimo y me dijo que a mí me iban a largar”.

    “Nuestro grupo era Camporita que trabajaba en la fabrica Johnson; Fierrito que trabajaba en la fábrica Tena, el Huguito en Metalfina, el Colorado de Solano que no sé donde trabajaba y yo que trabajaba (…) ya me habían echado de los talleres  y trabajaba en una curtiembre en Avellaneda, pero militaba con el grupo de los metalúrgicos. Willy trabajaba en Faraday en Quilmes”, precisó.

    También escucho que había “muchos compañeros que eran estudiantes de La Plata”.

    Al cabo de 6 o 7 días lo subieron a un auto y lo dejaron cerca de avenida Calchaquí, en un descampado donde actualmente está el Hospital del Cruce. “No podía ni caminar porque tenía los testículos muy inflamados por la picana”. Llegando a la esquina de una cervecería que tenía un surtidor de nafta en la vereda vio cómo se alejaban dos torinos blancos.

    “Llegue caminando a la casilla que estaba destrozada y no había nadie” y entonces, como pudo, fue caminando otras diez cuadras hasta la casa de su suegra. “Me recibió mi suegra llorando, no creía que estaba vivo”.

    Del ‘Colorado del Solano’ supe el nombre años después. Se llamaba César y está desaparecido. “Willy también está desaparecido”, sostuvo.

    Del laboratorio Sherin Plough al CCD Sheraton

    Alfredo Ramos tenía 27 años y trabajaba en el laboratorio farmacéutico Shering que ahora es Shering Plough en Lomas del Mirador. El 6 de diciembre de 1976 lo secuestraron a la salida, cuando un compañero lo iba a llevar hasta el centro.

    “Ya en la calle, se acercaron como seis o siete personas armadas, me bajaron del coche, me subieron a otro y ya me taparon los ojos y me llevaron a un lugar que le dicen Sheraton, cerca de ahí, cerca de la General Paz”, explicó al Tribunal.

    “Cuando me suben al coche me preguntan ‘donde tenia la pastilla’. Les dije que estaban confundidos. Les dije que yo no pertenecía a ninguna organización”, precisó. Pero no se conformaron.  “Me sacaron el portafolios y había una receta del hospital israelita y me preguntaron qué tenía que ver con los judíos. Les dije que había ido a una consulta porque me habían recomendado a un médico de ese hospital”, contó.

    En el Sheraton lo tuvieron secuestrado dos días. De allí lo llevaron al predio de la Base Aérea Militar de Merlo conocida como (GIVA) y de allí a la Brigada de Investigaciones de la Bonaerense de Lanús conocida como “El Infierno”, donde estuvo una semana.

    Ramos no recordó nombres pero mencionó haber estado con un “sindicalista de San Justo que sería cinco años más grande que yo”. Allí vio a un “compañero de la universidad, peruano, de apellido Becerra”, que está desaparecido y que en aquel entonces habían presentado como muerto en un enfrentamiento en San Justo.

    Del Infierno, Ramos fue trasladado a la Comisaría 1ra de Ramos Mejía. Allí estuvo con dos personas mayores que tenían una imprenta en esa localidad. Ramos terminó en la Unidad 9 de La Plata. Tiempo después se exilió en México.

    A su papá le decían “Patitú”, sigue desaparecido

    Carolina Ortiz fue la encargada de hablar de su papá, Pedro Alberto Ortiz, secuestrado a los 29 años de edad en su casa de Avellaneda. “Patitú” como le decían, trababa en la Fábrica Argentina de Engranajes (FAE) que era una fábrica militar y estaba en Wilde.

    Tenía actividad sindical, militaba en la JP y estudiaba en Banfield. Y como si fuera poco, era presidente de una sociedad de fomento que funcionaba en su barrio.

    Según su hija el secuestro fue en marzo. Según otros registros fue en junio de 1977.

    “Es imposible que se haya suicidado”

    Esa aseveración pertenece a Alicia Quirós, por entonces esposa de Horacio Rapaport, arquitecto y ayudante de cátedra en la UBA, que pertenecía a una familia pudiente antes de empezar a relatar la historia de ese hombre con el que tuvo una hija, Soledad.

    “El 5 de agosto del 75 me tocan el timbre en mi casa y era un compañero de mi cuñado que venía a decirme que a Horacio lo habían secuestrado. Obviamente tuve que dejar mi casa”, contó e indicó que días después les avisaron que estaba en la Brigada de Investigaciones de la Policía Bonaerense de Quilmes.

    Después supo que Horacio, que tenia 26 años, había sido detenido junto a Francisco Virgilio Gutiérrez conocido como “El Barba” en Avenida Calchaqui y 12 de octubre.

    Nunca lo pudo ver en la Brigada sino que recién lo vio en la Unidad 9, donde él le contó que en Quilmes lo habían “torturado muchísimo”.

    “Supuestamente se suicidó en la U9….yo pienso que es imposible que se haya suicidado”, aseguró porque era quien alentaba a los otros presos políticos a hacer deporte y porque tenía muchas pasiones como el cine. Contó justamente que cuando lo conoció, en 1971, el había regresado de estar unos 40 días filmando en Salta, Jujuy y Tucumán, con el Grupo de Cine Liberación.

    “Habían filmado en San Martin del Tabacal y Ledesma, sobre la explotación de los obreros, de la proveduria, que les pagaban con bonos, todo con declaraciones de los trabajadores. Nunca veían plata. Veían bonos”, recordó, antes de precisar que después de militar en dos organizaciones en Arquitectura y en Derecho, se sumó a las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas) y luego a la organización Montoneros.

    En febrero de 1977 la familia de su marido recibió un telegrama que le hizo llegar a ella para que se acercara al Departamento de Policía de la provincia de Buenos Aires en La Plata. “Le vamos a entregar el cuerpo, pero antes va a tener que cumplir determinados requisitos” como no hacer velatorio ni publicar ningún obituario, según le ordenó el jefe de Seguridad que “era el general Sasiaín”, sostuvo.

    “Mi deambular por La Plata fueron 12 días”, contó, hasta que le permitieron reconocer el cadáver en una supuesta “morgue” que en realidad describió como “un rejunte de cadáveres” donde reinaba un “olor nauseabundo”.

    Allí le dieron una “partida de defunción” con tres copias, sin datos precisos y firmadas por un médico de apellido Cabazuti. Alicia era instrumentista y al ver el cuerpo confirmó su presunción, que su marido no se había suicidado.

    “Horacio vive en mí, en su hija soledad y en todos los compañeros que lo conocieron por su valentía y su coraje. Libres o muertos, jamás esclavos!”, concluyó Quirós.

    Por Gabriela Calotti

    Las audiencias pueden seguirse por los canales de La Retaguardia y La CPM.

    Más información en el Blog de Apoyo a Juicios UNLP

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