Audiencia del 8 de marzo de 2022

     

    En la primera audiencia presencial desde que comenzó el juicio oral y público por los delitos de lesa humanidad perpetrados en las Brigadas de la Policía Bonaerense de Banfield, Quilmes y Lanús, Gustavo Calotti y José María Novielo, dos sobrevivientes del genocidio, expusieron ante el Tribunal Oral Federal Nº1 de La Plata 

    Ambos militaban en la Juventud Guevarista, brazo estudiantil del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), expresión política del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).

    Gustavo Calotti estudiaba en el Colegio Nacional. Tenía 17 años cuando lo secuestraron en septiembre de 1976. “A mí me detienen el 8 de septiembre del 76. Yo era correo en la Jefatura Central de Policía, en Tesorería. Me cita a su oficina el director de tesorería, el comisario Ordinas. En la oficina se encontraba otro señor que yo no conocía, que resultó ser el comisario inspector Luis Vides. Me detienen, amenazándome, me llevan a la guardia de Jefatura y de ahí a la Direccion de Investigaciones, el director era el comisario (Miguel Osvaldo) Etchecolatz”, empezó diciendo Calotti, testigo y querellante en esta causa, interrogado por la abogada Guadalupe Godoy.

    De la Jefatura en calle 2 entre 51 y 53 de La Plata, lo trasladaron al Destacamento de Arana, en las afueras de La Plata, un centro clandestino que describió como “dedicado exclusivamente a la tortura” de los detenidos. “En Arana empiezan a torturarme. Son sesiones de tortura muy larga. Querían obtener a todo precio información”.

    Explicó que en Arana estuvo aproximadamente 10 días, hasta el 23 de septiembre, antes de indicar que allí compartió cautiverio con “todos los chicos de la llamada Noche de los Lápices: Emilce Moler, Daniel Racero, Francisco López Muntaner, Claudia Falcone, María Claudia Ciocchini, Horacio Ungaro, Claudio de Acha, Victor Treviño”. Allí también estuvo con Pablo Díaz, otro de los cuatro sobrevivientes del secuestro masivo de militantes secundarios y con José Giampa y su esposa, ambos militantes del Partido Socialista de los Trabajadores (PST).

    En Arana compartió secuestro con Atilio Portillo Servín, y con su tío, Santiago Servín, un paraguayo que dirigía el periódico La Voz de Solano, en referencia a la localidad de San Francisco Solano. Con posterioridad en la audiencia también mencionó la presencia en ese centro de José Stevao, sobreviviente que en su momento trabajaba también en La Voz de Solano.

    El 23 de septiembre trasladaron a un grupo numeroso a lo que más tarde sabría que era la Brigada de la Bonaerense en Quilmes. “El traslado fue importante. Calculo que fueron dos camiones celulares de la policía de aquel tiempo cargados. Fue a la nochecita, al atardecer. Calculo que también había muchos patrulleros porque tenían las sirenas puestas”. Después de dejar en un primer lugar a una cierta cantidad de detenidos, él siguió con otros, entre éstos Emilce Moler, Patricia Miranda, Santiago Servín y su sobrino -que liberaron en el camino-, Giampa y su esposa, Víctor Treviño y yo.

    En su minuciosa declaración, aseguró que dentro del funcionamiento del aparato represivo “Quilmes era como un depósito. “Traían mucha gente, los hombres estábamos en un segundo piso y las mujeres en el primero”. Tras indicar que había seis celdas, dijo que “se llenaban” a razón de cuatro personas por celda. “A la semana se llevaban a la mitad y quedábamos. Y yo seguí quedando”. En ese lugar estuvo tres meses.

    A lo largo de su declaración, Gustavo Calotti trató de mencionar inclusive con algunos detalles o características a la mayor cantidad de detenidos posibles de los que tuvo conocimiento en ese centro cladestino. Allí compartió celda con Santiago Servín, también vio a dos al principio a “muchachos grandes, corpulentos, creo que eran de la organización Montoneros”. Luego no los volvió a ver. También vio a Juan Carlos Fund.

    El 24 de septiembre lo llevaron de vuelta al Pozo de Arana a él solo. “No hay preguntas de por medio. Me vuelven a decir que me desvista. Me vuelven a atar a un catre y comienzan a torturarme con electricidad”, aseguró. Luego de esa situación explicó que lo vistieron y señaló “me sientan en una silla y esto parece como en las películas policiales. Un hombre, sistemáticamente, pausadamente, me dio tantos golpes en la cara que yo creo que la debería tener deformada”. En esa oportunidad, por lo que pudo reconstruir después, habrían reunido a personas que consideraban que estaban conectadas entre sí -aunque el solo conocía a Bussetto- como Walter Docters, Marlene Kleger Krug, los hermanos Badel y sus esposas- por ser parte del aparato de inteligencia del PRT-ERP.

    Tirado en una celda grande donde ya había estado escuchó que “fuera de la celda había una mujer que gemía. Todos los guardias que estaban cerca le decían ‘la paraguaya’ y decían ‘no, esta ya está, hay que tirársela a los perros’”, contó. “Muchos años después supe que la paraguaya era Marlene Kleger Krug. Sé que la torturaron mucho. Sé que sobrevivió y que varios meses más tarde la mataron, porque está aun desaparecida”, sostuvo Calotti.

    Al día siguiente lo llevaron de regreso solo a la Brigada de Quilmes. Rengueaba porque tenía infectada la planta del pie derecho de la picana. Como allí podían sacarse las vendas y las cuerdas descubrió que “entre el pecho y las rodillas, inclusive los genitales, estaba cubierto con una placa dura, que eran todas las quemaduras de la picana. Era como una coraza”, relató al presidente del Tribunal, Ricardo Basílico, único juez presente en la audiencia número 57 de este juicio.

    Las primeras personas a las que pudo identificar allí secuestradas fueron: Néstor Busso, quien pertenecía a un grupo católico; Miguel Galván, “el zapatero” y su esposa que estaba embarazada; a un peruano que en declaraciones anteriores mencionaba como Icama, pero que con la “ayuda de la gente que trabaja actualmente en el Pozo de Quilmes pude identificar como Anicama Benavidez”; a Osvaldo Busetto, que estaba herido en una pierna; a Víctor Treviño y también a Santiago Servín.

    Al referir otro procedimiento perverso de los represores Calotti contó que un día vinieron a buscar a Santiago Servín. “Lo lavan, lo afeitan y lo trasladan. Uno dice lo van a liberar (…) Santiago Servín sigue desaparecido”, sostuvo, antes de recordar con mucha emoción a ese hombre por entonces grande para un pibe de 17 años. El mismo proceder llevaron a cabo con Víctor Treviño, a quien conocía desde la escuela primaria. Víctor también militaba en la Juventud Guevarista. Víctor Treviño, a quien le decían “Lulo”, sigue desaparecido, sostuvo.

    “No sé si lo hacían así para hacerlos aparecer luego muertos como si hubiese sido un enfrentamiento”, agregó antes de mencionar a otros secuestrados que vio allí y que permanecen desaparecidos. Recordó a un señor de Quilmes de apellido Ringa (ndlr: Francisco) que sigue desaparecido; Juan José Giampa tuvo el mismo destino.

    “En Quilmes me cruzo al “gallego”, estuvimos en la misma celda. El me dijo que era delegado sindical en Rigolleau. El era español. Muchos años más tarde pude reconstruir que era Manuel Coley Robles. Era militante del PRT. El también está desaparecido”, afirmó.

    “En otra oportunidad traen a cuatro muchachos. No eran jocosos pero no se tomaban todo tan dramáticamente. Ellos decían que los detuvieron con muchas armas. Habrán estado una semana y también los trasladaron”, dijo. Ante consultas posteriores de los abogados querellantes y de la Fiscalía precisó que esos muchachos no tendrían más de 25 años y eran de Lomas de Zamora. También recordó a uno que le decían “El Colorado”, que estaba en una celda enfrente y del que sólo pudo ver su cara.

    Aunque a las mujeres no las vio en ningún momento, sí supo que entre éstas había una joven de 15 años llamada Rosa que al parecer estaba embarazada. Sobre ella, le habló Galván, que era del mismo barrio en Lomas de Zamora y se conocían con anterioridad al secuestro. De acuerdo al relato de Calotti, puede reconstruirse que se trataría de Rosa Figueroa, que al igual que Miguel Galván, militaba en la JTP del Barrio Las Heras, de Lomas de Zamora, aunque no hay información sobre un posible embarazo. De acuerdo al relato, seguían allí cuando Gustavo fue trasladado a su siguiente destino.

    Entre las mujeres que supo que estaban allí mencionó a Emile Moler, Patricia Miranda, Ana Diego, Nora Ungaro, Angela López Martín y Marta Enriquez que estaba embarazada, dijo.

    Durante su testimonio, Calotti también habló de las condiciones “infrahumanas” de detención. “Teníamos tal debilitamiento… Lo único que comíamos era polenta. Restos de los restos” (…) yo no me podía levantar sin desmayarme”, aseguró.

    “En tres meses y medio de secuestro me pude lavar dos veces (… ) Un guardia para desinfectarnos nos echaba acaroína”, relató ante el Tribunal. “Cuando un día llamé a un guardia porque tenía piojos, me desvistieron y me pusieron DDT. Quedé todo blanco”, aseguró.

    En algún momento hubo “una visita de gente graduada. No sé si eran militares o policías”, explicó. “Esas visitas se produjeron en dos o tres oportunidades”, precisó. Interrogado luego por abogados querellantes indicó que recuerda que no eran más de tres personas.

    El 16 de diciembre a Calotti lo visitó su madre en Quilmes, “fue una gran emoción, por supuesto. Más tarde me contó cómo pudo encontrarme”. La madre fue a ver al Etchecolatz y le aseguró, aunque en realidad no tenía certezas, que sabía que su hijo estaba ilegalmente detenido en una dependencia del Gran Buenos Aires. Cuando Etchecolatz confirmó estas sospechas, pudo averiguar que se trataba concretamente de Quilmes. Viajaron a esa ciudad y se entrevistaron con el comisario Sabich que les dijo que no podía autorizar la visita si no tenían un memorándum. Tuvo que tramitarlo en La Plata con el Director General de Seguridad, el comisario Gené, que le hizo una nota autorizando visitas semanales. Pero cuando el 23 de diciembre su madre quiso visitarlo nuevamente, le dijeron que Gustavo nunca había estado en ese lugar, un detenido les avisó que lo habían trasladado a Valentín Alsina. El hecho de que su madre lo haya encontrado e incluso visitado es clave para poder darle un marco temporal certero su estancia en Quilmes, algo que suele ser aproximado con otros casos.

    La madre de Gustavo testimonió, entre otras causas, en el juicio contra Etchecolatz en el año 2006.

    El 21 de diciembre junto con Emilce Moler, Patricia Miranda y Marta Enriquez -quien se encontraba con un embarazo avanzado- lo trasladan a la Comisaría 3ª de Valentín Alsina. También estuvo allí Walter Docters. Antes de ese traslado, al Pozo de Quilmes habían llegado Pablo Díaz y José María Novielo que venían de Banfield.

    El 29 de septiembre lo habían llevado al piso inferior del centro clandestino y lo obligaron a firmar una carta de renuncia a la Policía, con fecha anterior a su secuestro. Gustavo recordó que a su madre, su esposo y su hermana les declararon prescindibles y les obligaron a renunciar bajo amenazas.

    El 28 de diciembre de 1976 fue puesto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN) y un mes más tarde fue trasladado a la Unidad 9 de La Plata, de donde salió en libertad el 25 de julio de 1979.

    Calotti entregó al Tribunal durante la audiencia la copia de esa carta, que pudo ver gracias a que accedió a su legajo policial, su legajo como detenido a disposición del PEN en la u9 -donde consta que provenía de la Brigada de Quilmes- y una copia del permiso que en jefatura de Policía le hicieron a su mamá para que lo visite.

    Poco después su familia supo que la policía había estado interrogando a los porteros del edificio donde vivía. Entonces “mi mamá, un tío que vive en Ensenada, Carlos, y un amigo, me llevaron en coche hasta Puerto Iguazú. Yo no tenía pasaporte. Del lado brasileño fui a Sao Paulo, donde me recibió las Naciones Unidas”, recordó. El primer país que le dio un salvoconducto fue Francia. “Así que estuve allí exiliado muchos años”.

    Gustavo recordó también que al regresar intentó revalidar su título universitario y la Dirección de Asuntos legales de la Universidad Nacional de La Plata consideró que debía rendir la totalidad del quinto año del secundario (del que solamente le restaban dos meses al momento de su secuestro). Así tuvo que hacerlo, cuando ya tenía 36 años. No volvió a intentar revalidar el título universitario. Emocionado, refirió que en el año 2011 el Director del Colegio finalmente le entregó su diploma.

    El testigo agradeció a Basílico, a las y los abogados y a la Fiscalía el esfuerzo hecho para que su declaración se pueda realizar de forma presencial y explicó ” estoy esperando este juicio hace mucho tiempo, muchas victimarios y víctimas han muerto, como Cristina Gioglio y Nilda Eloy, y yo no quise dar testimonio virtual, tenía la impresión de que no correspondía porque algo iba a quedar inconcluso”.

    De Ushuaia a Canadá

    José María Novielo tenía 17 años cuando se convirtió en uno de los primeros fueguinos que recibía una beca para estudiar una carrera universitaria. Eligió venir a La Plata para estudiar Agronomía y Antropología en la UNLP. Cuando se cortó la beca por los cambios políticos de aquellos convulsionados años 70, empezó a trabajar en “Libraco” una conocida librería platense propiedad de Emilio Pernas.

    En esa ciudad de acogida también comenzó su militancia política en la Juventud Guevarista. “Mi tarea era pintar una pared o leer un libro a otra gente”, explicó al iniciar su declaración, con voz pausada y suave. “Porque era experto en libros”, contó.

    “El 9 de octubre de 1976 llega una patota a la librería, algunos con pasamontañas, otros a cara descubierta y toman la librería. Cortan la calle 6 y ahí dijeron ‘no queremos a los clientes, solamente nos llevamos a la gente que trabaja en la librería’”, recordó. Se encontraban trabajando él y Raúl Dalto, otro estudiante y psicólogo, y los secuestraron a los dos.

    “Al principio no entendí mucho, pensé que era solamente un robo, un secuestro, o que le querían pedir algo al dueño de la librería que se llamaba Emilio Pernas… Ahí empieza el horror. A partir de ese momento me ponen una capucha. Años después me entero de que había estado en el Destacamento de Arana. No voy a relatar lo que pasó en Arana porque ya está en otros testimonios. El horror y la tortura siguen conmigo”, sostuvo no sin aclarar que esa misma noche a su compañero de trabajo lo dejaron en libertad.

    De Arana recordó a Horacio Matoso pero sobre todo a Marlene “la paraguaya”.

    “A ella la veo porque me sacan la capucha para que me reconociera y ella negó conocerme. A ella la siguieron torturando y a mí me preguntaban si yo la conocía”, Tuvo oportunidad de hablar con Marlene quien le contó que había caído viviendo en la casa de Inés, que también estaba en Arana.

    Se refirió así a Inés Pedemonte, también caso del juicio.

    Recordó que “fue una cosa bastante difícil sobrevivir todos esos horrores, las torturas (…) sin embargo todavía no puedo dejar de recordar lo que significó Marlene en esos momentos. Escuchaba sus gritos en la tortura”, contó en un momento cargado de emotividad.

    A los 20 días, también en un Torino, y junto con otro compañero cuyo nombre nunca pudo recordar, los trasladan a la Brigada de la Policía Bonaerense en Banfield. En un momento el auto en el que eran trasladados se rompió y el compañero le tocó la mano y le dijo “bueno acá nos vamos” pensando que los iban a fusilar. Sin embargo, los subieron a otro auto hasta llegar al nuevo destino.

    “Me pusieron en una celda con Pablo Díaz y yo estuve con él  todo el tiempo. Al lado en otra celda estaban Alicia Carminatti y su padre Victor Carminatti. Podía verlos cuando iba al baño”.

    “A mi derecha estaba Poce, el marido de Graciela Pernas. Lo más importante para mí es recordar a Graciela Pernas que era la hija del dueño de la librería Libraco donde yo trabajaba”, comentó Novielo antes de asegurar que a esta joven menuda de cabello rubio la cruzó en el baño donde ella le preguntó por su papá. En ese encuentro ella le contó que fueron secuestrados en un combate en Buenos Aires, cuando al tratar de escapar hirieron al marido en una pierna y ella decidió quedarse con él. “Era como mi hermana y era la última vez que la veo”, reiteró José María Novielo sin poder evitar que la voz se le quebrara. La esperanza era que los enviaran a una cárcel. Graciela Pernas y su marido Julio Poce, militantes de la OCPO (Organización Comunista Poder Obrero) permanecen desaparecidos.

    Estando en Banfield, un día llegaron administrativos para tomarle fotos para su pase a disposición del PEN. El hombre que le estaba haciendo los papeles le preguntó si era pariente de un tal “Pichín”, sobrenombre de su tío que era parte del Servicio de Inteligencia Naval. “Siempre me pregunté si ahí en Banfield no habría servicios navales dando vueltas”, conjeturó Novielo.

    En Banfield “por cualquier cosa te pegaban. Las necesidades las teníamos que hacer en el mismo lugar. Después venía la otra guardia que nos decía sucios. Si ganaba Boca te daban algo de comer”, dijo al explicar hasta qué punto los detenidos dependían del humor de los guardias.

    “La idea era que te tenían que mantener vivo, pero lo suficientemente débil (…) El grado de sadismo dependía de los que llegaban ahí”, precisó antes de referirse a la llamada “guardia dura” que él vivía como “un pequeño infierno”.

    En diciembre, junto con Pablo Díaz lo trasladaron a la Brigada de Quilmes, donde se encontró con Calotti y con Walter Docters. También mencionó al “Colorado” de quien recordó que “era de contextura física atlética, de color de pelo colorado y entraba y salía de la celda y hacía muchas preguntas”.

    Novielo también se acordó de otro gesto perverso de los guardias de ese centro clandestino: traerles acaroina para que los secuestrados celebraran la Navidad. “En Quilmes, los guardias eran más sádicos”, sostuvo.

    Semanas después lo trasladaron a la Comisaría 3ª de Valentín Alsina donde volvió a ver a Calotti, Docters, Matoso y supo que estaba Schaposnik. Al día siguiente lo trasladaron a la Unidad 9. Recuperó la libertad en 1981.

    Y aunque su intención era quedarse en el país trabajando en la librería, pero no tardaron en llegar las amenazas. Fue Emilio Pernas quien le insistió para que se fuera. Por medio de la embajada de Canadá obtuvo el estatuto de refugiado en ese país “donde vivo hace 40 años”.

    Ya en este tramo, Novielo no pudo contener la emoción. Con la voz apagada transmitió lo que significa el exilio: “para mi es muy difícil venir acá, hace cuarenta años que vivo en un país que me aceptó y me dio tranquilidad para poder seguir viviendo, pero mi país es éste. Esta es mi cultura. Pero es muy difícil vivir acá. Recuerdo a la gente, a mis compañeros, y solamente pido justicia para ellos porque yo nunca la tuve. El exilio es díficil, es difícil, es dífícil.”.

    Al concluir la audiencia y pese a que en la sala había un puñado de personas, se escucharon nuevamente los esperados aplausos de cierre por parte del público.

    La próxima audiencia volverá a la modalidad virtual.

    Nota original: Gabriela Calotti

    Aportes: Programa de Apoyo a Juicios UNLP