Reseña Audiencia 18 – 16 de marzo de 2021

    En la décimo octava audiencia del debate oral con modalidad virtual del Juicio Brigadas Banfield, Quilmes y Lanús, prestaron declaración testimonial les ex detenides-desaparecides Alejandro Reinhold y María Esther Alonso y les familiares Eduardo Nachman y Alejandrina Barry. 

    Luego de algunos inconvenientes técnicos y cambios en el orden de las declaraciones, la audiencia comenzó con el testimonio de Eduardo Nachman, hijo de Gregorio Nachman, de quien refirió era teatrista, actor, director de teatro, productor de arte y militante de la cultura. Explicó que su padre sufrió múltiples persecuciones, de hecho, señaló que existe una carpeta de la DIPPBA con mucha información sobre él.

    Gregorio fue secuestrado y desaparecido el 19 de junio de 1976 en Mar del Plata, a sus 46 años. Ese mismo día en la ciudad secuestraron a mucha gente: la vecina del actor Antonio Luis Conti, alertó de su secuestro ese día temprano en la tarde. Alrededor de las 15 horas irrumpió una patota en el departamento familiar en calle Larrea n° 3183, pero allí se encontraban solamente hermanos y primos de Eduardo, todos menores de edad. Gregorio se encontraba en una oficina que tenía en calles Colón y San Juan; fue de ahí de donde se lo llevaron. Según explicó Eduardo, no fue un secuestro particularmente agresivo, simplemente preguntaron por él, le solicitaron que los acompañe y desde ese día no supieron más de él. 

     

    Un vecino reconoció que en el momento del secuestro había alguien de la Brigada de Investigaciones y a partir de esa pista empezaron a averiguar. De la Brigada los enviaron a distintas dependencias policiales. Eduardo resaltó la particularidad de la experiencia que tuvo con su madre en la Comisaría 4ta, por entonces ya célebre por ser un centro de tortura: “ah ¿buscan a Gregorio Nachman? ¿el artista? ¿puto? ¿que además es judío? ¿y zurdo? ¿para qué buscan?”. Nunca obtuvieron respuestas, pero sí tuvieron el teléfono intervenido, gente que los vigilaba en su edificio, recibían avisos o amenazas de que mantengan silencio sobre lo sucedido para lograr que pongan a Gregorio a disposición del PEN. 

    Indicó que aunque siguieron con las averiguaciones respecto a su padre, nunca supieron nada, excepto que lo habrían llevado en un avión a Buenos Aires. Sin embargo, en el año 2003 le avisaron que, en el marco del Juicio por la Verdad de La Plata, una persona de nombre Raúl Codesal afirmó haber visto a su padre en un lugar que no supo si era la División Cuatrerismo de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, “Casa de Muñecas” o “Pozo del Diablo”, según dijo él, y que allí estuvo junto a Gladys Noemí García y una persona de nombre Nora, que el testigo supuso era la esposa de un amigo de su padre, Daniel Angel Román. todos habrían sido secuestrados el mismo día y en el mismo operativo, junto a un director de teatro de Mar del Plata, que tenía signos de demencia fruto de las torturas recibidas. 

    Nachman explicó que su padre no tenía militancia partidaria pero sí tenía varias relaciones con militantes políticos, como con el ya mencionado Antonio Luis Conti, que era militante del PRT-ERP y desapareció el mismo día que Gregorio, y Ángel Daniel Román, otro actor y militante -que además se desempeñaba como electricista en el frigorífico San Telmo- que fue secuestrado junto a su hermana Nora, también militante del ERP. Los restos de algunas de estas personas desaparecidas fueron encontrados muchos años después por el EAAF en el Cementerio de Avellaneda.

    La abogada querellante de Justicia YA, Pía Garralda, le preguntó a Eduardo cómo fue su vida después del secuestro de su padre. “En principio mucha desesperación (…), la amenaza permanente de que hagamos silencio nos impedía vivir” expresó. Su madre estuvo deprimida durante bastante tiempo, viviendo con los hermanos menores hasta que se mudó a Buenos Aires apoyada por sus padres, pero nunca se recuperó del todo. Tanto él como uno de sus hermanos más grandes se fueron de la ciudad y se escondieron: “empecé mi exilio interno, hacía teatro, no usaba mi apellido”. Más adelante se encontró con Familiares, se dió cuenta que eran muchos quienes estaban pasando por lo mismo. De los cuatro hermanos, Eduardo es el mayor y la única hermana mujer falleció hace unos años; los tres varones sufren problemas cardíacos. Luego del último juicio en el que participó su hermano, el médico les dijo “claro, cómo no van a ser cardiopáticos si tienen roto el corazón”. Eduardo afirmó emocionado “seguimos en la lucha”.

    Finalizó su testimonio con unas palabras que su padre, Gregorio, escribió a los 19 años: “(…) La ley es la defensa de la injusticia opulenta, lo justo no necesita defensa. La ley puede interpretarse de varias maneras, de acuerdo a la injusticia que se quiera justificar. Lo justo no tiene discusión”. Eduardo se despidió emocionado afirmando “Venceremos”.

    Luego de un cuarto intermedio, la jornada continuó con la declaración de Alejandro Reinhold, ex detenido desaparecido caso del juicio. Comenzó su relato explicando que fue secuestrado el mismo 24 de marzo de 1976 de su departamento en calle Mariano Moreno esquina San Martín, en pleno centro de Luján. En ese momento recién tenían noticias sobre el golpe pero ya conocía la mecánica de secuestro de las patotas parapoliciales; por eso cuando vió las calles cortadas, dos autos y varias personas de civil trató de esconderse en la terraza del edificio. Cuando lo encontraron el jefe del operativo se presentó pero Alejandro supo que era un nombre falso porque lo reconoció de la Comisaría de Luján. Más adelante, frente a las preguntas del Fiscal Nogueira, aclaró que se trataba del Oficial Tubus, que era muy joven y que su participación se limitó a detenerlos y llevarlos al punto de encuentro. Estaban todos de civil pero como Tubus estaba al mando siempre supusieron que eran policías.

     

    Reinhold relató cómo lo trasladaron hasta una parte muerta de la ruta, a la salida de Luján, donde le vendaron los ojos con una tela de trama gruesa que igualmente le permitía ver. En ese lugar reconoció a Oscar Pellejero y Héctor Pighin, quienes también habían sido secuestrados. Allí recibieron castigos físicos y fueron interrogados sobre sus actividades, aunque aclaró que sin sentido porque ya sabían todo de ellos. A preguntas de las partes, explicó que los tres eran trabajadores de la Universidad de Luján, pero que con el cambio en el Ministerio de Educación -la asunción de Ivanissevich- se generó un conflicto que terminó con varios despidos, entre ellos el suyo, de Pellejero y Pighin. Afirmó que esa Universidad era muy mal vista por las nuevas autoridades y que por eso siempre asociaron ese conflicto a sus secuestros.

    Luego los llevaron a lo que reconoció como una dependencia de la Policía de Buenos Aires, luego identificada como Puente 12 que era “Cuatrerismo-Brigada Güemes”. Describió este lugar como muy imponente, oscuro, con muchas escaleras y un largo pasillo con calabozos. También marcó que escucharon los tormentos a otros detenidos, entre ellos recordó a un chico muy joven. Al día siguiente, los llevaron a todos a un playón junto a otros detenidos, a los que fueron subiendo a distintos furgones de acuerdo a su procedencia. Los tres fueron subidos a un vehículo junto a un grupo de personas de San Andrés de Giles, entre los que recordó a un grupo que había sido interrogado sobre sus vínculos con el ex presidente Cámpora. Eran 8 o 9 personas; había dos mujeres, una de 25 y otra de 40. Los demás eran varones de su edad, alrededor de 30 años. También recordó un hombre mayor que había sido juez de paz y en ese momento tenía una funeraria en Giles, Marchione. De ese grupo también mencionó a la “Chola” Iribarne y a Trombetta, a quienes recuerda porque tuvo un contacto posterior a las detenciones.

    Desde allí fueron trasladados a lo que posteriormente pudo identificar como el Pozo de Banfield. Refirió que subieron unas escaleras hasta lo que identificó como un segundo piso, que describió como una galería con calabozos a la que se accedía cruzando unas rejas. Los pusieron a cada uno en una celda pequeña en la que no entraban acostados, donde pasaron en ese lugar entre 8 y 15 días. Durante los tres o cuatro primeros días, les llevaban una comida que definió como “típica de cuartel” porque le recordó la que comía durante su servicio militar. Durante esos primeros días también les llevaban pan y mate cocido, les abrían la celda y podían ir al baño y charlar. 

    Luego cambió la modalidad del tratamiento, el tipo de comida y el personal que la llevaba, que ya no eran soldados sino personal policial. Reinhold relacionó este hecho con el ingreso de un nuevo contingente de detenidos, a los que describió como muy jóvenes. Los acomodaron de a dos personas en las celdas para darles lugar. Por las cosas que escuchaban, porque ya no podían salir mucho y no les dejaron ver a este contingente, supieron que por las noches se los llevaban y los devolvían a la madrugada. También recordó que una de estas personas se identificó como del ERP,  pero que no parecían un grupo uniforme o de gente conocida porque entre ellos se preguntaban cosas que si hubiesen sido compañeros tendrían que haber sabido.

    Entre el personal policial que ingresaba a la galería, que refirió eran solo tres personas señaló la presencia de un médico que iba todos los días a ver al otro grupo de detenidos, pudiendo escuchar los diálogos que sostenía con ellos. En dos ocasiones los visito a ellos: “nos preguntó como estábamos, yo le pedí una pastilla para dormir y me la dió”. Al prestar testimonio ante la Secretaría de Derechos Humanos de la Provincia de Buenos Aires, pudo identificar mediante la exhibición de una fotografía a esa persona como Bergés. 

    Cabe señalar que a partir de lo referido por el testigo, el fiscal Nogueira le consultó respecto a su disposición para someterse a un reconocimiento fotográfico; medida de prueba que quedó en suspenso para ser evaluada por el tribunal durante el transcurso de la semana. 

    Al relatar su liberación contó que “pusieron unas mesitas con hojas en blanco que nos hicieron firmar. Nos sacaron a la galería y nos hicieron poner las capuchas. Luego nos llevaron al playón y nos dijeron ‘van a quedar en libertad, los van a dejar cerca de su domicilio, hagan caso a las instrucciones’.(…) Durante el traslado nos siguió un Peugeot 204 de color claro, nos dejaron en el Regimiento de Mercedes y ahí a los de Luján nos hicieron subir al Peugeot y el furgón tomo dirección a Giles. ‘Van a quedar en libertad, no cuenten nada de lo que pasó, van a ser vigilados por un tiempo (…) cuenten hasta 100 y se sacan la capucha’. De ahí fuimos a lo de Pighin que era el que vivía más cerca y volvió todo a ‘una normalidad’”.

    A partir de las preguntas del Fiscal Nogueira, Reinhold detalló que su esposa y la de Pellejero se enteraron por el cabo Silva que ellos estaban en Banfield, pero que cuando fueron a preguntar no les dieron ninguna información. También relató que aún durante la dictadura fueron a ver a Marchione a San Andrés de Giles, quien les contó que había vuelto a Banfield a preguntarle al director porqué había estado detenido, quien le habría dicho que no sabía por qué, que a él le habían solicitado que destine una parte de su dependencia para una operación que se iba a llevar a cabo y cuando se negó lo relevaron del cargo, dejándolo solo con funciones administrativas. El director también le preguntó a Marchione si había sido maltratado por gente a su cargo porque eso era algo que le preocupaba.

    María Esther Alonso, caso de este juicio. Su testimonio fue ofrecido por las querellas. A diferencia de los anteriores testigos, en esta oportunidad su relato estuvo guiado por preguntas que le fue realizando el representante de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, Pedro Griffo, para que ella pueda explayarse sobre su secuestro, las fechas, lugares de detención y demás circunstancias vinculadas a su detención ilegal.

    María Esther fue secuestrada en la noche del 13 de noviembre de 1974, a la edad de 18 años, cuando ingresaba junto a Víctor Manuel Taboada a una casa en la localidad de Bernal. Agentes policiales de civil los interceptaron en el pasillo e inicialmente ella pensó que eran ladrones. Previamente y en el mismo operativo secuestraron a la esposa de Víctor Taboada, Nelfa Rufina Suárez, que estaba embarazada; el hermano de Nelfa, Dalmiro Ismael Suárez, y Delfina Morales, quien también estaba embarazada de mellizas y casi a punto de parir. Sin embargo María Esther fue sacada de la casa de Bernal junto a Taboada en un Ford Falcon blanco y solo pudo ver a sus compañeros en los distintos centros clandestinos por los que pasaron.

    Fue llevada junto a Víctor Taboada a la Comisaría de Bernal, en la calle 25 de Mayo. La introdujeron en un lugar donde había mucha gente y le preguntaron de dónde lo conocía a Victor. Escuchó distintas amenazas a su vida y su integridad: “Yo soy el Coronel y vengo a reventar a cuatro subversivos que me molestan un fin de semana”. En un momento descubrió que en la Comisaría, donde pasaron 2 días y 2 noches, también estaban las otras personas de la casa de Bernal. 

    Luego los llevaron por una ruta a un lugar que luego pudo saber era el centro clandestino conocido como Protobanco, “Cuatrerismo-Brigada Güemes”. En este lugar estuvo atada de pies y manos y con los ojos vendados. Describió los distintos sonidos que escuchaba, ya que no podía ver. Entre ellos la voz de Dalmiro y de Víctor Taboada. Describió las terribles torturas y violaciones recibidas en ese lugar. 

    María Esther fue trasladada a la Brigada de Banfield. No recuerda cómo llegó porque su estado de salud era muy grave. Describió la celda donde permaneció detenida, indicó que los policías estaban de civil, sin uniforme, y que un médico se acercó a revisarla. En el baño del Pozo de Banfield vio a Nelfa y a Susana Mata, que también estaba embarazada, y a su esposo, Alejandro Barry. Refirió la presencia de Dalmiro Suárez allí y también de un preso común, de quien dijo era muy maltratado. 

    En un pasaje de su declaración, caracterizadas por la emotividad y la ternura a pesar de la crudeza de sus padecimientos, María Esther recordó que estando en Banfield recibió unas zapatillas con una tarjeta que decía “te queremos mucho” escrito con la que reconoció era la letra de su padre. Y señaló que eso “…fue como volver a la vida. Cuatro palabras, la letra de mi viejo”.

    En Banfield permaneció aproximadamente dos semanas, que ubicó temporalmente entre el 20 y el 30 de noviembre de 1974. Luego fueron trasladados a un juzgado de La Plata. Le asignaron un defensor oficial de apellido Grau, quien le aconsejó que dijera lo que más la beneficiara. Allí logró ver una carpeta en el juzgado que decía: “Victor Manuel Taboada, su muerte”. María Esther no supo hasta ese momento el nombre de Victor, pero se dio cuenta que se trataba de su compañero de militancia, y recordó dolorosamente: “Yo no podía creer que nos mataran de esa manera”. 

    Cuando terminó su declaración en el juzgado, fue trasladada junto con otras mujeres al Penal de Olmos, que describió como una especie de estancia o casa colonial. Las ubicaron en una esquina del edificio y las denominaban “Las Políticas”. Allí estuvo con Hilda Ibarra, Nelfa Rufina Suárez (embarazada), Delfina Morales con sus hijas mellizas, Silvia Negro, Nelly Ramos, Alicia Bello y Susana Mata, embarazada de Alejandrina. El hijo de Nelfa y Victor Taboada nació en mayo de 1975. También recordó a Raquel Itai y a Estela Maris Martinez, poeta y escritora. 

    En Olmos recibía la visita de su familia. Comentó que en esa etapa no recibió malos tratos de las mujeres penitenciarias. Tenían un horario organizado, realizaban actividad física, e incluso merendaron con los hijos de algunas de las penitenciarias. Durante ese periodo debió concurrir al juzgado dos veces más. 

    A María Esther le dieron la libertad el 10 de marzo de 1975. Eran las 8 de la noche y no tenía cómo volver a su casa. Por los altoparlantes escuchó que decían: “se va una guerrillera en libertad”. Le prestaron dinero y pudo volver a su casa. Logró hacer su documento y lo retiró su primo que era abogado. A partir de ahí, vivió clandestinamente por toda la provincia de Buenos Aires, hasta que, embarazada, logró salir del país, a pesar de no querer irse de la Argentina. 

    Cabe destacar que esta fue la primera vez que María Esther Alonsó prestó testimonio ante autoridades judiciales luego de su liberación. Sólo lo había hecho en 1974 mientras estaba detenida y en unas actuaciones administrativas ante la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación. En razón de ello el abogado Pedro Griffo le pidió su consentimiento para investigar los hechos de índole sexual narrados por María Esther y solicitó remitir su testimonio al juzgado de instrucción; petición que fue aceptada por el tribunal. 

    Sobre el final de su testimonio, fue consultada sobre Nelfa Suárez, Susana Mata y Alejandro Barry. Relató que a la primera la vio en el baño de Banfield y luego en Olmos y en el juzgado. A Susana Mata y a Alejandro Barry los vio en Banfield y Susana luego en Olmos. Supo que Alejandro había sido llevado a la Unidad 9 de La Plata. “De Susana el recuerdo es maravilloso. Me gusta recordar la amorosidad y la ternura de esa compañera”. 

    María Esther Alonso concluyó su testimonio declarando: “Yo les agradezco a todos que siga presente este tema. Como una lucecita chiquita. Que no se olvide todo esto. Memoria, verdad y justicia y nunca más y con la Constitución nacional adelante. Que sean muy felices”.

    La última testigo de la audiencia fue la legisladora de la Ciudad de Buenos Aires, Alejandrina Barry, hija de les militantes desaparecides Susana Mata y Alejandro Barry y sobrina de Enrique Rodolfo Barry, casos de este juicio. 

    Comenzó su testimonio alegando que las víctimas debieron esperar el juicio por muchos años y que han sido quienes lucharon por que sea posible: “Cada paso contra la impunidad ha sido producto de una enorme lucha colectiva”. Que conoció su propia historia gracias a los testimonios de los sobrevivientes y los familiares y en ese marco recordó la campaña de prensa montada por algunos medios en base a su historia personal, diciendo que “Alejandra estaba sola”, pero que ella puede dar este testimonio porque nunca estuvo sola. Que todo lo que reconstruyó de su historia fue gracias a su familia, a los y las compañeras de militancia de sus padres y a los suyos propios. Barry recordó a Adriana Calvo y a Nilda Eloy, fallecidas hace pocos años, que fueron las que hicieron posible este juicio. Sostuvo además que este juicio es muy importante porque revela que el genocidio comenzó antes de marzo de 1976 y que lo sucedido con su padres también da cuenta de este hecho. 

    Luego la testigo dio cuenta de lo que pudo reconstruir de sus padres a partir de los relatos de otras personas, amigos de sus padres, compañeros de militancia y otras personas que permanecieron detenidas desaparecidas o presas políticas, quienes le permitieron reconstruir la historia de sus padres y la suya propia, a la que describió como un rompecabezas. 

    Así, señaló que su mamá, Susana Mata, era docente, Secretaria General del sindicato docente de Almirante Brown y militante de Montoneros, al igual que el resto de su familia. Supo, gracias a su tío paterno, Jorge Barry y a su mejor amiga y compañera de militancia, Graciela Nordi, que estuvo en la cárcel de Olmos. A través del relato de otras presas políticas con las que su mamá compartió cautiverio en ese penal, se enteró que nació un 19 de marzo de 1975 y que su madre la parió encadenada a una camilla. A partir de un testimonio de Nelfa Rufina Suárez supo que previamente estuvo en el Pozo de Banfield. Recordó que esa declaración se la transmitió la sobreviviente y militante, Adriana Calvo. También gracias a ella pudo saber el deseo de su madre de que “de ser nena le va a poner Alejandrina”. Laura Franchi, quien prestó su testimonio en este juicio, le contó que Susana Mata llegó del Pozo de Banfield a la cárcel de Olmos en muy mal estado de salud y debilitada y que “por esa solidaridad enorme que existía entre las detenidas”, debió amamantar a Alejandrina, ya que por momentos Susana no podía hacerlo.

    Alejandrina dijo no tener una fecha precisa del secuestro de su mamá por las condiciones de clandestinidad en las que se encontraba. Según pudo reconstruir, ocurrió durante el mes de noviembre en la casa de dos compañeros de ella, con quienes Susana habría hablado por teléfono. En la conversación se habría dado cuenta que estaban rehenes de los militares y, a pesar del peligro, se habría acercado al domicilio porque sentía que no podía abandonarlos. Esa historia se la contaron para demostrarle la “enorme lealtad que tenía mi mamá con sus compañeros”.

    En el caso de su papá, Juan Alejandro Barry, dijo que era estudiante de derecho y que fue secuestrado el 14 de noviembre de 1974. Lucía Deon (testigo de este juicio) le contó que fueron detenidos juntos en un bar de Lomas de Zamora, que primero fueron trasladados a una comisaría de Lomas de Zamora, donde fueron torturados, y luego a la Brigada de Banfield. Posteriormente fue legalizado en la Unidad 9 de La Plata.

    Alejandrina señaló que sus padres fueron liberados en 1975, pero que la persecución continuó. En diciembre de 1977 fuerzas armadas argentinas y uruguayas llevaron adelante un operativo conjunto en el país vecino, entre las que participó el Grupo de Tareas 3.3.2, en el que sus padres fueron asesinados y otras personas fueron secuestradas y trasladadas a la ESMA. En el país se montó una enorme campaña de prensa, en la cual Alejandrina, quien por entonces permanecía secuestrada, fue tapa de revistas pertenecientes a la Editorial Atlántida, como Gente y la Para Ti, “…con frases como ‘los hijos del terror’ o ‘Alejandrina está sola’ haciendo una campaña, diciendo que yo había sido abandonada por mis padres y ocultando la verdad, cuando mis padres habían sido asesinados”. 

    Alejandrina sostuvo que el objetivo de esta campaña fue justificar el asesinato de sus padres y de miles de compañeros, crear un enemigo y justificar la matanza perpetrada por ellos mismos. A su vez, expuso que el eje de la campaña fue mostrar que Susana Mata “había salido de su rol solamente de madre, para convertirse en militante, como si eso fuera un delito”. La testigo mencionó el libro de Miguel Bonasso, “Recuerdo de la muerte”, en el que describe esta operación mediática como “medidas de acción psicológica para atemorizar a la población”. Barry puntualizó que desde hace años es querellante junto con la abogada Myriam Bregman en una causa contra quienes hicieron aquella “campaña mediática”. 

    Finalmente se refirió a su tío, Enrique Barry, militante de Montoneros, quien fue secuestrado el 22 de octubre de 1976 y pasó por el CCD “El infierno”, y a la esposa de éste, Susana Papic, que también fue secuestrada y continúa desaparecida. Indicó que pudieron recuperar al hijo de ambos y que su tío Jorge denunció ante la CONADEP al obispo Emilio Grasselli, ya que sabía lo que le había sucedido a Enrique, y fue parte de las sesiones de tortura que sufrió. Alejandrina aseguró que Grasselli recolectaba fichas de los militantes, y era el nexo de la jerarquía de la Iglesia católica con los familiares de los desaparecidxs, para tener más información sobre ellxs. Afirmó que la Iglesia Católica es “uno de los grandes impunes de este país”. 

    Barry reclamó la apertura de todos los archivos de la represión. Contó su experiencia con la ex SIDE (Servicios de Inteligencia del Estado), donde tras numerosas presentaciones logró obtener “tres hojas sobre su padre”. A consecuencia de ello, la abogada Luz Santos Morón pidió al tribunal que se incorporen las fichas de la ex SIDE y las que armaba Grasselli.

    Alejandrina Barry terminó su declaración reivindicando la militancia de los cuatro miembros de su familia desaparecidxs. Especialmente a su mamá, Susana Mata, con la que siente que hubo un particular ensañamiento, por su doble condición de mujer y de militante. 

    La audiencia continuará el día martes 23 de marzo a las 9:30 horas, donde prestará su testimonio Nicolás Barrionuevo, Oscar Pellejero y Sixto García.