Reseña Audiencia 23 – 20 de abril de 2021

    En la vigésimo tercera audiencia del debate oral con modalidad virtual del Juicio Brigadas Banfield, Quilmes y Lanús, prestaron declaración testimonial Virgilio César Medina y Néstor Busso, ex detenidxs-desaparecidxs, casos en este juicio que permanecieron en el Pozo de Bánfield y en el Pozo de Quilmes respectivamente; y Eva Romina Benvenutto, hija de Rosa Elena Vallejos, sobreviviente que estuvo en el Pozo de Quilmes.

    La audiencia comenzó con el final del testimonio de Mario Colonna, quien lo había iniciado la semana pasada.

    Luego de un breve cuarto intermedio escuchamos el testimonio de Virgilio César Medina. Medina fue secuestrado a sus 34 años, el 24 de marzo de 1976 en horas de la tarde, en la casa de sus padres, ubicada en la localidad de Lobos, donde funcionaba también una farmacia rural atendida por su padre. Se encontraban presentes en ese momento, los dueños de la casa, su esposa y sus hijos. El operativo fue llevado a cabo por personal de la policía bonaerense y del Ejército. Lo llevaron a la Comisaría de Lobos, donde permaneció en un calabozo individual y escuchó que había otros detenidos que él conocía: recordó a Pastorino, Eduardo Pachamé y “Panchi” Delfino, quienes según supo con los años, recuperaron la libertad ahí mismo. Señaló que una figura que parecía de rango le consultó su nombre y no se mostró sorprendido de que estuviera detenido. En este lugar lo sometieron a golpes y maltratos que más tarde supo estuvieron a cargo del “Agente Pipo”.

    Fue subido a un vehículo, por cuyo ruido del motor, supuso era a una “F-100” doble cabina, característica del Ejército. Recordó que el traslado fue confuso, siempre vendado y esposado, con muchas idas y vueltas y que tras unos cuarenta minutos lo bajaron en una comisaría que estimó sería en San Miguel del Monte o Cañuelas. Allí lo encerraron en un calabozo, desde donde pudo ver pasar al oficial Roque Cóccaro padre, a quien conocía de Lobos. Lo llamó y le pidió agua, pero el oficial lo ignoró. Luego de un tiempo prolongado, lo volvieron a trasladar; esta vez en un camión o un celular con otras personas detenidas. Virgilio señaló que “ahí comienza un andar de aquí para allá, a veces nos daban agua, nos tenían siempre mirando para abajo, no sabría especificar en qué lugares estuvimos, nos trasladaban siempre de noche”.

    Aproximadamente 6 o 7 días desde su secuestro, lo llevaron a lo que después relacionó como el Pozo de Banfield. Más adelante en su declaración explicó que esta conexión la hizo a partir de narraciones de compañeros y otros detenidos, así como sus propias descripciones del lugar: tenía escalera, era como una pequeña cárcel, sintió que había un portón muy grande que daba a un ambiente espacioso, tal vez un patio. Lo llevaron a una celda chica con puerta de metal. Le habían sacado las vendas y las esposas y pudo ver que en el piso había diarios, revistas y otras cosas. “Estando ahí uno siente una persecusión interior, no me sentía bien, tenía miedo”. Medina relató el sufrimiento y las situaciones límites a las que fue empujado, así como los tormentos e interrogatorios. “La tortura también era psicológica porque se escuchaban los gritos de otras personas, se esuchaban voces perdidas pidiendo por sus familias”. En varias oportunidades mencionó que sufrió hambre y sed. Contó que en una de sus salidas al baño logró identificar a otros detenidos como familiares de Cámpora. Ellos le dieron algo de comer y él les pidió que avisaran a sus familiares que estaba con vida; más tarde supo que enviaron una nota anónima a la farmacia de su padre. De este lugar recordó también que “alguien me pidió que avisara que estaba detenido, pero no recuerdo su nombre, como uno no salió no pudo cumplir esa misión, quedó allá muy borrosa”. Según lo que explicó a raíz de las preguntas del abogado Pablo Llonto, esa persona era operario de una fábrica, posiblemente  de la zona de Escobar y habría sido delegado sindical.

    En un momento lo vendaron nuevamente, lo esposaron y dos oficiales del Ejército que identificó como Alejandro Duret y Vidal, de quien desconoce el nombre, lo subieron a lo que percibió nuevamente como una F-100 doble cabina y lo trasladaron en un viaje muy largo. El testigo señaló que sentía que estaban en la ruta, que nadie hablaba y que solo se escuchaba el ruido del motor; en un retén escuchó que dijeron “llevamos un paquete”. “Deduje que estábamos yendo hacia el sur porque cada vez tenía más frío (…) posteriormente me enteré que estuve en una dependencia de la Policía Federal en Azul (…) Durante todo ese período la comida y el agua eran ‘a las perdidas’, para mantenernos vivos” agregó Medina.

    Cabe destacar que Alejandro Duret fue juzgado en 2009 por el secuestro y la desaparición de Carlos Alberto Labolita, caso que tomó notoriedad luego que el ex Presidente Néstor Kirchner lo recordara como un amigo de la facultad. Duret fue inicialmente absuelto por el Tribunal Oral en lo Criminal Federal de Mar del Plata, pero la sentencia fue revocada por la Cámara de Casación Penal, que lo condenó a quince años de prisión. Sin embargo, antes de ser detenido Duret escapó a Chile, donde le negaron la entrada al país debido a la notoriedad que cobró el caso. Actualmente Duret cumple su condena en la Unidad 34 del Servicio Penitenciario Federal de Campo de Mayo.

    Finalmente los oficiales del Ejército lo llevaron a la cárcel de Azul, donde los primeros días estuvo en un calabozo. Recordó con felicidad en su rostro que estando allí le dieron una bolsa con frutas que le había dejado su esposa. Cuando lo pasaron a piso se encontró con su padre, Homero Virgilio Medina, que había sido “legalizado” más rápido que él. En el mismo pabellón había gente de Lobos como Sobrero, Delfino, Alonso. Medina recordó que “lo llamaban el pabellón de los tirabombas o de los subversivos, no entendíamos nada. Había muchos compañeros de la JP, otros socialistas, comunistas, había de todo. Estuvimos dos o tres meses, teníamos visitas, durante el día teníamos las celdas abiertas, movilidad, podíamos conversar con otros internos, intercambiar libros, era un vida distinta a lo que habíamos pasado”.  Él y su padre estaban afiliados al Partido Socialista Democrático.

    Luego los trasladaron a la cárcel de Sierra Chica. Sobre ese período afirmó: “tétrico, allí estuve 3 años, felizmente a mi padre le dieron la libertad a los seis meses, en ese lugar el régimen fue endureciéndose día a día”. Su recorrido como preso político terminó en la Unidad 9 de La Plata, donde el régimen fue más distendido. Salió en libertad el 18 de julio de 1980 y a los pocos días fue al Ministerio del Interior donde, frente a sus exigencias, le entregaron un papel certificando que había estado detenido a disposición del PEN sin ninguna causa. Su intención era recuperar su trabajo en el Teatro Municipal General San Martín de la Ciudad de Buenos Aires.

    La abogada querellante Pia Garralda le preguntó sobre los impactos del terrorismo de estado en su familia. “Lo que puedo decir es que la familia es la que verdaderamente sufre la prisión, es la que tiene el peso de la presión social, de los manoseos. A mi esposa, que es docente, la iban a ver el oficial Cóccaro hijo, el hermano de Alejandro Duret y un oficial siempre del Ejército. Allanaron mi domicilio -en Castelli 439- en dos o tres oportunidades, rodeaban la casa con tanques y tanquetas, entraban varios militares, requisaban, hacían preguntas a mi esposa y a mis chicas. Encima se mofaban, se burlaban. Cuando mi familia me visitaba en la cárcel las requisas eran denigrantes, sobre todo para mis hijos que eran chiquitos. Es muy triste todo eso y deja huellas en todos” explicó Medina.

    Por otra parte el testigo fue consultado sobre los nombres que le mencionaron en los interrogatorios, explicó que en su momento no los reconoció y que no eran personas de Lobos. Cuando le preguntaron por el caso del profesor de Letras, Luis Oscar Lacoste, aclaró que eran amigos de la infancia y que su caso fue posterior -del 15 de octubre-; Luis Oscar continúa desaparecido. Le consultaron además por el caso de Hugo Abraham de quien se corroboró el asesinato luego de su desaparición y era de esta misma localidad, pero tampoco fue uno de los nombres que había surgido en los interrogatorios. Más adelante también señaló que los Cóccaro siguen siendo vecinos suyos en Lobos.

    Al finalizar su declaración Medina aseguró que, a pesar que es necesario recordar cosas dolorosas, “colaborar aunque sea con un granito de arena para llegar a la verdad es una satisfacción”

    El segundo testimonio de la audiencia fue el de Eva Romina Benvenutto, hija de Jorge Omar Benvenutto y Rosa Elena Vallejos. Detrás de la testimoniante, se veía una remera de la agrupación H.I.J.O.S. Ensenada.
    Comenzó agradeciendo “desde lo más profundo de mi corazón a los sobrevivientes, porque gracias a sus relatos, los hijos y los familiares podemos ir reconstruyendo nuestra propia historia y para poder seguir construyendo memoria”.
    Relató que sus papás militaban en el PJ en la ciudad de Ensenada. Abrieron una Unidad Básica, donde funcionaba una salita de primeros auxilios, una guardería para las familias del barrio que trabajaban y no podían pagar una. Tenían una militancia barrial en el Barrio Mosconi y Villa Tranquila. La mamá estudiaba medicina y el papá trabajaba en el Comedor Universitario de la Facultad de Medicina. Cuando comenzó la persecución de sus compañerxs, Jorge y Rosa se escondieron en las casas de familiares y amigos, y luego se fueron a vivir a Punta Lara. En el momento de su secuestro, Rosa Elena tenía 23 años, Jorge Omar 24 y ella 1 año y medio.

    El primer allanamiento fue en la casa de sus abuelos en Punta Lara, en julio de 1976. Como no los encontraron, se llevaron a su tío Oscar, de quince años, hermano de Jorge, que se opuso a que se llevaran al padre. Lo subieron a un auto y lo tuvieron dando vueltas por Ensenada durante dos horas, mientras iban subiendo personas. Oscar escuchó que buscaban a Raúl Romano.

    Contó Romina que a su tío Oscar lo llevaron a un galpón, que luego supo que era Arana, donde reconoció la voz de Romano. Escuchó a su vez que le preguntaban por su hermano, Jorge Benvenutto. A la madrugada escuchaba la entrada y salida de autos. A los dos días fue liberado en un descampado, con los ojos vendados y le dijeron que contara hasta 100: pensó que lo iban a matar. “’No conté hasta cien, sino conté hasta que amaneció’, le dijo su tío, que logró llegar en micro hasta Ensenada.

    Su padre pensaba entregarse para que liberaran a su hermano y le había dicho a su padre “lo único que te voy a pedir es que me cuides a Evita”, contó acongojada. Su padre no tuvo que entregarse pues el 23 de julio de 1976 a madrugada entraron a su casa. Se los llevaron en un auto.

    https://youtu.be/lBVq00ofZQk

    A ella la rescataron unos vecinos y su abuelo logró llevársela de la Comisaría. Según relató Romina: “Ahí empezó la búsqueda de mi abuela”. Pasaron muchos meses hasta que supieron algo de ellxs. El 26 de septiembre de 1976, a través de la madre de Patricia Pozzo, su abuela materna pudo saber que Rosa estaba en la comisaría de Alsina. Una vez que la encontraron, Rosa Vallejo pasó a disposición del PEN, transitando Olmos y luego la cárcel de Devoto.

    Eva Romina contó que hace muy poco se enteró de que su mamá había estado en Arana con otro sobreviviente, Walter Docters “por un libro que él escribió” y que presentó en Ensenada. “Esa fue una de las pruebas concretas de que mi mamá había estado en Arana y después por el relato de Patricia y Mario (Colonna) supe que mi mamá había estado en el Pozo de Quilmes”, precisó.

    Su mamá falleció en un accidente de auto en 1980. Su papá sigue desaparecido.

    “De mi papá lo ultimo que supe fue lo que contó mi mamá a su cuñada. Que después del secuestro estuvieron en un mismo lugar, vendados, encapuchados. Una madrugada un guardia carcel, ella le pidio que queria verlo. Lo pudo ver. El estaba ya muy golpeado y le dijo que no iba a salir y que ella sí, para poder cuidarme (…) fue la última vez que ellos estuvieron”, contó antes de quedarse en silencio por unos segundos.

    “Pido justicia por los que no están, por los que están, por los 30 mil y crímenes de lesa humanidad, nunca más”,

    El tercer testimonio fue el de Néstor Busso, ex detenido-desaparecido, cuyo caso forma parte de este juicio por su paso por el Pozo de Quilmes. Néstor declaró desde la Casona de la Memoria y los Derechos Humanos Eduardo “Bachi” Chironi, en la ciudad de Viedma. Inició enumerando sus testimonios previos: en Conadep, en Causa 13, en Juicios por la Verdad en el año 2000 y en la causa Circuito Camps en 2011.

    En el año 1976 Néstor Busso tenía 25 años, vivía en La Plata con su esposa Olga Castro y estudiaba ingeniería eléctrica. Tenían dos hijos, Pablo y Mariana, de diez meses y de tres años. Trabajaba en un centro de documentación, el Servicio de Documentación e Información Popular Latinoamericano (SEDIPLA), donde recopilaban y publicaban mensualmente “información sobre el compromiso de sectores cristianos con los más pobres y sobre la Iglesia latinoamericana. Lo que en ese momento era doctrina de la Iglesia católica, ‘audazmente comprometida con la liberación de todo el hombre y todos los hombres’, según recuerdo”. Tenían un local en la calle 50 entre 22 y 23 de La Plata, muy cerca del Regimiento 7 de Infantería, con una imprenta Rotaprint. A su vez hacían trabajos de tipo comercial, como fotocopias para las facultades, para poder sustentarse.

    El 12 de agosto de 1976 Néstor se encontraba solo en el local, cuando irrumpieron hombres con el uniforme del Ejército. Le pusieron su guardapolvo en la cabeza y lo llevaron a una camioneta, donde lo tiraron en el piso. Ahí mismo comenzaron los interrogatorios sobre la publicación.

    Lo trasladaron a la Comisaría 8va de La Plata, según supo después, donde lo colocaron en un calabozo de aislamiento. Al día siguiente, con los ojos vendados y las manos atadas, lo llevaron a una habitación, lo interrogaron y lo amenazaron. Demostraron conocer las publicaciones que hacían y nombraron a distintos obispos comprometidos de la Iglesia Católica, como Jaime de Nevares de Neuquén y Hélder Câmara de Brasil. Más tarde explicó que De Nevares hizo intensas gestiones por su vida, inclusive ante el Vaticano.

    Había otras personas detenidas en su misma situación. Mencionó a una de ellas, de apellido Negro, secuestrado en Neuquén, y otra persona que no recuerda el nombre. Ambos habían pasado por la Brigada de Investigaciones de Quilmes. En otra celda de la Comisaría 8va había cuatro jóvenes, de quienes se decía que habían colocado una bandera de Montoneros en la cancha de Estudiantes.

    Mientras tanto, su familia hacía averiguaciones sobre su paradero. La esposa fue reiteradas veces al Regimiento 7. Finalmente, un conscripto le dijo que él había estado presente en el secuestro y que Néstor había sido llevado a la comisaría 8va. De esta manera pudieron enviarle ropa y abrigo, incluso visitarlo, junto al párroco Hugo Cirotti. Le dieron la libertad el 31 de agosto y le otorgaron un certificado donde decía que había estado detenido por averiguación de antecedentes a disposición del Ejército Argentino.

    Previo a su liberación lo sacaron a un patio donde le dijeron que lo estaban “reconociendo”. No permitieron que se fuera con sus familiares. Alguien que dijo ser de la Brigada de Investigaciones de Avellaneda lo llevó a la casa de los padres, en 3 entre 41 y 42, y se quedó hasta que lo vio entrar. Allí se encontró con su familia, celebrando lo que aparentemente era el fin del episodio de 20 días.

    Sin embargo, esa misma noche ingresaron al domicilio varios hombres con bufandas, pasamontañas y armas largas. Lo sacaron de la casa, lo subieron a uno de los dos autos Torinos que estaban en la puerta y lo colocaron en el piso. Llegaron a un lugar por calle de tierra, y lo dejaron muchas horas sentado en un cajón de frutas. Lo interrogaron y lo amenazaron, sin tener ningún dato aparente sobre su persona. “Me llevan a una sala donde hay un interrogatorio duro, diría hoy ‘rayano en lo absurdo’ porque no tenían ningún dato sobre mi persona. ‘Dónde tenés los fierros’, ‘cuál es tu nombre de guerra’, ‘cuáles son tus conexiones’.

    Luego le tomaron los datos y lo llevaron a un calabozo pequeño, donde había no menos de ocho o diez personas. Allí estuvo diez días. A pesar del amontonamiento, no podían hablar entre ellos, porque los secuestradores los golpeaban. Les daban comida una vez por día, la que caracteriza como “comida de cárcel”. Durante la noche, sacaban gente de ese cuarto y la llevaban a una sala donde eran interrogados y torturados. Mencionó que, además del cuarto donde estaban los hombres y de aquel donde eran interrogados, había otro donde estaban alojadas las mujeres secuestradas. Y recordó que escuchaban ruidos de trenes, y de animales, por lo cual cree que estaba en el campo.

    Néstor detalló que luego de diez días aproximadamente, lo trasladaron a otro lugar junto con dos varones y una mujer. Una de las personas era de nombre Abel, que era maestro o profesor de música que colaboraba o trabajaba en el Hospital de niños y en una escuela en diagonal 73 y 23 o 22. Les otres dos eran muy jóvenes, entre 18 y 20 años, y eran novios. Cabe señalar que con los datos que Néstor aportó -y los que dio oportunamente en sus testimonios anteriores- puede concluirse que esa persona sería José Abel Fuks, secuestrado en setiembre de 1976, cuyo secuestro no forma parte de este juicio a pesar de los planteos efectuados oportunamente por varias de las querellas.

    Los llevaron en una camioneta con sirena, en cuya puerta pudo ver un escudo de la Policía de Buenos Aires donde se leía “Brigada de Investigaciones de Quilmes”. Continuó relatando el ingreso al establecimiento, donde escuchó la apertura de un portón. Lo subieron por una escalera angosta hasta un tercer nivel que describió compuesto por cinco calabozos, uno de los cuales tenía una letrina pequeña en la esquina. La persona que lo llevó hasta allí le dijo “de acá te vas al cielo” y que otra le robó el anillo y la campera que tenía. En tanto, las tres personas que ingresaron con él se las llevaron a otro lugar. Recuerda haber estado uno o dos días solo en ese nivel y que luego llevaron a más gente.

    En su piso había sólo varones. Escuchaban que en un piso inferior, había mujeres. Recordó una situación donde a una de las jóvenes la llevaron para bañarla y los comentarios que luego realizaron los guardacárceles: “un trato muy degradante a esa compañera en su condición de mujer, que en el momento nos golpeó y que hoy puedo entender en toda su dimensión la denigración que significa eso, el maltrato a la mujer”: 

    Allí los tenían con los ojos vendados y las manos atadas. Los guardias rotaban y había 3 grupos. Una de las guardias la recordó como la más cruel, y a otra la describió como más “buena”, ya que les llevaban mate cocido a la mañana, y restos de comida de los presos comunes. Reconoció las chimeneas de la cervecería Quilmes, y veía un techo rojo grande, que luego supo que era el Hospital de Quilmes.

    A los 10 días de estar ahí apareció alguien a quien los otros guardias trataban como jefe y del que solo pudo ver a través de sus vendas sus “zapatos brillosos”. Esa persona le preguntó cómo estaba. Pocos días después lo llevaron a un calabozo con baño desde cuya ventanita podía ver los calabozos donde había estado antes.
    El 5 de octubre, la fecha por el cumpleaños de su hija, llegaron varios hombres que lo amenazaron, le cortaron el pelo y lo llevaron a una oficina en un nivel inferior. Lo obligaron a firmar un papel, donde le hacían admitir que él “colaboraba con la subversión”.

    Con un lenguaje de señas, en parte inventado por los secuestrados, pudo comunicarse con sus compañeros. Néstor lamentó recordar pocos nombres. Recordó que “…había uno que hablaba de la comida que hacía su abuelita, otro cuya familia tenía una casa de material de Telgopor en Tolosa”. Señaló que los guardia cárcel se vanagloriaban de tener a un militante del ERP. Esta persona gritaba que había sido baleado en 54 entre 7 y 8v de La Plata. Luego supo que se trataba de Osvaldo Busetto. También recordó a Santiago Servín, un hombre mayor, paraguayo, que tenía un periódico de la comunidad paraguaya. El último día de su estancia en ese lugar compartió el calabozo con Gustavo Calotti.

    Cuando al día siguiente lo sacaron, pudo ver que uno de los guardias tenía puesta la campera que le habían robado. Lo subieron a un auto, lo acostaron en el asiento de atrás y lo taparon con una lona. Reconoció los ruidos de la avenida Calchaquí. Lo llevaron a la Brigada de Investigaciones de La Plata, donde fue alojado en un calabozo muy pequeño. A la noche lo metieron en un auto al que subió una persona a quien los guardias trataban con mucho respeto. Alguien a quien identificó como un jefe.

    Este personaje le dio un “sermón” acerca de su militancia política. Le dijo que tenía veinticuatro horas para irse del país, porque “si lo volvían a encontrar era boleta”. Esa persona quedó resonando en su cabeza hasta que años después lo reconoció por su voz, su discurso y su forma de hablar en el tristemente célebre programa de Mariano Grondona en el que hicieron un careo con Alfredo Bravo y el genocida: quien estaba en el auto y lo empujó, era el comisario Etchecolatz. Aunque en su momento no pudo verlo, porque llevaba cincuenta días con los ojos vendados y lo obligaron a mirar para abajo, no tiene dudas de su afirmación. Ante una pregunta del defensor, que pretendía poner en duda este recuerdo, contestó: “Pasaron todos esos años pero hay cosas que quedan guardadas en la memoria. Uno las incorpora al ser. Esa voz no la olvido (…) Esa voz está registrada, no sólo en el timbre de voz sino en su discurso, contenido y sentido”, sostuvo.

    Este intento de desestimar los testimonios argumentando la imposibilidad de un recuerdo genuino tantos años después, es habitual en estos juicios. Sin embargo, salvo algunas excepciones -como la decisión judicial que permitió la absolución de Pipi Pomares – suelen ser desestimadas por los jueces, que han entendido que estas vivencias extremas dejan huellas subjetivas que perduran más allá del tiempo.

    Continuó relatando que lo bajaron del auto de un golpe y le dijeron “caminá y no mirés para atrás”. Caminó algunas cuadras por 7 y 50 y se encontró con su papá y otros familiares, quienes lo estaban buscando. Alguien desde Gobernación llamó a su suegro y le avisó que iban a liberarlo ese día. Su suegro tenía vínculo con el gobernador de ese momento, Saint Jean, posiblemente porque ambos eran de Chascomús. A su vez, un sacerdote de La Plata, el padre Montes, fue a visitar a sus padres en nombre de monseñor Plaza y les dijo que Néstor iba a salir en libertad.

    A la mañana siguiente, junto a su mujer y sus dos hijxs salieron del país, tal como les habían exigido. Se exiliaron en Brasil, donde vivieron hasta el regreso al país en el año 1983.

    Durante su secuestro, su familia hizo muchas gestiones para su liberación. El propio párroco de la Catedral, el padre Montes, “le había dicho a mi familia en nombre de Monseñor Plaza que yo estaba vivo y que iba a salir en libertad”. Presentaron un hábeas Corpus frente al juez Leopoldo Russo, quien lo rechazó. “Quiero decir esto porque ese Poder Judicial recibió la información de que yo había sido secuestrado y lo que hizo fue rechazar el Hábeas Corpus y estamos 45 años después analizando lo sucedido”. También su esposa y su papá se entrevistaron con el capellán militar Astolfi, del Regimiento 7 de Infantería, quien les dijo que él mismo había analizado la publicación de la cual participaba Busso, y había encontrado “elementos rayanos a la subversión”.

    Recordó que cuando se constituyó la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) en diciembre de 1983, al igual que otros sobrevivientes, cuestionó la forma en que se conformó y sus atribuciones. Pero como formaba parte De Nevares, por quien tenía una gran amistad y admiración, Busso le envió un detallado informe de lo que había vivido y un croquis del Pozo de Quilmes. A fines de 1984 participó del primer reconocimiento visual parcial, ya que el Pozo de Quilmes siguió muchos años dependiendo de la policía. Pero en reconocimientos posteriores, pudo corroborar que su croquis era correcto.

    ¿Qué sucedió con la imprenta? El local quedó clausurado con fajas del Regimiento 7 de Infantería. Dos compañeros presentaron un pedido de restitución del local, que era alquilado, pero no les devolvieron los materiales.
    Néstor Busso concluyó su declaración agradeciendo a quienes siguen trabajando por memoria, verdad y justicia “Mi testimonio es una obligación con los 30.000 compañeros y compañeras, presentes”, concluyó emocionado.

    La próxima audiencia será el martes 27 de abril, a las 9:30hs., con los testimonios de Leonardo Blanco, Liliana Canga  y Marcos Alegría.