Reseña Audiencia 30 – 15 de junio de 2021

    AUDIENCIA 030 – 15 DE JUNIO DE 2021

    En la treintava audiencia del debate oral con modalidad virtual del Juicio Brigadas Banfield, Quilmes y Lanús, escuchamos la declaración testimonial de Melania Servin Benitez, hermana de Santiago Servín Benitez, detenido desaparecido caso de este juicio; Ricardo Lopez Martin, hermano de Angela Lopez Martin, también detenida desaparecida caso de este juicio y Valeria Gutierrez Acuña, hija de Liliana Isabel Acuña, nacida en cautiverio. Valeria recuperó su identidad en el año 2014.

    La primera testimoniante de la jornada fue Melania Servín Benitez, hermana de Santiago Servín Benitez. Su hermano fue secuestrado en la madrugada del 7 de septiembre de 1976. Se encontraba en su casa (situada en San Francisco Solano, 841 y Pozos), durmiendo junto a su esposa, Deolinda Paniagua. También se hallaban en la casa un sobrino de Santiago, Atilio Servín Portillo, con su esposa, Hilda Burgués. 

    Santiago llevaba varios días escondido, sin volver a su casa, ya que días antes había sido secuestrado José Estevao, compañero de su hermano y también periodista en “La Voz de Solano”. Santiago, además de ser periodista, trabajaba como promotor de vinos. Como había cobrado un sueldo, decidió ir a dormir a su casa por primera vez en varios días. 

    Según le contaría al día siguiente su cuñada, el operativo del 7 de septiembre de 1976 involucró a varias personas de civil. Antes de esa noche, habían envenenado a su perro guardián. Melania asegura que ese hecho fue para poder entrar a la casa más fácilmente. Esa noche secuestraron a Santiago y a su sobrino, pero no a las mujeres. 

    Estuvieron casi dos horas en la casa. Se llevaron el sueldo, la ropa y los escritos que tenían sobre la mesa. Había un borrador de una novela que su hermano estaba escribiendo. Cuando ya no había nada que revisar, se llevaron a su hermano y a su sobrino. Le dijeron a su cuñada “que no salga, que la estamos vigilando”. Esa fue la última vez que lo vieron. 

    Melania recordó cómo era la vida diaria de su hermano. Trabajaba como promotor de vinos por la mañana; a la tarde iba a la casa, almorzaba y al rato ya se ponía escribir. Luego iba a la redacción del períodico “La Voz de Solano”, donde Estevao trabajaba con él. Era un periódico chico y quincenal. 

    Su hermano tenía 51 años y su sobrino, entre 27 y 28. A su sobrino lo liberaron después, en el parque Pereyra Iraola. El sobrino no supo exactamente dónde estuvieron secuestrados, porque tenían los ojos vendados. Contó que fue torturado y no siempre le daban de comer.  

    Al día siguiente del secuestro, Melania junto a su cuñada fueron a la comisaría de Solano. Las mandaron a otra comisaría, y luego a varias comisarías de La Plata. También fueron a averiguar en el regimiento militar de City Bell. En todos esos lugares, afirmó que “nadie nos decía nada”. Quince días después de su secuestro, por la madrugada, apareció su sobrino Atilio, en el Parque Pereyra Iraola. Le dijeron que no se mueva de ahí hasta que deje de escuchar el motor del auto. Finalmente Atilio se subió a un micro, le contó al chofer lo sucedido, y este lo lo ayudó. Lo llevó hasta Capital y le dio plata para que vaya hasta su casa. 

    Con la ayuda de los abogados de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre,  presentaron varios Habeas Corpus. Melania recordó cómo fue la búsqueda y el reclamo por su hermano: “Hicimos muchas cosas los familiares”. Después de la guerra de Malvinas, empezaron a moverse mucho más. Iban a manifestaciones, aunque estas eran reprimidas. “Seguimos esperando la aparición con vida, siempre” afirmó.

    “Cuando vino la democracia, cambió nuestra vida” relató Melania. Fueron a denunciar la desaparición de su hermano a la Conadep. “Cuando vimos los testimonios que pasaron por televisión, tan crueles, tan terribles, ahí nos dimos cuenta que él no iba a aparecer más” recordó sobre los testimonios del juicio a las juntas. 

    A través de testimonios de otros secuestrados, la familia Servín Benitez pudo saber que Santiago había estado cautivo en la Brigada de Investigaciones de la Bonaerense de Quilmes, conocida como Pozo de Quilmes.

    Gracias al testimonio de Gustavo Calotti, pudo saber que su hermano estuvo con él en el Pozo de Arana, y que, el 23 de septiembre, fueron trasladados al Pozo de Quilmes, donde estuvieron hasta mediados de octubre. Es probable que desde ahí lo liberaran a su sobrino. 

    Respecto de las personas con las que estuvieron su hermano y su sobrino, Atilio nombró a algunos de los chicos de la noche de los lápices. Nombró a Vives, como uno de sus torturadores, bajo el comando de Etchecolatz.  “Después supimos del plan Cóndor” recordó Melania. En esas lista estaba Santiago. Supuestamente fue trasladado a Paraguay, donde estaba el dictador Stroessner. “Había más de 50 paraguayos entregados al plan Cóndor. Allí estaba mi hermano”. Creen que desapareció en Paraguay pero no hay testigos que lo confirmen. 

    La familia es de nacionalidad paraguaya. De todos sus hermanos, sólo Malenia y Santiago vivían en Argentina. Su hermano pertenecía al Partido Comunista de Paraguay. Estuvo preso por esa militancia. En Argentina su militancia era en el diario, que escribían fuertes denuncias contra la dictadura.  Ella estuvo en la Federación Juvenil Comunista “era nada más que una afiliada”. Describió su militancia como “antibélica”, organizando actividades contra la guerra de Vietnam. Contó también que le pasaba escritos a máquina a su hermano.La testigo pidió leer un extracto del testimonio de Gustavo Calotti, compañero de celda de Santiago en el Pozo de Quilmes: “Santiago Servín era un hombre bueno y no creo que yo lo idealice en el tiempo. Solidario, de no perder la calma, de alentar a los que estábamos a su lado. Tal vez haya sido el último de verlo con vida. Era de una gentileza, de una bondad… Él tenía 50 años. Nosotros lo llamábamos viejo, abuelo. Todos los días me contaba un capítulo de su libro. Lo recuerdo con cariño, con entrañable cariño”

    “Mi hermano era mi apoyo, mi sostén espiritual (…) No quisiera irme de este mundo sin saber qué hicieron con él, cómo fueron sus últimos días. Dónde lo tiraron, donde están. Alguien tiene que saber dónde están. Estos se están muriendo todos y ninguno dice nada. Podrían hacer algo bueno antes de morir. Seguro que Etchecolatz lo entregó al Plan Cóndor” concluyó Melania.

    El segundo testimonio de esta audiencia fue el de Ricardo López Martín, hermano de Ángela López Martín, detenida desaparecida y caso de este juicio. Ángela López Martín tenía 30 años en el momento de su secuestro. Era profesora de geografía del Colegio Nacional de La Plata, de la Escuela Agraria de Bavio, y de la Facultad de Arquitectura.  Relató que el 25 de septiembre de 1976 fueron a la casa de la familia, ubicada en la calle 96 número 378 entre 123 y 124, en la ciudad de La Plata. Ingresaron un grupo de personas del ejército. En la casa se encontraba Ricardo, su hermana y sus padres. Les dijeron que salgan afuera, donde el testigo alcanza a ver un auto Torino. 

    Eran alrededor de 15 hombres y revisaron toda la casa. Sentaron en el sillón a Ángela y le dijeron que los tenía que acompañar. Se vistió y luego le vendaron los ojos, le ataron las manos y la llevaron arrastrándola.  Un oficial le puso las botas sobre el cuello a Ricardo, para que no viera lo que iban a hacer. Se llevaron dinero y cosas personales de su hermana. Encontraron en la habitación de Ángela documentación, que el testigo supone que eran de su compañero, Osvaldo Busetto, militante del ERP. Osvaldo había sido secuestrado la plaza San Martín, en el centro de  la ciudad de La Plata. Le preguntaron a Ángela si conocía a una mujer llamada Marlene (Marlene Katherine Kegler Krug).

    Allí comenzó la búsqueda de Ángela. La familia presentó Hábeas Corpus y fue a la Embajada de España (ya que ella había nacido allí), a la Conadep. En 1997 él mismo declaró ante el juez español Baltasar Garzón, por entonces a cargo del Juzgado de Instrucción Nº 5 de la Audiencia Nacional, principal instancia penal española. Por testimonios de sobrevivientes del genocidio como Nora Ungaro, Walter Docters y Pablo Díaz “nos enteramos que ella estuvo en la División Cuatrerismo de la Policía Bonaerense en Arana, en la Brigada de Quilmes y en el Pozo de Banfield”, afirmó. 

    Ricardo contó que recuerda claramente que la noche del secuestro su hermana le pidió a su mamá que se pusiera en contacto con un pariente militar y que uno de los secuestradores le dijo “a vos no te salva ni Videla”.

     

    El último testimonio de la jornada fue el de Valeria Gutierrez Acuña. Su madre se llamaba Isabel Acuña y su padre Oscar Rómulo Guitierrez. Al momento de sus desapariciones, ella tenía 24 años y estudiaba agronomía, él se había recibido de sociólogo el año anterior y estaba estudiando también economía. Se habían casado recientemente y vivían juntos en San Justo, en la casa que eligieron para criar a Valeria ya que Isabel estaba embarzada de cinco meses, cuando fueron víctimas del terrorismo de estado.

    Sobre el operativo de secuestro Valeria pudo reconstruir que la madrugada del 26 de agosto de 1976 entraron al domicilio de San Justo por la fuerza y los llevaron detenidos a la Comisaría 4ta de San Isidro conocida como “Las Barrancas”. Su familia materna accedió a esta información a través de Nair Amuedo de Maddalena, Madre de Plaza de Mayo que tenía a su hija detenida en esta comisaría y había sido contactada por un policía de ese lugar, Pedro Bailini. Al parecer, este hombre encontró al menos 15 detenidos en condiciones deplorables en una zona del establecimiento restringida para el personal, hizo una lista de nombres y teléfonos y contactó a Nair. Ella les hizo llegar medicinas y alimentos hasta que perdieron el contacto porque Bailini fue derivado a otra dependencia; fue ahí cuando Nair avisó a los demás familiares de la lista. 

    El abuelo de Valeria tardó un año en encontrar a Bailini nuevamente, le hizo escribir una declaración sobre todo lo que había visto, quiénes estaban, en qué estado los encontró: ahí se enteraron que Isabel había sido trasladada a fines de noviembre hacia un destino desconocido, en un estado de embarazo avanzado. La testimoniante explicó que su familia biológica siempre la buscó por la zona de Campo de Mayo.

    Ante las preguntas de la querella sobre su identidad explicó que, a sus 33 años, se enteró por una prima que no era hija biológica de quienes la criaron. Sus “padres de crianza” le confesaron que un compañero de trabajo del padre -Benitez- les dijo que su empleada doméstica estaba dando en adopción a su bebé; más adelante los llamaron el 30 de diciembre de 1976 diciendo que encontraron una bebé abandonada en la ruta: tanto a su hermano mayor, como a la propia Valeria los anotaron en el Registro de las Personas como propios. A Valeria le contaron que había llegado en malas condiciones a su casa y que por eso su “madre de crianza” realmente creyó que la habían abandonado: estaba sucia, con harapos y el cordón umbilical mal cortado. 

    Colleen Torre, abogada de Abuelas, le preguntó en dónde trabajaba su padre, Fernández, en diciembre de 1976 y Valeria contestó que en ese entonces estaba trabajando en Banfield. Más adelante en la audiencia, la testimoniante señaló que hubo una sobreviviente -si bien no la mencionó, se trata de Alicia Carminati- liberada del Pozo de Banfield el 28 de diciembre del 76 que declaró ver a dos mujeres embarazadas y una de las descripciones coincide con las características de Isabel; Valeria intuye que “su padre de crianza” y su madre biológica podrían haberse encontrado en Banfield.

    Cuando se enteró que no era la hija biológica de su familia empezó a hacer terapia para encontrar apoyo en la búsqueda de verdad. Es así como llegó a Abuelas, sabía que había muchas posibilidades de ser hija de desaparecidos e incluso empujó a su hermano a seguirla en esta búsqueda, ella “quería saber, hasta lo último (…) saber la verdad”. El resultado del análisis de su hermano dio negativo y no se sabe nada de su familia pero Valeria descubrió toda su historia.

    El proceso de encuentro con su familia fue doloroso. Aunque encontró tíos y primos, no pudo conocer a su abuela que la buscó, junto con muchas otras mujeres, desde el primer momento. Vilma Sesarego de Gutiérrez, abuela paterna, fue una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo. “Desde el momento que me enteré que era adoptada no quise esperar, quise hacer todo rápido por si había una familia que me estaba buscando. Quería que supieran que yo estaba con vida y lo que había sucedido todo este tiempo. Yo tenía mucha necesidad de dar a conocer que había estado bien. Por suerte encontré una familia, aunque no estaba mi abuela con vida, encontré una familia que me contiene día a día en esto que es tan doloroso. Tanto dolor, tanto sufrimiento, es difícil llevarlo”.

    Valeria contó que fue a conocer esa casa en la que sus padres habían decidido formar su familia, un barrio tranquilo, con una escuela cerca. Sobre ellos relató que estaban sumamente enamorados y tenían muchos proyectos de vida: “…todo esto lo sé porque tengo muchas cartas que ellos escribían, al leerlas es como que ellos me están contando en primera persona todo lo que fueron, lo que hicieron, lo que desearon. Realmente ellos deseaban tener su familia, tenían muchas ilusiones y tenían muchos proyectos. Darle voz a ellos que fueron silenciados, están desaparecidos, no pudieron hablar, no pudieron defenderse”. Contó que ambos eran muy sensibles y siempre se preocupaban mucho por el otro, hasta donde ella sabe tenían militancias barriales donde enseñaban y hacían otras actividades.

    A raíz de las preguntas de la querella Valeria recordó su infancia y explicó que “mi vida fue una vida normal, por suerte tuve una vida donde me dieron mucho amor (…) Lo que me duele es que no conocí a mis abuelos que estaban dispuestos y tenían posibilidades de criarme. Bueno, como también me duele nunca poder conocer a mis padres. Es una historia muy triste que nos paso a todos los que fuimos victimas del terrorismo de estado, sacarte de un lugar y ponerte en otro, que alguien elija por vos”.

    Ante la pregunta sobre si conoce otros miembros de la familia victimas del terrorismo de estado recordó a su tía, la hermana de la mamá, Elba Gutierrez, y su esposo, Hugo Saenz, que también fueron secuestrados.

    Hacia el final de la audiencia Valeria dijo “a mi cuesta mucho estar en estos lugares, hablar, es una historia de mucho dolor. Me duele cuando hay un gobierno, una sociedad que no apoya o descalifica o que niega a los desaparecidos. Yo me siento víctima, es algo que pasó y son historias dolorosisimas de las familias que tenemos a alguien desaparecido o tenemos que lidiar con una restitución. Me gustaría que pudiéramos hacer una ley de no negar que esto pasó. Fueron personas que tenían sentimientos, que tenían proyectos y ganas de tener una sociedad más justa”.

    La próxima audiencia será el 22 de junio a las 9h -hora que quedará fija para el inicios de las siguientes jornadas- con las declaraciones testimoniales de Clara Fund, hermana de Juan Carlos Fund, Miguel Hernán Santucho, hijo de Cristina Navajas de Santucho y María Marta Coley hija de  Manuel Coley Robles.