En la quincuagésima primera audiencia del debate oral con modalidad virtual del Juicio Brigadas Banfield, Quilmes y Lanús, escuchamos la declaración testimonial de Alfredo, Renato y Guillermo Forti Sosa, hijos de Nélida Susana Sosa de Forti, secuestrados el 18 de febrero de 1977. Nélida continúa desaparecida.
El primer testimoniante de la jornada fue Alfredo Forti Sosa, quien explicó que estructuró su declaración de manera cronológica, centrándose en los hechos fácticos que atravesó su familia por el impacto del terrorismo de estado. Comenzó recuperando quiénes eran ellos, una familia grande de siete hermanos, que vivieron en distintas provincias de Argentina. Para explicar su entorno familiar, Alfredo recordó que su madre, Nélida Susana Sosa, y su padre, Alfredo Forti, “fueron parte de una generación de argentinos que se caracterizó por su sensibilidad de las problemáticas del país, lo que los llevó a tener una actitud militante y proactiva en favor de los sectores desfavorecidos de la sociedad, en la búsqueda de resolver los problemas de injusticia”. Su madre siempre estuvo comprometida en la creación de espacios populares, una escuela de enfermería, un cineclub, un taller de teatro así como la educación popular en general; siempre se dedicó a la militancia barrial y gremial. Aunque era atea, Nélida trabajó mucho con sectores religiosos ligados a la teología de la liberación, grupos católicos de opción por los pobres.
En 1973 se mudaron a Tucumán y a partir de 1975 empezó en esa provincia la intervención militar. “Ahí es donde comienza esta campaña sistemática de persecución, de detenciones, de secuestros, de torturas, de desapariciones y de asesinatos precisamente a la gente como mis padres que dedicaban su vida a estas actividades que he descrito” aseveró el testimoniante. De esta manera, reconstruyó una situación donde amigos y compañeros de su madre y su padre, eran secuestrados y perseguidos. En ese contexto es que su familia decide exiliarse: su padre, como médico, fue contratado por el gobierno de Venezuela y viajó a ese país el 10 de enero de 1977 con el objetivo de cumplir requerimientos contractuales y de conseguir visas para todo el grupo familiar. Antes de eso, en diciembre de 1976, cinco de los seis hermanos y su madre se habían trasladado a Buenos Aires para emprender los preparativos del viaje.
El 18 de febrero de 1977, con todos los recaudos posibles, fueron al Aeropuerto de Ezeiza. Luego de presentar todos los papeles necesarios y ya estando dentro del avión fueron interceptados: los llamaron por los altoparlantes y cuando se presentaron en la parte delantera de la nave se encontraron con personas uniformadas de la Fuerza Aérea, varios civiles armados en la escalera y el personal de la aerolínea. Les informaron que no podían continuar el viaje, aduciendo “problemas de documentación”, y cuando Nélida exigió la presentación de una orden de autoridad competente para llevar adelante una detención en tales circunstancias, los hicieron descender del avión a fuerza de amenazas, con total negligencia por parte del personal de la aerolínea y a la vista del resto de los pasajeros. Alfredo señaló como responsable del aeropuerto al Comodoro Ataliva Fernández, y recalcó la presencia de personal de migraciones incluso arriba del avión.
Salieron del aeropuerto por una salida lateral, bajo la vigilancia de un cordón de la Policía Aeronáutica y de la Policía Federal. Fueron trasladados en dos autos particulares, un Peugeot y un Falcon, hasta un camino de tierra secundario donde todos fueron atados y tabicados. En este punto, Alfredo decidió hacer hincapié en las edades de sus hermanos: Mario de 13 años, Renato de 11, Néstor de 10 y Guillermo de 8, él mismo tenía 16 años y su madre 41. El traslado fue caótico, pasaron por un garage que nunca supieron dónde estaba ubicado y los bajaron en otro lugar del mismo estilo donde los hicieron subir y bajar escaleras, pasaron por una sala donde había aparentemente gente trabajando -porque se escuchaban máquinas de escribir- y, finalmente, los dejaron en un patio rodeado de 5 calabozos. En este lugar, que tenía un claro aspecto de comisaría o de lugar de detención policial estuvieron 6 días, del 18 de febrero de 1977 hasta el 23 de ese mes. En ningún momento se les informó de las razones por las cuales habían sido detenidos ni se les permitió comunicarse con sus familiares.
Desde el patio, que estaba todo enrejado, podían ver que había un segundo y un tercer nivel. En algunas ocasiones, supusieron que de acuerdo a las guardias más o menos permisivas, escucharon voces y pudieron ver que en el segundo nivel había alrededor de seis mujeres jóvenes. En ciertos momentos lograron comunicarse con ellas, en particular porque trataban de tranquilizar a los hermanos menores de Alfredo, por ejemplo cantándoles canciones. En esos escasos contactos, les pudieron transmitir que eran mayormente estudiantes universitarias de la Ciudad de La Plata y que una de ellas estaba embarazada de seis meses: los únicos nombres que pudieron recordar fueron el de Alicia y Violeta. Durante todo este tiempo se mantuvieron juntos, ya no estaban vendados, les daban de comer dos veces por día y Nélida siempre estuvo muy preocupada por ellos. Acerca de los comportamientos de la guardia el testimoniante señaló que pudo identificar un sistema de recambios, pero no tuvo mucho más que agregar, se limitaban a cumplir instrucciones y ni siquiera contestaban sus preguntas.
“Nunca supimos dónde estábamos, lo pude comprobar una vez que volví a Buenos Aires recorriendo los alrededores de la ciudad”, expresó. Alfredo regresó a la Argentina en 1984 y enseguida se presentó ante la CONADEP para declarar los detalles que recordaba sobre el lugar de detención en el que habían estado. Señaló que recordaba que pasaron aviones, que había un alero en el exterior por el tanque de agua y que estos pocos datos le permitieron reconocerlo desde afuera para poder identificarlo concretamente junto un grupo de abogados de la CONADEP como la Brigada de Investigaciones de Quilmes o el Pozo de Quilmes.
Nélida, durante todo el tiempo que estuvieron ilegalmente detenidos, solicitó hablar con la autoridad del lugar. No tuvo respuesta hasta el anteúltimo día que estuvieron allí cuando la llevaron a hablar con quien describieron como “el coronel”. Esta persona le informó que habían sido detenidos e iban a ser trasladados a Tucumán pero no sabía la razón, salvo la ya mencionada sobre los problemas de documentación. En la madrugada del sexto día, Nélida volvió a solicitar que les permitan a sus hijos continuar con el viaje planeado a Venezuela mientras ella resolvía los supuestos problemas de documentación en Tucumán.
El 23 de febrero de 1977 en horas de la noche volvieron a sacarlos de la celda, los ataron, vendaron y los subieron a dos autos, en uno de ellos iba Nélida y en el otro los cinco hermanos. A los chicos los bajaron del auto, les devolvieron solamente las cédulas de identidad, les dijeron que estaban llevando a su madre a Tucumán durante algunos días y los dejaron en la calle prácticamente sin ninguna de sus pertenencias. Caminando descubrieron que se encontraban cerca de la residencia de una familia amiga en Olivos, donde se habían estado quedando previo al secuestro, lo que les dio la pauta que su madre había dejado esa dirección.
Con la vuelta de la democracia, y gracias al testimonio de Pablo Serviño, supieron que su madre estuvo en la Jefatura de Policía de Tucumán en la última semana de febrero o la primera de marzo. Así comprendieron, o al menos supusieron, que todo el tiempo estuvieron bajo las órdenes de fuerzas tucumanas, territorio donde vivían y Nélida trabajaba. De la misma manera, pudieron explicar su estancia en Quilmes, donde no hubo ningún tipo de interrogatorio porque se encontraban en tránsito.
Desde esa noche nunca más vieron a su madre y en ese momento comenzó su búsqueda. Su padre no podía volver porque sabían que le esperaba el mismo destino. Junto con personas cercanas a la Iglesia encararon el largo proceso de investigación y para lograr las condiciones que les permitieran viajar a Venezuela. Quien finalmente intercedió ante la Policía y Aerolíneas para recuperar los pasaportes fue Monseñor Graselli. Sin embargo, una vez que tuvieron los pasaportes y pudieron recuperar los pasajes fueron informados que para viajar sin adultos necesitaban la autorización de un juez de menores. Terminaron en el juzgado de la jueza Ofelia Hejt en San Isidro, quien les dijo que la única forma en la que iba a otorgar el permiso era si declaraban que su madre los había abandonado y se había robado los pasaportes. El testimoniante resaltó que esta actitud supera la caracterización de cómplice o encubridora y debe ser considerada como “un acto criminal accesorio a la práctica de la desaparición forzada”. Los hermanos se negaron rotundamente a declarar en contra de su madre y estuvieron a punto de ser recibidos como refugiados hasta que lograron viajar sin ese permiso.
La familia presentó numerosos Habeas Corpus en la búsqueda de Nélida, tanto desde Argentina como desde Venezuela. Además denunciaron en diversas instancias y ante múltiples organismos su secuestro y desaparición. Las gestiones fueron infinitas y las respuestas siempre nulas o negativas. Desde un primer momento recurrieron también a la Embajada Argentina en Caracas, pero tampoco tuvieron respuestas por esa vía. Nuevamente, Alfredo señaló las capas de responsabilidad y el conocimiento explícito de las razones del secuestro del grupo familiar por parte de los diversos funcionarios que intervinieron en el proceso.
“Como todos los familiares de desaparecidos, es permanente el dolor, la presencia permanente de la ausencia. Pero al mismo tiempo, el ejemplo que nos dejó mi madre, por cómo fue, constituye una fuerza muy grande que nos permite no solo seguir adelante, no solo seguir buscando justicia, sino no dejarnos derrotar por el verdadero objetivo de esta práctica criminal” concluyó Alfredo.
La segunda declaración de la audiencia fue la de Renato Forti Sosa, quien tenía 12 años al momento del secuestro de su familia. Su testimonio constó del relato de los hechos a partir del momento en el que los bajaron del avión de Aerolíneas Argentinas que habían embarcado con dirección a Venezuela. Subieron a los cinco hermanos y a Nélida, su madre, en dos autos. En el trayecto frenaron para atarlos y vendarles los ojos. Llegaron al centro de detención que hoy en día puede reconocer como el Pozo de Quilmes, donde los mantuvieron en una oficina en la que había personal policial detrás de un escritorio.
Finalmente, los llevaron a unos calabozos en planta baja, con una galería y un baño enfrente. Estuvieron ilegalmente privados de su libertad durante seis días. Renato recordó que había un primer piso en el que supieron que había mujeres jóvenes detenidas; en algunas ocasiones conversaron con ellas, en particular, dado que eran niños, los entretenían, les cantaban y trataban de tranquilizarlos. También señaló que cree recordar que en el segundo piso había detenidos varones. Durante estos días los miembros de la familia permanecieron juntos en la misma celda, no estaban vendados, les daban comida dos veces al día y tenían acceso al baño. En al menos dos o tres oportunidades, los guardias se llevaron a Nélida para que se entrevistara con “el coronel”.
El día que los liberaron, volvieron a vendarles los ojos y los subieron a autos diferentes: en el de adelante iba su madre sola y en el de atrás los cinco hermanos. Los dejaron en la calle en Parque Patricios cerca del lugar donde estaban parando en Buenos Aires, con unas pocas pertenencias personales. Esa fue la última vez que vieron a su mamá. El reencuentro con su padre tardó en llegar porque tuvieron que volver a reunir la documentación necesaria para viajar, en estos trámites los acompañó un sacerdote que su padre había contactado desde Venezuela. Tanto su padre como su hermano mayor hicieron infinitas gestiones para dar con el paradero de su madre pero los resultados de su búsqueda siempre fueron negativos.
Ante la pregunta sobre las consecuencias de todas estas circunstancias en la vida personal y familiar, Renato explicó que fue muy difícil aceptar lo sucedido. Cerró su declaración afirmando “quisiéramos que se haga justicia, mi madre fue una persona extraordinaria que nos inculcó solo cosas buenas”.
El último testimoniante de la jornada fue Guillermo Forti Sosa, quien relató los hechos a los que fue sometida su familia en febrero de 1977 y recalcó que todo lo manifestado es desde la perspectiva de un niño de 8 años. Se encontraban en Buenos Aires preparándose para seguir a su padre en el exilio en Venezuela, junto con su madre Nélida Sosa y sus cinco hermanos -ordenados de mayor a menor- Alfredo, Mario, Renato, Néstor y, él mismo, Guillermo. Luego de muchos preparativos, ya embarcados en el avión, fueron llamados por los altoparlantes del avión. Su madre y su hermano mayor fueron a la cabina y cuando volvieron les dijeron que tenían que bajarse.
Recuerda sentir confusión ante el cambio de planes y que los trasladaron en dos autos -un Falcon y un Peugeot- donde sintió mucha angustia y miedo por estar separado de su madre; lloró hasta que logró ser cambiado al mismo vehículo en el que ella se encontraba. Al llegar a destino, explicó que los mantuvieron sentados y esperando un largo tiempo, mientras escuchaban el sonido de máquinas de escribir, imaginaron que eran oficinas. Luego de eso los movieron a unos calabozos, cree recordar que eran cinco o seis, había un pasillo y un solo baño. Algo que señaló Guillermo es que ese día su madre vestía un vestido amarillo con el que estaba viajando; estar y hablar con ella siempre los llenaba de tranquilidad así que recuerda claramente las veces en las que fue sacada de la celda para reunirse con “el coronel”. Además, durante los últimos días fueron separados de Nélida, que fue encerrada en un calabozo aparte.
En relación a otras personas con quienes se encontraron en ese lugar, el testimoniante señaló que en el piso superior, que parecía tener la misma distribución que la planta baja, había mujeres jóvenes. Explicó que supieron que venían de La Plata, que había una de ellas embarazada y que cuando se dieron cuenta que eran niños les cantaban canciones de Sui Géneris. Por otra parte, manifestó que durante el cautiverio solían inventar juegos entre los hermanos, Alfredo trataba de distraerlos de ese tiempo de encierro que sentían que no terminaba nunca. Es así que encontraron una cuchara de madera con alambre alrededor, monedas perforadas y dos cables sin enchufe y una cantimplora muy vieja con mate cocido. En su momento no supo identificar el primer objeto como un instrumento de tortura pero consideró que es algo que sirve como referencia para identificar el espacio.
La noche de su liberación subieron a los hermanos en un auto y a Nélida en otro. Todos vendados y solo Alfredo con las manos atadas, fueron dejados en la calle, cerca del domicilio donde se habían quedado durante su estadía en Buenos Aires. Desde allí contactaron a su padre y decidieron que no era una posibilidad que él vuelva a Argentina a buscarlos. Por esa razón, fueron acompañados durante los preparativos y en el viaje hacia el exilio por el sacerdote Alfonso Naldi. Todos los trámites y gestiones que emprendieron su hermano mayor y su padre en busca de su madre no terminó de comprenderlos hasta que creció.
“Mi madre era cariñosa, tierna, amiga. Terminé de conocerla a través de mis hermanos mayores, de mi padre. Un vacío que siempre existió en la niñez, la esperanza de verla llegar (…) Así es como en este juicio y todos los que tengan que ser vamos a estar, queremos que este testimonio contribuya a que se haga justicia” aseveró Guillermo al finalizar su declaración.