Reseña de la audiencia del 14 de diciembre de 2021

    En la quincuagésima segunda audiencia del debate oral con modalidad virtual del Juicio Brigadas Banfield, Quilmes y Lanús, escuchamos la declaración testimonial de Fabián Muñoz, hermano de Silvia Muñoz, desaparecida el 22 de diciembre de 1976 embarazada de 2 meses; y de Ana Laura Mercader, hija de Anahí Fernández y Mario Mercader, desaparecidos el 10 de febrero de 1977.

    El primer testimoniante de la jornada fue Fabián Muñoz, quien explicó que toda su familia fue víctima del terrorismo de estado. Vivían en Mar del Plata y siempre fueron profundamente militantes, su padre Alberto Mario Muñoz, trabajaba en el Casino de Mar del Plata, peronista de toda la vida y su casa siempre fue una casa “compañera”, un espacio que facilitaba que la militancia se juntara. Esto empezó desde que Fabián era chico, en el año ’72; explicó que 1973 “fue una fiesta”, una algarabía, pero ya en el ’74 comenzó la persecución y la vigilancia a su casa donde había reuniones de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) por su hermano Alberto “Beto” Muñoz que estudiaba en el Colegio Industrial y de la Juventud Universitaria Peronista (JUP) por su hermana Silvia Muñoz, la mayor, que estudiaba psicología. Recordó que cuando salía a dar vueltas en bici, lo mandaban a ver quién estaba en los autos que paraban en la esquina y también que el teléfono estaba intervenido. Con el tiempo, las reuniones políticas disminuyeron y todo se transformó cuando el 20 de marzo de 1975 asesinaron al dirigente de la Concentración Universitaria Nacional (CNU), Ernesto Piantoni. Fue un punto de inflexión y sus hermanos debieron esconderse.

    Recordó el primer allanamiento en su casa, semanas después de ese acontecimiento: “fue un delirio de violencia, buscaban a mi hermano, era al que querían matar”. La familia no sabía dónde se encontraban Beto y Silvia. Esto fue alrededor de abril de 1975, cuando tuvieron que empezar a huir casi un año antes de la dictadura. Sus hermanos siguieron conectados con sus padres a través de la organización Montoneros y el resto de la familia se mudó a un departamento que les habían prestado en el centro. Antes de que la organización pase a la clandestinidad sus hermanos estaban en pareja con otro par de hermanos: Beto con Ivon Larrieu y Silvia con Gastón Larrieu. El nombre de guerra de Silvia era “Carmen” por su mamá, Carmen Leda Barreiro. Ambos hermanos fueron trasladados, Beto a Mendoza y Silvia a La Plata; Fabián señaló que en ese momento su hermano era el más perseguido porque tenía un cargo de mucha responsabilidad. Beto había vivido una situación de tiroteo en la vía pública y el testimoniante explicó que “la CNU en Mar del Plata antes de la dictadura tenía la calle liberada, hacían lo que querían”.

    A raíz de la participación de su madre en el Partido Auténtico se mudaron a Bariloche para esconderse, su padre pidió un traslado encubierto. Mientras estuvieron allí Silvia y Gastón pudieron ir a visitarlos unos días, esa fue la última vez que estuvieron juntos de manera relajada. El testimoniante aclaró que no sabían los domicilios ni de Beto ni de Silvia. Al poco tiempo de esto, Silvia les informó que “Beto e Ivon habían caído en Mendoza, ella estaba embarazada”. “Ahí comenzó un periplo muy fuerte, muy intenso, estábamos a 800 km por calle de tierra de Mendoza, mi viejo dijo en el Casino que se iba y no sabía cuando volvía. Nos turnábamos para manejar los tres, yo era chico y me ponía una almohada en el asiento porque no había que parar”. Todavía no había sucedido el golpe de estado, pero la ciudad de Mendoza ya estaba militarizada; las instituciones, las iglesias les cerraban la puerta y les negaban la existencia de Beto e Ivon. “Yo estaba en la plaza y jugaba, pero en realidad estaba atento a movimientos raros. Jugando me acerqué a un quiosco de diarios y vi en la tapa una noticia que decía detienen a 11 subversivos y estaban las fotos de mi hermano y su compañera”. Con esta información empezaron a ir a la Cárcel modelo para reclamar y lograron que lo pongan a disposición del PEN. Lo mismo sucedió con Ivon y su hija Antonia.

    Durante todo esto, el contacto con Silvia y con Gastón se hizo cada vez más esporádico. La persecución era cada vez más fuerte luego del el golpe de estado, se enteraban que los y las compañeras que habían pasado por su casa iban siendo secuestrados, iba creciendo el miedo. En el medio, a pocos días de sucedido el golpe su madre viajó a Mar del Plata para vender la casa y terminar de sacar las cosas que habían dejado allí, en particular les había quedado un embuste. El mismo día que llegó a la casa se produjo un segundo allanamiento, donde volvieron a increparla por Beto pero ella les dijo que ya estaba preso.

    Luego de todo lo que vivieron en Mendoza, su padre pidió el traslado a Paraná, Entre Ríos. La casa en la que vivían ahí era una “casa segura” y refugiaron a varios compañeros. En diciembre del año 1976 arreglaron pasar la Navidad o Nochebuena con Silvia en La Plata, con el acuerdo y la ayuda de la organización. El contacto ahí era el “Negro Raúl” y Fabián recordó que fue una situación muy dramática, La Plata estaba militarizada, todo se sentía inseguro, precario; esa reunión breve fue la última vez que se vieron, el padre de Fabián insistía en que podía sacarlos del país pero Gastón, obrero de la construcción y militante de la Juventud de los Trabajadores Peronistas (JTP), no quería irse. “Uno no lo veía así pero fue una despedida, a mi Silvia me agarró la cara y me dijo ‘Chispita sé feliz’”. Al día siguiente tenían el control, “Silvia nunca llegó, mis viejos dieron la vuelta y empezaron a llorar, siempre lo destaco pero hasta ese momento nunca se había llorado”. Tuvieron una última reunión muy breve con Gastón donde les contó que la sorpresa que habían querido darles era que Silvia estaba embarazada. Ese día Fabián tenía 11 años y Silvia tenía 22.

    En su momento y desde afuera, no tenían información del destino de Silvia, aunque Beto les había confirmado que tampoco se sabía nada de Gastón. Según explicó Fabián, en ese momento todavía estaba en elaboración para la sociedad el concepto de centro clandestino e incluso de los desaparecidos. A Beto lo trasladaron a la Unidad 9 de La Plata, al conocido “pabellón de la muerte” junto a Dardo Cabo y otros compañeros. En el año 1978 Fabián tenía 13 años y le pidió a sus padres regresar a Mar del Plata, así que emprendieron la vuelta. A la semana de eso, al padre lo secuestraron en la puerta del trabajo y a su madre la fueron a buscar al departamento del centro que habían alquilado, estuvieron privados ilegalmente de su libertad durante alrededor de tres meses en “La Cueva”. Fabián quedó solo y luego de unos días de dar vueltas sin rumbo se contactó con sus tíos que comenzaron la búsqueda de los dos.

    Cuando recuperaron la libertad recibieron por correo una carta donde les confirmaron el embarazo de Silvia pero temieron que fuera una emboscada y terminaron quemándola. La familia seguía teniendo esperanzas de que Silvia y Gastón continuaran con vida, imaginando que tal vez se habían escondido. Carmen Leda Barreiro fue quien empezó a movilizarse, encontrando otras personas en Mar del Plata que estaban en su situación; las primeras reuniones clandestinas de madres y familiares se realizaron en la Iglesia Santa Ana. La primera que se puso en contacto con ellos con información sobre Silvia luego de su secuestro fue Adriana Calvo, quien afirmó haber compartido cautiverio con ella en el Pozo de Banfield y confirmó que estaba embarazada. En 1981 liberaron a Ivon, que se reencontró con su hija Antonia que había estado con su abuela materna “Totita”. Y en 1982, finalmente, también fue liberado Beto.

    Para ese momento, toda la familia había retomado su activación política, de manera clandestina al principio y ocupando cada vez más el espacio público luego de la Guerra de Malvinas. El único que no pudo volver a la militancia fue Alberto padre, quien quedó con secuelas de salud luego de su secuestro. Sobre la transición democrática Fabián dijo que, aunque era de la JP, escuchaba todos los discursos de Alfonsín con la expectativa de lo que iba a suceder con les desaparecides. Luego de las elecciones lo más difícil fue aceptar que ni Silvia ni Gastón iban a volver a aparecer, no tuvieron respuestas de ningún tipo aunque sí recibieron otros retazos de información. Por ejemplo, que Silvia habían sido vista con estado avanzado de embarazo.

    Su padre falleció lentamente y sin una patología definitiva en 1989, nunca habiéndose recuperado de lo vivido. Su madre fue “una locomotora de militancia”, nunca abandonando la búsqueda de Silvia y del nieto/a Larrieu-Muñoz que debió nacer en julio-agosto de 1977. Fue parte junto con muchas otras de Abuelas Mar del Plata, organización a la que también pertenece el testimoniante. Luego de muchos años también se acercó Alicia Minni, quién afirmó haber estado con Silvia en la Comisaría 5ta de La Plata.

    Fabián remarcó que Mar del Plata, como cualquier ciudad tan golpeada por la represión, fue escenario de una gran movilización y organización en la búsqueda de nietos y nietas y en la reivindicación de sus desaparecides. Es en ese marco que la presencia de los genocidas con prisión domiciliaria en el Bosque Peralta Ramos causó una gran indignación que hizo eclosión cuando se le otorgó el privilegio a Etchecolatz. “De manera realmente espontánea, vecinos se empezaron a juntar y se desató un movimiento de indignación que nunca vi en mi vida” recordó el testimoniante haciendo referencia a la agrupación heterogénea “Vecinos sin genocidas”. Lograron el retorno de Etchecolatz a la cárcel común, pero en esa lucha empezaron a averiguar que al menos 16 genocidas estaban en esa situación; uno de los casos por los que también reclamaron fue por Juan Miguel Wolk que estaba en Punta Mogotes. Fabián recalcó la diferencia entre domiciliarias otorgadas a genocidas con patologías muy graves de las cuales el sistema médico no puede hacerse cargo y, otros casos como los arriba mencionados, que tienen la concesión por razones absurdas. En ese marco explicó que las iniciativas continúan y que “Vecinos sin genocidas” se mantiene alerta.

    Su familia declaró en diversos momentos y en distintas causas. Primero sus padres habían brindado testimonio en la CONADEP y en el año 2000 testimoniaron su madre y su hermano en los Juicios por la Verdad. En los últimos años, en la causa conocida como La Cueva declararon su madre y él, en la causa CNU testimoniaron su madre, su hermano y él y Carmen también declaró en La Plata.

    Hacia el final del testimonio de Fabián, el juez Rodríguez Eggers intervino para preguntarle cuál sería para él una reparación integral desde el Estado: “para nosotros, porque no puedo individualizar esto, una reparación integral sería en primera instancia que los genocidas hablen, que más allá de todos los horrores que cometieron, no se vayan en silencio sino que hablen, que cuenten, que den información (…) En segunda instancia que el Estado le de continuidad y celeridad a estos procesos, que el Estado esté detrás y profundice la búsqueda (…), cuando se habla de cerrar una etapa me parece irónico porque los primeros que quieren cerrar una etapa somos nosotros, no es un término político es un término físico (…) El Estado es central, ustedes son centrales para que realmente la memoria, la verdad, el juicio y los castigos mantengan su equilibrio y la protección a las víctimas (…) Que ellos tengan el debido proceso, todas las defensas, todas las garantías, no les deseo con odio nada, lo único que quiero es un país con justicia, para cuidar a los pibes que hoy salen a reclamar sus derechos también, para que no se repita (…) ¿Qué le pido al Estado? que no abandone el compromiso”. Al cerrar, Fabián agradeció a todas las personas que acompañan a les testimoniantes en su declaración y a quienes hacen este proceso posible.

    La segunda y última declaración de la jornada fue la de Ana Laura Mercader, quien comenzó explicando que su testimonio está basado en todo lo que le han narrado y contado sus abuelas, vecinos, personas que compartieron cautiverio con sus padres y por todo lo que ella misma ha podido reconstruir e investigar de estos secuestros. Su madre, Anahí Silvia Fernández de Mercader y su padre, Mario Miguel Mercader, desaparecieron el 10 de febrero de 1977. En ese momento tenían 22 años, la edad que actualmente tiene el hijo mayor de la testimoniante.

    El secuestro fue en su casa en Tolosa, aproximadamente a las 7 de la mañana, en un operativo en el que al menos 20 hombres vestidos de fajina irrumpieron en el domicilio, allanando, rompiendo y robando todo a su paso. Mario Miguel era militante montonero y técnico electricista, había salido a trabajar a las 6 de la mañana; en la casa se encontraba Anahí Silvia que trabajaba en una boutique pero salía más tarde con sus dos hijas, María de 4 meses y Ana Laura de 2 años y medio. A las 8 de la mañana llegó Mari Cambiaso, una joven de 17 años que cuidaba a las nenas mientras la madre y el padre estaban trabajando. Todas fueron interrogadas sobre el paradero de Mario y contestaron que no lo conocían. Anahí estaba muy preocupada e intranquila y le dieron una pastilla para calmarla. Alrededor del mediodía manifestó que necesitaba hacerles el almuerzo a las nenas y fue obligada a cocinar milanesas para todos. 

    La testimoniante reconstruyó brevemente lo que fue esa jornada, mientras esperaban el regreso de su padre en su casa: ella y su hermana fueron encerradas en una habitación junto a Mari, su mamá en algunos momentos podía entrar y aprovechaba para recordarle a Mari el número de teléfono de su madre, anticipándose a lo que iba a suceder. Mario llegó en su moto junto con un compañero llamado Rafael, apodado “el Piraña”, y cuando Anahí los escuchó les gritó que corrieran: tratando de escapar Mario fue herido por una arma de fuego en la pierna y se lo llevaron en una ambulancia.

    Mari vivía a pocas cuadras de la casa, su padre vio el operativo desplegado en la cuadra, se preocupó y se acercó a ver que estaba sucediendo. Fue reducido e interrogado y en ese mismo momento llegó Camps, quien fue reconocido posteriormente por Mari y su padre. Cuando entendieron porqué el padre de Mari había ido a preguntar qué estaba sucediendo, le advirtieron “fíjese bien dónde pone a trabajar a su hija”.

    María Laura explicó que la patota le consultó a Camps qué había que hacer con Anahí Silvia y este respondió que también debían llevarla, junto con “el Piraña”. En relación a las nenas, le dijeron al papá de Mari “llevatelas, regalalas, tiralas, hacé lo que quieras”. “El recuerdo que yo tengo de ese momento es que había habido como un cumpleaños, porque cuando llegamos a la casa del papá de Mari había mucha gente” relató Ana Laura. Eran los vecinos que, muy preocupados, se juntaron a ver lo que había sucedido. A partir de ese momento, María y Ana Laura vivieron durante los días de semana con su abuela materna, Elba Edith Lahera, y los fines de semana con la paterna, Nélida Meyer: “ellas fueron quienes nos criaron amorosamente, a quienes tanto mi hermana como yo les debemos todo lo que hemos podido con esto que ha sido tan traumático para toda la familia”.

    Luego del secuestro, las dos abuelas comenzaron una búsqueda incansable, que incluyó trámites, gestiones y presentaciones en múltiples organismos e instituciones. Realizaron Habeas Corpus, presentaciones en el Ministerio del Interior y en el Arzobispado de Buenos Aires, buscaron en muchos neuropsiquiátricos, y finalmente se presentaron ante la CONADEP. Una cuestión central que señaló Ana Laura, y explica la búsqueda en instituciones de salud mental, es que su abuela materna trabajaba en el Hospital Naval y una monja de ese lugar le dijo que Anahí Silvia estaba viva y bien, pero se encontraba en un neuropsiquiátrico en el que debía permanecer hasta mejorar. Otro dato al que accedieron fue por la vía de una paciente de su abuela Elba, que era la madre del Coronel Héctor Flores; este se contactó con ella y la citó en la Confitería El Reloj de Buenos Aires para decirle que podía averiguar cosas sobre su hija pero la amenazó para que no hable. Durante mucho tiempo, Héctor Flores contactaba a su abuela sin darle datos pero ofreciéndole cosas como salir al cine o irse a vivir a su casa. La última vez que tuvieron contacto por teléfono, este Coronel le dijo a Elba que no busque más a Anahí Silvia, que había fallecido, pero a su vez le dijo que seguía existiendo la posibilidad de que estuviera internada en un neuropsiquiátrico de zona sur.

    En paralelo, la abuela paterna de Ana Laura, encontró una nota el día 12 de febrero en el Diario La Opinión que aseguraba que Mario había muerto en un enfrentamiento. El día 13 de febrero, allanaron la casa de Nélida, entraron con armas largas, revisaron y se robaron todo lo de valor: “mi abuela estaba muy deprimida por la nota de diario que había recibido y les dijo que ella no tenía nada que perder”. Con el tiempo, se enteraron por Claudia Favero y Luis Favero, que habían sido secuestrados dos días después que Anahí y Mario, que no había sido asesinado porque compartieron cautiverio. De esta manera, supieron que la noticia era falsa y continuaron la búsqueda integrando Madres de Plaza de Mayo, estuvieron siempre en contacto y luchando por recuperarlos. Ana Laura hizo hincapié en que la incertidumbre que las acompañó todos estos años fue mutando: “en un principio nos preguntábamos si estaban vivos o si estaban muertos, después nos preguntábamos si los habían tirado al río, si los habían tirado al mar, nos preguntamos qué había pasado con aquellos hijos apropiados, nos fuimos preguntando cosas y la incertidumbre sigue mutando porque seguimos en una lucha porque haya justicia”.

    Gracias a testimonios de sobrevivientes reconstruyeron que Anahí y Mario estuvieron en Arana, la Comisaría 5ta de La Plata, en la Brigada de Investigaciones de La Plata y en el Pozo de Banfield. Algunas de las personas que los vieron en estos centros fueron: Mario Féliz, Claudia Favero, Luis Favero, Adriana Calvo de Laborde, Miguel Laborde, Alicia Mini y Adriana Archenti. Durante el transcurso del Juicio por la Verdad, Adriana Calvo les contó que supo que Anahí había estado en Banfield antes de que ella llegara y que Mario estuvo en el mismo momento que ella..

    En el año 2008 se hizo la campaña de donación de muestras de sangre al Banco Nacional de Datos Genéticos en el marco del trabajo de búsqueda y reconocimiento del EAAF. El objetivo era poder cotejar y entrecruzar los datos con los restos que el Equipo había encontrado y resguardado. En el año 2009, los restos de Mario y Anahí fueron identificados: “la verdad que fue algo que no esperábamos, yo no lo tenía en mente. La desaparición ha generado muchísima ansiedad, la espera genera muchísima ansiedad, entonces también uno piensa, sabiendo los tiempos, que esto no va a pasar. Que es muy difícil encontrar los restos, que pasaron muchos años. Recuerdo que mis abuelas los esperaban para los cumpleaños, para las fiestas”. “Aquello que parecía tan etéreo y tan volátil, tan desmaterializado como es la desaparición, pasaba a tener un peso enorme y además la certeza de que los habían matado”.

    Luego de esto tuvieron un encuentro con la gente del EAAF, quienes les explicaron que Anahí fue encontrada por ellos en el Cementerio de Avellaneda como NN. Mario había sido exhumado en los ‘80 por la policía y los bomberos del Cementerio de Rafael Calzada y llevado a la Policía Pericial. Había sido clasificado en el cementerio como el “hecho E”, una muerte en enfrentamiento el 5 de abril en Adrogué, y sus restos se encontraban junto a los de otres desaparecides; estos restos fueron recuperados por el EAAF recién en el año 2000. Gracias a la información reconstruida por el Equipo, pudieron saber que habían estado privados de su libertad y sometidos a tormentos durante aproximadamente 3 meses.

    Durante todos los años que vivieron con sus abuelas fueron criadas y protegidas por ellas, tuvieron una vida digna, accedieron a una educación, tuvieron sus propias familias y crearon lazos. “Me emociona porque ellas ya no están y pienso un poco en esta justicia tan tardía y en que ellas no pudieron ver a los genocidas condenados”. Al cerrar su testimonio, Ana Laura explicó que sus vidas han sido muy difíciles, “en esta instancia de juicio me gustaría poder decir todo lo que nos costó esto, sabiendo que a muchos compañeras y compañeros de Hijos, les costó la vida (..) Yo anoche no podía dormir, daba vueltas tratando de ponerle palabras a todo esto (…) Muchos nos hemos aferrado a expresiones artísticas para comunicar pero eso tampoco alcanza y creo que una de las cuestiones por las que no alcanza es porque es necesario completar procesos para su elaboración, como un ejercicio de subjetividad (…) Los hijos y las hijas nos hemos pasado la vida intentando completar, intentando completar nuestra identidad, nuestra historia, nuestros proyectos familiares y nuestras desendencias. A 45 años yo me pregunto cuántos años tenemos que sobrevivir para poder vivir, para poder vivir en paz como sociedad. Pensando también que mis abuelas y muchísimas madres y abuelas murieron sin poder ver a estos genocidas y asesinos juzgados, esa es la pregunta que yo le hago a la justicia: ¿Cuánto tiempo más necesitamos para que se unifiquen las causas? ¿Para que haya sentencias firmes? No queremos seguir sintiendo esta incertidumbre y sintiendo la duda de si vamos a llegar a ver a estos genocidas, que hoy se están muriendo y además tienen privilegios, juzgados y condenados (…) No va a haber un Nunca Más hasta que este proceso judicial cierre” concluyó la testimoniante.