Reseña de la audiencia del 17 de agosto de 2021

    AUDIENCIA 036 – 17 DE AGOSTO DE 2021

    En la trigésimo sexta audiencia del debate oral con modalidad virtual del Juicio Brigadas Banfield, Quilmes y Lanús, escuchamos la declaración testimonial de Jorge Barry, hermano de Enrique Barry, y Claudia Congett y Patricia Congett, hijas de Jorge Luis Congett.

    El primer testimonio de la jornada fue el de Jorge Barry, hermano de Enrique Barry. Comenzó su declaración con una semblanza sobre su familia. Sus padres se conocieron como voluntarios de la segunda guerra mundial. Su padre trabajaba en el Banco Nación. Se encontraba en la sede central del Banco, ubicada en la Plaza de Mayo, cuando ocurrieron los bombardeos de junio de 1955.  Tuvieron 4 hijos, y vivían todos juntos en Adrogué. Nacieron todos entre el 45 y el 51. Remarcó que fueron “educados con un aprecio por la vida humana y por la libertad”. 

    Cursaron sus estudios en el Colegio Nacional de Adrogué, donde comenzaron a indagar en la historia, y la secuencia de las distintas dictaduras militares de la historia argentina. Empezaron a entender que vivían en un país “despedazado” y asumieron un compromiso de recuperación, de un país que no era para todos. Jorge, junto con sus hermanos y amigos, comenzaron su militancia en una agrupación estudiantil. De este grupo formaban parte Arnoldo Moyano, desaparecido en 1977; Ana Papiol, exiliada; sus dos hermanos, Enrique y Juan Alejandro Barry, ambos desaparecidos. Jorge fue echado del colegio. Todos tuvieron que forjar otra forma de militar y de entender la política. 

    Jorge habló sobre la militancia de sus hermanos, dentro del peronismo, y en la organización Montoneros. Enrique y su compañera, Susana Papic, fueron secuestrados y permanecen desaparecidos. Su hermano Juan Alejandro y su compañera Susana Mata, fueron asesinados en el marco del plan cóndor.

    Cuando secuestran a su hermano Alejandro por primera vez, en 1974, logró saber que estaba en la brigada de Banfield. Habían sido detenidos en un bar, con varios compañeros de la JP. Un conocido suyo de la escuela, de apellido García, trabajaba en la Brigada, y le confirmó que estaba allí, detenido ilegalmente. García pertenecía a la policía de la provincia de Buenos Aires. Alejandro fue pasado a disposición del PEN, y terminó en la Unidad 9. Susana Matas fue trasladada a Olmos, mientras estaba embarazada. Dio a luz a su hija Alejandrina, en esa cárcel, en condiciones terribles. 

    Luego de ser liberados, su hermano Juan y su cuñada estaban muy preocupados por la situación de represión del país, por lo tanto se vieron obligados a esconderse. Estaban siendo amenazados constantemente, al igual que su hermano Enrique. El 1 de julio de 1975, nace Agustín, hijo de Enrique Rodolfo Barry y de Susana Papic. Jorge llega a conocerlo. A partir del golpe de 1976, se desconecta absolutamente con ellos. 

    El testigo contó que el 23 de octubre de 1976, mientras estaba en el domicilió familiar de Adrogué, a las 11 pm, golpearon brutalmente la puerta de su casa. Entró una patota entre 8 a 10 personas, desplegando un importante operativo por todo el barrio. Sufrieron simulacros de fusilamiento, empujaron a sus 3 hijos y a su esposa. Le preguntaron por Enrique, dónde militaba y si era montonero. Supo internamente que había sido detenido y lo que podía pasar con su vida. Dieron vuelta su casa de manera muy violenta, hasta que finalmente se fueron. A la mañana siguiente volvió otra patota, para preguntarle por Arnoldo Moyano, su compañero y amigo de la escuela. 

    Su hermano Enrique fue secuestrado en una plaza de Bernal. A la siguiente semana, Susana Papic lo llamó a la oficina. Le contó que habían secuestrado a Enrique, y que ella estaba sola con Agustín. Los teléfonos estaban pinchados, por lo que no pudieron concretar una cita. Esa fue la última vez que hablaron. Susana fue secuestrada y su hijo Agustín, fue tirado en casa Cuna. Una vecina lo reconoció, y su sobrino fue criado por su abuela paterna. 

    Luego el testigo contó la última vez que vio a Juan Alejandro. A través de un sistema de citas y re-citas, pudo juntarse con él en un bar de la calle Córdoba, en junio de 1977. Alejandro le entregó los documentos de su familia, y le dijo que su vida estaba en riesgo. Jorge le propone que se exilie, pero él se niega, ya que no quería abandonar la lucha.

    El testigo contó que el responsable de un taller donde trabajaba Enrique, fue secuestrado, y llegó a verlo a Enrique, en terribles condiciones de salud. Nunca supo en qué centro se encontraba. “La certeza de que fue secuestrado y pasó por distintos centros, es absoluta” asegura Jorge. 

    Con la desaparición de Enrique, se pusieron en contacto con Monseñor Graselli, a la parroquia Stella Maris en Retiro, lugar donde funcionaba la Vicaría Castrense. Lo atendió en 3 o 4 oportunidades, y le aseguró que estaba bien. En la última reunión le dijo “no te preocupes más, está bien, ya está con dios”. Esto lo declaró en CONADEP, y tiene certeza de que esta persona asistía a las Fuerzas Armadas.

    El padre de los hermanos Barry, logró saber la dirección de la casa de Enrique, y la encontró destruída. Intentó recuperar la propiedad de la casa para su nieto Agustín, y averiguó que la casa había sido vendida, y la venta firmada por Enrique, mucho después de la fecha de su desaparición. Un ejemplo más de la apropiación de los bienes de las personas desaparecidas. 

    El 20 de diciembre de 1977, aparece en la prensa pública, que su hermano Juan Alejandro y su cuñada Susana Mata fueron asesinados en Uruguay, en el marco del Plan Cóndor. Del operativo participó gente de la Esma, según supo por el relato de Dri. 

    Entre el 28 y 29 de diciembre, el padre de Jorge viaja a Uruguay, y regresa con Alejandrina a Buenos Aires. Pasaron el año nuevo con ella. Luego los medios comenzaron una campaña feroz de desprestigio (principalmente la Editorial Atlántida). Denigraban a su hermano y a su cuñada, diciendo que los Montoneros abandonaban a sus hijos. Jorge sentenció que “Estos canallas de los medios de prensa concentrados, no hicieron otra cosa que armar una tremenda operación”. Este hecho está siendo juzgado en otro juicio, que se desarrolla “bastante lento” según describió el testigo. Estos medios de comunicación ocultaron que sus familiares “fueron asesinados y reprimidos en una lucha contra la dictadura”. 

    En el año 79, su padre hace la denuncia frente a la CIDH, y él hace la denuncia en CONADEP en 1984. En el 2016, se contactó gente del municipio de Avellaneda. Estaban reabriendo el CCD llamado El Infierno. Había testimonios de que había estado allí su hermano Enrique. En ese momento tomó contacto con Nilda Eloy, quien le certificó que estuvo con su hermano, que le decían el Pingüino, y que le dijo su nombre. Es la última noticia que tiene de Enrique. 

    ¿Cómo fue la vida de la familia? Fue muy difícil para todos. Su padre no logró insertarse en la sociedad. Lo jubilaron de la Facultad y lo echaron del Banco Nación. Entró en un pozo depresivo y fue internado. El resto de la familia, terminaron tremendamente doloridos pero orgullosos de sus hermanos, que arriesgaron su vida en la lucha contra una dictadura. Declaró que él siempre remarca que “Francia honró a la resistencia al régimen nazi, y acá todavía no hemos rendido los honores a estos luchadores, resistentes a una de las peores y más crueles dictaduras, que ha habido en Latinoamérica”. Por eso su familia quedó “por un lado llenos de dolor y por el otro llenos de orgullo”. 

    Jorge Barry concluyó su declaración diciendo “Quiero terminar rindiendo un homenaje en nombre de mis hermanos a los 30000, a las víctimas del bombardeo, a los fusilados, y al pueblo argentino que resistió a una dictadura feroz”. 

    El segundo testimonio de la audiencia fue el de Claudia Congett. Es trabajadora de la salud, y docente universitaria. Hija de Jorge Luis Congett, apodado “El abuelo”. 

    Jorge Luis Congett estudió y entró a trabajar en la CGT de los Argentinos. Allí conoció a su esposa, madre de Claudia. En junio de 1955, casi pierden la vida con los bombardeos, porque se encontraban en la CGT de Plaza de Mayo. En 1958, nació su hermana, y en 1965 construyeron una casa en La Matanza. Allí comenzaron su militancia de manera más activa. En la Capilla Stella Maris, de Villa Lusuriaga, Barrio Marina. El cura que los acompañaba se llamaba Pira. 

    Jorge ingresó a trabajar en Acción social, del Municipio de la Matanza. Allí comenzó una militancia activa y gremial. Hicieron una lista para presentarse a las elecciones del gremio. Empezó a militar en la Juventud Trabajadora Peronista (JTP) de la Matanza, y en Montoneros. Junto con José Rizzo y Héctor Galeano, formaron el Partido Auténtico de la Matanza. Con miembros de la JP y los curas tercermundistas, trabajaban en barrios y villas de la Matanza, como Villa 48. Buscaban mejorar la situación de vida; conseguían lotes, y los dividían entre las familias. Desde el municipio les conseguían el lote y los materiales, por cuotas muy pequeñas. También se formaban en oficios. Allí conoce a Estela Garibotto (madrina de Claudia). Él era uno de los más grandes dentro de su grupo de militancia; eran todos jóvenes, y por eso lo apodaron “el abuelo”, aunque tenía 35 años. Cuestión que no le gustaba mucho. 

    En el año 1975, secuestraron en la ruta a Estela Garibotto. Se armó un grupo de compañeros para ir a buscarla. Encontraron en la comisaría de San Justo el auto de Estela. Negaron que se encontrara allí, donde fue torturada. Por intermedio de la iglesia y por policías, la “blanquearon” y pasó a estar a disposición del PEN. Estuvo en la cárcel de Devoto desde 1975 a 1981, cuando salió en libertad condicional. Estela falleció en 2017. 

    Su padre era recordado con mucho afecto, como alguien que era muy generoso y siempre estaba de buen humor. En los días previos a su secuestro se lo veía preocupado. Una persona que trabajaba con él en el municipio lo había amenazado: “no vas a ver amanecer noviembre”. 

    El último recuerdo que tiene Claudia de su papá, fue en su cumpleaños de 6 años. Recuerda que fue “el mejor cumpleaños de mi vida hasta el momento”. Invitó a todo el barrio, y proyectaron películas de Disney, algo muy inusual para la época. 

    La casa de su familia era “una casa de puertas abiertas”. La frecuentaban muchas personas, compañeros de militancia. Diego Guelar, ex Embajador en China del gobierno de Cambiemos, también frecuentaba su casa, y era un alto mando de Montoneros. La testigo también recordó que la casa de sus padres estaba siempre abierta, pero para ir a la de Guelar había que ir con los ojos vendados. 

    El 20 de noviembre de 1976, mientras estaban durmiendo, comenzaron a sentir autos y golpes en la puerta. Jorge se subió al techo y se quedó ahí. Entraron muchas personas armadas, vestidas de civil. Vio a su mamá y a su hermana de rodillas contra la pared, apuntadas por armas. Lo bajaron a su papá del techo, y lo llevaron a la habitación. Uno de los agentes le hizo upa y le dijo que él tenía sobrinos, si se quería ir con él. Claudia le contestó que no.

    Patricia, su hermana, tenía 17 años en el momento del secuestro de su papá. Le preguntaron si estudiaba en el secundario, y ella para resguardarse dijo que no. El hermano de una de sus compañeras, era policía de la Brigada de San Justo. Esa misma noche secuestraron a Ricardo Dario Chidichimo. El 17 de noviembre habían secuestrado a José Rizzo y Héctor Galeano

    En una Chevy negra, lo meten en el baúl al papá. Salió su abuela materna de la casa de al lado, y fue amenazada. Rompieron y se llevaron todo. Pero lo más importante es que se llevaron a su papá. Con su familia tuvieron que hacer de investigadores. Horas después comenzaron a hacer las averiguaciones. Trataron de hacer la denuncia pero no se las tomaron. Recorrieron hospitales, morgues, cárceles y juzgados. Se compraron una máquina de escribir Olivetti, para redactar los Habeas Corpus de los familiares. Los tienen guardados “como archivo histórico familiar”. Su mamá tuvo que salir a buscar trabajo, como mucama en un geriátrico. Pedía que sus francos fueran durante la semana, para poder hacer trámites para buscar a Jorge. Buscaron en organismos nacionales e internacionales. Dormían en casas de amigos y familiares. Tiene el recuerdo de que estaban muy solas. La gente tenía miedo de juntarse con ellas. “Como muchas familias de desaparecidos íbamos a la Vicaría Castrense a ver a Monseñor Graselli en la iglesia Stella Maris”, recordó Claudia. 

    Esto no terminó allí. El 24 de marzo de 1977, volvieron a entrar a la casa. A robarles lo que les quedaba, los sueldos retroactivos que había cobrado la mamá. “Robaban, eran ladrones” afirmó. Le dijeron a su mamá que ellos iban a ir todas las veces que quisieran a romperles la casa, y que ellos eran “idiotas útiles”. 

    La testigo recordó su etapa escolar: “Algunos te abrazaban, pero para la mayoría eras un problema”. No le permitían hablar de lo que pasaba. Ella le compraba regalos a su papá para su cumpleaños y para el día del padre. A los 10 años su mamá le pidió que pare, que su papá no iba a volver. “Yo crecí muy sola” relató. 

    En el 2011, Mariana, la hija de Felix Pérez, y Florencia Chidichimo, fueron al archivo de la Dipba. Cuando Florencia dijo su apellido, Nilda Eloy escuchó y las llevó a charlar con ella y contarles todo lo que había visto. Después del 20 de noviembre, llegaron a la Brigada de Lanús, El Infierno. Les contó que llegó un grupo de “zona Oeste”, de trabajadores, que permanecieron en condiciones de hacinamiento. Reconocen a “el colorado”, a quien creían asesinado en un “enfrentamiento”, perteneciente a la columna oeste de montoneros. A su vez, recordaba que había alguien apodado “el Abuelo”. Mariana y Florencia llamaron a Claudia llorando: “Lo vieron al “Abuelo” en un centro clandestino”. Nilda se juntó muchas veces con ellas, a las que llamaba afectuosamente las “hijas del infierno”. 

    Claudia contó que también intercambió mails con Horacio Matoso, otro compañero que había estado en El Infierno junto con su papá. Conversaron sobre Jorge. Horacio tenía mucho miedo, después de lo que pasó con Julio López. Su papá no dijo su nombre, pero pidió que avisen en la capilla Stella Maris, para que su familia sepa que lo habían visto, ya que el cura de la capilla era su amigo, padrino de Claudia. 

    Según estos testimonios, pudieron saber que el 31 de diciembre de 1976, sacaron a un grupo del centro clandestino, y nunca se supo el destino. Años después, aparecen los restos de Rizzo en el cementerio de Villegas, con los de otras personas. Fueron fusilados en la zona de la Tablada, la noche del 31 de diciembre. Los restos de su padre aún no aparecieron. 

    Existen testimonios que declaran que en el Cementerio de Avellaneda, sector 134, en el panteón de la policía, hay restos de personas desaparecidas. “Necesitamos saber el destino de nuestros familiares”, afirmó Claudia. 

    Con el tiempo, fueron parte de la fundación de HIJOS La Matanza. Buscaron otros familiares, que aún no habían hablado de sus desaparecidos. Claudia relató que “a mí, mi padre me faltó en los momentos buenos y en los malos”. Su hijo, su recibida, su escuela. “Para mí, mi viejo fue un héroe. No lo desaparezcan de nuevo. Le decían el abuelo pero él era Jorge Luis Congett”. 

    Claudia Congett finalizó su testimonio con un pedido: “A sus asesinos y a sus cómplices, yo sé que profesan la religión católica, si tienen fe en dios, si creen que hay otro lugar, antes de irse de esta tierra, diganos el destino final de cada uno de nuestros compañeros. Tengan la dignidad cristiana de decirnos donde están. Si algo me queda pendiente en esta vida, es llevarle una flor a mi viejo. No olvidamos, no perdonamos y no nos reconciliamos, jamás”. 

    El tercer testimonio de la audiencia fue el de Patricia Congett, la hermana mayor de Claudia. “Estoy en este juicio porque sigo buscando Memoria Verdad y Justicia, quiero saber qué pasó con mi padre y qué pasó con los 30.000 desaparecidos. Les voy a contar cómo llegamos a esta situación”. Jorge Congett tenía 45 años al momento de su secuestro y hace 45 años que lo están buscando. Fue peronista toda la vida y trabajaba en la CGT donde conoció a la madre de Patricia y Claudia, Ester Muiñoz, en 1957 se casaron y en el 58 nació Patricia.

    Jorge siempre tuvo una inclinación por la militancia social. En 1965 decidieron construir la casa en Villa Luzuriaga, partido de La Matanza, donde todavía hoy vive Ester. Jorge entró a trabajar en el municipio de La Matanza en el sector de cómputos, Ester trabajaba en una fábrica de medias, era delegada y Patricia iba a un Colegio privado y católico de Ramos Mejía. El padre Pina era párroco de la capilla Stella Maris de Villa Luzuriaga, a la que Patricia iba los domingos a misa -que era obligatorio por su escuela-. Así es como Jorge, en contacto con el padre Pina, empezó a tener algún tipo de militancia social y desde el municipio le ofrecieron trasladarlo al área de Acción Social. Empezó a conectarse con la política “había una necesidad de cambio en el país”, explicó Patricia. Empezó a tejer redes con otras personas y se acercaron al peronismo desde el sector gremial de los municipales. También comenzó a trabajar en barrios populares. Militaban en la Juventud Peronista, pero Jorge siempre era 20 o 25 años mayor que sus compañeros, allí nació su apodo “el abuelo”. El padre de Patricia fue parte de Montoneros, en su casa se hacían reuniones pero no solo de política sino de camaradería. “Teníamos una casa de puertas abiertas” afirmó la testimoniante. En 1970 nació su hermana Claudia..

    “Jamás pensamos que iba a pasar lo que pasó, mi padre era un militante que buscaba el bien común”. Luego del Golpe eran conscientes de lo que estaba sucediendo pero según Patricia, Jorge nunca pensó que le iba a tocar a él. Al describir el secuestro, la testimoniante explicó que el 20 de noviembre de 1976 estaban durmiendo y sintieron ruidos extraños, corridas y muchos autos en la calle. Patricia estaba a un día de cumplir 18 años. Se dieron cuenta que el grupo de personas que estaba afuera se dirigía a su casa y le pidieron a Jorge que se fuera por la puerta trasera pero no quiso. Entraron alrededor de 12 personas a su domicilio, a su madre y a ella las pusieron contra la pared y a su hermana de 6 años la hacían dibujar y hasta le ofrecieron llevarla con otra familia. Escuchaban a su padre quejarse desde la habitación de atrás pero se lo llevaron antes de que pudieran ver qué le habían hecho algo. Su abuela que vivía al lado vio que metieron a Jorge en el baúl de un auto y Patricia pudo reconocer por la ventana un Chevy negro, está casi segura que no tenía patente.

    “A partir de ese momento empezó la búsqueda que lleva 45 años”. Patricia fue a la casa de una compañera del secundario y enfrentó a su cuñado, Miguel Ángel Cristobal que era oficial de la Brigada de San Justo. “Él trató de cambiarnos la información, quiso desorientarnos” pero con el tiempo y gracias a los testimonios de sobrevivientes supieron que Jorge estuvo allí. A su vez, la testimoniante hizo referencia a la amistad y militancia compartida que su familia tenía con Ricardo Chidichimo y Cristina del Río. Explicó que esa mañana luego del secuestro también trataron de conectarse con los compañeros de Jorge y se enteraron que Ricardo había sido secuestrado la misma noche del 20 de noviembre. A Cristina no se la llevaron pero vivió un momento muy difícil. Con los días se enteraron que había habido un operativo importante en la zona oeste porque varios cuadros políticos y de conducción de La Matanza fueron secuestrados por esa fecha, por ejemplo Rizzo y Galeano. Mucha de esta información la conocieron con el tiempo gracias a Zorzoli, amigo, socio y compañero de militancia de Jorge.

    Durante los años se conectaron con organismos, con familiares, no tenían abogados y se compraron una máquina de escribir para presentar los Habeas Corpus. Presentaban tres por mes, en distintas jurisdicciones, pero casi ninguno tuvo respuesta. La única vez que les contestaron fue para reclamar a la Comisaría de San Justo porque ni en esa localidad ni en Villa Luzuriaga les habían tomado la denuncia de lo sucedido. “Al principio nos sentimos bastante solas” relató Patricia. Como el padre era militante barrial católico, trataron de conseguir información por la vía de la Iglesia pero las respuestas solían demostrar la complicidad y el ocultamiento. Un archivo que señaló que le parece digno de investigar o revisar es el de la vicaría castrense. Monseñor Tortolo y el padre Graselli les tomaban los datos en fichas que a lo largo de los años se enteraron que siguen en La Plata. Fue un archivo que secuestraron pero allí se pueden encontrar los datos brindados por las familias así como anotaciones de los destinos o de los lugares de detención de lxs desaparecidxs. También iban a cárceles, “los familiares nos juntábamos en las fiestas por ejemplo porque teníamos la fantasía de que soltaban a los detenidos en Navidad”. Incluso visitaron Campo de Mayo.

    Hizo hincapié en los maltratos y amenazas que recibieron en varias de estas  instituciones; en muchos casos decidían dejar de ir o no buscar más en ciertos lugares por el temor de que algo les suceda. “El miedo y la impotencia que nos quedó en los primeros tiempos nos arrastra durante años” aseguró Patricia. En los primeros momentos dormían en lo de sus tíos o en lo de unos amigos, y volvían a su hogar solo durante el día. En febrero o principios de marzo no pudieron sostener más esa vida y regresaron a su casa. Siempre veían autos dando vueltas y se sentían amenazadas. De hecho, el 24 de marzo de 1977 les hicieron un segundo allanamiento, no podían entender qué querían si sabían que su padre ya no estaba allí: las burlaban y les robaron.

    La única referencia que tuvieron sobre el recorrido de Jorge hasta el 2011 fue su paso por la Brigada de San Justo. Ese año se estaban preparando para hacer una declaración en los Juicios por la Verdad y las llamaron Florencia, la hija de Chidichimo y Mariana la hija de Félix Pérez que, en su búsqueda por información en la Ciudad de La Plata, se habían encontrado con Nilda Eloy. Nilda les contó a Florencia y a Mariana su historia en la Brigada de Lanús con asiento en Avellaneda y cómo reconoció a la gente que llegó de la matanza, posteriormente también Patricia y su hermana se juntaron con ella. Nilda y Horacio Matoso, ambos sobrevivientes, declararon que había llegado un grupo de militantes de base que venían de la Brigada de San Justo: Chidichimo, El Abuelo -Jorge Congett-, Rizzo -también un hombre mayor-, un telefónico que consideran que fue probablemente Galeno y también Santos. Ambos coinciden en que había gente que ya estaba allí, como “El colorado” o “El pingüino”.

    Patricia y Claudia tuvieron muchas entrevistas e intercambios tanto con Nilda como con Horacio. Este último les contó que “El Abuelo” le había pedido que al salir vaya a ver al cura de la parroquia Stella Maris y le diga que estaba bien, que le avise a “la gallega y a las chicas” que lo había visto: esto le dio la pauta a Patricia que sin duda El Abuelo era su padre Jorge. “Tengo un respeto muy grande por los sobrevivientes, no podríamos haber hecho nada sin ellos. Fue tan macabro el plan sistemático que armaron que todavía no sabemos ni donde están los restos”. Del grupo del padre pudieron recuperar el cuerpo del Rizzo, en el Cementerio de Villegas. Patricia pidió que se siga trabajando en la identificación y restitución de los restos a lxs familiares.

    “Es muy difícil ser un familiar de desaparecidos. Sería una utopía pensar en mi padre vivo pero mientras no me digan lo contrario yo lo sigo buscando, lo seguimos buscando (…) que nos digan dónde están para poder cerrar un poquito esto, aunque no se va a cerrar nunca (…) por otro lado el orgullo de ser una hija de desaparecidos, más allá de que no quisiera serlo, el orgullo  saber que mi padre fue un ser del bien”.

    Ante la solicitud de la querella mostró una foto de su padre y lo describió físicamente. “No es fácil la vida después, que mis hijos me digan “hoy declaras de nuevo” que mis nietos se empiecen a enterar lo que sucedió con su bisabuelo. Además de justicia los hijos buscamos un poco de paz y de sanación”. Para cerrar leyó unas palabras de Horacio Matoso, con quien intercambió correos electrónicos recientemente: “mis energías que también llevan las de Nilda están en ustedes”. Leer sus palabras fue “un homenaje a Nilda Eloy y un homenaje en vida a Horacio Matoso”.

    El juicio continuará el martes 24 de agosto a las 9h con las declaraciones testimoniales de Florencia Chidichimo, Cristina del Río y Rubén Ares.