Reseña de la audiencia del 21 de diciembre de 2021

    En la quincuagésima tercera audiencia del debate oral con modalidad virtual del Juicio Brigadas Banfield, Quilmes y Lanús, escuchamos la declaración testimonial de Ana María Caracoche, sobreviviente; y de Eduardo Sergio D’ambra, Ricardo Miguel D’ambra y Gerardo Luis D’ambra, familiares de Alicia D’ambra, desaparecida en julio de 1976.

    La primera testimoniante de la jornada fue Ana María Caracoche, que actualmente tiene 75 años, vive en Brasil y cuyo testimonio había quedado pendiente de la audiencia 52. “La historia de mi vida con la dictadura militar comienza cuando fui detenida, secuestrada, desaparecida y torturada”. Ella y su esposo, Juan Oscar Gatica, son originarios de Mercedes, provincia de Buenos Aires. En esa ciudad, Ana María militaba en educación y en cultura de la Juventud Peronista y Juan Oscar en la rama sindical de Montoneros.

    El 16 marzo de 1977 desapareció la hija mayor del matrimonio, María Eugenia Gatica Caracoche, de un año y 4 meses. María Eugenia estaba al cuidado de la familia Abdala-Falabella en su domicilio en el barrio de Los Hornos la noche en que la familia, incluido su hijo José Sabino, fueron secuestrados. Meses después, Ana María se encontraba con su hijo Felipe Gatica Caracoche de 4 meses en la casa de Roberto Luján Amerise, compañero de militancia de Oscar, en la localidad de Berisso; alrededor del 19 de abril de 1977, fueron secuestrados de ese domicilio por un comando que dijo ser del Ejército Argentino donde todos se encontraban encapuchados. En el esfuerzo por proteger a su hijo, a Ana María le quebraron un brazo. Felipe y el hijo de Roberto, Camilo, fueron dejados con los vecinos.

    En el traslado, se detuvieron para secuestrar también a Alberto Omar Diessler. Estuvieron ilegalmente detenidos en el centro clandestino conocido como La Cacha donde Ana María fue sometida a tormentos. Cristina Marroco y Ana María requerían atención médica y alrededor del día 21 de abril, las trasladaron al Pozo de Banfield para “atenderlas”, la testimoniante señaló que no pudo reconocer a la persona que lo hizo. En ese lugar, estuvieron en una celda muy pequeña, salían periódicamente para ir al baño y para recibir la comida en un pasillo grande. Afuera siempre estaban tabicadas, por lo que no pudieron reconocer a ningún guardia. Sin embargo, sí pudieron conversar con otras mujeres en cautiverio que Ana María reconoció estaban embarazadas o recientemente habían dado a luz: Adriana Calvo de Laborde, que estaba con su hija Teresa; Silvia Mabel Isabella Valenzi; María Eloísa Castellini había tenido una bebé en el piso de la celda ayudada por sus compañeras; Manuela Santucho; Cristina Navajas; Alicia D’ambra; Silvia Muñoz; y Mary Garín.

    Posteriormente, fue trasladada nuevamente a La Cacha con Cristina Marroco. Cree haber podido identificar que fue en una ambulancia o algún vehículo más o menos chico y que las fue a buscar personal de La Cacha. En este lugar, estuvo en contacto con otros compañeros detenidos y fue privada de su libertad en distintos espacios del centro clandestino. Además, recordó que recibían el café con leche en tazas con el logo del Ejército. Ana María explicó que estuvo en total un mes detenida-desaparecida.

    Luego de su liberación, empezó la búsqueda de Felipe y María Eugenia. “La situación era muy triste, de mucha confusión, estaba emocionalmente destrozada con dos hijos desaparecidos (…) Los chicos eran botín de guerra de la dictadura, eso quedó muy claro desde el comienzo”. En primer lugar, envió a unos compañeros a Berisso a preguntar por Felipe: los vecinos que los recibieron el día del secuestro les dijeron que unos abuelos habían ido a buscarlos, pero Ana María sabía que eso no era verdad. De María Eugenia y de Sabino tuvo una pista importante gracias a Adriana Calvo que había estado en la Comisaría 5ta de La Plata y había escuchado a dos niños.

    Desde el año 1977 y hasta el ‘80 Ana María y Oscar vivieron en la clandestinidad, lo que les impedía emprender las gestiones necesarias para la búsqueda de sus hijos. La suegra y la cuñada de Ana María fueron las que buscaron en todos los hospitales, en todas las casas cunas y quienes denunciaron la desaparición en el momento. En 1980 el matrimonio se exilió en Brasil, con su hija recién nacida María Paz, y se pusieron en contacto con ACNUR y la Red CLAMOR, entidades que recibían exiliados, otorgaban algunas facilidades para tener condiciones de vida dignas y registraban todas las denuncias de desapariciones. Gracias a estas instituciones, que habían dado algunos pasos en la restitución de niños, articularon esfuerzos con las Abuelas de Plaza de Mayo y comenzaron a denunciar internacionalmente la desaparición de sus dos hijos mayores. En 1981 nació en Brasil su hijo menor Juan Manuel.

    En 1984, con el retorno de la democracia, Oscar viajó, realizó la denuncia en la CONADEP y volvió a contactar a los vecinos que habían recibido a Felipe la noche del secuestro. En junio de ese año, Ana María hizo el mismo recorrido y estos vecinos la reconocieron como la madre del niño. Cuando pudieron identificar a la familia apropiadora, junto con Abuelas iniciaron las gestiones para la restitución. Felipe había sido secuestrado con 4 meses y  el 21 de septiembre de 1984 se reencontró con su familia a los 8 años, fue uno de los primeros niños que recuperaron su identidad con padres vivos. “Quien perdió la identidad, cuando vuelve a su familia, es un movimiento que no se puede explicar, un reconocimiento tan profundo (…) Por ejemplo, Felipe venía y me apretaba, me abrazaba, pasaba la cabeza por mi pecho, yo siempre lo cuento, es recuperar la identidad. Lo cuento para que aquellos que perdieron la identidad, no tengan miedo de recuperarla, de recuperar su historia”.

    En el mismo año, 1984, apareció una foto de una niña de la misma edad que María Eugenia. Era muy difícil reconocer rasgos físicos de una nena que había desaparecido con 1 año y debía tener alrededor de 9. El caso de ella fue distinto porque había sido apropiada por un policía de la Provincia de Buenos Aires de apellido Silva; fue identificada por las Abuelas, conocían dónde se encontraba pero debieron emprender un proceso judicial y de análisis genéticos para su restitución. Cuando el juez trató de hacerla efectiva, el policía apropiador volvió a desaparecer con la nena. Finalmente, y con la intervención del presidente Alfonsín, María Eugenia volvió con su familia el 12 de septiembre de 1985.

    “La historia de vida que yo conté aquí, es una historia rescatada de la memoria, eso es muy difícil de hacer. Por eso agradezco las preguntas, todo lo que consiguieron esclarecer, porque es un testimonio que para la historia de Latinoamérica es un punto en los libros, pero para mí es toda la vida. La memoria permitió que la justicia condenara a 1070 genocidas por crímenes de lesa humanidad. La verdad no es venganza, es justicia. Por los 30.000 detenidos-desaparecidos que están presentes. Por Oscar Gatica, que está presente” finalizó su testimonio Ana María.

    La segunda declaración testimonial de esta audiencia fue la de Eduardo D’ambra, hermano de Alicia Raquel D’ambra, secuestrada-desaparecida en julio de 1976 en la ciudad de Buenos Aires. Eduardo explicó que el relato que pudieron recomponer fue gracias a retazos de información que recopilaron con mucho esfuerzo, particularmente su madre y su padre que por la tardanza de este juicio no pudieron ser ellos quienes declararan. La familia es originaria de Alta Gracia, Córdoba, y estaba compuesta por cinco hermanos. Alicia hizo la escuela primaria y secundaria en un colegio religioso y pertenecía a un grupo católico llamado MSJ. Al egresar comenzó sus estudios de idioma en la Escuela de Lenguas de la ciudad de Córdoba, donde tenía militancia en el centro de estudiantes; además, trabajaba en un hotel en la recepción. En ese entonces, vivía junto con su pareja, Sebastián Ferrer, y su hermano Carlos, quien también continúa desaparecido.

    Alicia fue detenida en un primer momento junto a dos de sus hermanos en la vía pública, por estar repartiendo volantes. Eduardo no conocía mucho sobre su militancia, se enteraron posteriormente que era conocida como “Elena” y que los tres convivientes de ese momento pertenecían al PRT-ERP. Estuvieron unos días en la Unidad 2 de Córdoba, pero liberaron solo a los hermanos y Alicia permaneció allí varios días más. Luego de eso, fue trasladada a la Cárcel del Buen Pastor, desde donde protagonizó una fuga junto con otros compañeros. La familia perdió prácticamente el contacto con Alicia, la vieron 3 o 4 veces antes de su desaparición. Ella estaba viviendo en Buenos Aires de forma clandestina. En junio de 1976 recibieron una llamada anónima a un teléfono de un familiar en Merlo, que confirmaba que había sido secuestrada por fuerzas militares. Recibieron una segunda llamada, al mismo teléfono, confirmando que estaba bien pero permanecía detenida. En ese momento, ella tenía 20 años y, según algunos indicios, podría haber estado embarazada.

    Su padre, Santiago Eduardo D’ambra y su madre, Emilia Ofelia Villares, conocida como Emi D’ambra en Córdoba, llevaron adelante a partir de ese momento la búsqueda y las gestiones para conseguir información. Presentaron Habeas Corpus en Córdoba, se integraron a Familiares detenidos-desaparecidos por razones políticas, organismo en el que participaron y lucharon hasta sus últimos días. Uno de los testimonios de sobrevivientes que contribuyeron en esta búsqueda fue el de Adriana Calvo quien compartió cautiverio con ella en el Pozo de Banfield y fue quien señaló la posibilidad de su embarazo.

    Paralelamente, en el año 1976, fue secuestrado su otro hermano, Carlos junto a su compañera Sara Waitman. Supieron que sucedió en la Terminal de ómnibus de Córdoba capital y que fueron trasladados en primer lugar al campo de La Rivera. Posteriormente, Sara fue llevada a Devoto, liberada años después y Carlos a La Perla, se presume que fue asesinado a finales del año 1976.

    Sobre el impacto del terrorismo de estado en su vida y en la de su familia, Eduardo dice que fue como una vida nueva. Excepto trabajar, dejaron de hacer todo lo que acostumbraban, todo lo que era parte de sus vidas previo a los secuestros. El testimoniante explicó que recién después de Malvinas la sociedad empezó a preguntarse y a nombrar lo que había pasado, antes de eso era un tema muy estigmatizante. Al finalizar su testimonio, Eduardo recordó aquella canción que dice que hay que “honrar la vida” porque cree que sus hermanos lo hicieron mientras pudieron.

    El siguiente testigo fue Ricardo D’ambra, otro de los hermanos de Alicia Raquel y Carlos Alberto, víctimas del accionar represivo de la última dictadura. Como explicó previamente Eduardo, Ricardo señaló que Carlos fue secuestrado en la Terminal de Ómnibus de Córdoba. Alicia estuvo detenida, participó en la fuga del Buen Pastor en el año 75 y después fue secuestrada en Buenos Aires, en una casa de la calle Warnes al 700 alrededor del año 1976, cuando el testimoniante tenía aproximadamente 20 años y su hermana 21. Lo primero que supieron del destino de Alicia fue varios años después, pero los hermanos no estaban al tanto de estas investigaciones porque fueron su padre y su madre, Santiago Eduardo D’ambra y Emilia Ofelia Villares, quienes emprendieron las gestiones e investigaciones necesarias. 

    La familia estaba al tanto de la militancia de Alicia en el PRT-ERP, incluso antes de su primera detención. Ricardo explicó que no tenía mucho contacto con su hermana porque iba a la escuela doble jornada y ella ya no vivía en la casa familiar, pero recordó que estudiaba inglés y alemán en la Escuela de Lenguas de Córdoba. El impacto del terrorismo de estado en la familia fue grande, sobre todo a partir de la fuga del Buen Pastor, cuando la cara de Alicia salió en televisión. “No hubo quien no supiera, mucha gente nos dejó de hablar, nos dejó de saludar”.

    El último testimoniante de esta audiencia fue Gerardo D’ambra, el hermano menor de Alicia Raquel y Carlos Alberto. Al momento de la desaparición de Alicia, Gerardo tenía 8 años, por lo que su declaración se basó en los relatos familiares y en las reconstrucciones judiciales posteriores. Alicia estudiaba distintos idiomas, explicó que su primera detención en realidad fue en la ciudad de Alta Gracia, durante sólo algunos días. Luego de eso se produjo la detención en Córdoba, en la que Alicia fue acusada de poseer panfletos en su poder y estuvo en la cárcel del Buen Pastor hasta que participó de la fuga en mayo de 1975. En el momento, Gerardo no conocía nada de su militancia pero después si supo que tanto Alicia como Carlos eran militantes del PRT y luego de la fuga se comprometieron más con el ERP.

    En ese punto Alicia pasó a la clandestinidad, pero tuvieron algunas comunicaciones telefónicas en las que les informaba que estaba bien. Además de eso, en un momento se trasladó para visitarlos durante unas vacaciones familiares en carpa y Gerardo la vio por última vez el día de su cumpleaños de 8 años, el 18 de junio de 1976, que era también el día del padre. Recordó que en esa oportunidad, fueron hasta Carlos Paz en donde la organización los llevó a la casa en la que estaba Alicia oculta. Gerardo supo que su nombre clandestino era Elena Quiñoñeros y lo sorprendió su pelo rubio porque no era su color habitual. En julio de 1976, en un departamento de la calle Warnes al 700 en Buenos Aires, Alicia fue secuestrada junto con Manuela Santucho y Cristina Navajas. En el operativo, los secuestradores abandonaron a los hijos de las últimas dos en el domicilio mencionado. 

    Gerardo explicó que su madre y su padre no solo buscaron incansablemente a su hermana sino que tuvieron una gran militancia por los Derechos Humanos en la agrupación Familiares de detenidos-desaparecidos por razones políticas de Córdoba. Ambos declararon en distintas causas judiciales, tanto por Alicia como por Carlos, “fueron años de búsqueda permanente donde la actividad principal de mis padres fue esa”. Lograron recopilar información gracias a los testimonios de sobrevivientes: en el caso de Alicia fue Adriana Calvo quien aportó datos fundamentales. Lo que pudieron reconstruir es que estuvo en Campo de Mayo, en Automotores Orletti y por último en el Pozo de Banfield. Muchos años después, por contactos con familiares de otros detenidos, supieron que quizás haya estado también en Puente 12 o algunos de los CCD de esa zona. “Luego del Pozo de Banfield la última noticia serían los traslados, aparentemente algunas de las chicas que fueron trasladadas en el mismo camión aparecieron en la fosa común del Cementerio de Avellaneda (…) suponemos que todavía el EAAF tiene posibilidad de encontrar sus restos” manifestó el testimoniante.

    Sobre los impactos del terrorismo de estado en su vida y en la de su familia, Gerardo dijo que “fue estigmatizante en muchos aspectos (…) se que en muchos trabajos que he tenido no ha sido bien visto, fui tratado de “zurdito” muchas veces como si eso tuviese una connotación negativa (…) Dentro de la familia he visto el sufrimiento y la tristeza de todos. En mi caso, es una página que no se termina de cerrar hasta que no se sepa el destino final, son todas presunciones que uno las sobrelleva como puede. Es un recuerdo permanente el que yo tengo, generalmente me sirvió mucho exteriorizarlo (…), para que se sepa y para que no le pase nunca más a nadie”. Por último, Gerardo afirmó que son sus padres los que deberían haber participado de esta instancia y que ha sido la tardanza de la justicia la que los ha puesto a él y sus hermanos en el lugar en el que ellos deberían haber estado viendo como se hacía justicia.