“Ha habido una expansión en la conciencia de género”

¿Cuándo y por qué razones se vinculó a los estudios de género?
Trabaje muchos años en filosofía antigua, específicamente en Aristóteles, en sus escritos lógicos y retóricos, pero en algún momento la pregunta que me formulé es si quería seguir trabajos de filósofos clásicos. Durante un período mantuve mis dos intereses casi al mismo tiempo, y el salto a los estudios de género y a la teoría de género, a la filosofía de género, lo di a comienzos de los años ochenta, gracias a una convocatoria de un Congreso sobre autores clásicos, cuyo tema fue “la mujer en la actualidad”. Ahí presenté una ponencia sobre la inconsecuencia, la inconsistencia que había en ciertas afirmaciones de Aristóteles vinculadas a lo femenino.
Después conocí a la investigadora española Celia Amorós, con quien cursé unos seminarios y cuya mirada me resultó muy interesante. Ella dirigió mi tesis de doctorado y me alentó a seguir trabajando estos temas, para dar el salto que implica dejar un espacio teórico de reconocimiento histórico como es la filosofía clásica, a algo que era un poco un salto al vacío, era algo que en otros países estaba trabajado, pero en este país estaba recién instalándose con lo que fue la militancia de los 70. Me fui desplazando en áreas: primero en el sujeto, después en cuestiones de violencia, de la teórica feminista, historias de la filosofía desde la lectura de género, pero fundamentalmente no pude abandonar el campo.

¿Cuál es el origen y cómo funciona el CINIG?
Yo había participado de la fundación del Instituto de Género en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, a finales de la década del ochenta. Primero fue un área, después se instituye como instituto a principios de los noventa, y ahí publicamos la revista Mora. Con esa experiencia, cuando me incorporé a la UNLP hace 20 años, me pareció que era interesante comenzar a trabajar en esta Facultad (de Humanidades y Ciencias de la Educación), ya que fue muy abierta a este tema, había una cátedra de la mujer pero no tenía cuestiones sistemáticas, no formaba parte de  los planes ni de la currícula de estudio. Comencé dictando seminarios para ver si había interés. Después con otros colegas, aproximadamente en el 2004, comenzamos a armar el Centro, que fue reconocido oficialmente en el 2006, y que dirijo desde 2008. Estamos tratando de darle un  perfil teórico, que no es fácil porque en general se vinculan los derechos de la mujer a la reivindicación empírica, a la ocupación de la calle, una pancarta, pero no a la fundamentación teórica que legitima. En ese sentido, creo que ha habido una expansión en la conciencia de género, no sólo por mérito del CINIG, desde ya.

¿Cómo es el panorama actual de los estudios de género en la Argentina?
El estudio de género en la Argentina es diverso. Por un lado tenemos un doctorado como el de Córdoba, que es mérito de las cordobesas que se instalara, se conociera. Al mismo tiempo tenemos zonas en las cuales no se puede presentar un seminario porque  no se los reconoce, entonces es como dispar, no hay una mirada homologa. Hay zonas donde esto está más avanzado y otras que no, y al mismo tiempo en zonas donde está más avanzado son grupos encapsulados en lo académico, en una cierta elite que maneja el tema pero que no le llega a las mujeres, y eso es otro problema. Porque, digamos, es más cómodo que quede en lo académico y no permitir que alcance a capas de mujeres que están en desventaja y serían las beneficiadas si ello ocurriera bien.

¿Cómo describiría la situación de la mujer en la Universidad Pública?
Es muy dispar, porque la situación de la universidad pública es dispar, no son las mismas las condiciones de trabajo de las distintas universidades, las condiciones laborales generales son muy diversas. Lo que sí se ve es un fenómeno que es la feminización tanto de la planta docente como del alumnado. Ahora la feminización del alumnado y de la docente se corta por dos variables, que son ciencias duras y blandas. En las ciencias duras la carrera es infinitamente más difícil, porque son lugares de prestigio y reconocimiento el que tienen que ocupar las mujeres. Y se corta por otra variable, aparte del imaginario y el reconocimiento valorativo, que es el reconocimiento económico. La feminización de la planta docente tiene que ver con los bajos salarios, se sigue pensando que el sueldo docente es complementario, entonces es mucho más difícil que un varón quiera sostener su familia con una dedicación universitaria, que una mujer lo entienda como un complemento al conjunto de los ingresos familiares y entonces persista en la tarea docente. Los varones que además no tienen profesión liberal, por ejemplo un abogado, y dan clases son muy pocos. Hay todo una distorsión, que uno podría leer como una mirada optimista sobre el crecimiento de las mujeres que hay en la academia, pero también hago un análisis no tan optimista porque sé que se entrecruza con los intereses, yo no sé que pasaría si los sueldos fueran el doble de lo que son.

¿Cuáles son los hitos más destacados en la historia de la lucha de los derechos de la mujer en la Argentina?
Uno de ellos es la votación de Julieta Lanteri,  del que el año pasado se cumplieron cien años. Fue muy importante el trabajo que realizaron las socialistas y anarquistas en el siglo XIX en aras de obtener derechos civiles igualitarios. Y luego la ley del voto femenino en 1947, que les brindó el espacio de poder representarse a ellas mismas en el ámbito político y público.

¿Cuáles son hoy en día, en el país, los desafíos más importantes en relación a los derechos de la mujer?
Uno de ellos es la continuidad de la traba social, es decir las mujeres en la Argentina no tenían ningún lugar donde se las prohibiera entrar, pero cuando se dieron cuanta que entraron y que además pretendían quedarse en la universidad y enseñar, empezaron las trabas. Se utilizan mecanismos para evitar que las mujeres entren en ciertos cargos relevantes, para impedir que la mujer se destaque. Esto se sigue arrastrando, es decir las leyes permiten cosas, que después en la práctica no se cumplen, no porque haya algo que las nieguen sino porque las trabas materiales te impiden avanzar en ciertas cuestiones. Sigue pesando mucho la imagen de la mujer cuidadora, protectora, madre, ocupándose de los enfermos, de la ciudad, del medio ambiente, hay un peso muy fuerte de la imagen de cuidado que tiene la mujer que tendría que estar repartido.
Un problema es el peso simbólico de la ley, y la importancia de que la ley se cumpla. Tenemos un espíritu vinculado a la negociabilidad de la ley. Es difícil instalar leyes que vayan contra pensamientos más retrógrados. Ellas mismas, las mujeres, están convencidas de que no son capaces, ése es el problema de este disipamiento de un lugar de inferioridad, porque ya viene naturalizado desde la sociedad, en el momento en que uno nace. Eso se ve más en las diferencias de clases sociales, donde por ejemplo cuando se les pregunta qué van a ser cuando sean grandes, los chicos piensan en cosas que no son realizables en las condiciones en las que viven. Habría que encontrar modos de autoafirmación en las mujeres donde puedan decir “yo puedo, puedo ser algo diferente además de ser madre, en donde me puedo transformar y trasformarse en las situaciones en las que se encuentran”. Falta educación en cuanto a género, faltan referentes. Porque eso actúa como alguien que te mueve a salir de “es lo que hay”. Pero para que eso pase, tengo que generar una autoafirmación positiva, donde no tengo que permitir que se maltrate, reclamar los derechos en el modo de cómo te plantás en el mundo.