Juicio Brigadas Banfield Quilmes Lanús. Reseña Audiencia 68

Por Gabriela Calotti, Programa de Apoyo a Juicios

 

Infancias marcadas por represores impiadosos

 

 

 

Mercedes nació en cautiverio y fue entregada por Bergés en una adopción ilegal; Soledad tenía 7 meses cuando sus padres fueron secuestrados. Su abuela materna la rescató de la Brigada Femenina de San Martín. Celeste tenía casi 4 años y su hermana Marina dos años y medio cuando su mamá fue secuestrada.

María Mercedes Gallo Sanz, nació en cautiverio en el Pozo de Banfield. Su mamá, la uruguaya Aída Sanz Fernández, y su papá, Eduardo Gallo Castro, pasaron por el Pozo de Quilmes. Ambos están desaparecidos al igual que su abuela materna, Elsa Fernández de Sanz. Ileana García, oriunda de Montevideo, tenía en brazos a su beba de siete meses, Soledad, cuando un grupo de tareas uruguayo-argentino la secuestró en su departamento en Vicente López junto a su esposo, Edmundo Dossetti y a otro compatriota, Alfredo Bosco. El matrimonio Dossetti-García fue visto en el Pozo de Quilmes. Permanecen desaparecidos. Celeste Gutiérrez Gerelli, tenía casi 4 años. Su mamá, Mirta, también estuvo secuestrada en el Pozo de Quilmes y sigue desaparecida. Las tres, ahora adultas, declararon el martes en la audiencia número 68 del Juicio por los delitos de lesa humanidad perpetrados en las Brigadas de la Policía Bonaerense de Banfield, Quilmes y Lanús.

También testimoniaron la hermana de Mirta Gerelli, Miriam y el ex esposo de Mirta, Juan Carlos Gutiérrez.

“Esto ocurre en febrero de 1977, yo en marzo cumplí los 4 años. Tenía casi 4 años. Mi mamá nos había llevado a la casa de su tía, Clida y Oscar que vivían en Quilmes. Nos había llevado a pasar unos días. Creo que ése es el último recuerdo que tengo de mi mamá. Como un día de calor, nos lleva en colectivo y nos quedamos en la casa de mi tía”, así comenzó su declaración Celeste Gutierrez Gerelli.

Al día siguiente las fue a buscar Hugo, la pareja de su mamá, en realidad Carlos Rodríguez. De aquel episodio violento Celeste recordó algunas imágenes. “Cuando estamos tomando el colectivo en la estación de Quilmes, mi hermana y yo subimos al colectivo, después sube Hugo  y desde abajo suben unos hombres y nos bajan. Nos suben a un auto, a él le vendan los ojos. Adelante iban dos personas más que nos preguntaban dónde estaba mi mama. Fue la ultima vez que vimos a Hugo y que supimos de mi mamá”.

Ese día, ella y su hermana quedaron en la casa de los padres de Hugo, que estaría en Burzaco. En las semanas siguientes, supo que su mamá llamó por teléfono a la casa de su tía Coca y luego de su tía Clida, para saber si a las nenas las habían ido a buscar. Su tía Clida logró recuperar a las nenas un mes y medio después. Según la dificultosa reconstrucción de aquellos días, pudo hacerlo con la ayuda de un vecino que se llamaba Armando y que según la madre de ‘Hugo’ era el mismo que había dirigido el secuestro de su hijo. Celeste y su padre, Juan Carlos Gutiérrez, pudieron saber por la hermana de Hugo que ese tal Armando trabajaba en Coordinación Federal, donde funcionaba un centro clandestino.

Muchos años después, cuando ya habían entregado su muestra de sangre en el Equipo Argentino de Antropología Forense “por si aparecía el cuerpo de mamá, nos enteramos de que una mujer, Norma, que había declarado en el Juicio a las Juntas (ndlr: 1985), había dicho que había estado detenida con mamá”.

Según ese testimonio, su mamá estuvo secuestrada en el Pozo de Quilmes entre febrero de 1977 y octubre del mismo año cuando fue trasladada al Pozo de Banfield, según otro sobreviviente que precisó inclusive que ‘Hugo’ le había dicho que Mirta estaba embarazada. Ese testigo, cuya identidad no recordó, fue “el último que habla de mi mamá”, afirmó Celeste.

Sus abuelos maternos lograron llevarse a las dos pequeñas a Tandil. Después de vivir en otras ciudades por el trabajo de su abuelo, se instalaron en la casa materna de su abuela en Florencio Varela, localidad en la que también había vivido Mirta.

“Para nosotras fue una solución porque estabamos muy contenidas”.

Gutiérrez explicó luego al Tribunal Oral Nº1 de La Plata que ya a fines del 74 Mirta militaba en el gremio docente y que tiempo antes se habían mudado a Varela para que las tías pudieran ayudarla con el cuidado de Celeste y Marina.

El golpe cívico-militar aceleró los tiempos. Tuvieron que dejar la casa de Varela y se fueron a Bernal a una vivienda sin terminar. A tiempo lograron dejar también esa vivienda, donde días después cayó el Ejército “y se llevó todo lo que había adentro”, aseguró.

Decidió entonces irse a Jujuy. Allí recibe una carta del padre de Mirta contándole lo sucedido. Dos años después pudo viajar a Tandil para ver a sus hijas.

Miriam Gerelli, hermana de Mirta, explicó que en el momento del secuestro y desaparición de su hermana, ella vivía en Concordia, provincia de Entre Ríos. Dijo además que en virtud de su militancia y luego del golpe, habían dejado de estar en contacto. Sí mantenían contacto meses antes, cuando ella estudiaba arquitectura en La Plata y Mirta en Bellas Artes. Ambas militaban en la Juventud Universitaria Peronista (JUP).

Supo del secuestro de mirta por sus tíos de Quilmes.

Describió a su hermana como “el modelo a seguir”, como una “gran relatora” de historias. “Profesora de piano a los 18 años, escolta de la bandera. “Era de esa gente que hace que a su alrededor, las cosas giren lindo. Era un tornado de persona”, sostuvo.

Hijas de uruguayos secuestrados en la Argentina

Soledad Dossetti García es hija de Ileana García y Edmundo Dossetti. “Mis padres eran ciudadanos uruguayos”, afirmo el martes al iniciar su declaración de forma virtual desde Montevideo. “En el momento del secuestro tenían 23 y 25 años”, precisó.

Tras el golpe de Estado en Uruguay, en junio de 1973, su padre se había quedado sin trabajo a la par de estudiar Ciencias Económicas. Su madre estudiaba profesorado de Literatura. Cerrada la Universidad tampoco podían seguir estudiando entonces decidieron irse a Buenos Aires.

“Mi padre no se fue a vivir a Buenos Aires por una cuestión política sino que se fue legalmente en junio del 74. El 4 de octubre volvió a Uruguay para casarse con mi madre. El 4 de octubre se casan y se van a vivir a Buenos Aires”, contó Soledad, antes de aclarar que su testimonio es “la recopilación de testimonios que a mí me dieron otras personas porque al momento del secuestro yo tenía 7 meses”.

En Buenos Aires, su madre logró terminar sus estudios de inglés y se dedicaba a dar clases. Su padre trabajaba en un laboratorio en Martínez.

Supo que su padre militaba en la facultad en su país natal y formaba parte de los Grupos de Acción Unificadora (GAU) universitarios a los que se sumaron trabajadores textiles, indicó. Su madre, en cambio “no formaba parte de ninguna organización”, aseguró.

El 21 de diciembre de 1977 a las once de la noche un grupo de tareas uruguayo-argentino allanó el edificio de la calle Lavalle, en Vicente López, donde vivían en el piso 12. Por el portero y por un vecino del quinto piso, Fausto Buqui, y por los relatos de su abuela materna, pudo saber lo ocurrido aquella noche.

También pudo saber por dos sobrevivientes, Adriana Chamorro y Eduardo Corro sobre el cautiverio de sus padres. Soledad precisó que ese vecino declaró en Roma durante un juicio por delitos de lesa humanidad en el marco del Plan Cóndor, que era la coordinación represiva de las dictaduras del Cono Sur.

Por lo que pudo saber, sus padres fueron secuestrados esa noche junto a otro compatriota, Alfredo Bosco, amigo de su padre que trabajaba en un banco en Montevideo y que se había escapado a Buenos Aires.

Por su abuela materna, Olga Ramos, supo que esa noche, los represores que allanaron su domicilio, desvalijaron el departamento. Varios vecinos vieron cómo bajaban muebles, electrodomésticos y hasta el cortinado y lo subían a un camión militar con patente argentina.

Según la reconstrucción que pudo hacer, los vecinos hicieron la denuncia de lo ocurrido en la Comisaría 5ta de San Isidro. A los dos días, personal policial femenino la fue a buscar. El mismo vecino del quinto piso se presenta al juzgado de menores de San Isidro, ante la jueza Forti, y le pide que les permita avisar a la familia de la pareja sobre la situación de la beba.

Así, sus abuelas viajan desde Montevideo el 5 de enero de 1978. Pero en la Brigada de San Martín son reticentes en darles información sobre la nena. “Catorce días después” logran ver a su nieta. Entre demoras judiciales y el temor de la mujer ante una situación absolutamente desesperante, “mi abuela logra viajar conmigo a Montevideo el viernes de Carnaval”.

“En Montevideo detectaron que tenía una cadera luxada y un desgarro”, precisó y dijo que no se sabe si se produjo en el momento de la detención de su mamá. Recibió un tratamiento y “recién pudo empezar a caminar a los dos años”.

Mientras tanto, a medida que ella crecía, su abuela se gastaba los ahorros en viajes a Buenos Aires buscando a su hija y a su yerno. “Mi abuela se hizo una experta en Hábeas Corpus, cartas a todas las embajadas, a los consulados, con las respuestas, inclusive del Vaticano. Logró encontrar las oficinas de ACNUR”, aseguró.

“Siempre pensando en dónde estarían”, dijo, imaginando aquella búsqueda en una ciudad tan grande como Buenos Aires, lejos de su casa, sin dinero y sin familia que pudiera acompañarla.

María Mercedes Gallo Sanz nació por aquellos meses pero en circunstancias más dolorosas aún.

“En 1999 me hice la comparación genética y ahí salió que soy hija de Aída Sanz Fernández y de Eduardo Gallo Castro, los dos desaparecidos en la dictadura. Los dos son nacidos en Uruguay, mi madre biológica en Montevideo y mi padre biológico en Salto”, afirmó al iniciar su declaración.

Contó que debido a la militancia, su padre y la que sería su madre, “escapan para la Argentina”. Su padre militaba en la Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas y el hermano de su madre en el Movimiento 26 de marzo.

Por lo que poco que pudo saber, una vez en Buenos Aires su mamá trabajó como enfermera.

Aída fue secuestrada el 23 de diciembre de 1977 y su padre al día siguiente, según algunos relatos y en enero según otros. Fueron secuestrados por separado, afirmó.

Lo peor aún fue que Aída fue secuestrada con su madre, Elsa Fernández de Sanz que “había viajado a Argentina para asistir a mi madre en el parto” pues estaba a punto de dar a luz cuando fue secuestrada en San Antonio de Padua.

Según la reconstrucción de aquellos días que pudo hacer esta nieta restituida, ambas fueron llevadas al Pozo de Quilmes. A Aida la trasladan al Pozo de Banfield donde “el 27 de diciembre me da a luz (…) asistida por (Jorge Antonio) Bergés”, medico de la Bonaerense que tenía una clínica en la zona.

“Algunos testimonios dicen que estuve horas con ella y otros que estuve días con ella”, contó escuetamente en su relato. Algunos testimonios indican que su madre estuvo “con vida hasta marzo del 78”.

Su padre, secuestrado en Laferrere, también fue llevado al Pozo de Quilmes y “asistido por Bergés por una lesión en el pie”, precisó. “Es visto hasta marzo y hay testimonios de que fue trasladado a Uruguay”, pero permanece desaparecido.

De su abuela Elsa “no se sabe si fue trasladada a Banfield o si se quedó en Quilmes”, indicó.

Por entonces, su madre adoptiva estaba haciendo un tratamiento de fertilidad. “Le dicen que había varias mujeres que daban a luz y abandonaban a sus hijos. Y le dicen que hay una beba que no tenía madre”, contó. El 9 de enero del 78 la fueron a ver. “El 13 de enero paso a mi nuevo hogar”, explicó, antes de inciar que la partida de nacimiento la firmó el propio Bergés. “Ellos hacen una pseudo-adopción”.

Las audiencias pueden seguirse por los canales de La Retaguardia y La CPM.

Más información en el Blog de Apoyo a Juicios UNLP

Muchos años después, cuando ya habían entregado su muestra de sangre en el Equipo Argentino de Antropología Forense “por si aparecía el cuerpo de mamá, nos enteramos de que una mujer, Norma, que había declarado en el Juicio a las Juntas (ndlr: 1985), había dicho que había estado detenida con mamá”.

Según ese testimonio, su mamá estuvo secuestrada en el Pozo de Quilmes entre febrero de 1977 y octubre del mismo año cuando fue trasladada al Pozo de Banfield, según otro sobreviviente que precisó inclusive que ‘Hugo’ le había dicho que Mirta estaba embarazada. Ese testigo, cuya identidad no recordó, fue “el último que habla de mi mamá”, afirmó Celeste.

Sus abuelos maternos lograron llevarse a las dos pequeñas a Tandil. Después de vivir en otras ciudades por el trabajo de su abuelo, se instalaron en la casa materna de su abuela en Florencio Varela, localidad en la que también había vivido Mirta.

“Para nosotras fue una solución porque estabamos muy contenidas”.

Gutiérrez explicó luego al Tribunal Oral Nº1 de La Plata que ya a fines del 74 Mirta militaba en el gremio docente y que tiempo antes se habían mudado a Varela para que las tías pudieran ayudarla con el cuidado de Celeste y Marina.

El golpe cívico-militar aceleró los tiempos. Tuvieron que dejar la casa de Varela y se fueron a Bernal a una vivienda sin terminar. A tiempo lograron dejar también esa vivienda, donde días después cayó el Ejército “y se llevó todo lo que había adentro”, aseguró.

Decidió entonces irse a Jujuy. Allí recibe una carta del padre de Mirta contándole lo sucedido. Dos años después pudo viajar a Tandil para ver a sus hijas.

Miriam Gerelli, hermana de Mirta, explicó que en el momento del secuestro y desaparición de su hermana, ella vivía en Concordia, provincia de Entre Ríos. Dijo además que en virtud de su militancia y luego del golpe, habían dejado de estar en contacto. Sí mantenían contacto meses antes, cuando ella estudiaba arquitectura en La Plata y Mirta en Bellas Artes. Ambas militaban en la Juventud Universitaria Peronista (JUP).

Supo del secuestro de mirta por sus tíos de Quilmes.

Describió a su hermana como “el modelo a seguir”, como una “gran relatora” de historias. “Profesora de piano a los 18 años, escolta de la bandera. “Era de esa gente que hace que a su alrededor, las cosas giren lindo. Era un tornado de persona”, sostuvo.

Hijas de uruguayos secuestrados en la Argentina

Soledad Dossetti García es hija de Ileana García y Edmundo Dossetti. “Mis padres eran ciudadanos uruguayos”, afirmo el martes al iniciar su declaración de forma virtual desde Montevideo. “En el momento del secuestro tenían 23 y 25 años”, precisó.

Tras el golpe de Estado en Uruguay, en junio de 1973, su padre se había quedado sin trabajo a la par de estudiar Ciencias Económicas. Su madre estudiaba profesorado de Literatura. Cerrada la Universidad tampoco podían seguir estudiando entonces decidieron irse a Buenos Aires.

“Mi padre no se fue a vivir a Buenos Aires por una cuestión política sino que se fue legalmente en junio del 74. El 4 de octubre volvió a Uruguay para casarse con mi madre. El 4 de octubre se casan y se van a vivir a Buenos Aires”, contó Soledad, antes de aclarar que su testimonio es “la recopilación de testimonios que a mí me dieron otras personas porque al momento del secuestro yo tenía 7 meses”.

En Buenos Aires, su madre logró terminar sus estudios de inglés y se dedicaba a dar clases. Su padre trabajaba en un laboratorio en Martínez.

Supo que su padre militaba en la facultad en su país natal y formaba parte de los Grupos de Acción Unificadora (GAU) universitarios a los que se sumaron trabajadores textiles, indicó. Su madre, en cambio “no formaba parte de ninguna organización”, aseguró.

El 21 de diciembre de 1977 a las once de la noche un grupo de tareas uruguayo-argentino allanó el edificio de la calle Lavalle, en Vicente López, donde vivían en el piso 12. Por el portero y por un vecino del quinto piso, Fausto Buqui, y por los relatos de su abuela materna, pudo saber lo ocurrido aquella noche.

También pudo saber por dos sobrevivientes, Adriana Chamorro y Eduardo Corro sobre el cautiverio de sus padres. Soledad precisó que ese vecino declaró en Roma durante un juicio por delitos de lesa humanidad en el marco del Plan Cóndor, que era la coordinación represiva de las dictaduras del Cono Sur.

Por lo que pudo saber, sus padres fueron secuestrados esa noche junto a otro compatriota, Alfredo Bosco, amigo de su padre que trabajaba en un banco en Montevideo y que se había escapado a Buenos Aires.

Por su abuela materna, Olga Ramos, supo que esa noche, los represores que allanaron su domicilio, desvalijaron el departamento. Varios vecinos vieron cómo bajaban muebles, electrodomésticos y hasta el cortinado y lo subían a un camión militar con patente argentina.

Según la reconstrucción que pudo hacer, los vecinos hicieron la denuncia de lo ocurrido en la Comisaría 5ta de San Isidro. A los dos días, personal policial femenino la fue a buscar. El mismo vecino del quinto piso se presenta al juzgado de menores de San Isidro, ante la jueza Forti, y le pide que les permita avisar a la familia de la pareja sobre la situación de la beba.

Así, sus abuelas viajan desde Montevideo el 5 de enero de 1978. Pero en la Brigada de San Martín son reticentes en darles información sobre la nena. “Catorce días después” logran ver a su nieta. Entre demoras judiciales y el temor de la mujer ante una situación absolutamente desesperante, “mi abuela logra viajar conmigo a Montevideo el viernes de Carnaval”.

“En Montevideo detectaron que tenía una cadera luxada y un desgarro”, precisó y dijo que no se sabe si se produjo en el momento de la detención de su mamá. Recibió un tratamiento y “recién pudo empezar a caminar a los dos años”.

Mientras tanto, a medida que ella crecía, su abuela se gastaba los ahorros en viajes a Buenos Aires buscando a su hija y a su yerno. “Mi abuela se hizo una experta en Hábeas Corpus, cartas a todas las embajadas, a los consulados, con las respuestas, inclusive del Vaticano. Logró encontrar las oficinas de ACNUR”, aseguró.

“Siempre pensando en dónde estarían”, dijo, imaginando aquella búsqueda en una ciudad tan grande como Buenos Aires, lejos de su casa, sin dinero y sin familia que pudiera acompañarla.

María Mercedes Gallo Sanz nació por aquellos meses pero en circunstancias más dolorosas aún.

“En 1999 me hice la comparación genética y ahí salió que soy hija de Aída Sanz Fernández y de Eduardo Gallo Castro, los dos desaparecidos en la dictadura. Los dos son nacidos en Uruguay, mi madre biológica en Montevideo y mi padre biológico en Salto”, afirmó al iniciar su declaración.

Contó que debido a la militancia, su padre y la que sería su madre, “escapan para la Argentina”. Su padre militaba en la Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas y el hermano de su madre en el Movimiento 26 de marzo.

Por lo que poco que pudo saber, una vez en Buenos Aires su mamá trabajó como enfermera.

Aída fue secuestrada el 23 de diciembre de 1977 y su padre al día siguiente, según algunos relatos y en enero según otros. Fueron secuestrados por separado, afirmó.

Lo peor aún fue que Aída fue secuestrada con su madre, Elsa Fernández de Sanz que “había viajado a Argentina para asistir a mi madre en el parto” pues estaba a punto de dar a luz cuando fue secuestrada en San Antonio de Padua.

Según la reconstrucción de aquellos días que pudo hacer esta nieta restituida, ambas fueron llevadas al Pozo de Quilmes. A Aida la trasladan al Pozo de Banfield donde “el 27 de diciembre me da a luz (…) asistida por (Jorge Antonio) Bergés”, medico de la Bonaerense que tenía una clínica en la zona.

“Algunos testimonios dicen que estuve horas con ella y otros que estuve días con ella”, contó escuetamente en su relato. Algunos testimonios indican que su madre estuvo “con vida hasta marzo del 78”.

Su padre, secuestrado en Laferrere, también fue llevado al Pozo de Quilmes y “asistido por Bergés por una lesión en el pie”, precisó. “Es visto hasta marzo y hay testimonios de que fue trasladado a Uruguay”, pero permanece desaparecido.

De su abuela Elsa “no se sabe si fue trasladada a Banfield o si se quedó en Quilmes”, indicó.

Por entonces, su madre adoptiva estaba haciendo un tratamiento de fertilidad. “Le dicen que había varias mujeres que daban a luz y abandonaban a sus hijos. Y le dicen que hay una beba que no tenía madre”, contó. El 9 de enero del 78 la fueron a ver. “El 13 de enero paso a mi nuevo hogar”, explicó, antes de inciar que la partida de nacimiento la firmó el propio Bergés. “Ellos hacen una pseudo-adopción”.

Las audiencias pueden seguirse por los canales de La Retaguardia y La CPM.

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