Malvinas. Una cuestión geoestratégica trascendente

Hasta la Guerra del Atlántico Sur que tuvo lugar entre la República Argentina y el Reino Unido entre el 2 de abril y el 14 de junio de 1982, la región motivo de este análisis era frecuentemente presentada bajo el prisma de un interés económico y/o estratégico menor; las Islas allí presentes eran vistas como parte integrante e incomprensible de una rémora colonial en un mundo que, concluida la Segunda Guerra Mundial, se había prácticamente desprendido de sus posesiones coloniales.
Para los británicos, las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur eran territorios lejanos con algún valor estratégico -algo económico- y cuyos escasos habitantes contaban con un status especial: kelpers, no tratándose de ciudadanos británicos sino isleños bajo la autoridad de un gobernador designado periódicamente por Londres.   
En el caso argentino, el ejercicio pleno de la soberanía siempre -desde 1834- fue motivo de reclamo ante el Reino Unido y diversas instancias internacionales, el mismo se basó y se basa tanto en una historia que se vincula con los territorios heredados luego de la caída del Virreinato del Río de la Plata, como en la ilegitimidad de un acto usurpatorio llevado a cabo por marinos británicos en 1833. Acto que no se limitó únicamente a la ocupación efectiva de las Islas Malvinas, sino que expulsó a la población argentina allí instalada.
La Guerra de 1982, la última guerra convencional del siglo XX, reflotó y actualizó los intereses en juego y colocó bajo la mirada una parte del mundo hasta ese entonces poco considerada por las principales potencias.
En el caso de nuestro país, la Guerra conformó el último estertor de una dictadura genocida que por medio de la misma pretendió obtener un apoyo de la sociedad del que carecía. A tal fin no vaciló en recurrir a una causa justa, constituyendo ésta una de las aspiraciones más elementales de cualquier argentino bien nacido o que se precie de tal. Al fracaso político sucedió, como suele ocurrir, el fracaso militar: de una mala política no podía esperarse una buena estrategia, menos aun una táctica apropiada. Los hechos posteriores, muy bien explicitados en el Informe elaborado en su momento por la comisión presidida por el General Rattenbach, confirmaron una vez más lo acertado de la teoría de la guerra del general prusiano Carl von Clausewitz, en lo atinente a los fundamentos de los conflictos armados.
En otro orden de cosas, las observaciones críticas -compartidas por quien escribe estas líneas- que muchos han realizado respecto de la decisión tomada por la dictadura militar, no impiden rendir un sentido homenaje a aquéllos que dejaron su vida en esta contienda, así como a  aquéllos otros que desinteresadamente combatieron convencidos de la justeza de la causa.    
A esta altura del trabajo es necesario señalar algunos de los hechos más importantes que tuvieron lugar después del 14 de junio de 1982, cuando el entonces gobernador Menéndez  se rindió ante un General británico.
En primer lugar es importante observar que Londres cambió el carácter de kelpers de los isleños otorgándoles la categoría de ciudadanos británicos, hecho que los ubica, desde la óptica del derecho internacional, en la situación de no constituir una población autóctona sino eventualmente importada desde otros lugares del mundo. Esto tiene una gran importancia desde el momento en que no les cabe el derecho a la autodeterminación tal como se halla prescrito por las Naciones Unidas, a pesar de las insistentes insinuaciones en tal sentido formuladas por el actual Primer Ministro británico. Son británicos y, como tales, súbditos de la Corona, por lo que cualquier arreglo o acuerdo de aquí en más debe ser celebrado con Londres, sin que ello constituya un impedimento para tomar debidamente en cuenta sus intereses: económico-comerciales, culturales, educativos, etc., no así sus deseos, tal como lo sostiene nuestro país con justa razón por tratarse de ciudadanos británicos.

El doble discurso británico

Un ejemplo interesante que viene al caso aquí para analizar cómo juegan los intereses por encima y más allá de las normas, demostrativo del doble discurso de Londres, lo constituye la situación de la Isla Diego García en el Océano Indico. La sangre se secó en la letra de los Tratados, sentenciaba Michel Foucault. Esta Isla, considerada por el Reino Unido como Territorio de Ultramar, se encuentra ubicada a 3.300 kms. Al este de la costa oriental de África y a 2.200 kms. al sur del extremo meridional de la India, cubriendo una superficie de 28 kilómetros cuadrados. Aunque no se poseen datos históricos precisos, una versión señala que la misma fue avistada por el explorador y navegante portugués Pedro de Mascarenhas en 1512, mientras otra versión indica que fue descubierta por el marino español Diego García de Moguer. Hasta 1770 estuvo ocupada por los portugueses y luego por los franceses, habiendo asumido el control efectivo de la Isla los ingleses a partir de 1814, año en que los Tratados de París marcaron el fin de Napoleón.
Este enclave en el Océano Índico posee un elevado valor estratégico si consideramos su ubicación geográfica. En 1966 los ingleses expulsaron manu militari hacia las Islas Mauricio y Seychelles a toda la población nativa conformada por aproximadamente 1.800 habitantes, ésta era la condición que habían puesto los Estados Unidos para su arrendamiento, el objetivo de los norteamericanos era instalar allí una gran base aeronaval con capacidades de proyectar fuerzas hacia Asia central y del sur, África, el sudeste asiático, la totalidad del Océano Índico y el control de las rutas del petróleo provenientes del Golfo Pérsico y Cercano Oriente.
En 1968, año en el que se firmó el alquiler hasta 2016, los norteamericanos decían que si los isleños regresaban desde donde habían sido trasladados, ello constituiría un “riesgo inaceptable”. En años recientes hubo denuncias acerca de que la base estadounidense funciona como prisión secreta de la CIA para personas sospechadas de pertenecer a organizaciones terroristas, particularmente Al Qaeda; ello nunca fue desmentido a pesar de que el General norteamericano (R) Barry McCaffrey reconoció en una oportunidad que la Isla fue empleada como prisión de presuntos terroristas.
En este punto es importante señalar que el Tribunal Supremo británico en su momento declaró ilegal la expulsión de la población autóctona de Diego García, sentencia olímpicamente ignorada por sucesivos gobiernos. De esta forma queda en evidencia cómo juegan las cuestiones de poder en el mundo y el doble estándar, tanto como la hipocresía, que se ponen por encima de las resoluciones y mandatos de los organismos internacionales.         
En lo que a los antecedentes del reclamo argentino concierne, resulta oportuno traer a colación a Halajczuk y Moya Domínguez cuando se refieren a lo actuado por nuestro país desde lo que ello califican -correctamente- como el “atropello” inglés de 1833:

“A partir del mismo las protestas argentinas no han cesado, lográndose merced a la firmeza de las mismas llamar la atención de las Naciones Unidas. El representante argentino ante el Subcomité III del Comité Especial (descolonización para la aplicación de la Resolución 1514 (XV)), embajador Dr. José María Ruda, fundó los derechos de la Argentina sobre las Malvinas, con fecha del 8 de septiembre de 1964. El diplomático británico negó competencia al Subcomité para entrar a considerar cuestiones de soberanía o reclamaciones territoriales. El pronunciamiento unánime del mencionado Subcomité recomendó a los gobiernos de Argentina y Gran Bretaña entablar negociaciones teniendo en cuenta los términos de la Carta de las Naciones Unidas sobre el colonialismo, los intereses del pueblo de las islas y los puntos de vista expresados en el organismo. Asimismo, invitó a ambos gobiernos a informar al Comité Especial y a la Asamblea General de los resultados de las negociaciones.
El diferendo que sostienen la Argentina y el Reino Unido de la Gran Bretaña por la soberanía de las islas, ha sido llevado al foro de la ONU en cuya Asamblea General, particularmente en el Comité Especial encargado de examinar la situación con respecto a la aplicación de la declaración sobre la concesión de la independencia a los países y pueblos coloniales, se han aprobado una serie de resoluciones, que en general apoyan la tesis argentina. La Argentina logró obtener en la Asamblea General de la ONU la aprobación de la Resolución 2065 (en 1965) por la cual descalifica la aplicación del principio de autodeterminación en el caso Malvinas, porque los malvinenses no son nativos de una colonia sino súbditos de un país usurpador” (1).

La Argentina ha mantenido constancia y coherencia ante un reclamo a todas luces legítimo y obtuvo, tanto antes como ahora, el respaldo de países en vías de desarrollo que en otros tiempos fueron víctimas del colonialismo, particularmente aquellos que en su momento conformaron el núcleo central del Movimiento de Países No Alineados y constituyen una mayoría importante en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Actualmente nuestro país cuenta con el apoyo -entre otros- de los países que integran la UNASUR así como de los miembros de la OEA. No viene al caso aquí brindar un informe detallado de todos los avales recibidos por ser ampliamente conocidos y puntillosamente informados por los medios masivos de comunicación.

Recursos naturales y presencia militar británica
 
En lo que a los recursos vivos respecta, desde 1982 hasta la fecha la pesca ha funcionado como una fuente importante de ingresos económicos para los isleños que han ido otorgando, de manera indiscriminada en algunos casos, permisos a empresas para desarrollar sus actividades en un área del planeta con ingentes recursos y que para algunos expertos aún no se halla explotada al máximo.
El petróleo, acerca del cual mucho se ha hablado y escrito pero que, a ciencia cierta, poco se sabe, emerge en el escenario con posibilidades reales de constituirse en una reserva considerable. Empresas británicas a las que se han asociado recientemente capitales norteamericanos están trasladando a la zona de Malvinas plataformas de exploración off shore con mediocres resultados hasta ahora. Aquí debemos consignar que una de las peculiaridades que presenta el Atlántico Sur son los desniveles de los oleajes que en algunas áreas pueden llegar a los diez metros o aún más, situación que plantea inconvenientes y problemas adicionales con riesgos para el medio ambiente tanto para la exploración como para la explotación del petróleo. No podemos dejar de recordar el desastre que significó el accidente de una plataforma de la British Petroleum en el Golfo de México hace algunos años.
Concluida la Guerra de 1982, tuvo lugar en Gran Bretaña un debate acerca del futuro de las Islas Malvinas en torno a dos temas: la amenaza que representaba el reclamo argentino por un lado; la proyección geoestratégica de las Islas en el escenario sud atlántico por otro. Un resultado de estas discusiones fue la creación de la Fortaleza Malvinas (Falkland Fortress) cuya estructura está conformada por un sistema de bases militares que incluye a las Islas Georgias y tiene como uno de sus objetivos afirmar la capacidad de proyección aérea en toda la zona en disputa. Rodolfo Terragno en Memorias del Presente observaba: “Siete mil soldados cuidan a 1.800 isleños”, para proponer en otra nota la des-militarización de la región. (2)
Lord Franks presidió en los años ochenta un comité designado por el parlamento británico para estudiar la seguridad en las islas y aconsejó reforzar la presencia militar del Reino Unido; consecuencia de ello han sido la construcción de la base de Mount Pleasant entre 1982 y 1985 y la de Mare Harbour, esta última predominantemente naval. La primera se encuentra a 60 kms. de Puerto Argentino, cuenta con dos pistas de aterrizaje que permiten la llegada de aviones de transporte y combate, en ella pernoctan cuatro caza-bombarderos Typhoon, un avión de transporte Hércules y varios helicópteros, posee artillería antiaérea y misiles, absorbe el 7% del presupuesto que el Reino Unido aporta a la OTAN. La segunda es una base naval con capacidades para recibir submarinos y otras naves. Estas bases en su momento llevaron al ex canciller argentino Dante Caputo a señalar que constituían un peligro para la paz regional en el marco del entonces conflicto Este-Oeste. Ya en 1985 Juan Carlos Puig observaba: "la Falkland Fortress se convertiría en un plazo (dos años aproximadamente) en la base aeronaval más poderosa del Atlántico" (3).
En 1992 se constituyó la Zona de Paz y Cooperación del Atlántico Sur por medio de la Resolución 42/16 de la ONU, prohibiendo en la zona la presencia tanto de material como de armas nucleares. Recién en diciembre de 2003 los ingleses reconocieron la existencia de material nuclear en las naves hundidas durante las acciones bélicas de 1982.
La Reforma Constitucional de 1994 declaró de manera legítima e imprescriptible la soberanía nacional sobre las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur. A pesar de ello, por momentos la política de algunos gobiernos argentinos fue errática, como la “seducción” del ex canciller Guido Di Tella en tiempos de la presidencia de Carlos Menem, también en aquellos años fue contraria al interés nacional la aceptación de la categoría de "aliado extra OTAN de los Estados Unidos", recordando al pasar el polémico final del proyecto Cóndor. Estas políticas, que enfatizaron los aspectos bilaterales de la relación argentino-británica por encima del enfoque multilateral del gobierno del Dr. Alfonsín, no presentaron resultados significativos ni generaron avances sobre la cuestión central de la soberanía, más allá de que la República Argentina demostró una voluntad definida de jugar la carta diplomática en una reivindicación que en todos los casos demanda políticas de Estado.
En 2004 los ingleses crearon la Comandancia Naval del Atlántico Sur con sede en Mare Harbour y Mount Pleasant. Estas bases les brindan a los británicos una capacidad importante para una eventual proyección de fuerzas hacia Sudamérica, el Atlántico Sur y la Antártida, como también conforman un pivote central para el control de los pasos interoceánicos (Drake, Beagle y Magallanes). Resulta difícil en consecuencia creer que el envío de un moderno destructor a la zona en disputa durante el corriente año constituye un simple ejercicio o actividad "de rutina", visto el despliegue militar en las islas. A ello debemos añadir la reactivación de la IVº Flota de los Estados Unidos que abarca a la totalidad del continente americano y cuyos objetivos formales son la "ayuda" humanitaria en caso de catástrofes naturales. Por las razones hasta aquí señaladas, las bases mencionadas y la permanencia británica en el Atlántico Sur exceden en ciertos aspectos el interés unilateral de Londres para transformarse en un interés de la OTAN y de la Unión Europea.
La reserva de recursos naturales que no sólo posee el Atlántico Sur sino nuestro continente constituirá, probablemente en un futuro no muy lejano, causa mayor de conflictos en un mundo con escasez y superpoblado. El continente antártico, por ejemplo, contiene en estado sólido el 70% del agua dulce del planeta, si bien en la actualidad el Tratado Antártico prohibe explícitamente cualquier tipo de explotación del mismo; más allá de que la vigencia de esta norma haya sido prorrogada en 1991, no debemos olvidar que los reclamos territoriales de nuestro país sobre el Continente Blanco se superponen en casi toda su extensión con los de Gran Bretaña. En otro orden de cosas, resulta interesante recordar algunos datos: América Latina y el Caribe cuentan con el 11% del territorio mundial, el 6% de la población del globo, albergan el 27% del agua dulce, el 40% de las plantas, el 11% de las reservas petroleras mundiales hasta hoy conocidas y el 6% de las reservas de gas natural, muchos de ellos recursos no renovables que explican el interés creciente de las grandes potencias por esta región.

Paz imperial

Raymond Aron sentenciaba en los años sesenta del siglo pasado "Paz por la ley o paz imperial", en alusión a la disputa entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Retomando esta idea hoy podemos decir que estamos más cerca de una "paz imperial! de tipo occidental bajo la batuta de Washington y cuyo brazo armado está conformado por la OTAN. Los Estados Unidos, al igual que sus primos británicos, han actuado históricamente como "potencias de flujo", controlando vías de transportes navales, aéreas, a veces terrestres, hoy espaciales y electrónicas: el ciberespacio. El propósito declarado es que las mismas permanezcan abiertas, en lo posible por ellos controladas, y que nada ni nadie entorpezca la circulación, en tanto y en cuanto ello puede llegar a afectar sus intereses. "El ascenso de China no sólo remodeló las ciudades y las economías asiáticas: también rediseñó la carta geoestratégica; para citar un ejemplo, la mitad del tonelaje de los buques mercantes pasa en la actualidad por el mar del sur de China", sostenía en noviembre de 2011 el Secretario de Estado Adjunto de los EE.UU. William J. Burns (4).
Refiriéndose a las políticas norteamericanas hacia los océanos Índico y Pacífico, escribe Michael Klare:

"Dominando estos mares y aguas adyacentes los Estados Unidos podrían ejercer un poder coercitivo sobre Beijing y otros Estados de la región, como en otros tiempos lo hacía la marina británica. Los consejeros del Pentágono piden desde hace tiempo por esta política señalando las ventajas de que disponen los EE.UU. para controlar las principales vías marítimas mundiales, una ventaja que no tienen otras potencias. La administración de Obama comparte este punto de vista. El presidente norteamericano prometió durante un discurso pronunciado el 17 de noviembre de 2011 en Canberra, Australia, que a pesar de los recortes presupuestarios, 'destinaremos todos los recursos que hagan falta para mantener nuestra presencia militar en esta región, mejorándola en el caso del Sudeste asiático'. Hay que esperar en consecuencia tanto un incremento de los ejercicios como de los despliegues navales norteamericanos en esta parte del mundo. Obama anunció también la creación de una nueva base en Darwin, en la costa norte de Australia y el aumento de la ayuda militar a Indonesia" (5).      

Un dato que no podemos soslayar es la reunión que mantuvieron almirantes retirados de la Royal Navy en 2011 y en la que expusieron al gobierno su preocupación por el bajo -por ellos estimados- presupuesto que Londres destinaba a las Malvinas, alertando al mismo tiempo que una eventual alianza de China con la Argentina incrementaría la presencia de Beijing en el Atlántico Sur y pondría en peligro las posesiones británicas.
Recursos naturales, importancia geoestratégica, promisorios negocios hacia el futuro, tornan poco probable que el Reino Unido se avenga a negociar la soberanía de las Islas por el momento. A pesar de ello la presión internacional rinde en el tiempo sus frutos y sobre todo si tomamos en cuenta que en la actualidad se verifica una tendencia creciente hacia una nueva distribución de poder en el mundo. Redistribución en la cual los países llamados emergentes, y en especial los que conforman el BRIC (Brasil, Rusia; India y China) poseen una influencia creciente en los asuntos mundiales al tiempo que, por otro lado, las naciones europeas, particularmente Gran Bretaña, se encuentran sumidas en una gran crisis política, social, económica y financiera que se anuncia durable según los expertos.  
Por las razones hasta aquí expuestas, no sólo es fundamental ejercer una fuerte y constante presión diplomática sobre el Reino Unido en todas las instancias y foros internacionales, sino que también se debe ejercer presión sobre las empresas, particularmente petroleras, de manera tal que ello incremente sus costos de explotación y seguros.
Como bien observaba Tucídides, historiador de las Guerras del Peloponeso: "la fortaleza de la ciudad no está en sus naves o en sus murallas, sino en el espíritu de sus ciudadanos".
 
        
Citas bibliográficas
(1) Halajczuk, Bodan; Moya Domínguez, María Teresa. Derecho Internacional Público. Sociedad Anónima Editora. Buenos Aires, 1999. Pág. 325-326
(2) Terragno, Rodolfo. Memorias del Presente. Editorial Nueva Información. Buenos Aires, 1985. Pág. 267
(3) Puig, Juan Carlos. "Malvinas tres años después". Nueva Sociedad Nº 77. Mayo-junio de 1985. Pág. 13
(4) Burns, William J. Asia, the Americas and US strategy for a new Century. World Affairs Council of America National Conference. Washington DC. 4 de noviembre de 2011.    
(5) Klare, Michael. "Quand le Pentagone met le cap sur le Pacifique". Le Monde Diplomatique. Paris, marzo, 2012. Pág. 7