Relatos fragmentados sobre bebés nacidos en cautiverio, partos en algún pasillo de un centro clandestino o en una guardia hospitalaria bajo custodia policial volvieron a poner en el foco en la decisión de los represores de callar sobre el paradero de esas criaturas. Sus familias biológicas las siguen buscando.
Más de 46 años después, Sara Agüero espera respuestas sobre el paradero de los restos de su hermano, Américo, de su cuñada, Eva y también espera encontrar a su sobrina o sobrino nacido en cautiverio. Justo Horacio Blanco, el médico que atendió el parto de Silvia Mabel Isabella Valenzi, que sigue desaparecida, confirmó el nacimiento, el 2 de abril de 1977 de una bebé prematura con “buena vitalidad” que fue entregada al servicio de neonatología del hospital Iriarte de Quilmes.
Lidia Papaleo afirmó que estando secuestrada en lo que pudo ser la Brigada de Investigaciones de Banfield, otra joven secuestrada en una celda contigua, dio a luz en el pasillo. Le pidieron que la asistiera pero ella se negó porque “no podía mover el cuerpo. Estaba toda quemada” por la tortura. Esa joven dio a luz a una nena.
“El revoltoso de SIAT”
El viernes 31 de agosto de 1977 después de las dos de la tarde, una patota armada integrada por “12 personas (…) con armas largas, algunos camuflados y otros de civil. Tenían pelucas” irrumpieron en su casa en Remedios de Escalada. “Vinieron por una denuncia de la empresa buscando al ‘revoltoso de SIAT”’, contó Sara al iniciar su testimonio el martes ante el Tribunal Oral Federal Nº1 de La Plata, en el juicio por los delitos de lesa humanidad perpetrados durante la dictadura cívico-militar en las Brigadas de la Policía Bonaerense de Banfield, Quilmes y de Lanús.
Su hermano, Américo Ginés García apodado Tito, vivía en Almirante Brown, estaba casado con Eva de Jesús Gómez de Agüero, que estaba embarazada de casi tres meses. El trabajaba en la planta de la metalúrgica SIAT- SIAM en ese partido del sur del Conurbano, aunque era joyero y había estudiado en la Escuela de Bellas Artes.
Américo había sido elegido delegado pero la dirigencia de la “UOM no los dejó tomar su mandato” y la empresa lo castigó mandándolo a trabajar afuera, donde el fallecido cineasta y político Fernando Pino Solanas filmó la película “Los hijos de Fierro”, precisó Sara.
Alfredo Patiño y Carlos Robles, otros dos compañeros de Américo que habían trabajado en SIAT, también fueron secuestrados en un lapso de dos semanas. Ambos permanecen desaparecidos. La esposa de Robles, Martina Concepción Espinoza, también.
Américo y Eva eran militantes de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP). Iban a enseñar a leer y escribir a las villas miserias, recordó Sara. “Los dos eran muy militantes. No les conozco otra actividad. Si era un delito, parece qué sí, que pensar diferente era una delito. Para esta gente era un delito, si es que se puede decir gente”, sostuvo la testigo. “Eran buenos chicos, querían una patria mejor. Ellos sí que querían una patria mejor”, subrayó Sara.
Para esa fecha, Tito y Eva ya no vivían en la casa de Sara y de sus padres. Se habían mudado a Almirante Brown. La patota tomó entonces de rehén a su padre, Raúl Ginés Agüero, para que los llevara a la casa de su hijo. La preocupación del padre era que no podía avisarle a Américo lo que estaba ocurriendo, aseguró Sara.
“Cuando llegaron, dejaron a mi papá en la esquina y pidieron refuerzos”, relató. Primero se llevaron a Eva y esperaron a Américo. Al momento de su secuestro Tito tenía 32 años y Eva 38. El entonces titular de la Dirección de Investigaciones de la Bonaerense, Miguel Osvaldo Etchecolatz, imputado en este juicio, participó de aquel operativo, afirmó Sara Agüero que lo vio en su propia casa.
Su padre, al que se habían llevado con lo puesto, tardó varias horas en volver. Un colectivo aceptó acercarlo hasta su barrio.
Al otro día, su hermana Magdalena y su cuñado que tenía coche fueron a hacer la denuncia. “En la comisaria de Remedios de Escalada no la quisieron tomar” entonces fueron a la de Almirante Brown. Con el paso del tiempo y de los años presentaron denuncias por desaparición ante la Organización de Naciones Unidas (ONU), ante la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas) y ante la justicia federal argentina “pero no tuvimos ninguna respuesta”.
En algún momento, la familia recurrió también a la Iglesia católica, concretamente a monseñor Agustín Casanova, quien les entregó una carta para Federico Minicucci, por entonces teniente coronel en el Regimiento III de La Tablada, pero éste no los recibió. Ellos desconocían quién era Minicucci. Al día de hoy es uno de los imputados en este juicio y ya fue condenado a perpetua por delitos de lesa humanidad.
Por testimonios de sobrevivientes, entre éstos Adriana Calvo, supieron que Américo y Eva estuvieron secuestrados en el Pozo de Quilmes y en el Pozo de Banfield y quizá en otros centros clandestinos más. Por testimonios supieron que Eva “rompió aguas” en el centro clandestino Puente 12 (Brigada Güemes).
“Tengo la seguridad de que el bebé lo robó alguien, lo tiene alguien. Ellos por lo menos, ya que estamos todos grandes, las abuelas, las madres, tendrían que decir la verdad, de dónde los dejaron. A pesar de la búsqueda de tantos años, no tengo ni sus restos ni a su hijo”, sostuvo Sara sin poder evitar las lágrimas.
Después de haber superado problemas de salud que durante casi dos años le impidieron siquiera caminar, Sara volvió a insistir con su reclamo: “le pediría a los milicos que digan dónde están los cuerpos y dónde están los 300 niños que faltan”.
Otro parto en el Pozo de Banfield
“Ella estaba pariendo en el pasillo”, respondió Lidia Papaleo, viuda de David Graiver, al ser interrogada por Colleen Torre, abogada querellante por Abuelas de Plaza de Mayo durante la audiencia número 62 de este debate oral y público que se desarrolla de forma virtual, excepto algunas audiencias semipresenciales.
Por la venda en los ojos, la sobreviviente no pudo ver a aquella joven parturienta. No obstante fue enfática al afirmar: “sé que nació una nena y se la vinieron a buscar unas doce horas después”, sostuvo. “Ella dijo el nombre que le quería poner a su hija y dijo los dos apellidos. Lamentablemente no me puedo acordar” cuáles eran, afirmó Papaleo.
Lidia Papaleo fue “desaparecida el 14 de marzo de 1977 y estuve prácticamente en Puesto Vasco todo el tiempo”, dijo al Tribunal. Sin embargo en dos ocasiones la llevaron a otro centro clandestino que no pudo identificar con certeza y también a la Jefatura de Policía en la ciudad de La Plata donde la interrogó el propio coronel Ramón Camps, máxima autoridad policial.
Papaleo estuvo en cautiverio con la familia de su esposo y recobró la libertad al cabo de cinco años y ocho meses, en julio de 1982, luego de varios años en diversas cárceles, en particular la de Devoto.
Empresario y banquero, Gravier murió el 7 de agosto de 1977 al estrellarse el avión particular en el que viajaba desde Nueva York hasta Ciudad de México, explicó Papaleo al Tribunal Oral Federal Nº1 de La Plata presidido por el juez Ricardo Basílico.
“Fue un atentado totalmente preparado”, sostuvo antes de subrayar que los pilotos “se tragaron un cerro imposible de llevártelo por delante” y describir el estado en que encontraron el cuerpo de su esposo. “Extrañamente cuando encontraron el cuerpo de David, el hermano fue con el Ejército. La cabeza de David no estaba. El cuerpo estaba casi entero. Eso sí fue lo que vi yo. Faltaba la mandíbula”, precisó.
El médico que dio a luz a la hija de Silvia Mabel Isabella Valenzi
Justo Horacio Blanco era el médico de guardia del hospital Isidoro Iriarte de Quilmes, a tan sólo una cuadra del llamado Pozo de Quilmes. El 2 de abril de 1977 a las tres de la madrugada atendió una urgencia.
“Un grupo de policías encabezados por el doctor Bergés, a quien conocía por la práctica médica y por ser de la misma especialidad, trajo a Silvia. Bergés me dijo que era una detenida y que se encontraba en trabajo de parto”, contó el facultativo al Tribunal.
“La hago pasar a (Silvia Mabel) Isabella Valenzi a la sala de partos. Poco después Bergés se retira. Queda la fuerza policial. Eran dos o tres que intentan entrar a la sala de partos. Yo les dije que no podían entrar. Me hicieron caso”, continuó el médico.
Ya en la sala de partos “le pedí su nombre y el tiempo de embarazo. Me dice que estaba detenida (…) Tenía un embarazo de siete meses. La atendimos. Nació una beba prematura que inmediatamente se la dimos a pediatría”, explicó Blanco antes de asegurar que así “lo registré en el libro de partos y en la historia clínica”.
Pero la historia clínica “desapareció”. Aunque intentaron tachar el libro de partos, igual podía leerse el nombre de la joven. “Afortunadamente, el nombre tachado se podia ver igual. Quedó documentado dicho parto”, afirmó.
Silvia fue trasladada a una habitación pero “pocas horas después un grupo de policías se la llevan en una camioneta no identificada”, agregó al responder a las preguntas que le formulaba Pía Garralda, una de las abogadas de la querella del colectivo Justicia Ya.
“¿La nena estaba en buen estado?”, le preguntó Garralda. “Sí. Nació viva y tenía un estado de buena vitalidad. Fue entregada al neonatólogo de guardia”, respondió Blanco quien durante el parto estuvo acompañado por una obstetra que identificó como Norma Viola y una enfermera. Otra obstetra del servicio, de apellido Martínez le dijo entonces que trataría de informar a la familia de Silvia sobre la nacimiento de la nena. El no supo nada más.
“¿Usted y su familia tuvieron alguna consecuencia a raíz de los hechos referidos?”
“Sí, el 24 de abril de 1987 me pusieron una bomba debajo y me volaron el frente de la casa”, contó. Tiempo después y contando con custodia policial “esa custodia desaparece y me roban el auto”.
“He pagado bastante por recurrir a la justicia, pero bueno, pude declarar, eso es lo importante”, concluyó Blanco, quien declaró en juicios anteriores.
Secuestro y desaparición del periodista Rafael Perrotta
Rafael Andrés Tomás Perrotta Pereyra, a quien le decían “Cacho”, tenía 56 años. Hacía poco había vendido “El Cronista comercial”, el diario que era de su propiedad. “Mi papá era el accionista mayoritario de la empresa”, contó su hijo Rafael María Perrota, interrogado por la fiscal auxiliar Ana Oberlin.
El 13 de junio fue secuestrado. “Durante bastantes días estuvimos supuestamente negociando con los secuestradores”. El 13 de julio él mismo entregó el dinero del rescate en Tigre tal como le habían pedido los represores.
“Después de eso ya mi padre no apareció”, afirmó. Hizo gestiones en una dependencia militar y se reunió con un funcionario de la Policía Federal que resultó falso.
“Nunca papá apareció. Estuve testimoniando en el Juicio a las Juntas. Tuve apariciones en varios medios y acá estoy, cuarenta y pico de años tratando de encontrar los restos de mi padre para darles cristiana sepultura”, dijo.
El caso Perrota se analizó también en el juicio contra el agente del Batallón 601 Héctor Vergez, por el secuestro de cuatro personas integrantes o vinculadas al aparato de inteligencia del PRT-ERP.
El último testimonio que lo recuerda con vida es del director del diario La Opinión, Jacobo Timerman, quien afirmó haber compartido cautiverio en el Comando de Operaciones Tácticas (COT-I: Martínez), comandado por el Primer Cuerpo del Ejército. Otros testimonios lo ubican en el Pozo de Banfield.
Nota Original: Gabriela Calotti
Aportes: Apoyo a Juicios UNLP