En la vigésimo segunda audiencia del debate oral con modalidad virtual del Juicio Brigadas Banfield, Quilmes y Lanús, prestaron declaración testimonial lxs ex detenidxs-desaparecidxs Patricia Pozzo, Juan Carlos Stremi y Mario Colonna, casos en este juicio, que permanecieron en el Pozo de Quilmes durante agosto de 1976.
La audiencia comenzó con el testimonio de Patricia Pozzo, querellante en este juicio. Explicó las circunstancias de su secuestro, ocurrido el 29 julio de 1976, cuando tenía 18 años. Se encontraba en su casa junto a sus padres, su abuela, su sobrina, su hermana Julia, su cuñado Roberto Daniel Castagnet y Fabián Asla, un amigo que tenía 16 años, cuando ingresó un grupo de personas vestidas de civil y fuertemente armado preguntado por ella, a las que alcanzó a ver antes de que le vendaran los ojos. Posteriormente, su mamá le contó que también había otra persona con uniforme de fajina. A uno de ellos lo nombraban como “el Coronel”. Durante el operativo, la apartaron y la interrogaron por Patulo -Ricardo Arturo- Rave; compañero de militancia en la UES asesinado en diciembre de 1975.
Patricia fue trasladada con su cuñado en un auto. Luego sabría que su hermana y Fabián Asla fueron llevados en otro. Ingresaron a un lugar que describió “como descampado, había barro, nos hicieron agachar; había mucha gente porque nos hicieron pasar por arriba de gente sentada, de pies. Primero estuvimos en una gran sala donde empecé a escuchar nombres: ahí me di cuenta que estaban mi hermana y Fabián, Alfredo Fernández, Juan Carlos Stremi. Después empezó la tortura”. Recordó también a alguien a quien llamaban “el paraguayo”, que decían que era panadero, que nombraron mucho a una chica llamada Noelia; también supo que estaban allí Schaposnik, Tita Taverna, Cristina Rodriguez, Cristina Kafka, Norma Rivero y María Rosa Elena Vallejos. Supo además que pasó por ahí “Pomelo” –Carlos Vigo– aunque no estuvo directamente con él. En este lugar, identificado como Arana, estuvo en un calabozo atada con su hermana alrededor de dos semanas o 20 días. Los guardias cambiaban un montón, les costaba identificarlos y diferenciarlos.
“Una noche me sacaron, me separaron de mi hermana (…) De ahí nos metieron a un camión. Yo estaba con Carlos y Alfredo seguro, porque nos dábamos la mano. Alguien osó levantarse las vendas e iba relatando el camino, en un momento dijo ‘llegamos al centro de La Plata, nos liberan. Ah… no, lo pasamos’ ”. Patricia señaló que fue un viaje largo hasta lo que después supo reconocer como el Pozo de Quilmes. En un pasaje de su testimonio señaló que “Supimos que era Quilmes porque pasaba un avión que decía ‘compré pizza en Quilmes’, un avión de publicidad”.
En esta locación tuvo la sensación de estar en una gruta o caverna, sintió que era todo de piedra y húmedo. Afirmó que subió al menos dos pisos, pero que entre todes habían sacado la conclusión que estaban en un tercer piso; “es difícil de determinar porque había tramos de escalones y descansos” sentenció. Estuvo en un calabozo nuevamente con Rivero, Vallejos, Kafka y Rodríguez. Allí reclamaron a los gritos agua, comida y para ir al baño hasta que “los atendieron” luego de unos días, siendo fue muy esporádico el acceso a estas necesidades.
Patricia narró que, personalmente, el maltrato que sufrió allí fue psicológico. Un día le sacaron la venda para que le diera de comer a sus compañeros, haciéndola repartir una bandeja de basura. En esa oportunidad pudo hacerse una mejor idea del lugar y ver el estado de sus compañeros. Los recordó a todos flacos y a medio vestir. Del lugar, pudo ver que no era la caverna que había imaginado: había un piso de un color “marroncito claro”, una especie de mampara y que abajo había un patio o un espacio similar. Respecto a los agentes que allí trabajaban, señaló que no tuvieron muchas oportunidades de verlos, pero que en una ocasión la llevaron a una habitación para interrogarla por el trabajo de su padre y que allí pudo ver a un hombre que describió como delgado y de anteojos.
Entre los detenidos varones reconoció a Carlos Stremi y Alfredo Fernández, a quienes conocía previamente de la militancia en la UES y con quienes se habían hecho muy amigos, viéndose todos los días. Al hablar de ellos recordó que uno de los agentes policiales que estaba allí les dijo que los conocía del barrio y que “…los veía juntarse en la esquina”. Patricia explicó que muchas veces se encontraban en 8 y 42 que era la esquina de lo de Patulo. Del resto de los varones que permanecían allí, señaló que no los conocía, aunque luego supo que uno de los que estaban allí era Mario Colonna.
En relación al destino de su hermana, Julia Pozzo, señaló que nunca más tuvo noticias sobre ella, ni de su cuñado. Y que la única información que tuvo fue la que surgió del testimonio de Blanca Cañas, quien indicó que estuvo con Julia durante unas horas del 22 de agosto, que la recordaba porque la conocía de antes de su detención y que su hermana conocía bien el funcionamiento del CCD donde estuvieron, aunque no pudo precisar qué lugar era.
En Quilmes permaneció alrededor de 15 o 20 días, no más. De ahí fueron a la Comisaría 3ra de Lanús. El Comisario dijo que “estábamos en depósito, si en 24h no le daban otra orden militar nos iba a sacar las vendas y a darnos de comer”. Lxs separaron: las mujeres por un lado y los varones por otro. El grupo seguía siendo casi el mismo que venía compartiendo el circuito desde Arana, aunque recordó a una chica misionera que conocieron ahí, que cantaba muy bien, vivía en La Plata y estuvo un tiempo con ellas y a una señora española que estuvo pocos días, tenía casi 80 años y cuidaba niños en una casa.
Patricia recordó que los presos comunes que estaban allí les decían que “…digan quienes son, que un compañero se va a en libertad y puede avisar a las familias. Nos preguntaban si éramos terroristas. Nos decían que éramos muy jóvenes. Al principio teníamos miedo pero les dijimos nuestras direcciones y quien salió avisó a uno o dos padres”. Sus familias hicieron varias gestiones para obtener un permiso de visita, pero como pasaron pocos días en esta comisaría, recién pudieron verlos cuando estuvieron a disposición del PEN y fueron trasladades a diversas cárceles. En su caso permaneció en Olmos 10 o 15 días, durante las fiestas de fin de año, donde fue encerrada en las celdas de castigo, dado que ya no había presas políticas en esa cárcel porque las había llevado a todas a Devoto. El 5 o 10 de enero la trasladaron a Devoto junto a Rosa Vallejo.
Salió en libertad con la opción de salir del país, que sus padres habían tramitado a Suecia, en torno a octubre o noviembre del año 1979. Señaló que el trayecto a Ezeiza fue muy difícil y traumático: “me subieron esposada al avión y me dijeron que me despida de mis padres porque era la última vez que los iba a ver. Cuando llegamos a territorio internacional me dieron un sobre marrón con el pasaporte que me habían hecho en la cárcel, y me dijeron ‘bienvenida a territorio libre’”. Después efectivamente al padre no lo volvió a ver porque falleció muy rápido, la madre se enfermó y pudo acompañarla unos meses hasta que murió en los primeros años de la democracia.
Ante la pregunta sobre qué otras personas de su familia fueron víctimas del terrorismo de Estado, Patricia explicó que además de su hermana y su cuñado, su prima Adela Ester Fourouge, fue asesinada a golpes en su casa un año después que ellos. Y la pareja de su prima, Juan José Libralato, también fue secuestrado. Ambos fueron identificados hace algunos años. También contó que a su madre la secuestraron durante una semana, mientras buscaban a su prima: “ella me contó después que no la torturaron, que le dieron unos cachetazos”.
Ante preguntas por otros detenidos que recuerde, Patricia señaló que muchos nombres los supo posteriormente. Así, por ejemplo, cree recordar a Tonil de Arana y Quilmes, pero que en el momento no lo conocía. “En Quilmes estaba muy poco alerta, con miedo, quizás muchas cosas se me escaparon” explicó.

La abogada Florencia Tittarelli, querellante particular, le preguntó por su militancia. Patricia rememoró “yo empecé a militar porque mi hermana ya militaba, en el año 73. En ese momento Patulo era responsable de la UES, no directo pero sí teníamos conversaciones organizativas y demás, pero nos hicimos muy amigos. Lo que pasa es que en ese momento nadie decía su dirección pero un día me vieron salir y ahí todos empezaron a venir a mi casa”. La última vez que lo vio a Patulo antes de su asesinato él le dijo que vivía en Berisso, estaba en pareja y esperando un bebé. “Yo dejé de militar cuando mataron a Patulo, para mi hubo un antes y un después de eso. Me enteré de esto por Andrea Lebrini, vino a mi casa, me abrazó, se puso a llorar y me dijo que lo habían asesinado”. Después supieron que habían sido la Triple A, pero no tuvieron más detalles.
De sus compañeras y compañeros de militancia recordó a Inés Raverta, a Andrea Lebrini, también contó que conoció a “Calibre”, a Horacio Úngaro, a “Pomelo” con quién iba a un barrio y hacían espectáculos de marionetas. Sobre “Pomelo” explicó “no estuvo directamente conmigo, estuvo en el mismo lugar en el mismo momento con Carlos y Alfredo; cuando lo fueron a buscar se quiso escapar y se cortó. Había rumores de que le habían dado una inyección y falleció, pero eso no fue verdad”.

En relación a las persecuciones explicó que había mucha gente vigilándolos y sometiéndolos a situaciones para atemorizarlos desde 1975. Señaló el nombre de Carlos Álvarez y otra persona a la que le decían “Sufi” o “Safi” que, se decía, eran de la CNU del Colegio Nacional. Describió al primero como morocho, de pelo largo y delgado y a “Safi” como de ojos claros, pelo enrulado y más petiso. Patricia contó que los aterrorizaban, les ponían excremento en la puerta, por las noches veían dedos tratando de levantar las persianas que daban a la calle y les gritaban amenazadoramente para que salieran. “Fue el verano antes del Golpe, cuando le pedíamos a alguien que se quedara a dormir no aparecían, pero si estábamos solas enseguida iban a atemorizarnos, mi prima decía que nos estaban vigilando”. Todo esto lo vivió a través de Adela y Juan José, que eran más grandes y tenían más elementos para evaluar la situación. “Yo recuerdo que tenía miedo, le pedí a mi papá que me saque a Uruguay”.
Sobre su vida después del terrorismo de Estado y las consecuencias del mismo declaró: “tuve cuatro hijos divinos, es mi gran venganza. Después me llevó una vida hacer el duelo, con muchas dificultades psicológicas pero dentro de todo no tan mal. Hice una placa recordatoria delante de la casa de donde nos llevaron, me peleé mucho para que me dejaran hacerla y eso me hizo muy bien. Después traté de hacer mi vida lo mejor posible pero siempre extrañando a mi familia, con la nostalgia de la pérdida que nunca voy a superar”. También mencionó que tuvo problemas físicos relacionados con las torturas porque le rompieron los dientes. También señaló que tuvo problemas en las cervicales que le diagnosticaron que seguramente estaban relacionados a los shocks. “Es gracias a esos afectos, mis hijos y mis sobrinas, que me he podido construir, son mi revancha”.
La jornada continuó con la declaración de Juan Carlos Stremi quien relató los detalles de su secuestro. Señaló que una madrugada de un día entre el 28 y 30 de julio de 1976, un grupo de personas irrumpió en su hogar, cuando tenía 17 años. Pudo identificar algunos zapatos negros y pantalones azules tipicos de la vestimenta policial, pero la mayoría vestía de civil. “Muchas cosas las supe después, hablando con mi papá, porque me desperté asustado con un arma en la cabeza y enseguida me vendaron” explicó.
Atado y vendado, lo trasladaron en un auto hasta lo que después pudo reconocer como Arana. Estuvo allí alrededor de 10 días junto a Patricia Pozzo, Alfredo Fernández, Julia Pozzo y Roberto Castañe y un chico de apellido Vigo. Recordó que casi todos los días eran sometidos a tormentos y que había música alta. Luego señaló que fue trasladado, junto a un grupo de las personas allí detenidas, en un camión celular a Quilmes y que en Arana quedaron Julia, Roberto y Vigo. “Recuerdo que estaba con Patricia y Alfredo porque hablábamos. No sabía quién más estaba, porque nadie más hablaba”. Al llegar a Quilmes subieron una escalera hasta la celda, en medio de muchos golpes y patadas: “compartimos un calabozo pequeño que tenía una ventanita en la puerta con Alfredo Fernández y otro compañero que no recuerdo su nombre”. Después de unos día les dieron de comer y pudieron tomar agua, pero eran sobras, “porquería”. No recuerda exactamente cuánto tiempo estuvieron allí, pero estimó que cerca de un mes. Agregó también que en Quilmes recibió algo así como “atención médica” dado que tenía lastimada e infectada la nariz por la venda: “vino alguien aunque no supe quien era, no se llamaban por el nombre, y me pidieron que no abra los ojos”.
Luego lo trasladaron a la Comisaría 3era de Lanús, donde se encontró con gente que seguramente había estado en Quilmes pero no había visto: Schaposnik, Tonil, Taverna y Genasi. Seguía junto a Fernandéz y compartieron la celda con los recién mencionados. “Nos sacaron las vendas, como legalizándonos. Las familias nos pudieron ubicar y nos hicieron llegar ropa y comida. Yo por ejemplo estaba descalzo desde el día de la detención. Podíamos salir al patio, en una ocasión vimos a las compañeras. De todos los malos tratos ahí estuvimos un poco mejor”.
Posteriormente fueron llevados a la Unidad 9. El personal penitenciario los castigó en la entrada y luego los ubicaron en los pabellones. “Llegó en un momento la Cruz Roja Internacional y creo que también la OEA, nos entrevistamos y a partir de ahí recibimos otro trato de parte de los penitenciarios. Pero el trato era malo, por cualquier cosa nos castigaban, nos llevaban al “buzón”, el calabozo de torturas”. Recordó que estuvo en distintos pabellones y que en un momento se llevaron gente de la que luego dijeron que había muerto en un enfrentamiento, pero era mentira.
Juan Carlos Stremi permaneció en esa unidad casi 4 años hasta que le dieron la libertad vigilada. Durante tres meses tuvo que ir a firmar a una Comisaría en La Plata y le hacían visitas de control en la casa hasta que le dieron la libertad total.
Ante las preguntas por su militancia contó que comenzó a militar en el MAS (Movimiento de Acción Secundaria) en el año 72 y, luego de su formación y hasta el asesinato de Patulo Rave en 1975, en la UES. Preguntado sobre “Patulo”, recordó que lo secuestraron y fusilaron en Navidad del año 75, a la edad de 18 años. “Vivíamos a una cuadra y siempre estábamos ahí en la esquina de 8 y 42 (…) Aparte de militantes éramos adolescentes, hacíamos otras cosas, éramos chicos”. Después de este asesinato dejaron de militar, Stremi empezó a trabajar con su padre y la familia de Patulo se fue a Mar del Plata.
En relación a su vida luego del terrorismo de estado aseguró que fue difícil, que tuvo miedo, y que después de ser liberado tuvo muchas pesadillas. “Empecé a trabajar con mi papá, que era gastronómico, en la Cervecería Alemana. Formé una familia, tengo tres hijas y muchos nietos”.
Luego comenzó la declaración testimonial de Mario Colonna. Dado la extensión del testimonio, los jueces resolvieron finalizar la audiencia y continuarlo la semana entrante.
El juicio continuará el martes 20 de abril a las 9h con las declaraciones testimoniales de Eva Romina Benvenuto, Virgilio César Medina y Néstor Busso.