Reseña Audiencia 24 – 27 de abril de 2021

    .En la vigésimo cuarta audiencia del debate oral con modalidad virtual del Juicio Brigadas Banfield, Quilmes y Lanús, prestaron declaración testimonial Leonardo Blanco y Marcos Alegría, ex detenidxs-desaparecidxs casos en este juicio  y Liliana Canga, hermana de Ernesto Enrique Canga.

     

    El primer testimonio fue el de Leonardo Blanco. El 7 de noviembre de 1975, Leonardo fue detenido en su domicilio junto a su hermano, Néstor Eduardo Blanco. Los casos de ambos forman parte de este juicio. 

    El primer testimonio fue el de Leonardo Blanco caso en este juicio al igual que su hermano Néstor Eduardo Blanco.  Militante en la Juventud Peronista, durante su declaración contó que había puesto toda su energía en la campaña de regreso al país del General Perón. Su hermano en cambio, era militante del PRT-ERP. 

     El testigo relató cómo fueron las circunstancias de su secuestro. En la madrugada del 7 de noviembre de 1975, fuerzas conjuntas de la policía y el ejército entraron a su casa, ubicada en Las Piedras 3229 de Lanús Este. Se encontraban su mujer, su hijo, sus padres, que vivían allí, y el hermano, que se encontraba en la casa circunstancialmente. El trato directo fue con la policía.” El ejército estaba afuera, según contaron después los vecinos, habían rodeado la manzana”. Recordó que el trato fue “bueno, salvo uno que nos dijo que nos iban a matar”. 

    Leonardo y Néstor fueron llevados a la Comisaría 2da  de Lanús. El mismo día fue trasladado solo, sin su hermano, al Pozo de Banfield; al que recordó como un lugar de tortura, con gritos permanentes,  con grandes persianas y mucha gente en el piso. Los malos tratos comenzaron en el mismo traslado. Leonardo señaló en varias oportunidades que permanecieron todo el tiempo con los ojos vendados y atados, que en razón de ello no sabían si era de día o de noche, se guiaban por los ruidos de pájaros y aviones, y que recién les dieron de comer varios días después de haber llegado. Recordó además que una de las personas secuestradas con él reconoció el sitio por haber hecho trabajos de herrería con el padre en el lugar. Allí compartió cautiverio con un grupo de siete u ocho personas, a las que identificó como Antonio Garrido, los hermanos Fabio y Filemón Acuña, Gustavo Marcelo Bockenheim, Godoy -que era de Zárate o Campana-  Alcides Antonio Chiesa y Ramón Tobeñas y “había una chica”. 

    Posteriormente fue llevado al Pozo de Quilmes, “En Quilmes estuvimos aislados (…) Ahí en Quilmes escuchábamos que torturaban a otras personas” .En los últimos días allí lo dejaron bañarse y lo atendió una persona que se identificó como Javier. Contó que tenía un trato muy amable y les dijo “pónganse contentos que murió Franco”, en alusión al dictador español que murió el 20 de noviembre de 1975. También les adelantó que “Van a estar seis años presos” y que ese tiempo se cumplió. 

    Leonardo Blanco señaló que no sabe cuánto tiempo estuvo desaparecido hasta que fue legalizado en la cárcel de Devoto. “ Estimó que entre los tres lugares fue un mes y que el lugar donde estuvo más tiempo fue en Banfield. Allí les sacaron las fotos para legalizarlos. El 11 de diciembre de 1975, el grupo fue traslado  a Devoto donde fueron muy golpeados al llegar. Poco tiempo después, a la cárcel de Resistencia, Chaco donde estuvo hasta el 7 de noviembre de 1981 . 

    Para Blanco quién más sufrió su secuestro y sus años de cárcel fue su hijo. “De repente desaparecí”, aseguró. Su esposa se tuvo que ir de la casa. Ella formó otra pareja. No obstante con los años volvieron a tener una buena relación y el se hizo amigo del marido de su ex mujer. “Ibamos juntos a Mar del Plata. Incluso con mi hijo quedó todo bien por suerte”, comentó cuando le preguntaron qué consecuencias tuvo para él y su familia el secuestro, la desaparición y la cárcel.

     

    El segundo testimonio fue el de Liliana Canga, hermana de Ernesto Enrique Canga, delegado gremial en Hilandería Olmos, secuestrado el 5 de septiembre de 1976. La testimoniante contó que fueron a su casa en City Bell a las 2 de la madrugada, situada en 25 y 453. Narró que “destrozaron la puerta, nos taparon la cabeza con una frazada, a los gritos, buscándolo a Ernesto”. A su hermano le pegaron, le vendaron los ojos y lo ataron. Ella en ese momento tenía 14 años.
    La mamá, Sara María Barragán, preguntó cuál era el motivo de la detención. Uno de los secuestradores le contestó: “Señora, si usted que lo tuvo no sabe el motivo, no se lo voy a decir yo”. Contó que estas mismas personas robaron dinero del negocio familiar. En la puerta había varios autos, entre ellos un Falcon Verde. La mamá fue a la comisaría de City Bell a radicar la denuncia, pero no se la tomaron. Fue con un abogado a presentar un Habeas Corpus.
    Al mes del secuestro de su hermano, fue otro grupo, de una fuerza distinta, hasta la casa de su mamá preguntando por el hermano. “Llegaron tarde, ya se lo llevaron”. Ernesto tenía 20 años en el momento de su secuestro, y trabajaba en Hilanderías Olmos (actual Maffisa). Era delegado gremial. Recordó que “el dueño tenía problemas con todos los delegados gremiales”. El dueño, miembro de la familia Curi, se jactaba de ser colaborador de las fuerzas de seguridad.
    Su mamá se acercó al grupo de Madres, realizó la denuncia frente a la OEA. Recién cuando presentaron el libro “La noche de los lápices”, se enteró que su hermano había estado en el Pozo de Banfield. No tuvieron ninguna información hasta el año 2010, fecha en el cual concurrieron a la convocatoria del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). En el año 2011 la llamaron, porque habían identificado los restos de Ernesto en el cementerio de La Plata,, en una tumba NN. Contó que a partir de ese momento, “Pude recuperar los restos, y darle la sepultura como corresponde”.

    Desde la querella de Justicia Ya, le preguntaron cómo fue la vida de su familia después del secuestro de Ernesto. Liliana contestó que les fue “Bastante mal. Él fue mi referente paterno. Era el que trabajaba, nos ayudaba. Era como un papá. Fue muy duro. tuve que terminar el secundario, y salir a trabajar”.
    La familia de Ernesto pudo acceder a su certificado de defunción, que cuenta con muchas inexactitudes. Afirma que Ernesto fue asesinado de un tiro en la cabeza, cuando pudieron comprobar que fue acribillado. A su vez, en el certificado aparece la fecha de defunción entre el 22 y 23 de diciembre. Sin embargo, según el testimonio de Alicia Carminatti, hermana de un amigo de Ernesto, estuvo con él en Banfield hasta el 29 de diciembre, cuando los trajeron a La Plata. Alicia fue liberada y Ernesto fue asesinado. Afirmó que “el criterio de enfrentamiento no tiene ningún sentido. Fue una masacre”.
    Liliana reivindicó el trabajo del EAAF: “Para mí el haber recuperado sus restos fue muchísimo. Cerró un círculo, mi mamá está tranquila sabiendo dónde está”. Relató que perder un familiar de esa manera, sin sentido, sin ninguna justificación, fue terrible. Su mamá tiene 91 años.

    Por último escuchamos la declaración testimonial de Marcos Alegría, quien se mostró agradecido de poder dar este testimonio, “es la primera vez que tengo la oportunidad de hablar de mi experiencia en Argentina, de este pedazo de historia”. Marcos es chileno, tiene 69 años y vive actualmente en Grenoble, Francia. Hace unos años se jubiló de su trabajo en una industria multinacional de semiconductores donde se desempeñó como electrotécnico; este título lo consiguió allí en Francia, en su exilio, aunque es el área donde se desempeñó toda su vida. En Chile egresó de un bachillerato técnico, era militante estudiantil y fue miembro del MIR. Cuando llegó a la Argentina tenía 22 años, aseguró que fue la juventud, la convicción, la fuerza y la esperanza de salir indemne lo que lo ayudó a sobrevivir.

    Marcos consideró necesario comenzar su testimonio con una introducción donde explicó las circunstancias de su estancia en nuestro país. Como militante del MIR  fue víctima de la persecución y represión que se desató en Chile a partir del golpe de estado de 1973. En agosto de 1974 decidió refugiarse en Argentina donde tenía un familiar indirecto que lo recibió en el barrio cervecero de Quilmes. Rápidamente consiguió legalizar su estadía y pudo encontrar trabajo en octubre de ese mismo año en la industria de termotanques SAIAR.

    Alegría explicó que se integró bastante bien a la fábrica, no sólo en el plano laboral sino también en el relacional. La industria estaba en pleno desarrollo de luchas sindicales por obtener el respeto de normas de seguridad, reivindicaciones en cuanto a mejoras de salario y más: “me encontré dentro de un medio bastante activo dentro de lo que es la lucha social misma, ¿no? Facilitó para mí integrarme fácilmente a participar y no quedarme ausente. A pesar que yo personalmente me había prometido, con la experiencia que tuve en Chile, quedarme más o menos tranquilo sabiendo lo que la represión era capaz de hacer para acallar estas actividades que perjudican a un importante sector de un capitalismo industrial que trataba de hacernos trabajar al máximo por el menor costo posible”. En resumen, logró integrarse a la sociedad argentina compartiendo las reivindicaciones de lxs trabajadorxs pero también por la solidaridad en relación a la situación represiva que vivía Chile.

    Con respecto a su actividad en la fábrica señaló que no era un delegado gremial pero sí era bastante activo apoyando la comisión interna junto con otrxs compañerxs, la mayoría eran parte de la UOM. El año 75 fue muy activo en la zona, eran parte de la Coordinadora Sur “que estaba en plena pelea por el liderazgo de una lucha contra la burocracia sindical”. SAIAR se convirtió en una especie de vanguardia en la región no solo de la metalurgia, sino coordinando distintos sectores.

    Luego de esta introducción, Marcos Alegría describió las circunstancias de su secuestro, sus días como detenido-desaparecido, su recorrido por distintas unidades a disposición del PEN y su exilio a Francia; además contestó preguntas de las partes que profundizaron sobre algunos detalles de su relato. Durante su declaración estuvo muy emocionado, conmovido, cada vez que le ofrecieron hacer una pausa decidió continuar y en una oportunidad incluso afirmó que “hay que seguir”.

    Según explicó el testimoniante al abogado querellante Nicolás Tassara, el ambiente de la industria en el año 76 era bastante crítico, desde el 75 que el clima que se vivía era de miedo y persecución: habían decidido desde la comisión interna estar alerta, se cuidaban entre ellxs, se visitaban, llamaban o pasaban a buscar. “SAIAR estaba muy controlada, sospechábamos que la dirección de la empresa se reunía con elementos ajenos a la administración, al personal o la logística, tal vez servicios de seguridad”. Sin embargo Alegría señaló que “nunca pensamos que iba a ser con esa fuerza, con esa saña de golpearnos a las bases. Éramos simplemente obreros organizados reivindicando nuestros derechos, ese era nuestro crimen”. Cuando el fiscal Nogueira le consultó por secuestros previos al golpe de estado, Alegría recordó a un compañero muy activo que era el responsable sindical de la UOM en Quilmes, el “Negro” Gutiérrez, que fue detenido pero liberado al poco tiempo.

    El 13 de abril de 1976 la industria SAIAR fue rodeada por unidades del Ejército fuertemente armadas y con múltiples vehículos. Las fuerzas allanaron el interior de la fábrica, entrando incluso a los vestuarios y abriendo casilleros -como explicó Alegría “seguramente buscando armas pero no encontraron nada más que útiles personales y de trabajo”-. Hicieron salir a lxs trabajadorxs (alrededor de 300 o 340) al playón de entrada donde dos o tres oficiales, con lista de nombres en mano, empezaron a llamar de a uno. Marcos Alegría fue apartado con otros seis compañeros: Nicolás Barrionuevo, Héctor Tomás Campdepadrós, Raúl Horacio Codesal, Jorge Varela, Argentino Cabral y Mariano -de quien Marcos no recuerda el apellido-. Sobre la lista de nombres que determinó quiénes fueron secuestrados ese día, el testimoniante aclaró: “nos dimos cuenta que la dirección de la empresa trabajaba prácticamente mano a mano con los servicios, la lista no fue por azar, la mayoría éramos dirigentes o bastantes activos en el apoyo a los trabajadores”. Junto con ellos estaba el jefe de personal Martínez Riviere, que fue liberado al día siguiente pero compartió celda esa noche en Quilmes con Nicolás Barrionuevo; lo conocían bien porque representaba a la industria en cada conflicto.

    Los trasladaron a la Comisaría 1era de Quilmes en un camión. Allí los dividieron de a dos por celda y compartió esos días con Jorge Varela. Jorge era estudiante en la Universidad tecnológica de Avellaneda y estaba ayudando a Marcos a gestionar su inscripción a la misma, eran compañeros y amigos. En este centro de detención fue sometido a tormentos e interrogatorios, la consigna que sostuvieron entre compañeros fue reconocerse como dirigentes gremiales, como sindicalistas. Cuando distinguió entre los represores a otro chileno, el interrogatorio pasó a otro nivel: “yo era miembro del MIR en Chile, éramos muy buscados por la dictadura, a muchos los hicieron desaparecer, los asesinaron. Había muchos compañeros nuestros en Argentina y me empezaron a preguntar por nombres. Los diferentes sectores de la izquierda chilena trataban de organizarse desde Argentina, era fácil que los exiliados fueran protegidos por Naciones Unidas (…) Yo no recurrí a eso, no pensé que fuera necesario (…) Tenía la esperanza de volver en cualquier momento a Chile”.

    Alrededor del 15 de abril lo trasladaron al Pozo de Banfield donde estuvo hasta fines de mayo o junio. Ese traslado y gran parte del recorrido que relató a continuación lo hizo con Argentino Cabral: “tuve la suerte, bueno, la ocasión de compartir esto con un amigo, un compañero de la industria. Nos permitió sostenernos moralmente, a ambos. Él era muy creyente, yo era un poco la inversa de eso. Eso nos permitió mantenernos, alentarnos, contarnos historias, inventar canciones, a él le gustaba mucho hacer poemas, eso nos mantenía, hacer juegos, ajedrez…”. Sobre la descripción del lugar comentó que hace 20 años hizo un descriptivo y mostró a cámara para el Tribunal el croquis del plano; explicó que estuvieron en una especie de pabellón bastante chico y que había otros lugares de detención pero no siempre estaban llenos, veían la entrada y salida de otrxs.

    En relación a las condiciones de vida, aseguró que su estancia en Banfield fue la parte más dura de su detención, comparándolo con el nombre por el que se conoce a la Brigada de Investigaciones de Lanús dijo que “el infierno fue un poco por todos lados”. Les daban comida cuando ellos querían, no tenían colchón ni frazada, una sola vez les permitieron bañarse y fue cuando pudieron tener contacto más directo con otrxs, el resto del tiempo estaban con la capucha. Recordó al Sargento Omar y su esposa que eran dirigentes de sanitarios, un compañero médico que recuerda se llamaba Delgado Chico y otro compañero llamado el “Negro” Pérez del sindicato de la metalurgia que le parece que era cordobés por el acento.

    Otra experiencia que recordó es que en varias oportunidades (al menos cinco) los llevaron en camión hasta un galpón o depósito en algún espacio abierto o rural donde había muchxs detenidxs más y eran sometidos a simulacros de fusilamiento. Explicó que estar encapuchado implica una condición psicológica de alerta que les permitía distinguir ciertas cuestiones. Por ejemplo, mencionó que en el trayecto escuchaban un ruido como de puente de madera -pensaban que era Puente 12-, también que podían notar la corriente de aire. En esta locación pasaban uno o dos días y volvían a Banfield. 

    Además, en el Pozo de Banfield reconoció la presencia de un médico que indicaba si podían o no seguir sometiéndolos a tormentos, prácticas que señaló como sistemáticas en este lugar. Explicó que en ese momento tenía la mano derecha herida por lo maltratos recibidos y esas secuelas le fueron tratadas recién en Francia. Es decir, no había atención médica, había alguien que determinaba si iban a sobrevivir o no mientras lxs torturaban.

    Hacia fines de mayo los trasladaron a la cárcel de Devoto, quedaron a disposición del PEN: “no sabíamos lo que era, pero quienes tenían más experiencia nos dijeron “están vivos”, llegar ahí significaba que no te habían desaparecido”. En el traslado se encontraron con Jorge Varela, tenía más información sobre el afuera porque había recibido visitas, se dieron cuenta que probablemente siempre estuvo en Banfield pero en otro sector. Alegría explicó que en Devoto el régimen de maltratos continuó pero aclaró que no siempre fue tan violento, era selectivo. “Paseábamos, conversábamos, incluso teníamos información de algunos diarios. Desarrollamos distintos medios de comunicación: con las manos a través de las mirillas, por los tubos de electricidad sin cables, o por los desagües de los baños (…) estábamos bastante bien informados” recordó.

    A fines o mediados de septiembre los trasladaron a la Unidad 9 de La Plata. Cuando le preguntaron por su estancia allí afirmó que fue “horrible, yo creo que hay otros testimonios que lo comprueban. Lo que sí en ese traslado nos encontramos con todos los compañeros de SAIAR. Habíamos estado en distintos pisos en Devoto”. Solamente tuvo dos visitas en La Plata, su padre y su hermano viajaron desde Chile cuando supieron de su detención: el padre le hizo firmar una petición para refugiarlo y piensa que eso fue lo determinante para conseguir su permiso de expulsión.

    A mediados de noviembre de 1976 Marcos Alegría fue trasladado solo a Coordinación Federal donde pasó una noche. De ahí lo llevaron a la Alcaldía de Capital Federal, “era un pabellón, una especie de sala de espera porque la mayoría éramos todxs extranjeros esperando por ser sacados, había muchos europeos (…) La diferencia es que yo recién ahí me enteré que tenía un decreto de expulsión”. Explicó que en la Alcaldía también se enteró que tenía un pedido de extradición a Chile que se haría efectivo si no conseguía una visa. Además allí lo obligaron a firmar una renuncia a SAIAR, “incluso siendo desaparecido era asalariado de la empresa”; explicó que jugaron mucho con el interés económico, porque si no firmaban la renuncia amenazaban con no pagar los sueldos adeudados, al menos siete u ocho meses de trabajo. 

    Por otra parte, en este lugar conoció al senador uruguayo Enrique Erro, que estaba esperando su salida a Francia y al abogado paraguayo de apellido Mena. Erro salió en diciembre y le prometió que haría lo posible por conseguir su visa. En febrero de 1977 lo llevaron a Ezeiza esposado, lo liberaron al interior del avión, llegando a París le entregaron los papeles que autorizaban su exilio. Fue un grupo bastante grande de exiliados quienes viajaron con él en ese avión.

    Cuando le preguntaron por la vida en el exilio, Marcos Alegría se explayó: “en Francia fuimos muy bien recibidos, el sistema francés a través de organismos ligados a los Derechos Humanos los autorizaba a recibir refugiados (…) El pueblo francés fue bastante solidario con la lucha de los pueblos latinoamericanos y en particular con la historia de Chile, nos dieron bastante apoyo y eso facilitó nuestra adaptación, conservando nuestra idiosincrasia, nuestra cultura. Permitió que pudiera hacer venir a mi compañera esposa, ella era mi compañera en Chile y todavía seguimos juntos. Un detalle importante que no mencioné: el secuestro fue el 13 de abril, yo tenía fecha para casarme el 30 o 31 de abril, felizmente mi compañera no viajó antes. Yo tenía un departamento en el bloque de los asalariados de Quilmes, ahí iban a secuestrar también compañeros y compañeras. El caso más conocido es el caso de Luis “el Sapo” Jaramillo, compatriota chileno”. Marcos mencionó que participaron en distintas iniciativas ligadas a los Derechos Humanos, y a los trabajos de memoria, conocieron a muchxs compañerxs, trabajaron en el juicio a Pinochet, en la recuperación de datos en el equipo de Carlos Slepoy y con distintas asociaciones argentinas también. Además hizo hincapié en que no abandonó su actividad de sindicalista, siempre se mantuvo en esa actividad representativa del movimiento obrero francés, “en definitiva son las mismas luchas, ¿no?” preguntó. Marcos también resaltó que siempre que va a Chile pasa por Argentina para charlar con sus compañeros, que quedaron hermanados por su identidad de sobrevivientes y ex trabajadores de SAIAR.

    El abogado defensor Garrido le preguntó al testimoniante cómo determinó que el lugar en el que estuvo fue el Pozo de Banfield. Alegría insitió en que la descripción que hizo de las celdas es exactamente la misma que la de Adriana Calvo, además “puedo describir lo que veía por la mirilla, y lo que es más importante yo creo es que todos escuchábamos el ruido de los niños a la mañana, tiene que haber habido una escuela primaria cerca, incluso escuchábamos cuando salían al recreo, todo eso coincide, la bajada de la escalera hacia la sala de tortura, son todas descripciones que nosotros compartimos después recomponiendo, incluso en Devoto, ibamos confirmando todo” manifestó con seguridad.

    Al finalizar, agradeció una vez más al tribunal el espacio de expresión que como sobreviviente y testigo de la represión le permite dejar una huella “para que la generación actual y futura siga pidiendo justicia por la memoria, por los 30000 desaparecidos, por nuestros pueblos y que mantengan en alto la consigna Nunca Más”.

    La audiencia continuará el martes 4 de mayo a las 9:30h donde se escucharán las declaraciones testimoniales de Pablo Díaz y José Oscar Cerro.