En la vigésimo séptima audiencia del debate oral con modalidad virtual del Juicio Brigadas Banfield, Quilmes y Lanús, culminó su testimonio Walter Docters, sobreviviente del Pozo de Quilmes y luego escuchamos la declaración testimonial de Delia Giovanola, una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo y madre de Jorge Ogando.
El testimonio de Walter Docters comenzó la semana pasada en la Audiencia 26; recuperamos la primera parte del mismo en esta reseña y completamos su relato con la declaración del 18 de mayo. Walter tenía casi 20 años cuando fue secuestrado y estuvo siete años privado de su libertad en distintos centros clandestinos y cárceles. Al final de este testimonio reconoció que cuando fue liberado a sus 27 años, salió a un mundo que le era completamente desconocido. Sin embargo al terminar afirmó “lo único que no deje de hacer es sentir el dolor de los demás como un dolor propio. Mantuve mi convicción de que un mundo mejor es posible y que había que seguir laburando”.
Empezó su relato explicando el contexto su vida en 1976, “militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores que tenía su órgano de lucha concreta en el Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP)”; ingresó a la Policía de la Provincia de Buenos Aires a través de una gran cantidad de trámites y favores que hizo su padre que tenía jerarquía en la institución. Lo describió como un represor que si bien no era ejecutor era pensante, “conformaba un núcleo de discusión o de apoyo dentro de la DIPPBA y dentro de lo que era el aparato represivo de la Policía”. Walter trabajaba como secretario privado del Director de la Escuela de Suboficiales y Tropa, desde donde tenía acceso a los ingresantes de la escuela: “llegaban de distintos destinos, lo cual me dio un panorama bastante concreto de cómo era la represión de la Policía en toda la provincia en general y en La Plata en particular” explicó.
El viernes 17 de septiembre de 1976 habló con unos agentes que estaban en formación, les dijo que los jefes de policía debían ser policías y no militares, que la situación era degradante. Un oficial inspector lo escuchó y lo arrestó. El director de la Escuela era amigo del padre, lo dejó en libertad y le recomendó no volver a trabajar el lunes. Docters estaba muy interesado en la averiguación del destino de Osvaldo Busetto, un ex policía de bomberos y militante del PRT-ERP que había sido herido en Plaza San Martín y que no lograba ubicar en ningún centro clandestino. En las audiencias pasadas Pablo Díaz y Nora Úngaro refirieron su paso por el Pozo de Banfield
El lunes 20 de septiembre 1976 estaba yendo a trabajar a la Escuela -ubicada en Camino Centenario- junto a su primo Walter Sampelli, menor de edad, que volvía a su casa en Capital Federal. En ese trayecto los secuestraron. Según tomó conocimiento con los años, al día siguiente fueron a su casa, pero no fue un allanamiento como todos: tocó el timbre el subcomisario Nogara, le explicó a su padre que Walter estaba detenido y le pidió permiso para revisar sus pertenencias. Docters contó esta situación para dar cuenta del peso de su padre dentro de las fuerzas represivas y señaló que no conoce mucha gente que tenga esta diferencia de tratos.
Cuando lo detuvieron, le quitaron el arma y lo ataron. Por la distancia en el trayecto interpretó que los llevaron al Destacamento de Arana, lo que confirmó posteriormente. Al llegar, lo pararon en un garaje para preguntarle y decirle cosas sobre su familia. Le dijeron que podía elegir entre colaborar o ser interrogado. Señaló que fue sometido a tormentos y relató con detalle estas sesiones. También describió el lugar, diciendo que entró al Destacamento por el costado, que a tres pasos de la entrada estaba una de las salas de tortura y que estuvo en una celda con al menos otras 15 o 20 personas. Recalcó la preocupación que sintió por su primo de 15 años y la carga psicológica que significó que también lo hayan torturado.
Walter leyó una lista con las personas que vio en Arana entre la primera y la segunda vez que estuvo: Daniel Racero, Francisco López Muntaner, María Clara Ciocchini, Claudio de Acha, María Claudia Falcone, Néstor Eduardo Silva, Pablo Díaz, Víctor Treviño, José María Schunk, Emilce Moler, Patricia Miranda, Horacio Ungaro, Nora Ungaro, Gustavo Calotti, Osvaldo Busetto, Ana Teresa Diego, Marlene Kegler Krug, Julio Badell, Esteban Badell y Norma Del Missier.
Aproximadamente tres días después de su detención lo arreglaron, le dieron ropas limpias y lo llevaron en un auto por un trayecto corto para lo que terminó siendo una “visita” de su familia. Lo metieron en una oficina amplia, a la que reconoció como parte de la Jefatura de Policía, en la que había muchos policías de civil parados uno al lado del otro. “Enseguida entró mi madre, mi padre y mi hermano, que en el momento era Oficial Inspector de Policía (…) Por la otra puerta apareció el comisario Miguel Etchecolatz y le dijo a mi padre ‘¿ahora me vas a dejar de joder que está vivo?’ no dijo más nada y se fue”. Lo volvieron a llevar a Arana y lo sometieron nuevamente a tormentos, reconociendo como su torturador en esa oportunidad al Comisario Vides. Las preguntas de los interrogatorios “siempre rondaban en que función tenés, que jerarquía tenes, donde están las armas, quienes son tus contactos, etc”.
Alrededor del séptimo día lo llevaron a Banfield, cerca del 26 o 27 de septiembre y por espacio de un solo día. Supo que estuvo ahí porque uno de los guardias lo reconoció y se lo hizo saber. Fue regresado a Arana, señalando que esa segunda vez fue porque le habían “dado el alta” a Osvaldo Busetto, quien había sido operado en el Hospital Naval, dependiente del BIM 3. “Lo habían curado en función de torturarlo, de ahí es que nadie podía ubicarlo, ni saber si estaba con vida (…) En la ilusión que uno se hace, en la fantasía que uno va inventando para sobrevivir, yo le decía que si le habían puesto un clavo de platino que cuesta un montón era porque iba a quedar con vida… y no…permanece detenido-desaparecido” explicó Walter.
En esa ocasión lo juntaron con Busetto y los hermanos Esteban y Julio Badell, quienes trabajaban en Jefatura de Policía el primero en el Comando de Operaciones y el segundo como Secretario Privado del Director de Seguridad, el segundo de Camps, de apellido Silva. “Las preguntas, a cada uno, tendían a estar en relación al otro, en relación a una estructura”. Julio fue llevado a la Jefatura de Policía a pedido de Silva y ya no regresó. Luego se enteró que lo tiraron desde el tercer piso del edificio de Jefatura, donde se encontraba la oficina del Jefe de Seguridad, y fingieron su suicidio. Docters también afirmó que a Esteban lo ahorcaron en el Destacamento de Arana, más allá que el acta de defunción firmada por Bergés indique su suicidio en Quilmes.
Aproximadamente el 5 de octubre lo trasladaron de Arana a la Brigada de Investigaciones de Quilmes en un celular. Señaló que ya había habido traslados, por ejemplo el de los chicos “…de lo que conocemos como la Noche de los Lápices”. Walter recordó que José María Schunk y Marlene Kegler Krug no fueron trasladados en este grupo, que quedaron en Arana porque habían recibido un tratamiento particularmente duro en función de su actitud dentro del campo.
En Quilmes entraron por un gran portón, subieron varios pisos por escalera y los fueron metiendo en celdas bastante chicas de a dos, tres o hasta cuatro personas: “entre los secuestrados había un compañero que anteriormente había sido preso social y había estado ahí, por eso sabíamos que estábamos en Quilmes”. En el primer piso estaban los presos sociales, en el segundo las mujeres y en el tercero los varones. En el segundo y tercero había un hueco que daba al patio enrejado del primer piso. Saliendo de la escalera a la derecha estaban las celdas chicas y a la izquierda había una celda grande con baño. Según explicó Docters, al menos en su caso el tratamiento en ese CCDTyE fue diferente y no volvió a ser sometido a tormentos. Distinto de Arana donde la comida no existía, en Quilmes les daban de comer un guiso o un arroz que lo subían en un tacho de pintura de 20 litros. Nuevamente nombró globalmente a las personas con las que estuvo allí: Victor Treviño, Emilce Moler, Patricia Miranda, Ángela López Martin, Ana Teresa Diego, Gustavo Calotti, José María Noviello, Marta Enriquez de Galván -que estaba embarazada-, Miguel Galván, Nora Ungaro, Santiago Servín y Osvaldo Busetto.
Algo que Walter señaló como fundamental es que en este lugar lograron tener algún tipo de comunicación, no oral porque podían ser escuchados, pero aprendieron a hablar con las manos: “la comunicación para nosotros siempre fue un elemento casi imprescindible -tanto en los centros como en las cárceles-, porque nos daba cierta esperanza de denuncia, pero además nos permitía ponernos de acuerdo (…) El tema psicológico de poder comunicarse tiene que ver con nuestra naturaleza de ser seres sociales, de no querer sentirnos solos, a mayor comunicación mayor alivio, mayor tranquilidad”. En relación a lo que significaba la comunicación, ejemplificó contando que “las necesidades eran cambiantes, debíamos ponernos de acuerdo si necesitábamos más o menos comida, parte de la comunicación era entonces saber si había habido traslados, si había heridos que necesitaban más comida”, así regulaban si debían comer más o menos para repartir lo que había.
Con el fin de ilustrar lo que era la vida en Quilmes, Docters relató la situación que se dio el día 23 de octubre, en su cumpleaños número 20. Sus compañeras le cantaron el feliz cumpleaños en un acto de generosidad, para hacerlo sentir acompañado. Sin embargo subió la guardia, lo golpearon y lo castigaron dejándolo aislado por dos o tres días: “una de las peores palizas que recibí, como sacándose el odio de que a alguien le puedan dar algo que lo pueda hacer mínimamente feliz” afirmó.
Durante su estadía en este CCD tuvo otra visita de sus padres, “corta pero satisfactoria”. La madre le decía que no sabía bien qué hacer, hacía el mismo recorrido que todos los familiares hacían; “hoy lo vemos irracional pero en ese momento era normal, en la comisaría o en la iglesia no le iban a decir ‘ah sí, fuimos nosotros’ o ‘nosotros somos cómplices’”. En varias oportunidades Walter mencionó a su madre, recordó la lucha que emprendió por su libertad y el desgaste que eso implicó en su salud. En este sentido recalcó la diferencia con su padre que, cuando le contó lo que había vivido, lo justificó.
Poco tiempo después lo pusieron en la misma celda que a Osvaldo Bussetto y los aislaron del resto. Aprovecharon para hablar, para tratar de entender la situación, tejían todo tipo de hipótesis que no tenía mucho que ver con la realidad pero que eran los análisis que se les ocurrían acerca de la resistencia popular, de la vida y la muerte: “era lo que necesitábamos creer para poder sobrevivir, nosotros hacíamos muchas cosas para poder sobrevivir. Una de las cosas que hacíamos, como comíamos poco y muy malo, era hablar de comida, de cocinar, de recetas. Todos esos recursos creo tienen que ver con la supervivencia, la voluntad de sobrevivir. Lo otro siempre fue el humor, humor negro muchas veces, de que alguien se queje y alguien haga un chiste (…), era una de las herramientas para sobrevivir, una parte esencial de la resistencia”. Además fue determinante para resistir el darse impulso: “solíamos caer en bajones anímicos, en dudas que no nos hacían bien, la solidaridad inmediata del conjunto de los compañeros y compañeras no tenía que ver con la preparación intelectual, la militancia o la ideología y fue tremenda”.
Por otro lado, explicó que constantemente se enteraban de falsos enfrentamientos y muertes, era su forma de hacerles saber que, aunque no los torturaran “explícitamente”, no estaban a salvo. “Los lugares como Quilmes le servían a la dictadura como depósito de gente. Ante cualquier hecho, un levantamiento, una huelga obrera, una bandera en una cancha de fútbol, sacaban a 5, 10, 20 compañeros, los fusilaban y los hacían aparecer como muertos en enfrentamientos. Tenían la maldad, la sagacidad, la lucidez suficiente para darnos los recortes de esas noticias siempre que nos daban papel de diario para ir al baño”. Docters señaló lo ridículo de llamar “combate” o “enfrentamiento” a situaciones en que las personas detenidas estaban vendadas, atadas y recién salidas de un campo de concentración.
En Quilmes estuvo aproximadamente hasta el 23 de diciembre de 1976. Previo a su traslado le habían avisado que iba a pasar a disposición del PEN y le hicieron firmar diversos papeles y recordó que esto también había sucedido en Arana donde lo obligaron a firmar, entre otras cosas, la renuncia a la Policía bonaerense por “falta de sentimiento policial”. Lo sacaron en una camioneta junto a Emilce Moler, Patricia Miranda, Marta Enriquez y Gustavo Calotti, los llevaron a lo que después reconoció como la Comisaría de Valentín Alsina.
Al llegar, el comisario Piri les comunicó que “acababan de ser detenidos en un operativo en la esquina de la comisaría por parte de la Brigada de Investigaciones de Quilmes”; cuando le dijeron que hace meses estaban secuestrados y habían sido torturados, Piri les preguntó si habían visto alguna otra cara antes que la de él y les aseguró que no asumiría la responsabilidad por todo lo que les había pasado. “No digo esto de manera anecdótica, es una muestra de cómo funcionaba el sistema represivo, no había nadie que no supiera lo que estaba ocurriendo, lo que sí había eran personas que optaban por mirar para el costado”. En Valentín Alsina vieron a Saposnik, a Néstor un médico que los ayudó mucho y a Horacio Matoso un muchacho alto, de estructura grande pero que pesaba alrededor de 40 kg, venía de El Infierno y se encontraba en un estado de salud muy malo. En este lugar tuvieron visitas, ropa y comida, además de un régimen de celda abierta que les permitía encontrarse en el patio.
A principios de enero de 1977 lo trasladaron junto a Gustavo Calotti a la Unidad 9 de La Plata en medio de golpes y maltratos. Contó la diferencia entre las celdas y los calabozos de castigo y describió en detalle la vida dentro de la cárcel, las actividades, la comida y que solo podían leer la Biblia: “yo me anotaba en todo, había misa, íbamos todos a misa, había médico, íbamos todos al médico” recordó. Tenían visitas una vez por semana, “mi madre seguía preguntándome qué hacer y yo traté de orientarla para que se reúna con otros familiares, ya existían grupos de familiares, organismos de Derechos Humanos. Ahí mi madre empezó a relacionarse, a activar, a solidarizarse con los presos, con otros familiares que venían de afuera de La Plata”.
En el año 1979 inauguraron la cárcel de Caseros y lo llevaron allí: “Era una cárcel terrible, no daba lugar a ningún tipo de intimidad (…), el acoso era permanente, nunca vimos la luz natural ni respiramos aire puro”. Señaló que para solicitar la opción de salir del país necesitaban una visa de residencia, que por esa razón lo entrevistaron emisarios de distintas embajadas y que muchos países le otorgaron visas, pero que todas sus solicitudes de salida fueron rechazadas. Recordó que allí fue entrevistado en una oportunidad por una persona que se identificó como el Mayor Fanllón (fon), quien le señaló que estaba allí para calificarlo, le recomendó colabora y aportar nuevos datos para evitar la etiqueta de “actitud rebelde” y le dio carpeta con los datos que los servicios de inteligencia habían recabado sobre él durante todos esos años; estaba todo lo que le habían hecho firmar en Arana y una cantidad de “hechos irrisorios” que señaló como mentiras.
A mediado de 1980, lo trasladaron nuevamente a la Unidad 9: “hacía un año y medio que no veíamos el sol, que no respirábamos aire puro, que no veíamos un pájaro”. Las condiciones de vida seguían siendo duras pero eran mejor que en Caseros. Luego de un tiempo pudo volver a tener visitas de contacto y para ese momento su madre “ya tenía una carga de denuncias encima, de alguna manera ocupaba un rol en lo que eran las denuncias, la contención de familiares o de presos liberados”. Docters explicó que enfrentó muchas vejaciones para ir a visitarlo y señaló que eso está dentro de lo que más le pesaba, de lo peor que sufrió. Recordó que en un momento dado hicieron correr planillas para que firmaran: “decían que nos arrepentíamos de todo lo que habíamos hecho, dicho, pensado, imaginado, soñado y que habíamos comprendido que el mundo real era este y no de otra manera”.
En 1983 lo trasladaron a Devoto. Allí tenían un sistema de pabellón abierto, se cocinaban ellos mismos, tenían libros libres, las visitas eran con mínimas restricciones y en todo momento se les aclaró que “la cosa era así” porque era la antesala de la libertad. “Cuando salí de Devoto me encontré con un mundo que no conocía, los micros, el dinero eran otros, cuando cruzaba jóvenes la actitud general era otra”. Le dieron la libertad vigilada por lo que debía presentarse en una comisaría cada 48 horas. Fue a la ronda de las Madres, que conocía por comentarios, y lo amenazaron para que no vuelva. Le demostraron que lo vigilaban. “Creo que el sentido fundamental que tenía esta vigilancia era el acoso, mostrar que de la cárcel salíamos a otra cárcel más grande, que el país estaba convertido en una cárcel” explicó Docters.
Finalmente, el 18 de octubre de 1983, ante el advenimiento de las elecciones generales, le fue otorgada la libertad. “Ahí empezó un camino totalmente diferente para mí, me aboqué a los organismos de DDHH, a Familiares. Trabajamos por la libertad de los compañeros que todavía estaban presos”.
Walter agradeció la paciencia de escuchar la breve síntesis de 45 años esperando hacer este relato. Contó que escribió un libro sobre Arana porque consideraba que era necesario describir los centros de detención de la última dictadura y así diferenciarlos de otros de la historia (los nazis como los más presentes en los imaginarios) y también para demostrar que los sobrevivientes tuvieron y siguen teniendo muchas consecuencias del terrorismo de Estado en su vida cotidiana.
Al concluir su declaración se tomó un momento para interpelar al Tribunal, a todo el Poder Judicial y a todos nosotros como sociedad para que “pensemos hasta cuándo vamos a permitir que esta gente que está siendo juzgada siga cometiendo delitos -cuando nos deja morir a los familiares, cuando no confiesan lo que saben-. Cómo dejamos que estén en sus casas, que se haya secuestrado durante los Juicios a Jorge Julio López, que tengamos que escuchar los testimonios de Nilda Eloy y Adriana Calvo por video”. Volvió a repetir su agradecimiento por la paciencia y el respeto, pero hizo hincapié en que no puede dejar de expresar que “dejamos que sigan cometiendo delitos con un cartelito que dice ‘que lindo estar en casa’”.
El segundo testimonio de la audiencia correspondió a Delia Giovanola, madre de Jorge Oscar Ogando y suegra de Stella Maris Montesano, ambos caso de este juicio. Tenían, al momento de su secuestro una hija de tres años de nombre Virginia y Stella estaba embarazada de 8 meses. Delia fue una de las doce fundadoras de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo y recuperó a su nieto Diego Martín Ogando en el 2015.
Delia comenzó su declaración recordando a su nieta Virginia: “Para acomenzar quisiera aclararles que en estos momentos me siento acompañada por mi nieta Virginia Ogando, que fue una víctima más de este genocidio. Estuvo conmigo desde el 16 de octubre del 76. Estuvo conmigo durante 35 años”, afirmó. Mostró la foto de Virginia , quien buscó incansablemente a su hermano Martín hasta su muerte en el año 2011.
Su hijo Jorge, tenía 29 años y era empleado en el Banco Provincia. Su nuera, Stella Maris, tenía 27 años y era abogada. Fueron secuestrados en su departamento de La Plata, el 16 de octubre de 1976. Virginia “quedó solita durmiendo en la cuna”, afirmó.
Delia era directora de escuela. Al día siguiente del secuestro la llamaron para avisarle: “Se llevaron a los chicos”. “A partir de ese momento mi vida cambió totalmente”, sostuvo Delia que por entonces ya vivía en Villa Ballester. Viajó a La Plata para averiguar qué había pasado, pero no tuvo noticias: “Pensé que por el estado de embarazo de Estela, de 8 meses, la iban a soltar enseguida, era por averiguaciones. No pensé que iba a ser para siempre” recordó.
Virginia inicialmente se había quedado con sus abuelos maternos, que vivían a 3 o 4 cuadras del lugar donde habían sido secuestrados. Pero los abuelos eran bastante mayores que ella, por lo que no podían ocuparse de Virginia. Días después, Delia y su marido se hicieron cargo de su nieta.
En ese momento empezó también “el calvario de Virginia de no hablar de su madre y su padre. Yo me encargué toda la vida de que ella tuviera conocimiento de lo que había pasado pero recién pudo hablar de sus padres a los 18 años cuando ella inicia la búsqueda”, de su hermano nacido en cautiverio, precisó durante su declaración, guiada por la abogada de Abuelas de Plaza de Mayo Colleen Torre. Recordó que cuando le preguntaban por sus padres, Virginia decía que “habían ido a declarar a tribunales”, léxico que había aprendido porque su mamá era abogada. Delia anotó a Virginia en un jardín de infantes cerca de su casa, para que pueda tener otros recuerdos distintos al desarraigo de sus padres, y para que esté con niñes de su edad.
La testimoniante contó parte de la historia de su vida: enviudó a los 37 años de Jorge Narciso Ogando, padre de su hijo Jorge. Se volvió a casar a los 43 años, con Pablo Califano. Pablo ocupó el rol de abuelo de Virginia y para él era un “regalo de la vida tener una nieta”. Como directora de la escuela, ella tenía que seguir concurriendo a la escuela en varios horarios, pero no lo podía hacer porque tenía que cuidar a Virginia. Le permitieron tener un solo horario, pero debía presentar su jubilación temprana, que le llegó en julio de 1977. En ese momento se dedicó directamente a la búsqueda de Jorge, Stella y Martín.
El relato de Delia permitió dar cuenta también de los momentos fundacionales de Madres y Abuelas. Contó que su primer encuentro con otra madre de desaparecidxs fue con Adela Atencio. En Villa Ballester se corrió la voz de lo que había ocurrido, que “le habían llevado a su hijo”. Por eso Adela se acercó a verla. La fue a ver a la escuela, para pedirle ir juntas a la Plaza de Mayo, donde había escuchado que se reunían otras madres. “Yo pensé que era la única” recordó. Le dijo que no podía faltar a la escuela, ni dejar a Virginia. “No le di importancia, pensé que era algo que no nos iba a ayudar de ninguna forma”.
Cuando se jubiló, finalmente fueron con Adela a la Plaza de Mayo. Alcanzaron a ver a dos o tres persona paradas, hablando. “Señoras de la edad nuestra. Ahí nos arrimamos y una de ellas era Azucena Villaflor” relató Delia. Azucena tenía en sus manos una carpeta de tamaño oficio. Se dieron a conocer, Azucena les tomó sus datos y hablaron de su caso y el caso de Adela. Ese fue “el primero de todos los jueves que se sucedieron. No nos conocíamos pero teníamos algo en común que nos unía y era muy fuerte. Eran los hijos y las hijas que nos habían llevado hasta allí. Y todas creíamos que éramos las únicas”.
“Fuimos siendo cada vez más. Ahí se aparecieron los guardias de la Casa Rosada y nos obligaron a caminar. No podíamos estar paradas hablando. Instintivamente nos tomamos del brazo, porque hablábamos en voz baja, y empezamos a caminar en contra del sentido de las agujas del reloj. Empezamos a girar alrededor del mástil de la plaza” describió acerca del comienzo de las míticas rondas de las Madres. Mientras caminaban “…nos contábamos nuestra vida, nuestra búsqueda. No había un libro que dijera cómo buscar un hijo. Mi búsqueda era por Jorge y Stella”. Stella había sido su alumna en su casa a los 5 años. Ella le enseñó a leer y escribir. La familia de Estela no podía buscarla porque los padres eran muy mayores, y la hermana se estaba escondiendo.
Contó cómo fue la búsqueda de su hijo y su nuera. Una vecina de Jorge y Stella le contó que el día del secuestro, le gritaron que no salga de su casa, que eran del Ejército y que quedaba un bebé en la cuna. Es por eso que Delia “…sabía que habían sido del Ejército, pero no tenía donde ir a preguntar”. Presentó cerca de 40 Habeas Corpus. Nunca tuvo una respuesta. Aprendieron a hacer Habeas Corpus y recordó que hicieron “cualquier cantidad de inventos para buscar a nuestros hijos”.
Delia relató el surgimiento de Abuelas a partir de las rondas de las Madres: “Un día, una persona salió de la ronda y comenzó a gritar: ‘Si hay alguna madre o suegra de embarazada, salgan de la ronda’. A mi me parieron las Madres. Yo salí como Abuela de la ronda de Madres”.
Mirta Baravalle, era posiblemente la persona que gritaba en la ronda de Madres. Allí empiezan a preguntarse cómo buscar a un nieto, ya que no sabían cómo. Hicieron las misma pruebas que con los hijos. Iban a Casa cuna, a guarderías de bebés, a hospitales y maternidades. “Pero nuestras hijas y nuestras nueras parían en cautiverio, no en hospitales públicos y nunca tuvimos noticias de nada” explicó. Presentaron habeas corpus en tribunales de menores. “Inventábamos las formas de buscarlos. Seguramente nos equivocamos muchísimo pero no sabíamos cómo hacerlo” reflexionó.
Iban encontrando abuelas en tribunales, en guarderías: “En nuestra búsqueda nos topábamos con otras abuelas. Empezamos a hacer ruido. Cuando llegamos a hacer 12 abuelas, fundamos Abuelas en el año 1977 con el nombre de “Abuelas Argentinas con Nietitos Desaparecidos”.
Una de las primeras decisiones de aquellas Madres fue “…avisar al mundo sobre lo que estaba ocurriendo. La televisión argentina sólo hablaba de “las locas de Plaza de Mayo” (…) Nosotros no teníamos ninguna noticia acá adentro. Por la gente del exterior, de Francia, nos enteramos del espía que teníamos entre las Madres, era Astiz” aseguró Delia. Se sumó a las rondas diciendo que tenía un hermano desaparecido. “Siempre apoyado con la espalda sobre el poste del reloj, viendo la cara de cada una. Las madres le decíamos ‘andate que te van a llevar’. Lo cuidábamos a él. Lo teníamos que cuidar porque representaba a nuestros hijos”. Astiz, pertenecía en realidad al grupo de tareas 3.3.2 de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) que secuestró, entre otras a Azucena Villaflor y a las religiosas francesas Leonie Duquet y Alice Domon.
Las abuelas se reunían en casas de familia, en confiterías de retiro, en el Tortoni. Los jueves eran de madres, porque no dejaron de buscar a los hijos. Pero por otro lado se reunían las abuelas.
Delia Giovanela recordó las miles de cartas que empezaron a recibir aquellas doce abuelas fundadoras y comentó, por ejemplo, que en la puerta de las iglesias, en Canadá, figuraba la lista de abuelas argentinas y sus direcciones. Ella, que con los años se especializó en bibliotecología porque necesitó otro trabajo tras fallecer su esposo, se encargó de armar fichas con todas esas cartas que se conservan en la Casa de Abuelas.
Por aquellos años, las Abuelas de Plaza de Mayo se reunirían con el director del Buenos Aires Herald, Robert Cox. Ese diario escrito en inglés fue el primer medio que denunció el robo de bebés durante la dictadura cívico-militar. Se enteraron por el director del diario que “la suerte de las embarazadas estaba sellada” y que en el Ejército, la Marina y la Aeronáutica, había listas de parejas que esperaban a llevarse a los hijos de desaparecidos. “Ahí supimos que no nos iban a entregar a los bebés, porque iban a ser apropiados por esas familias” recordó.
La primera noticia del nacimiento de Martín fue en 1978, cuando la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) visitó la Argentina. Ella iba hacia el lugar donde estaba la delegación para denunciar la desaparición de su hijo y de su nuera en Avenida de Mayo. “Ese día llegué hasta la Plaza y crucé para ir a la CIDH. La cola era larguísima. Me llaman de la cola, me arrimo y era Herenia, “una directora de una escuela de La Plata que empieza a contarme sobre el nacimiento de mi nieto”. Herenia le cuenta que a fines del 76 habían liberado a una chica, Alicia Carminati, a la que habían secuestrado junto a su padre en su casa, a dónde los represores habían ido a buscar a su hermano. Según supo, Alicia había estado con Stella en la misma celda en el Pozo de Banfield y Jorge había estado con el padre de Alicia.
“En la cola Herenia me cuenta que Martín nació el 5 de diciembre del 76 en el cautiverio de Stella. Me cuenta los primeros datos rápido (…) que Stella lo tuvo con ella y después la devuelven a la celda sin Martin, con su cordón umbilical y ella se lo hace llegar a Jorge” contó. Fue lo único que Jorge vio de su hijo. También le hizo llegar las palabras de que “volvió a nacer Virginia”, por el gran parecido de los dos.
Entonces su búsqueda a partir de ese momento fue de un nieto varón, rubio y de ojos celestes. También la búsqueda se hizo aún más dura, porque veía a su nieto en cada niño rubio de ojos celestes.
Se encontró con Alicia Carminati muchos años después, cuando ya había terminado la dictadura. Se encontraron en una confitería. Delia contó que escuchar las cosas que le sucedieron a su hijo y a su nuera en cautiverio, le provocó mucho sufrimiento. Y que Alicia le decía “de verdad, querés saber todo esto Delia”. Ella insistió que quería saber. Todo lo que Alicia le relató era peor de lo que había podido imaginar. Le contó que estuvo junto a Stella en el Pozo de Banfield y que el 5 de diciembre de 1976 Stella parió en la cocina del Pozo, sobre una puerta de metal, donde la ataron y le taparon los ojos. En esas circunstancias tuvo a su bebé. Cuando terminó el parto la obligaron a lavar el lugar, lo que le provocó una infección post parto. La devolvieron a la celda, y ella gritaba por su bebé. Fue un guardia a calmarla y a decirle que ese no era un lugar apropiado para un bebé, que iba a estar mejor con su familia. “Ese bebé volvió con su familia con 39 años” detalló Delia.
Contó también que enterarse de esto le produjo tanto dolor que por muchos años no pudo recordarlo. Refirió también que años después, a través de la CONADEP recibió un “anónimo de un militar arrepentido” que se identificó como “sargento Larrosa”, que le decía que si le daban “garantías” diría dónde estaban enterrados su hijo Jorge y su nuera Stella Maris. Según él “había víctimas enterradas en el predio de la estancia La Armonía en Arana donde funcionaba el Regimiento 7 de Infantería del Ejército”. “La Conadep mandó gente al Regimiento 7 en Arana y dijeron que las topadoras municipales no iban a poder dar vuelta ese campo y se supone que han dinamitado la zona porque los antropólogos forenses también estuvieron, cavaron y encontraron restos irreconocibles.”.
Cabe señalar que el anónimo que Delia mencionó refería también como personas que estaban en ese lugar a los desaparecidos Héctor Malnatti y Hugo Medrano. Sin embargo, ambos, gracias a la labor del Equipo de Antropología Forense, fueron identificados en el Cementerio de Avellaneda, cuestión que fue tratada en el juicio Circuito Camps, en el año 2012.
Delia continuó detallando la búsqueda de Martín y el rol que Virginia tuvo en esa búsqueda. Contó que empezó a los dieciocho años cuando quiso presentarse al programa “Gente que busca gente”, y que ella la ayudó. Virginia se presentó en ese programa por primera vez, buscando a su hermano. Tuvo mucha difusión, aunque no fue suficiente.
Delia señaló que Virginia ocupó el lugar de trabajo que era de su padre en el Banco Provincia, donde fue recibida por sus compañeros con los brazos abiertos, que sabían de la desaparición de su padre. Recordó que en el legajo figuraba como cesante del cargo por abandono de tareas pero que al tiempo, cambiaron la carátula como desaparición forzosa y el banco se plegó a la búsqueda de Martín. Toda la provincia de Buenos Aires estaba empapelada con la búsqueda de Martín Ogando. Recordó que en “Los bancos a donde iba a cobrar el sueldo todo el mundo, se topaban con los afiches”. Mostró a la audiencia los afiches que puso el Banco Provincia en toda la provincia de Buenos Aires. Los carteles tenían las fotos de Jorge, Stella y Virginia. Delia contó que “El Banco Provincia me acompañó en toda la búsqueda de Martín”. Virginia trabajaba en el Museo del Banco. Orientó las exposiciones del banco en distintos temas de DDHH y en la búsqueda de Martín.
Ante la pregunta sobre cómo fue el encuentro de Martín. “Pienso que Martín también hizo su búsqueda. Fue criado con mucho amor”. De chiquito le dijeron que era adoptado y cómo llegó a sus manos. El padre de crianza le sugirió que podía ser hijo de desaparecidos y él inició la búsqueda por su cuenta.
El 5 de noviembre de 2015 tenía que ir a un acto en el Centro Cultural Kirchner. Salió de su casa y a las dos cuadras le sonó el celular: “Delia, tenés que venir a Abuelas”. Cuando llegó estaba lleno de gente, abrió la puerta y todos la miraban serios. Abrió la puerta del despacho de Estela de Carlotto y también estaba lleno de gente. “¡Encontramos a Martín!” comenzaron a gritar todos. “Yo me derrumbé en una silla. Llanto, lágrimas, gritos y alegría. Cada nieto que se encuentra en Abuelas es una fiesta. En Abuelas y en el país entero. Martín fue el nieto 118. Tuvimos 118 festejos. Los primeros fueron en soledad, luego festejó el país entero” recordó.
La noticia del encuentro de su nieto se salió de todos los protocolos. “Primero me avisaron a mí, y si no me moría, le iban a avisar a Martín” bromeó Delia, frente a una audiencia profundamente conmovida. Recordó que le dijeron “…‘Delia vení que tu nieto quiere hablar con su abuela’. Yo tenía 89 años, más que corriendo, fui reptando”, agarró el teléfono y gritó: “¡Martín, te encontré!”. Y le preguntó cómo se llamaba, a su nieto de 39 años. Él quiso saber 39 años de su vida de golpe. Fue hasta una sala a hablar con la prensa, y le habían hecho un cordón de nietos y amigos para que pase. Era una fiesta. El cordón era “con aplausos y vivas”.
Delia se refirió también a las desapariciones de Edgardo Miguel Angel “Bigo” Andreu y Norma Robert Schmidt, militantes del PRT-ERP que venían de Bahía Blanca y estaban viviendo en la casa de Ogando. Edgardo fue secuestrado el 5 de octubre de 1976 en La Plata y Norma el 16 en Carhué. También hizo referencia a la de su sobrino Emilio Horacio “Patato” Ogando, primo y amigo de Jorge, militante del PRT-ERP, quien fue secuestrado el 15 de octubre de 1976, de la casa de sus padres. Los tres casos forman parte de este juicio.
“Nunca pensé que esto iba a ser para siempre. Pensé que por el estado de embarazo de Stella, que estaba de ocho meses, que la iban a devolver enseguida” confesó Delia, que hace mucho dejó de ser aquella maestra incrédula.
“Pasaron 45 años y Jorge y Stella siguen estando desaparecidos. La situación de Jorge y Stella es exactamente la misma sin un lugar donde la familia pueda llevarles una flor. Por eso seguimos pidiendo memoria, verdad y justicia, y juicio y castigo a los culpables”, sostuvo antes de insistir: “seguimos exigiendo justicia verdadera, real, porque nunca hubo arrepentimiento. La búsqueda de mi nieto costó la vida de mi nieta”. Los acusados “no merecen estar en domiciliaria. Por los 30 mil tenemos que hacer justicia”, concluyó Delia.
Con el testimonio de Delia concluyó la audiencia vigésimo séptima, posponiendo para la siguiente, que será el 1° de junio, el testimonio de Diego Martín Ogando, previsto para ésta. Además están programadas las declaraciones de Emilce Moler y Martín García. El testimonio de Neme se reprogramó para el 8 de junio.