Juicio Hogar Casa de Belén y operativos represivos. Audiencia 3

Por Programa de Apoyo a Juicios

 

En la tercera audiencia comenzaron las declaraciones testimoniales. Declararon desde Suecia Carlos Ramírez y Julio Ramírez Domínguez.

 

Crónica de la audiencia del 25 de marzo.

El 25 de marzo pasado se realizó la tercera audiencia del juicio “hogar Casa de Belén y operativos militares”. Iniciando la etapa de producción de prueba el Tribunal Oral en lo Criminal Federal N° 1 de La Plata escuchó las declaraciones testimoniales de Carlos Ramírez y Julio Ramírez Domínguez, quienes lo hicieron de manera remota debido a que residen en el Reino de Suecia.

Carlos fue víctima de los hechos investigados en la causa conocida como “Hogar Casa de Belén”, en relación a los cuales sólo se encuentra siendo juzgada Nora Pellicer, antigua Secretaria del Tribunal de Menores N° 1 de Lomas de Zamora, debido a que las otras personas imputadas fallecieron o fueron declaradas incapaces. Además es hijo de Vicenta Orrego Meza, asesinada junto José Luis Alvarenga y María Florencia Ruibal en el operativo del día 15 de marzo de 1977 en la calle Nother y Santa Cruz del barrio San José de Almirante Brown. Por su parte Julio Ramírez Domínguez declaró en su calidad de esposo de Vicenta y padre de Carlos, María y Mariano Ramírez.

El primero en declarar fue Carlos. Aunque su relato no siguió estrictamente ese orden, su testimonio puede organizarse en torno a tres tópicos: sus recuerdos del operativo desarrollado el 15 de marzo de 1977; sus vivencias en el Hogar Casa de Belén y, finalmente, el reencuentro con su padre, la construcción del vínculo familiar en Suecia y el proceso de elaboración de los sucedido.

 Luego del interrogatorio inicial realizado por el presidente del Tribunal, José Michilini, tendiente a establecer sus datos personales básicos, la abogada querellante Carolina Ocampo Pilla le realizó una pregunta introductoria que le permitió a Carlos señalar que la madrugada del 15 de marzo de 1977,  contando siete años de edad, se despertó abruptamente a raíz de los disparos que impactaban sobre la casa donde estaban junto a su mamá, sus hermanos María Ester (4 años) y Mariano (2 años y medios) y dos personas más no conocía, pero habían llegado pocos días antes. Esa no era su verdadera casa. La familia vivía originalmente en el barrio IAPI de Quilmes, pero habían tenido que irse de allí porque su mamá era perseguida desde luego de la detención de su padre, quien estaba preso.

El modo en que Carlos recuerda ese instante de peligro resulta sorprendente por cuanto refleja el modo en que funciona la mente de un niño y las formas que adopta la memoria. Carlos indicó que estando la casa rodeada de policías que disparaban hacia el interior de la casa, corrió desde la habitación hacia la cocina atravesando el pasillo que daba a la puerta de salida para intentar rescatar al perro familiar: blanco y chiquito como un chihuahua. Indicó que el animal se había metido detrás de la heladera y que, aunque sintió miedo por la electricidad, intentó alcanzarlo sin éxito. Que se sintió un poco mal, pero que tuvo que abandonarlo allí para retornar a la habitación de la casa desde la cual lo llamaba su madre. Al cruzar el pasillo de regreso una bala le rozó la nuca y le dejó una herida superficial. Indicó que esa cicatriz, que tocó mientras narraba el hecho al tribunal, le recordaba a su madre.

Al regresar al dormitorio vio que su madre había preparado a sus hermanos más chicos para salir de la casa. Lo hizo a través de una ventana del frente empuñando una bandera blanca. Primero salió a él, luego a María Ester y finalmente salió ella junto al más chico. De acuerdo a su memoria, salieron los tres caminando hacia el frente del terreno, atravesaron un puentecito por encima de una zanja y caminaron juntos hacia la casa de un vecino que le pareció lejana. En el trayecto pudo ver que la casa estaba rodeada de efectivos uniformados y a personas en los techos de la casas y en los terrenos baldíos linderos.

Esa fue la última vez que vio a su mamá con vida. Y aunque indicó que no recordaba qué le había dicho su madre antes de salir por la ventana, cree que le encargó que cuidara de sus hermanos y que les dijo que los quería. Señaló que desde entonces está desaparecida y que, aunque intentaron dar con ella, no pudieron encontrar sus restos. Que se llamaba Vicenta Orrego Meza y que su padre Julio estaba detenido en la Unidad 9 de La Plata, desde donde tuvo que salir del país hacia Suecia y que una vez instalado en ese país inició acciones legales para recuperarlos con la ayuda del fundador del CELS, Emilio Mignone.

Luego el testimonio de Carlos se centró en lo que vivieron los tres hermanos en el Hogar Casa de Belén. A lo largo de su relato indicó que fueron inicialmente cuidados por unos vecinos y que luego fueron llevados a un hogar que inicialmente no sabía cómo se llamaba pero que pasados los años supo era el Hogar Pereyra. Según su recuerdo estuvo poco tiempo en ambos lugares. Respecto a los vecinos, indicó que le curaron la herida de la nuca y que los trataron bien. Recordó que en alguna ocasión acompañó al señor a recorrer el barrio en un carro para recoger botellas. También señaló que no recuerda cómo llegó al primer hogar, pero que sí se acuerda que una noche la directora de esa institución le presentó a un señor de apellido Milone y a otra persona que luego conoció como “el gordo”, quienes se lo llevaron junto a sus hermanos a otro hogar, que resultó ser Casa de Belén. Y agregó que en ese tiempo no sabían, pero que desde entonces estaban bajo tutela del Tribunal de Menores de Lomas de Zamora que estaba a cargo de la juega Pons. Carlos señaló que cuando su padre los encontró con la ayuda del CELS, fue esa jueza quien se negó a entregarle la custodia y sus familiares más cercanos por considerar que era subversivo.

Los recuerdos de Carlos respecto a la vida en el Hogar Casa de Belén dan cuenta de malos tratos, abusos y tormentos hacía él, sus hermanos y los otros menores internados allí como una forma de disciplinamiento y subordinación de los menores. Indicó que al comienzo el trato parecía normal pero que con el tiempo, al comenzar a preguntar por sus padres, los encargados del lugar comenzaron a usar lo que Carlos definió como “el garrote” para intimidarlos y que los obligaron a practicar sexo oral como una forma de castigo.

El Hogar dependía de la Parroquia de Banfield y tenía una Comisión Directiva que estaba integrada, entre otros por Milone y la persona que identificó como “el gordo”, pero estaba a cargo de Dominga Vera y Manuel Maciel, quienes vivían allí junto a sus tres hijos Patricia, Jorge y Sandra. Carlos, María y  Mariano fueron los primeros en llegar y con el tiempo llegaron otros chicos, de los que recordó a Pablo, Alberto, Karina, Verónica y Antonio. Indicó que todos tenían el apellido Maciel en el documento y que así los identificaban en la escuela, en la parroquia y cuando iban a misa.

De Dominga y Manuel Maciel indicó que le decían que sus padres eran borrachos, subversivos, terroristas y peligrosos, que su madre era prostituta, que estaba muerta y tirada en el riachuelo o que los había abandonado para irse con otros hombres. Indico que siendo chicos de corta edad, con el tiempo terminaron creyendo lo que les decían. También señaló que Dominga hacía como que no sabía lo que ocurría en el lugar y que los abusos fueron cometidos tanto por Manuel Maciel como por sus hijos Jorge y Patricia. Indicó que con el tiempo, tanto él como sus hermanos comenzaron a tener problemas en la escuela y que particularmente él desarrolló problemas de concentración que continúan hasta el día de hoy. Con el tiempo pudo enterarse de cosas que le sucedieron a su hermano menor, de las cuales no tuvo conocimiento mientras estuvieron en el Hogar porque le impedían tener contacto con su hermanos, castigándolos si así lo hacían.

Recordó que tanto Milone como otras personas de la Comisión Directiva del Hogar les hacían cosas, que todos eran pederastas. Que esas personas llevaban comida de las fiestas que hacían en la parroquia o aparecían cuando los llevaban a otros hogares para ocasiones especiales, como el día del niño. Que cuando llegaban lesas personas, los Maciel bajaban las persianas que daban a la calle y cerraban una puerta corrediza que estaban en el pasillo de entrada para que no se viera lo que sucedía dentro. Que en esas ocasiones él se escondía.

Además los y las menores internados en el hogar tenían padrinos, generalmente militares. Esas personas los sacaban a pasear, por ejemplo recordó que en ocasiones su padrino lo llevó a La Boca. Que a consecuencia de esa relación él quería por entonces ser militar. Sin embargo, en otro pasaje de su testimonio también relató que aunque no sabía qué había pasado con sus padres, cuando caminaba desde el hogar hasta un lugar en el que hacían deportes, evitaba pasar por la vereda de una Comisaría que había en el camino porque tenía miedo de la policía y pensaba que tal vez sus padres estuvieran dentro.

El reencuentro con su padre se produjo en tiempos de Alfonsín. Señaló que para ellos era un  extraño que tardaron en construir un vínculo con él, que durante ese tiempo no supo lo que habían vivido en el hogar durante esos años. Además recordó que durante la etapa de acercamiento en el Hogar intentaban desalentar el vínculo. Le hacían preguntas y los hacían sentir culpables por abandonarlos. Carlos recordó que se sentía mal por abandonar a los Maciel y que por ello no quería irse. 

Luego señaló que todas las experiencias que tuvo en ese tiempo son como una guerra. La apropiación de ellos, el cambio de identidad, quitarle los padres, el abuso personal. Carlos indicó que a su criterio personal lo que ocurrió fue un exterminio, un genocidio. Que el Hogar era como una cárcel. Indicó que sufrieron mucho, no solamente ellos sino mucha gente que puso en juego su vida y su reputación. Que sintieron mucho dolor. Indicó que son cosas que no se borran de la cabeza y que corren dentro de uno. A modo de reflexión se preguntó cómo contar lo vivido a sus hijos y señaló que puede comentar sin problemas lo que sucedió en el operativo militar, pero que los abusos que sufrió son como tragarse una piedra.

Finalmente dijo que para él, para sus hermanos y su familia este juicio es una reparación por todo lo que sufrieron ellos y las personas que los acompañaron poniendo en juego su reputación. Indicó que no lo anima la revancha sino solamente quiere justicia por los daños que cometieron contra ellos. Que continúan día a día luchando por ello desde que llegaron a Suecia.

Luego, Carlos Ramírez contestó algunas preguntas que le formularon las partes. Así, indicó que en marzo de 1977 tenía aproximadamente  6 años de edad, María 4 y Mariano 2 años y medio  y que no recuerda cómo era su vida antes del operativo que culminara en la muerte de su madre, aunque su padre y su tía Lucila le contaron algunas cosas. También indicó que viajó en varias ocasiones a Argentina y a Paraguay para conocer a su familia, entre ellos su abuela. Esta le contó que cuando fue al juzgado de menores la sacaron arrastrando del lugar y que la jueza le dijo que su hijo tenía cola porque era hijo del diablo. Su tía Lucy también le contó las gestiones para intentar hallarlos y que la conocieron cuando al final de la dictadura comenzaron los encuentros de re vinculación por intermedio del CELS.

Finalmente indicó que los chicos del Hogar estaban divididos. Los que andaban bien en la escuela y se portaban bien,  no tenían problemas. Que como su hermana se llevaba bien con Dominga le decían alcahueta y que a su hermano menor lo trataban mal. Que cuando él lo quería ayudar, lo castigaban. También indicó que ocasionalmente iban al juzgado de menores de Lomas de Zamora para ver a la jueza Delia Pons en compañía de la madrastra. Que como eran chicos no sabía a qué iban específicamente.

Luego de un cuarto intermedio, llegó el turno declarar de Julio Ramírez Domínguez.

Julio indicó que tanto su señora como sus hijos fueron víctimas de la última dictadura militar. Para dar cuenta de ello, comenzó señalando que vivían en el barrio Santa María de Bernal Oeste, Quilmes, y que allí participaban desde la época de Lanusse en actividades sociales y organizativas del PJ vinculados a tareas juveniles del barrio, particularmente en la Sociedad de Fomento, de la cual llegó a ser vicepresidente. También trabajaban con la Iglesia en la capilla de la zona para realizar tareas con los niños, en las que participaban jóvenes de la universidad. Julio señaló que tenían un almacén en la casa, del que se encargaba Vicenta, y que él trabajaba en la construcción y que tenían tres hijos: Carlos, María, que nació en 1972 y Mariano en 1974.

Julio  Ramírez fue secuestrado por la Triple A en una noche de diciembre de 1974 mientras se encontraba en su casa. Esa noche se encontraba durmiendo un conocido que identificó como Juan Carlos Palacios, a quien también se llevaron secuestrado. Julio no pudo identificar el lugar donde permanecieron recluidos, pero supone que estaban cerca de Bernal Oeste por la distancia recorrida. Un mes más tarde fue legalizado en la Comisaría 3ra de Quilmes o Avellaneda. En ese lugar fue encontrado por el obispo Quarraccino, quien avisó a sus familiares. Desde allí fue llevado a la Unidad 9 de La Plata, donde fue alojado inicialmente en el pabellón 11. Señaló que el abogado que consiguió la familia para intentar liberarlo apareció detenido poco tiempo después en el mismo pabellón 11 de la Unidad 9 y otro tanto ocurrió con el juez que llevaba su causa, Juan Méndez. Julio señaló que a raíz de eso se le agotaron las posibilidades de tener ayuda jurídica. Su esposa, Vicenta Orrego, comenzó a ser perseguida, debió dejar de  trabajar y abandonar la casa familiar.

Al llegar la dictadura militar el pabellón 11 se fue llenando de detenidos y el tratamiento de los internos se endureció. Así, recordó que en una ocasión a uno de los presos se le cayó el plato y eso ocasionó que todos los integrantes del pabellón fueran castigados con un mes en las celdas de castigo, conocidas como “los chanchos”. Luego de ello los reubicaron dentro del penal. A él le tocó el pabellón 13, donde el 14 de marzo de 1977 la persona que estaba en la celda contigua, de nombre Argentino Cabral, se descompuso. Julio llamó a la guardia y como esta consideró que Cabral no estaba enfermo, castigó a Julio con dos meses de detención en los chanchos.

Estando dentro de la celda de castigo, Julio tuvo una visión en la que su esposa le pidió que se hiciera cargo de sus hijos. Al salir buscó al “Barba” Gutiérrez en el recreo, porque ambos eran del mismo barrio, para preguntarle si tenía noticias de su familia y éste le dijo que no sabía nada. Con el transcurso de los días y por intermedio de los familiares de otros presos, pudo saber que la casa donde estaba viviendo su esposa con sus hijos había sido atacada y que desde entonces no se sabía nada de su familia. Desde entonces intentó encontrarlos, para lo cual les pidió a sus familiares de Paraguay que se trasladaran a Buenos Aires.

A comienzos de 1978 llegó su hermana Lucila a vivir en la casa del barrio IAPI, pero de allí fue sacada por los militares, quienes la arrastraron por la calle, semidesnuda y a pesar de estar cursando un embarazo a término. Durante el mismo año 1978 Julio escribió por propia iniciativa un habeas corpus dirigido al juzgado de menores de Banfield, en el que pedía saber algo de sus hijos y el destino de Vicenta. Indicó que esa primera presentación la sacó del penal en forma legal por el correo, pero luego ya le permitieron hacerlo más, por lo cual comenzó a pedirle a su hermana que escriba en su lugar. Julio señaló que se dirigió al juzgado de menores porque, por la zona donde vivían, era la única institución que podía saber algo de sus hijos; que le escribió en diversas oportunidades a la jueza Pons y que su hermana realizó denuncias, petitorios y solicitudes ante el Ministerio del Interior. También indicó que en 1978 o 1979 fue alcanzado por la protección de ACNUR como extranjero en su condición de ciudadano paraguayo y a través de esa agencia intentó buscar ayuda para encontrar a sus hijos, pero debido a que ellos son argentinos no pudieron hacer nada.

Aunque nunca recibió una respuesta de la Jueza Pons a sus cartas, fue visitado en la Unidad 9 en dos ocasiones por personal de su juzgado. A finales de 1979 por dos mueres, en tanto que a comienzos de 198 por una de esas mujeres junto a un varón. En una de esas ocasiones también fue entrevistado por Sánchez Toranzo, quien era el general encargado del penal. Le mostró fotografías de cuerpos mutilados atribuyéndole a él la responsabilidad de esas muertes y le exigió que firme un papel en el que se responsabilizaba por ellas. Julio le reclamó por sus hijos y le dijo que más allá de su pensamiento político, sus hijos no debían pagar por él, que esas no eran práctica de los militares.

En octubre de 1980 Julio fue trasladado al penal de Caseros y hacia fines de ese año fue subido a un avión en el aeropuerto de Ezeiza sin documentos, ropa, ni dinero y enviado a Suecia. Una vez radicado en ese país, Julio Ramírez intentó ubicar a su familia. Hasta entonces nadie le había dicho dónde estaban sus hijos, más allá de lo cual estaba convencido que la jueza Pons debía saber dónde estaban sus hijos porque era la autoridad competente en la zona. Desde Suecia viajó a Suiza para entrevistarse con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas y con personal de Amnesty Internacional. Pocas semanas después tomó contacto con Emilio Mignone, a quien le hizo un poder para que buscara a sus hijos en el país.

Durante los tres años siguientes la jueza Pons negó información sobre el paradero de los hermanos Ramírez y le negó la patria potestad a Julio. Señaló además que la misma jueza le dijo a su madre, una campesina analfabeta quien había viajado desde Paraguay para buscar a sus nietos, que su hijo Julio tenía cola de demonio por las noches, lo cual impresionó a su madre hasta provocarle un desmayo.

Julio Ramírez supo que sus hijos vivían en julio de 1983. El 23 de octubre de ese año la jueza Pons autorizó a Emilio Mignone a visitarlos en el Hogar Casa de Belén. Se organizó entonces un dispositivo en el que participaron diversos organismos internacionales y profesionales, entre los que destacó la iglesia de Suecia y el grupo de psicólogas del CELS, con el objeto de iniciar el proceso de re vinculación familiar, le dijeran a sus hijos que su padre estaba vivo y que los estaba buscando. Indicó que las personas que estaban a cargo del Hogar trataron de impedir el vínculo y que el mayor de sus hijos, Carlos, solo tenía por entonces 10 años y no podía decidir solo.

En diciembre de 1983 le concedieron 10 días para buscar a sus hijos en Argentina. Tuvo que viajar y retornar rápidamente con sus hijos. Al llegar a Suecia recurrió a diversos profesionales para asistir a sus hijos y lograr una vinculación afectiva. Julio indicó que nunca exigió a sus hijos que le cuenten lo que habían tenido que atravesar en el Hogar Casa de Belén, pero que con el tiempo le fueron contando algunas cosas. Señaló también puede ver lo que definió como “una consecuencia social” en ellos, que describió como que a veces se comportan como hermanos y a veces no, que el vínculo entre ellos es difícil. A partir de lo que pudo saber decidió formalizar una querella en el país porque no podía concebir lo que habían debido sufrir sus hijos. Fruto de ello realizó una primera presentación como querellante a través de CELS que no prosperó. Sin embargo luego esa iniciativa fue retomada por el abogado Luis Valenga, fruto de la cual se desarrolló la presente causa.

Al recordar a su esposa Vicenta, indicó hicieron cosas para tratar de favorecer a la gente  del barrio, ayudar a sus vecinos a mejorar sus condiciones de vida, y que no hicieron cosas criminales. También indicó que había ingresado a Argentina en los años sesenta escapando de la persecución de la dictadura paraguaya y que originalmente tenía previsto estar en el país poco tiempo, pero que finalmente terminó asentándose y formalizando la relación con Vicenta.

Luego respondió algunas preguntas aclaratorias que le formularon las partes. Así, se refirió a las personas que lo visitaron en la Unidad 9, señalando que aunque no podía identificar a las personas que fueron porque no se identificaron, recordaba que la mujer que estuvo en ambas ocasiones era joven, de unos veinte a veinticinco años, de tez blanca y medio rubia. Aunque indicó que no estaba seguro de esa descripción y era lo que podía recordar, también se prestó dispuesto a intentar reconocerlas por fotos de la época. Que en ambas ocasiones le preguntaron su nombre, dónde vivía y algunos datos personales. Por su parte él les dijo que quería que le entreguen los niños a sus familiares directos y que no los dieran en adopción ni que los separaran, pero esas personas les dijeron que no sabían nada de eso. Al respecto, ante una pregunta de su abogada, ratificó que la primera vez que supo del paradero de sus hijos fue a través de Emilio mignone poco tiempo antes de poder llevarlos a Suecia y que su hermana Lucila, quien llegó a comienzos de 1978, no supo nada de ellos a pesar de las gestiones realizadas ante la jueza Pons, a quien se dirigieron desde un primer momento porque era la autoridad con jurisdicción en la zona.

También indicó que durante el lapso de tiempo en que estuvo privado ilegalmente de su libertad fue interrogado bajo tormentos, tanto en castellano como en guaraní. Recordó que le preguntaban por su actividad en el barrio y la de Vicenta, a quien dijo desconocer. Y que una vez en la Unidad 9 Vicenta lo visitaba ocasionalmente, que en esas ocasiones no hablaban de lo que ella hacía fuera pero que tiene la impresión que la última vez que la vio estaba bajo la protección del cura Pepe y que tiempo después este había sido ametrallado en la calle.

Preguntado por la fiscalía, señaló que le sorprende la situación del Hogar Casa de Belén e hizo una relación entre el nombre del lugar, que para los cristianos refiere al nacimiento de Jesús, y la retención y el abuso de menores. Expresó que a su criterio una medida reparatoria sería algún tipo de suspensión de dicha institución. También indicó que, a diferencia de los cuerpos de las otras dos personas que murieron el operativo de calle Nother, aún no recuperaron el cuerpo de Vicenta y que eso también sería reparatorio para su familia.

Luego la defensa pública le preguntó en qué fecha supo que sus hijos estaban a disposición de la justicia de menores más allá del momento en que supo dónde estaban sus hijos efectivamente. Julio Ramírez dijo que no supo nada del destino de sus hijos y de su madre, pero que recuerda haber tenido una visión de su esposa pidiendo que los salvara. Que en razón de ello estaba convencido que sus hijos vivían y que por eso hizo la primera presentación ante el juzgado de menores por derecho propio. Luego el defensor oficial le preguntó si cuando lo fueron a visitar a la unidad 9 ya sabía que intervenía el juzgado de menores, a lo que el testigo indicó que no. Que se dirigió al juzgado de menores porque sabía que si algo sucedía con menores de edad en la zona donde vivían, la autoridad en la jurisdicción era el juzgado de menores de lomas de Zamora.

Finalmente Julio Ramírez Dominguez señaló que estaba muy emocionado y agradecía al tribunal la posibilidad de declarar en el juicio; señalando que recibió en distintas oportunidades la ayuda de personas que desde la justicia contribuyeron a su búsqueda de justicia obrando correctamente.

Cabe destacar que hacia el final de su testimonio y en ocasión que el presidente del Tribuna consultó a las partes si tenían preguntas para el testigo, Julio Ramírez fue cortado por Etchecolatz, quien presenció la audiencia desde una sala de usos múltiples en la Unidad N° 34 del Servicio Penitenciario Federal, donde cumple detención domiciliara junto a los también imputados Catinari y Francescangeli. En un acto de reflejos que parece contradecirse con su edad, Etchecolatz accionó el micrófono del usuario de Zoom y se identificó como el “cautivo Etchecolatz”. Sin embargo el presidente del tribunal ordenó cortar el audio y que, en todo caso el imputado se dirija a sus defensores en forma privada si tenía algún planteo que realizar.

Queremos destacar, asimismo, que al finalizar la declaración de ambos testigos se exibieron algunas fotografías familiares que ellos aportaron a partir de las que dieron cuenta de la vida familiar antes del operativo del 15 de marzo de 1977.

Una vez terminado el testimonio del señor Julio Ramírez, la audiencia continúo tramitando un pedido de incorporación por lectura, efectuado por el ministerio público fiscal, respecto a siete testigo que fueron informados como fallecidos. Las querellas particulares indicaron que no se oponen a la solicitud fiscal en tanto se encuentre acreditado el fallecimiento de los testigos. Luego el defensor público se opuso al pedido efectuado, señalando que al momento de tomarse las declaraciones de las personas informadas, en ningún caso se contó con la presencia de defensores que pudieran garantizar el derecho de defensa de los imputados y el contralor que establece la ley. Luego de escuchar a las partes, el tribunal decidió pasar a estudio la cuestión, comunicando lo que oportunamente se resuelva en las futuras audiencias y dispuso pasar a un cuarto intermedio hasta el día 1 de abril, indicando que oportunamente se informarán los testigos citados a declarar.