Reseña audiencia n° 2 Juicio por la Verdad Masacre de Napalpí.

Por Pilar Medina – Prosecretaría Derechos Humanos FaHCE

Masacre de Napalpí en busca de memoria, verdad y justicia un siglo después

Se reprodujeron las entrevistas a las sobrevivientes Melitona Enrique y Rosa Chara. Brindaron testimonio Ramona Pinay, David García, Analía Noriega y les investigadorxs Mariana Giordano, Graciela Bergallo y Neri Tete Romero.

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El relato de las sobrevivientes -ya fallecidas- Melitona Enrique y Rosa Chará, fue escuchado a través de entrevistas realizadas por Elizabeth Begallo grabadas en 2005. Melitona, rodeada de sus nietos que actuaron como intérpretes, recordó el momento previo a los hechos señalando que estaban todos reunidos cuando comenzaron los disparos, algunos tuvieron la posibilidad de escapar pero los persiguieron por el monte. Su abuelo falleció a raíz de las heridas recibidas en esa jornada. Algo que marcaron en esta entrevista es que el nombre Napalpí surge luego de la matanza: significa el lugar donde están los difuntos. Rosa Chará estaba muy conmovida, sus familiares explicaron que es un tema muy difícil. Recordó que pudo huir a caballo con su tía a Quitilipi, un poblado cercano. Puedo contar también que fue testigo de la existencia de pozos destinados a la sepultura común.

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También, se escuchó el testimonio de familiares de otras víctimas de la masacre, que aún heridas lograron salvarse: Ramona Pinay y Florencio Ruiz. En función de la tradición oral en la cultura indígena, estas declaraciones son centrales para pensar la reconstrucción de la verdad. La abuela de Ramona, Dominga Palota, se encontraba cosechado al momento de la masacre y pudo escapar de la represión por los montes; estos relatos fueron contados con mucha dificultad por su abuela en la intimidad cuando ella era una niña, por eso Ramona sostuvo que es muy importante que se esté perdiendo el miedo y rompiendo los silencios. Florencio Ruiz declaró por videoconferencia, es moqoit, familiar de sobrevivientes y actor central en la reconstrucción de la memoria histórica. “En primer lugar quiero homenajear a Juan Chico y a otros dirigentes, que abrieron nuestras mentes porque estábamos bastante cerrados en esta situación, como que lo teníamos todo perdido” empezó su testimonio Florencio. Este testimoniante relató su experiencia de socialización en la escuela primaria, sus preguntas acerca de sus orígenes y su identidad a los “abuelos” de la comunidad, el cuestionamiento sobre por qué era distinto a sus compañeros. Dio cuenta de las secuelas de la masacre y de la persecución por el terror que quedó a cualquier persona externa a la comunidad.

Dieron su opinión y análisis sobre el contexto histórico los referentes de comunidades originarias David García y Analía Noriega. David es docente bilingüe e investigador qom, fue parte del proceso de reconstrucción de la memoria junto a Juan Chico y dio cuenta de todo esto en la audiencia. Al mismo tiempo, compartió los relatos familiares y comunitarios que permitieron ir armando el escenario previo: meses antes la comunidad había planteado un reclamo para mejorar sus condiciones de trabajo y remuneración a la administración de la Reducción; al momento de la masacre se encontraban reunidos esperando la respuesta de los representantes del gobierno. A su vez, hizo hincapié en la persecución posterior y en las dificultades para rearmar su vida que tuvieron los sobrevivientes. Esto también tuvo que ver con la búsqueda oficial de silenciar los hechos; para las comunidades, callar fue una forma de protección ante los maltratos, las discriminaciones e incluso la muerte.

Analía Noriega también trabajó con Juan Chico en el trabajo de reconstrucción histórica y recopilación testimonial que hoy se ha centralizado en la Fundación Napalpí. La testimoniante recuperó el momento en que se hizo una muestra de fotos con la colección del antropólogo Lehmann-Nitsche porque produjo un impacto muy grande: la comunidad empezó a identificar familiares o detalles que se correspondían con las historias que les habían contado como, por ejemplo, el pañuelo blanco que señalaba a los “indios buenos”. Asimismo recordó tanto el proceso minucioso de encontrar sobrevivientes y realizar las entrevistas como el lugar de las investigaciones académicas y los archivos. Sobre los hechos de la masacre hizo hincapié en que ambos testigos hicieron referencia a un avión que apareció antes del ataque con armas de fuego. Además, los dos mencionaron el miedo posterior al guardapolvo blanco por el rol que jugó la escuela en el borramiento de la lengua y la cultura en general. Fueron haciendo una estimación de la cantidad de víctimas a partir del cálculo por miembros del núcleo familiar: actualmente se ha llegado a un número entre 400 y 500 personas que supondría el exterminio del 40% de cada familia “Que se haga justicia, que se escuchen las voces de los pueblos indígenas y que no nos olvidemos que nuestro Estado se conformó en base a un genocidio invisibilizado” cerró su declaración Analía.

De igual manera declararon la magister en antropología social (UNAM y Flacso) Elizabeth Bergallo y la historiadora Mariana Giordano (Conicet y Universidad Nacional del Nordeste). Elizabeth Bergallo estudió la estructura de explotación en el norte argentino, una concepción de la naturaleza, de la cultura y del Otro indígena, así como los movimientos de resistencia de las comunidades. Es interesante resaltar que de acuerdo a las investigaciones de esta testimoniante, una vez que los indígenas entraban a los sistemas productivos “blancos” perdían las posibilidades de existencia de acuerdo a las tradiciones sociales y culturales de sus pueblos

Mariana Giordano ha trabajado el discurso y la imagen en relación al indígena chaqueño, analizando los discursos estatales que llevaron a la conformación de la Reducción Napalpí y, específicamente, los discursos periodísticos que recibió la masacre. Allí pudo relevar en medios locales como la Voz del Chaco -que respondía a los intereses de los colonos- la estigmatización de las poblaciones que llevaron a construir una imagen del Otro coherente con la idea de levantamientos o enfrentamientos étnicos. Otro períodico de la época, el Heraldo del Norte, da una versión muy diferente: denuncia la connivencia de la Voz del Chaco con el gobierno territoriano y saca un número especial sobre la Masacre de Napalpí donde relata los hechos nombrándolos por primera vez en la prensa como una masacre. El Heraldo refleja, además, las demandas que tenían las comunidades que iban desde la retención de un 15% de la producción supuestamente destinado a entregarles herramientas o a mejorar la escuela de la Reducción pero nada de eso sucedía; hasta la reglamentación que prohibía la salida de la mano de obra indígena fuera del territorio.

Mariana Giordano explicó que su otro aporte a la causa tiene que ver con el trabajo realizado a partir de la colección de Lehmann-Nitsche, antropólogo alemán que trabajaba en el Museo de La Plata. Analizó las representaciones etnográficas, del afuera, y la recepción de eso en la comunidad, cómo construye identidades y alteridades. Las imágenes de  Lehmann-Nitsche fueron tomadas en el contexto de la administración de la Reducción, según declara, él no habría estado en el lugar donde se produjo el ataque de las fuerzas territorianas pero sí en el momento dado que aparece el avión que tuvo un rol central en la escena. Cuando Mariana llevó las fotos a la comunidad, junto a Juan Chico y David García pudieron empezar a extraer nuevos significados; por ejemplo, el lugar del pañuelo blanco, destinado a identificar a quiénes perseguir en los momentos posteriores a la masacre e incluso la responsabilidad no solo estatal sino también de los criollos o colonos. Luego de la exposición de las fotografías, la comunidad consideró que estas imágenes les pertenecían por lo que solicitaron quedarse con las mismas y Mariana gestionó esta posibilidad ante el Instituto de Berlín.