Por Paula Bergero, del Instituto de Investigaciones Fisicoquímicas Teóricas y Aplicadas (INIFTA) y Mahia Ayala, del Centro de Estudios Parasitológicos y de Vectores (CEPAVE), ambos Institutos de la Universidad Nacional de La Plata y CONICET, comentan sobre el problema desde la perspectiva Una sola salud.
En los últimos años nuevas enfermedades y otras ya conocidas que reemergen parecen sucederse sin descanso y tiene en vilo a la población: COVID-19, pero también la Mpox o viruela del mono, la encefalitis equina, la gripe aviar y otras. Desde principios de 2024 parece ser el turno de la poco conocida Fiebre del Oropouche, una zoonosis transmitida a los humanos por los jejenes, que ya se ha cobrado víctimas fatales y es especialmente riesgosa para mujeres embarazadas.
Se trata de una enfermedad viral, aislada en 1955 a partir de trabajadores rurales del poblado de Vega del Oropouche, en Trinidad y Tobago, recibiendo de ahí su nombre. Desde entonces, a lo largo de los años, distintos países de las Américas (Brasil, Perú, Colombia, Guayana Francesa, Ecuador, Argentina, Bolivia, Trinidad y Panamá) reportaron brotes aislados, algunos de gran escala, pero sin mayores consecuencias sanitarias ni víctimas fatales.
En 2023 un estudio estimó que entre 2 y 5 millones de personas podrían estar en riesgo de exposición a la Fiebre del Oropouche en nuestro continente. El llamado de atención no se hizo esperar: el 2 de febrero de 2024, a raíz de los numerosos brotes reportados, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) declaró la alerta epidemiológica por esta enfermedad para la región de las Américas.
La zona más candente actualmente es la Amazonia siendo Brasil el país más afectado, donde el Ministerio de Salud informó 7200 casos confirmados hasta julio de este año. Con el mayor número de casos, apareció nueva evidencia que vuelve el panorama aún más preocupante. Hasta la fecha, la Fiebre del Oropouche no se consideraba una enfermedad fatal, sin embargo, el Ministerio de Salud de Brasil confirmó a fines de julio la muerte de dos mujeres menores de 30 años, sin comorbilidades previas. Además, el reporte reciente de varios abortos espontáneos ocurridos en mujeres que contrajeron la enfermedad indicarían una posible transmisión madre-hijo a través de la placenta, provocando malformaciones o muerte fetal. Por este motivo, la OPS publicó recomendaciones para la detección y vigilancia de estos posibles eventos.
¿Qué es la Fiebre del Oropouche?
La enfermedad tiene inicio súbito, pero no presenta un sello muy distintivo en cuanto a síntomas: fiebre, dolor de cabeza, dolores de músculos y articulaciones y a veces fotofobia. Tiene un período de incubación de 4 a 8 días y luego de 5 a 7 días sobreviene la recuperación, aunque casi 6 de cada 10 personas experimentan recaídas haciendo que la recuperación total lleve algunas semanas.
El agente causante de la enfermedad es el virus de Oropouche (OROV) es un virus de ácido ribonucleico (ARN) que es transmitido a las personas por la picadura de los jejenes del género Culicoides.
La carencia de síntomas característicos y/o propios la convierte en una enfermedad subdiagnosticada, necesitando análisis de laboratorio para su confirmación. La sintomatología es similar a otras arbovirosis, más frecuentes y conocidas, como el dengue, zika o chikungunya lo cual incrementa la dificultad del diagnóstico. De hecho, según un estudio sobre pacientes en Colombia, el virus Oropouche es responsable de hasta un 16% de los casos de síndrome febril compatible con dengue.
Dos ciclos, una sola salud
El abordaje Una sola salud es integral y unificador y entiende que no pueden abordarse separadamente la salud de las personas, los animales y los ecosistemas. En el caso de la Fiebre de Oropouche, éste enfoque es imprescindible para comprender la enfermedad y comprender los factores ambientales, socioeconómicos y demográficos que influyen en los brotes, detección y prevención.
Culicoides paraensis (Diptera: Ceratopogonidae) es el jején considerado como principal vector de este virus. Habita en áreas tropicales y subtropicales de las Américas. Sus sitios de cría son diversos, generalemente se los encuentran en zonas húmedas, como huecos de árboles o suelos con vegetación, lodo u hojarasca. Los adultos miden entre 1,5 y 3 mm de longitud, y son diurnos (especialmente activos por las mañanas y al atardecer) y sus picaduras suelen ser irritantes y dolorosas. Las hembras son hematófagas y tienen la capacidad de transmitir el virus a traves de sus picaduras.
Que la enfermedad haya sido detectada por primera vez entre trabajadores rurales nos da una pista de lo complejo de la enfermedad: el virus tiene dos ciclos: silvestre y urbano. Circula en ambientes silvestres en una diversidad de animales como aves, mamíferos y roedores, y tiene como vectores varias especies de insectos. Este ciclo y sus integrantes no es completamente conocido aún. El jején Culicoides paraensis, habita tanto en ambientes naturales como urbanos, es quien infecta a los humanos y es el responsable del ciclo urbano de esta enfermedad.
La movilidad de las personas por trabajo hacia ambientes silvestres aumenta, el riesgo de intromisión del virus al ciclo urbano. En la medida que se incrementa la transformación de zonas agrestes para cultivo de frutas, se crean nuevos lugares muy propicios para el desarrollo del vector, como ser la acumulación de cáscaras y otros restos vegetales. Recientemente, modelos epidemiológicos espaciales de distribución del virus mostraron que la pérdida de vegetación está relacionada con los brotes. En particular, las regiones de Perú donde se reportaron los mayores números de casos coinciden con aquellas con mayor pérdida de vegetación natural.
Las variables ambientales también tienen un rol. La fiebre del Oropouche tiene un comportamiento estacional, marcado por el ciclo de vida del vector. Cuanto más alta sea la temperatura media, mayor será el número de generaciones que se pueden producir en una temporada. Las lluvias también afectan las formas inmaduras de los Culicoides garantizando sitios de cría, y una mayor abundancia de adultos. Es decir, el clima de una región y sus variaciones impactan en el tamaño de la población adulta del jején vector y, por tanto, en el potencial de transmisión viral de la enfermedad.
En Argentina
Según el Catálogo de Jejenes de Argentina realizados por la UNLP, el vector de la enfermedad ha sido identificado en Misiones, Corrientes, Salta, Jujuy, Tucumán, Mendoza y Córdoba. El cambio climático puede por un lado, incrementar las abundancias donde el jején ya habita, pero puede además modificar y extender las zonas de distribución del vector. Este factor se suma a la propia capacidad del vector para colonizar nuevos territorios. Ya hemos visto ejemplos como es el caso del mosquito Aedes aegypti, que se ha ido beneficiando de los inviernos más temperados y adaptándose gradualmente a climas más fríos hasta cubrir prácticamente todo el territorio argentino.
Posibles causas
Varias causas se han señalado como probables para la emergencia de la Fiebre del Oropouche en la región.
Como ya mencionamos, cambios en el uso de la tierra (deforestación, urbanización y colonización de áreas nuevas), afectan las zonas habitadas por el jején y modifican el nexo entre los ciclos urbano y silvestre.
Además, temperaturas y patrones de lluvia más favorables aceleran la dinámica poblacional del vector y favorecen la transmisión de la enfermedad.
Finalmente, investigaciones aún en curso surgieren que los numerosos brotes de fiebre del Oropouche podrían deberse a nuevas variantes generadas por reordenamiento genómico con mayor patogenicidad, o capacidad de replicación.
Actualmente, la única manera de prevenir el contagio es evitar el contacto con el jején considerado vector de la enfermedad, ya que no existe un tratamiento específico ni hay vacunas disponible. En nuestro país, el vector presenta una amplia distribución , las condiciones climáticas favorables, la proximidad geográfica y la movilidad constante de personas, nos pone en riesgo de posibles brotes. En este contexto complejo, es clave la prevención de picaduras, la importancia de eliminar criaderos, la educación sobre los síntomas y una adecuada vigilancia epidemiológica por parte del sistema de salud.
Mientras tanto, desde la ciencia, debemos abocarnos a estudiar la epidemiología del virus, y en vistas de la capacidad de infección para provocar víctimas fatales, es sumamente relevante realizar investigaciones que identifiquen factores de riesgo que comprometan el bienestar de las personas que puedan contraer la enfermedad. Complementariamente, el desarrollo de modelos de la propagación de la enfermedad – que incluyan tanto efectos de las poblaciones humanas como factores ambientales- aportan a la comprensión de la dinámica de la Fiebre del Oropouche, y nos permitirá generar estimaciones del riesgo y de posibles escenarios de la evolución de esta zoonosis emergente.