11F: Pioneras de la ciencia en la ciudad de las diagonales

    El 11 de Febrero es el Día Internacional de la Mujer y la Niña en las ciencias, buscando posicionar a las femineidades como protagonistas de la investigación científica y tecnológica, despertar vocaciones y reivindicar el rol de las científicas en el desarrollo de las disciplinas. Este año, en #Investiga queremos celebrarlo de un modo muy especial: encontrándonos con historias de mujeres que formaron parte de la Universidad Nacional de La Plata en el siglo XX. abogadas, calculistas, artistas, biólogas, agrónomas, antropólogas, visitadoras de higiene, geólogas, ¿qué hacían estas mujeres?; ¿cuáles eran sus trabajos?; ¿cómo era la vida cotidiana en la sociedad en el momento en que vivieron? 

    Para conocer algunas de nuestras pioneras y adentrarnos en aquel mundo, compartimos aquí tres relatos que forman parte del libro Abriendo diagonales, resultado de un proyecto presentado en la Convocatoria Ideas-Proyecto de Cultura Científica que resultó premiado en 2023 por la dirección de Promoción de la Cultura Científica de la secretaría de Ciencia y Técnica de la UNLP.  

    Se trata de una compilación de relatos sobre mujeres de la UNLP abordados desde un enfoque interseccional y diverso… como el conjunto de personas que los escribieron. Los relatos acercan a diferentes disciplinas, ocupaciones y tareas y recrean las vidas cotidianas de las protagonistas. ¿Y por qué queremos que las conozcas? Porque aunque a veces parezca otra cosa, la ciencia avanza caminando sobre hombros de gigantes.. y de gigantas. Pero sobre todo, la ciencia avanza gracias a hombres y mujeres comunes, como los que saludamos cada mañana. 

    Historia 1: UN CIELO DE NÚMEROS

    Por Fernanda Day Pilaría

    Retumban unos pasos apurados en el pasillo destemplado de la Escuela Normal Superior Mary O. Graham. Son de Elvira Vega, la secretaria que entra a la clase de matemáticas. —Señorita Peña, acompáñeme. Al mismo tiempo le indica a los estudiantes que aguarden en sus pupitres el regreso de la profesora. De nuevo en el pasillo, Elvira, más afectuosa y emocionada, le dice a Virginia que un investigador del Observatorio vino a buscarla. —Quise conocer el motivo de su visita, pero no soltó prenda alguna el buen hombre. ¡Apuesto eh! —¡Ay Elvira, no aumentes mi intriga por favor! ¿Qué tendré que hablar yo con un señor del Observatorio? ¡si no se nada de planetas ni de cosas del cielo! Entran en la pequeña oficina abarrotada de libros, carpetas y papeles y se encuentran con el señor del Observatorio, que se presenta mientras extiende su mano derecha para saludar: —Profesora Peña, un gusto, soy el ingeniero Álvaro Burham. Me dicen que usted es una experta en matemáticas. —Bueno, le agradezco el cumplido, pero yo solo enseño… —Sí señor, ella es notable, hace magia con los números—, interrumpe Elvira, conociendo la modestia de Virginia, que los mira seria y cada vez más nerviosa. —Muy bien, le cuento la propuesta entonces. La invitamos a que se sume al equipo de calculistas del Observatorio Astronómico de nuestra ciudad. Corre el año 1909 y Virginia llega ansiosa a su casa para contar la novedad del día… de la semana… ¡del año! Su padre, orgulloso, la autoriza. Al otro día, él mismo la acompaña al Observatorio. Caminan juntos por el Bosque y al pasar por el Teatro del Lago divisan las cúpulas de los telescopios. Ese camino nunca se volverá rutina. ¿Cuántos pasos habrá entre el Zoológico y el Museo? Y en metros, ¿cuánto será?
    ¿Cuánto segundos tardará esa hoja de color ocre en caer al suelo? Esa nube esponjosa que va rápido se junta con esa otra en 3, 2, 1… ¡pum! Contando cosas, por fin llega al pórtico de hierro forjado que le da la bienvenida. Pasa por la Sala de relojes que huele a tiempo y precisión: esa que requieren los sismógrafos, telescopios y demás instrumentos para funcionar a horario. Repara en las cápsulas que encierran el baile de los péndulos. ¿Cómo va ese vaivén contando precisa el tiempo solar, sideral, universal? Tic-tac, tic-tac, tic-tac… siempre espera tres bailes, sonríe por su juego diario y sigue… En la oficina de Observaciones recibe las placas de vidrio con los datos que recolectaron los astrónomos el día anterior. Se acomoda en la larga mesa de roble que comparte con otras calculistas, entre las que está su amiga Antonia Saores. Delante de ellas, la Millonaria. Esa pequeña gran máquina que alivia la tarea porque multiplica dos números directamente. Así, los cálculos interminables que invaden la mesa de trabajo van siendo acomodados en tablas de uso, constantes y otras fórmulas que luego usarán los astrónomos para conocer los movimientos de los planetas y medir distancias entre las estrellas. En agosto recibe su primer pago, el mismo que perciben sus compañeros calculistas. Ahora sí puede ir a comprarse ese tapado de paño azul con sutiles rayas blancas que tanto había admirado en el escaparate de la tienda Gath & Chaves. Al salir, se encuentra con Elvira y Álvaro que van a tomar el té. Cómplice, los saluda y sigue. Disfruta del tibio sol mientras baja por la calle 50 hacia el Observatorio. Será otro día de números para darle forma al cielo. 
    ***
     Cuentan algunos documentos que una Virginia muy joven, con apenas 17 años, , fue convocada para trabajar en el Observatorio cuando era Profesora de matemáticas en la Escuela Normal Superior “Mary O. Graham”, También cuentan que fue profesora en la Escuela de Educación Secundaria Técnica “Albert Tomas”. Esta historia está inspirada en esos tiempos, en el trabajo que realizó Virginia Peña entre 1909 y 1923 en el Observatorio Astronómico. Hoy allí funciona la Facultad de Ciencias Astronómicas y Geofísicas de la Universidad Nacional de La Plata.
    Las personas calculistas tenían una base sólida en matemáticas y recibían entrenamiento de los astrónomos del Observatorio. Virginia y otras calculistas supernumerarias como Antonia Saores realizaban “cálculos” a partir de los datos que recopilaban los astrónomos. Los aplicaban de forma estadística, sobre temas propios de la astronomía, como la posición de las estrellas y los desplazamientos de los cuerpos celestes. Eran verdaderas computadoras humanas. La Millonaria, así llamaban a la máquina que organizaba los datos, era de difícil manejo, requería de gran habilidad, esa que tenían los y las calculistas!

    Historia 2: ENFRENTANDO VIEJAS IDEAS DE JUSTICIA MASCULINA

    Por Ana Carolina Arias

    María Angélica sale a la vereda y lustra con dedicación la placa dorada en la cual se lee su nombre y abajo, en grandes letras, “abogada”. De vuelta dentro de la casa, acomoda sus libros sobre el escritorio y echa un vistazo a los muebles de la sala. Todo está en orden. Se dirige luego al patio donde su madre toma mate bajo la sombra de la palmera y pide a sus hermanas que traigan las masitas. Pronto llegarán los reporteros de Caras y Caretas, quienes vienen a conocer su historia. Es 1910 y María Angélica se había recibido de abogada. Su historia no era muy común. Unos años antes, en 1906, en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de La Plata había 3 alumnas y 67 alumnos. Una de ellas era María Angélica, quien se convirtió en la primera mujer abogada de la Argentina. Tratemos de imaginar… ¿cómo sería para ellas estudiar en esa época siendo tan pocas? ¿qué opinaría “la sociedad” sobre este interés en estudiar derecho? Les puedo dar algunas pistas: no fue nada fácil. En esos años, muchas personas creían que las mujeres tenían su lugar “natural” en el hogar y en la familia, y no en las aulas. Volvamos un poco más en el tiempo. Antes de ser abogada, María Angélica estudió para ser maestra en la Escuela Normal 1, en el centro de La Plata, bajo la dirección de Mary Olstine Graham. Esta profesora es conocida por alentar a sus alumnas para que continuaran estudiando en la universidad. Además, por sus clases pasaron algunas destacadas feministas de comienzos del siglo XX, como la militante socialista Raquel Camaña y la uruguaya María Abella Ramírez. María Angélica vivía con su mamá viuda y sus hermanas; y tenía ganas de estudiar medicina. Pero para eso tenía que viajar a Buenos Aires, porque en La Plata aún no estaba esa carrera. En ese momento era difícil para ella trasladarse, así que decidió estudiar para ser abogada en la Universidad de La Plata, que en 1906 pasó de ser provincial a nacional. Cuando obtuvo su diploma de abogada, se matriculó sin inconvenientes en la Capital Federal el 19 de mayo de 1910; pero cuando quiso hacerlo en la Suprema Corte de la Provincia, el Procurador Manuel E. Escobar se opuso a que una mujer se dedicara a esa profesión. Este señor decía que por ser mujer tenía una “verdadera capitis diminutio”, es decir una disminución Abriendo diagonales | Mujeres universitarias del Siglo XX en La Plata 24 de sus capacidades. También decía que -comparadas con los hombres- las mujeres tenían menos temperamento, eran más frágiles y pudorosas. ¡Cómo se equivocaba! María Angélica no se quedó de brazos cruzados. Junto al abogado Rodolfo Moreno, presentó su propia defensa ante la Suprema Corte de Justicia, en la cual se ocupó de dejar muy en claro sus argumentos y su conocimiento sobre las leyes argentinas, que no impedían en absoluto que una mujer pudiera trabajar como abogada. María Angélica terminó su defensa proclamando: “No se puede volver atrás para destruir una conquista. La mujer ha ganado su puesto y nadie puede estorbarle el paso”. Su caso se difundió en diferentes medios de la época, con opiniones a favor y en contra. Ahora volvamos al principio. Tan famosa se hizo, que la conocida revista Caras y Caretas la retrató en su casa, con su vestido y un jabot ondulado y llamativo alrededor del cuello. En las fotos mira hacia arriba, con un gesto de confianza. También posa junto a su madre, sentada en el patio y rodeadas de plantas. ¿Cómo sería la vida cotidiana de estas mujeres? ¿con qué clase de labores su madre había pagado los estudios de María Angélica? ¿qué pensaría ella sobre las luchas que su hija encarnaba? Finalmente, con un dictamen dividido, la solicitud de María Angélica Barreda fue exitosa y el 18 de junio de 1910 prestó juramento para ser inscripta en la matrícula provincial. Hizo muchas cosas en su vida, con esfuerzo y pasión. Trabajó como abogada durante cuarenta años, participando en más de 500 juicios hasta su jubilación en 1952. Entre ellos se destaca el que le ganó a Raúl Díaz, gobernador de la provincia. Además, estudió para ser traductora en varios idiomas: inglés, francés, italiano y portugués; y fue Jefa de asuntos legales de la Dirección General de Escuelas de la Provincia de Buenos Aires. También se casó (y se divorció) y fue una activista en la lucha por los derechos de la mujer, participando en espacios como la Asociación de Universitarias Argentinas. María Angélica logró trabajar como abogada. Hubo otras que se animaron, como Celia Tapias en Buenos Aires o Celia O. Torreta y Orlia Vázquez en La Plata. Pero este impulso no fue seguido por muchas mujeres: todavía había muchas ideas que derribar acerca de su lugar social. Quedaban aún muchos derechos y espacios para conquistar en los ámbitos de trabajo. Muchas de las estudiantes de la Universidad de La Plata en las primeras décadas del siglo XX eligieron la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Química y Farmacia y Bellas Artes, las cuales ofrecían carreras con salidas laborales concretas, principalmente la enseñanza en primaria y secundaria o el trabajo en el marco de empresas familiares, en el caso de las farmacéuticas. Pero eso ya es parte de otras historias. Abriendo diagonales | Mujeres universitarias del Siglo XX en La Plata 25.

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    Esta es una historia inspirada en la vida de María Angélica Barreda, que nació en La Plata el 15 de mayo de 1887. En 1910 logró ser la primera abogada de la Argentina y ese mismo año participó del Primer Congreso Femenino Internacional, organizado en Buenos Aires por la Asociación de Universitarias Argentinas. En la misma se reunían mujeres como las conocidas médicas y sufragistas Julieta Lanteri y Cecilia Grierson. María Angélica, además de elegir una profesión que era entonces mayormente masculina, fue una activa luchadora por los derechos de las mujeres. Falleció en La Plata, el 21 de julio de 1963. Era hija de Alberto Barreda Hernández, profesor de esgrima, y de Rita Fernández Lobato.

    Historia 3: LA FOTO

    Por Julián Cueto

    Sobre el extremo derecho de la mesa había frascos, papeles, rocas, vasos, platos usados y algún cubierto abandonado. Era una mesa larga, de madera oscura, que se extendía por todo el comedor, justo para poder reunir a todas las hermanas Cortelezzi durante los almuerzos de los domingos. —Ana, por favor, quédate quieta un segundo— dijo Juana, mientras enfocaba su novísima cámara fotográfica Voigtländer Inos II, comprada hacía unos meses en Alemania. —No seas pesada, Juana, estoy acomodando la bandeja para que se vea bien— le contestó concentrada Ana, mientras ponía el panettone recién hecho en una bandeja de metal, sobre la punta izquierda de la mesa— Carmen, esto tiene un aroma delicioso, ¡mirá la textura que tiene! Carmen sonrió y pensó en que todo se debía a la estructura que formaba el gluten y mantenía los gases provocados por la acción de las levaduras. Lo había estudiado en la facultad. Siempre fantaseaba con la idea de acercar la Química a la cocina, que se daba tan bien. Era profesora de Química y Mineralogía, así que estaba vinculada a las Ciencias Naturales como el resto de sus hermanas, Juana, Sarah, Ana y María. Cada una de ellas, a su manera, tenían alguna relación con la docencia: Juana fue la primera mujer en obtener un cargo de profesora titular en la Universidad -más específicamente en el Museo- y además ejerció durante décadas la docencia y la dirección del Colegio de Señoritas. Sin embargo, antes se había recibido como profesora de Ciencias Naturales y Química en la Facultad de Humanidades. Sarah fue la autora de la primera tesis doctoral sobre un tema geológico del Museo de La Plata, donde también dio clases. Además, fue profesora de Ciencias Naturales en el Colegio de Señoritas. Ana, por su parte, se dedicó a la paleontología y se doctoró en 1928 en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo. El caso de María era un poco diferente. Ella estudió en el Museo, pero en la Escuela de Dibujo. Se recibió como profesora de dibujo para Enseñanza Primaria e Industrial y se dedicó al dibujo técnico y a la cartografía. En n, las cinco hermanas estaban cerca de la Universidad, las ciencias naturales y el Museo. Abriendo diagonales | Mujeres universitarias del Siglo XX en La Plata 29 Carmen seguía viendo el panettone, absorta en la complejidad de esas cavernas que se habían formado en la masa. —Carmen, mirame y acercate un poco a María, que no vas a salir en la foto. Carmen volvió en sí y miró a su hermana, dio dos pequeños pasos hacia la derecha y se acercó a ella. María, “la artista”, tenía un vestido verde inglés con flores blancas y amarillas que le llegaba hasta las rodillas. Carmen pensó en que se parecían a las ilustraciones que María hacía en su escritorio cuando eran chicas, una y otra vez, en las tardes de verano cuando no tenía clases en el secundario. Pero las ores de su vestido también conformaban un entramado que parecía un plano, como los que ahora hacía en el Ministerio de Obras Públicas, donde trabajaba. Recordó a su hermana de espaldas, con algunos años más que ella, sentada frente a la ventana, dibujando por horas con rocas, plantas y huesos como modelos, el olor de la tinta, el sonido de los lápices chocando entre sí contra la madera del escritorio y las manchas de carbonilla sobre la falda. Extrañaba esos días en la casa de sus padres y las atmósferas que sólo pueden crearse cuando hay muchos hermanos que van perfilando sus personalidades e intereses. Se dio cuenta de que hacía mucho que no se sacaban una foto. Mucho menos una tomada por Juana. Es más, no recordaba tener ninguna de las cuatro. Pero ahí estaban, en esos días de marzo en que La Plata se llena de mariposas, celebrando el cumpleaños de Juana en un mediodía en donde el aire estaba cálido y húmedo, como el panettone que había preparado para el postre. Ana no se quedaba quieta. Ahora movía unas rocas que estaban sobre un estante, eran algunos ejemplares que Juana no había incluido en la colección mineralógica del Liceo. Tomó una de ellas y comenzó a mirarla entre sus dedos. Con ojo experto, sopesaba los clivajes de los cristales con desconcierto, algo no encajaba. —Juanita, ¿esta de dónde es? ¿cómo puede ser esta fractura? — ¡Pero no! ¡esa es la más importante de la colección! — rió Juana por detrás de la cámara — La piedrita esa la encontró papá en una obra por Tolosa. La verdad no sé de dónde será, pero las marcas que tiene las hicieron los muchachos con los cinceles. Según me comentó, en ese entonces era muy jovencito, era de los primeros trabajos que hacía como albañil y esa roca le llamó la atención. Viste cómo era papá… Ana oyó en su interior la risa de su padre y sintió la mano de Sarah en su espalda. —Anita, poné la roca acá, junto al postre de Carmen. Así salen ellos en la foto también… y mirá aquella de allá, la caliza. ¿Te acordás de esa? Ana tomó la roca con su mano derecha, el mínimo contacto le bastó para contestar: Abriendo diagonales | Mujeres universitarias del Siglo XX en La Plata 30 —Claro, ¿cómo no me voy a acordar? Esta roca la encontramos en esas vacaciones en el Lago Agrio, creo que fue la primera vez que encontré un fósil de molusco. Tendría 10 años… No sabía que la tuvieras ubicada en casa, ¿dónde estaba? —Estaba arriba, junto a la ventana que da al parque. Pero, por favor, quedate quieta. Carmen observaba a sus hermanas. Ahora Juana le decía a María cómo posar para la fotografía mientras Ana se reía por las caras que hacía su hermana mayor, con su hallazgo de la infancia en la mano. Sarah apoyaba la punta de sus dedos sobre la mesa de madera y jugaba con ellos como si tocase el piano. Carmen recordó que Sarah hacía eso desde chica y de pronto imaginó que el tiempo no había pasado. Eran cinco niñas que corrían por las escalinatas del Museo de La Plata mientras su madre las llamaba desde la sombra tímida de los árboles que empezaban a poblar el Bosque platense. Ahora que lo pensaba, desde siempre las Ciencias Naturales habían estado presentes en sus vidas, en sus juegos, sus intereses y luego, en sus carreras. Era como un hilo que las unía, un común denominador, pero también un refugio. La ceja de Juana se arqueó, era una pena que no hubiera nadie más para sacar una foto de las cinco. ¡Click! El sonido seco del obturador atravesó la sala. —¡Ana! ¡Te dije que te quedes quieta!

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    Esta historia está inspirada en María, Juana, Sarah, Ana y Carmen Cortelezzi, que fueron cinco hermanas nacidas en la ciudad de La Plata entre fines del siglo XIX y principios del XX. Todas ellas estuvieron vinculadas a las Ciencias Naturales, al Museo de La Plata y a la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) en algún momento de sus trayectorias. María era Profesora de dibujo para Enseñanza Primaria e Industrial, estudió esta carrera en la Escuela de Dibujo de la Universidad, que en aquel entonces funcionaba en el Museo de La Plata. En 1909 fue parte de la primera cohorte egresada de la UNLP, creada unos pocos años antes. En 1911 se graduó como dibujante cartógrafa, también en la Escuela de Dibujo. Posteriormente se desempeñó como dibujante de mapas en el Ministerio de Obras Públicas de la Provincia de Buenos Aires. Juana se graduó como farmacéutica y profesora de enseñanza secundaria en Historia Natural y Química en la Facultad de Ciencias Naturales en 1909, como María, estuvo en la primera cohorte que egresó Abriendo diagonales | Mujeres universitarias del Siglo XX en La Plata 31 de la UNLP. Desde temprana edad comenzó a dar clases en el Colegio de Señoritas de la UNLP (actualmente el Liceo Víctor Mercante) y en 1933 fue designada como rectora de la institución. En cuanto a su trayectoria como docente investigadora en Educación Superior, en 1927 obtuvo un doctorado con especialización en Química y en 1928 comenzó a desempeñarse en Geología . En 1933 se convirtió en la primera mujer en alcanzar el cargo de profesora titular en la UNLP al ganar el concurso para esa posición en la cátedra de Mineralogía y Petrología. Sarah fue la primera persona en obtener un doctorado sobre temas geológicos en el Museo de La Plata, en 1932. Fue Ayudante de laboratorio, de Sección y de Preparación de Colecciones en el Museo. En 1920 comenzó a desempeñarse como Jefa de Trabajos Prácticos en Mineralogía, Petrografía, Geología y Geografía Física, y fue designada oficialmente en el cargo en 1924. Luego, ejerció la docencia en el Colegio de Señoritas de la UNLP. Ana Cortelezzi se dedicó a la paleontología. En 1928 obtuvo su doctorado en Ciencias Naturales en el Museo de La Plata. Carmen Cortelezzi también se dedicó a las Ciencias Naturales con un perfil docente. Obtuvo el título de Profesora de Química y Mineralogía.

    Link al libro completo: https://sedici.unlp.edu.ar/bitstream/handle/10915/170785/Documento_completo.pdf-PDFA.pdf?sequence=1&isAllowed=y

    Autores y autoras

    Ana Carolina Arias es antropóloga. Investiga sobre las mujeres en la ciencia, en particular en la antropología. 

    Melisa Auge es antropóloga y desarrolla sus tareas en investigación y extensión universitaria en la FCNyM (UNLP) en torno al vínculo de las personas y las plantas en el pasado. 

    Dulce Daniela Chaves se especializa en las condiciones de posibilidad de las mujeres en la toma de decisiones, especialmente en América Latina. Es docente en la UNLP y coordinadora del CeGRI-IRI.

    Julián Cueto es antropólogo, docente de Etnografía II de la FCNyM (UNLP), donde también es extensionista. Es parte del Equipo de Wikimedistas del Museo de La Plata.

    Fernanda Day Pilaría es antropóloga, investiga temas arqueológicos explorando las relaciones de las personas y los animales en el pasado y el presente. Además es docente y participa en actividades de extensión universitaria y comunicación científica en la FCNyM. 

    María Huarte Bonnet es comunicadora social con especial interés en la escritura en cuestiones de género. Es parte del Equipo de Wikimedistas del Museo de La Plata. 

    Gimena Palermo es antropóloga, docente de antropología sociocultural en la UNLP. Integra el Grupo de Estudio sobre Feminismo Materialista (GEFeMa) de la UNLP.

    Alicia Pez es artista visual.