Durante siglos se ha hablado de la apropiación de tierras y riquezas por parte de los colonizadores europeos en América, pero poco se menciona sobre la explotación de saberes que se produjo durante esa época. Un equipo de investigadores de la Universidad Nacional de La Plata indaga sobre la dimensión económica del conocimiento no europeo que fue usufructuada como parte de la acumulación de capital en la Europa moderna. En particular, se presenta el caso de saberes americanos explotados por los españoles en el marco del colonialismo ibérico.
“Desde fines del siglo XV y, sobre todo, durante el XVI se inició un proceso de expansión global con centro en Europa. Conquistadores, misioneros y naturalistas emprendieron viajes de exploración y conquista hacia distintos continentes, entrando en contacto con las más diversas culturas y poblaciones. El desembarco en el continente bautizado “América” por los invasores tuvo, sin dudas, el lugar más destacado en ese proceso. En ese marco, la colonización o el intercambio comercial, según el caso, favorecieron la circulación de conocimientos desde todos los rincones del mundo hacia las metrópolis europeas, que obtuvieron de ello beneficios en distintos niveles”, explicó el Magíster en Ciencia, Tecnología y Sociedad y Profesor Titular de la Facultad de Trabajo Social (UNLP) Santiago Liaudat, uno de los autores del trabajo.
El gran interrogante que promovió este trabajo fue averiguar si existió explotación económica de saberes de pueblos no europeos desde el inicio de la expansión europea. El Doctor en Historia Julián Carrera, Profesor Adjunto de Historia Americana I en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (UNLP), coautor del trabajo explicó que, “metodológicamente se procedió al análisis documental de tres fuentes del siglo XVI: las obras de Nicolás Monardes y Francisco Hernández y las “Relaciones geográficas de Indias” elaboradas por funcionarios españoles”. Del análisis de las fuentes se desprende que los europeos absorbieron conocimientos médicos, botánicos, cartográficos, técnicos y naturales en general, provenientes de todas las latitudes, lo que implicó un salto formidable en la acumulación cognitiva europea”.
“Los conocimientos extraídos de América eran “saberes de nadie” del mismo modo que las áreas conquistadas eran vistas como “tierras de nadie”, quedando así a merced del europeo para ser aprovechado en lo científico y explotado en lo económico. Desde un marco materialista cognitivo, la colonialidad epistémica puede entenderse como un tipo de conocimiento de soporte intersubjetivo compartido entre los europeos por el cual se regula el acceso a los conocimientos de los pueblos no europeos como conocimientos libres, sin propietarios, sin autores, sin derechos de titularidad”, agregó Carrera.
De este modo, proponiendo la categoría de “mediación científica”, los autores destacan que cuando un conocimiento no europeo se convierte en objeto científico ingresa en un nuevo horizonte: el de la racionalidad económica capitalista. Así pues, el saber sobre una planta, por ejemplo, deja de estar asociado a la cosmovisión indígena (valor de uso, vínculo con lo trascendente, etc.) e ingresa en la órbita axiológica capitalista (valores de cambio, racionalidad instrumental, etc.), provocando un efecto irreversible producto de la actividad de los científicos modernos en su contacto con los saberes indígenas. Es decir, la traducción al lenguaje de la ciencia de los conocimientos no europeos tiene consecuencias que escapan, generalmente, a la conciencia de los propios actores.
Liaudat, lo expresa del siguiente modo: “La mediación científica, entonces, traduce los saberes indígenas y produce nuevos conocimientos codificados según procedimientos regulados por los centros científicos e imperiales. Esas traducciones a nuevos soportes materiales tienen efectos inmediatos, movilizando a actores e intereses detrás del objeto “descubierto”, no solo a escala regional sino a nivel internacional. Tal mediación es un punto de inflexión en los conocimientos indígenas, al tratarse del ingreso de un elemento periférico (objetos, prácticas, saberes, etc.) al “mundo occidental”. En este sentido, los científicos, como mediadores en los flujos de conocimientos, tuvieron un rol clave en la constitución de procesos de explotación cognitiva indígena”.
Retomando la pregunta que da origen a la investigación sobre si existió explotación de los conocimientos indígenas cabe aclarar que, para que se constituya la relación de explotación, debe darse la condición de un intercambio asimétrico. En contextos coloniales, la asimetría es estructural a todas las relaciones entre colonizador y colonizado. Por este motivo se ha incorporado al trabajo un nuevo concepto que es el de la explotación de conocimientos, al que diferencian de otras formas de aprovechamiento de riquezas ajenas, tales como la piratería.
Carrera detalló que “la diferencia entre la explotación y la piratería radica en la libertad o, al menos, cierto grado de consenso, del explotado para ingresar en esa relación de intercambio. En contextos coloniales, esa libertad, por supuesto, es siempre relativa. Pero el matiz conceptual permite diferenciar situaciones en que los conocimientos fueron copiados, pirateados, sin el menor consenso de los indígenas como productores de esos conocimientos”.
Un aspecto a destacar es que el derecho europeo amparaba la obtención de beneficios económicos derivados de conocimientos indígenas. Por caso, en el contexto español del siglo XVI, las misiones encomendadas por la Corona dan cuenta de normas e instituciones estatales destinadas al registro de saberes indígenas y de respaldo a la acción de los exploradores y mediadores científicos en territorios coloniales. Un derecho y una burocracia de la cual no participaban los indígenas, sino en tanto y en cuanto objetos de aplicación; es decir, que los sufrían en el marco de relaciones de colonización.
Algunos de los escritos que dan pruebas de esta apropiación del conocimiento son los de Francisco Hernández quien fue protagonista de la primera gran expedición oficial ordenada por Felipe II destinada a recolectar toda la información posible relativa al orden natural en las Indias Occidentales. Estuvo siete años recorriendo Nueva España (actual México), en donde conoció de manera directa los animales y plantas que luego describió, y accedió a los saberes indígenas a través del contacto directo con ellos. También se estudiaron los trabajos de Nicolás Monardes, quien se ubicaba dentro de aquellos naturalistas que jamás viajaron a las Indias, sino que se entrevistaba con toda clase de actores (comerciantes, marineros, funcionarios, misioneros, etc.) que provenían de América para recabar información y obtener objetos, en especial plantas.
Los fragmentos seleccionados de estas fuentes dan cuenta de la utilización de distintos saberes indígenas con fines económicos en el marco de relaciones de explotación. La explotación de conocimientos sobre plantas y sus usos medicinales es el campo que permite ver con mayor nitidez el pasaje de saberes indígenas con valor de uso a conocimiento científico europeo con eventual valor de cambio. “En los escritos de Monardes y Hernández se observa cómo desde los primeros contactos entre españoles e indígenas se han utilizado los saberes de estos últimos, a los cuales la racionalidad científica europea incorporó bajo los rótulos de historia natural, botánica o herbolaria”, sentenció Carrera.
Y agregó: ”los soportes materiales para esa mediación científica fueron mayormente escritos y dibujos realizados por distintos agentes imperiales (cronistas, misioneros, naturalistas) quienes accedieron a aquellos saberes o bien de manera directa en las Indias o bien por la información que llegaba en los barcos a la metrópoli. En la primera de estas vías de acceso a los saberes aparecen innumerables informantes anónimos indígenas que transmitían sus conocimientos a los recolectores europeos de material cognitivo y, en ocasiones, también aportaban como dibujantes”.
Así pues, registros relativos a los usos medicinales de plantas americanas abundan en las obras de los botánicos españoles del siglo XVI. Por ejemplo, Hernández señala sobre la planta llamada coapatli que “dicen los Naturales que su cocimiento cura evacuando las cámaras de sangre la corteza de la rayz, sana las cuartanas, quita los dolores de las bubas”.
HERNÁNDEZ y XIMENEZ, 1888, p. 2
El aprovechamiento de saberes etnobotánicos indígenas es el área en que más se ha avanzado en la historiografía. Pero es posible dar un paso más en el análisis de las fuentes e identificar otros saberes que fueron explotados por los colonizadores. En el siguiente fragmento, referido al bálsamo, se observa no solo el registro de sus propiedades medicinales, sino también los saberes técnicos relativos a su procesamiento:
[…] cortan la corteza de este árbol en menudas piezas, y dejándolas en remojo cuatro días en agua, al cabo de los cuales las sacan y al sol cuando se calienten se sacara de ellas en una prensa un licor muy semejante en la virtud al bálsamo, y muy útil para muchas cosas, el cual se hace en espacio de un mes, por vía de destilación, sacan también de las hojas de este árbol un licor de muy agradable sabor, utilísimo para sanar muchas enfermedades.
HERNÁNDEZ y XIMENEZ, 1888, p. 22
En estos fragmentos se observa con claridad que los naturalistas europeos no registraron solo el conocimiento indígena relativo a la naturaleza americana, sino también sus métodos de procesamiento. Detrás de los cuales existen multiplicidad de conocimientos subjetivos (técnicos, etc.), intersubjetivos (de distinto tipo) y objetivos (tecnologías) que quedan a merced de la explotación de los colonizadores. En efecto, el potencial económico de estos registros se advierte cuando se refieren a las cualidades de algunas plantas americanas para mejorar el rendimiento laboral. Es el caso de la planta de coca, sobre la cual Hernández señala que los nativos:
Mezclan las hojas masticadas con polvo de almejas quemadas, y dan a esta mezcla forma de píldoras que ponen a secar y usan después. Llevadas éstas y removidas en la boca, dicen que extinguen la sed, nutren extraordinariamente el cuerpo, calman el hambre cuando no hay abundancia de alimento y bebida, y quitan el cansancio en las largas jornadas.
HERNÁNDEZ, 1959, L. XXI, p. 238
En el mismo sentido, Monardes hace referencia al tabaco por su capacidad para aliviar el cansancio:
Usan los indios de nuestras Indias Occidentales del tabaco para quitar el cansancio, y para tomar alivio del trabajo, toman por las narices y boca el humo del tabaco y quedan como muertos, y estando así descansan de tal manera, que cuando recuerdan quedan tan descansados que pueden retornar a trabajar otro tanto y así lo hacen siempre que lo ha menester porque con aquel sueño recuperan las fuerzas y se alientan mucho.
MONARDES, 1574, p. 108
Santiago Liaudat manifestó: ”es sabido que estas plantas se constituyeron en poderosos estimulantes que los colonizadores emplearán para la explotación de la mano de obra indígena y esclava, al mismo tiempo que fueron introducidos, en particular el tabaco y, más adelante, el café, como sostén de la productividad capitalista en Europa. Por supuesto, el uso de estos estimulantes era una práctica habitual en pueblos americanos antes de la conquista, aunque fuera de la órbita mercantil que introdujo el colonialismo europeo. Es decir que la novedad está en su incorporación a la lógica capitalista, que va a extraer de ellos un doble beneficio: una mejora en el rendimiento laboral y ganancias derivadas de su explotación. Respecto al tabaco puede agregarse que la comercialización para consumo placentero, también conocido a través de los indígenas, se extendió desde fines del siglo XVI por Europa. Mientras que el caso de la coca andina destaca como el más emblemático en el período colonial temprano, ya que fue el principal estimulante para el trabajo minero y, a la vez, un enorme negocio para los colonizadores”.
Esta investigación mostró que además de los saberes medicinales y botánicos, muy abordados en la literatura, existió una explotación de conocimientos productivos de un amplio espectro de actividades. La mediación científica se constituyó en algunos casos como eslabón del flujo de conocimientos que fueron incorporados en las mercancías posteriores. En otros, existió una intermediación o mediación dada por distintos agentes coloniales (funcionarios, mineros, etc.). “Es decir, la forma de ingreso de los conocimientos indígenas en la órbita axiológica capitalista siguió distintas vías, aunque sus efectos finales no difieran sensiblemente. De hecho, puede presumirse que en los casos en que la intermediación o mediación de los saberes nativos no fue inicialmente científica, su traducción técnica a posteriori al lenguaje de la ciencia pasó por las manos calificadas de naturalistas”, remarcó Carrera.
Finalmente, podemos concluir que de la investigación realizada por los autores de la UNLP se desprende la existencia efectiva de explotación económica de conocimientos indígenas de distinto tipo en el contexto de la colonización ibérica. Los saberes americanos fueron incorporados en Europa a procesos económicos y extraeconómicos, pero lo mismo sucedió en América. Hubo indígenas que absorbieron, incluso explotaron, conocimientos provenientes de los colonizadores. Ciertamente, esto fue así. Sin embargo, el saldo final de los intercambios favoreció, sin dudas, a las metrópolis que se enriquecieron en el marco de relaciones estructuralmente asimétricas.
Para más información se recomienda la lectura del siguiente artículo “El otro botín: la explotación moderna-colonial de conocimientos indígenas” de Carrera y Liaudat (2023).