La mujer: educación para la libertad

    Históricamente, la mujer ha sido discriminada por motivos familiares e incluso religiosos, sólo por ser mujer. En numerosos países del mundo, dicha discriminación ha sido y sigue siendo implementada de manera sistemática por el poder de turno.
    Debo confesar que, en lo personal, esto es, en el seno de mi familia, en el ámbito de mis amistades y en los años que llevo de carrera universitaria, jamás me sentí discriminada ni violentada por el hecho de ser mujer. No obstante, no puede dejar de conocerse y denunciarse que, aún hoy en día, existen múltiples casos de mujeres despreciadas en su dignidad, marginadas y reducidas a la esclavitud.
    Se torna imprescindible, entonces, para toda sociedad de bien, utilizar los medios legislativos apropiados para impedir cualquier forma de violencia contra las mujeres y defender sus derechos, que son los mismos que poseen los hombres.
    La única manera para que el ser humano pueda hacer valer su dignidad es mediante la educación en la libertad. Debe recibir una educación que le permita hacer uso de su razón y de su afectividad para ser capaz de pensar y juzgar todas las circunstancias, teniendo en cuenta los factores en juego.
    A través de mi actividad docente he podido verificar que el rol del educador es de fundamental importancia para producir cambios en la sociedad. Según mi experiencia y la de muchos otros, los cambios profundos sólo se producen por acontecimientos que nos impactan, por encuentros con personas que nos hacen ver la realidad y nos permiten adquirir la capacidad de juzgar adecuadamente las circunstancias.
    Es necesario que, mediante la educación y los medios legislativos adecuados, se alcance de forma urgente la igualdad de los derechos y deberes de todas las personas libres: igualdad de trabajo, igualdad de salario, igualdad en las promociones de carrera, igualdad de los esposos en el derecho de familia, por citar algunos.
    Estoy convencida de que la defensa de la dignidad y derechos de las mujeres hará posible que la mujer trabajadora contribuya a la construcción de una sociedad más justa y solidaria, mediante su participación activa en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política.