Silvio Frondizi

    ¿Por qué comenzar por el final? ¿Por qué contar una historia de vida a partir de las circunstancias de su muerte? Tal vez, porque en el caso de Silvio Frondizi, mucho más que en otros, se cumple esa máxima que dice que el hombre muere como vivió. Paradigma del intelectual y militante comprometido, tenía clara conciencia de su situación: ponía en riesgo su propia vida y la de sus seres queridos mientras defendía presos políticos en los años tumultuosos y violentos que precedieron al golpe de estado de 1976.

    El viernes 27 de setiembre de 1974 un comando de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), encabezado por el subcomisario Juan Ramón Morales y el subinspector Rodolfo Eduardo Almirón Sena, secuestró a Silvio Frondizi de su casa de calle Cangallo, después de golpearlo salvajemente. Los represores habían llegado en dos autos Falcon color verde -siniestro símbolo de la época-, apenas pasado el mediodía. Silvio estaba allí junto a su mujer y su nieta. Su hija Silvia vivía en el mismo edificio junto a su esposo, Luis Mendiburu, militante de la Juventud Peronista, quien fue herido al salir en defensa de su suegro, para morir poco después.

    Silvio fue asesinado y ese mismo día 27 la Triple A se atribuyó el crimen e informó que su cuerpo había sido arrojado en un descampado en Ezeiza: “Sepa el pueblo argentino que a las 14.20 horas fue ajusticiado el disfrazado número uno, Silvio Frondizi, traidor de traidores…”, rezaba el comunicado. De acuerdo a la autopsia, el cuerpo presentaba cincuenta balazos. Meses antes, había sufrido atentados en su estudio jurídico. Además formaba parte de la lista negra que, había dado a conocer la tenebrosa organización.

    Sus restos fueron velados en el Aula Magna de la Universidad Tecnológica Nacional y el domingo 29, cuando el cortejo fúnebre marchaba hacia el cementerio de la Chacarita, fuerzas policiales al mando de Alberto Villar secuestraron el féretro durante algunas horas.

    Apenas un mes antes de su asesinato, Silvio estuvo en la provincia de Catamarca, donde investigó y denunció el fusilamiento de militantes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), que habían sido detenidos por las fuerzas al mando del general Benjamín Menéndez.

    La dictadura militar también se ocupó de él: prohibió sus obras y, en 1977, el Ejército confiscó sus papeles personales, entre ellos originales inéditos, apuntes y correspondencia con figuras políticas e intelectuales del país y del mundo.

    Abogado, profesor de historia y docente universitario, fue uno de los fundadores de la denominada “nueva izquierda argentina”. Autor de una profusa obra, contribuyó como pocos a la modernización del pensamiento de izquierda; sus teorías de la integración mundial, sus formulaciones acerca de los movimientos sociales, entre otros, fueron algunas de sus notables anticipaciones.

    Silvio creó el Grupo Praxis, movimiento juvenil marxista en el que se formó una nutrida cantera de cuadros revolucionarios, la mayoría muy activos en las organizaciones políticas y sociales de los ‘70. Además, tuvo un efecto multiplicador con seguidores del grupo en América Latina.

    En nuestra Universidad dictó clases de Derecho Político en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales y en la escuela Superior de Periodismo. Sus alumnos siempre recordaron muy bien a ese hombre alto, algo encorvado, que hablaba rápido y con potencia.

    Sus padres, Julio Frondizi e Isabel Ercoli, eran inmigrantes italianos que en 1890 habían llegado desde Gubbio, región de Umbria, y que formaron una familia numerosa con sus catorce hijos. Un buen pasar económico los acompañó gracias a las actividades del padre como contratista de obras.
    Pero no sólo en las cuestiones materiales fue decisiva la presencia de don Julio: profundo ateo y empedernido lector, fomentaba todo tipo de debates en la familia y estimulaba a sus hijos para que estudiaran una carrera universitaria. En 1923, acompañados por el padre, Silvio y su hermano Arturo (quien fuera presidente de Argentina) viajaron a Buenos Aires y se inscribieron en el Colegio Nacional Mariano Moreno.

    De todas maneras, este ateo tolerante no interfería en las convicciones religiosas de su mujer, que enviaba a los hijos a la iglesia y mantenía velas encendidas frente a la imagen de la Virgen María. Isabel, seguramente, rezó ese 1 de enero de 1907, cuando dio a luz a su hijo Silvio.