Alfredo Palacios

    El joven y rebelde Alfredo Palacios estaba en desacuerdo con el tipo de enseñanza que se impartía en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, donde cursaba su carrera. Ya de pequeño, había desarrollado un espíritu crítico sobre la educación, lo que se dice un verdadero reformista, mucho antes de la Reforma Universitaria; un estudiante inquieto, interesado por las nuevas ideas jurídicas y sociales. Para solventar esos estudios, trabajaba en la oficina de la Dirección de Impuestos Internos, al tiempo que frecuentaba actos del anarquismo y el socialismo.

    En mayo de 1900 presentó su tesis doctoral “La Miseria. Estudio administrativo-legal”. La comisión encargada de evaluarla lo desaprobó y decidió archivarla por contravenir la Ordenanza General Universitaria que prohibía toda palabra injuriosa para las instituciones.

    El espíritu reformista y humanista del Palacios estudiante sería su marca cuando años más tarde se ubicara al frente de la Facultad de Ciencias Jurídicas de nuestra Universidad, cargo que ocupó en 1922 por el voto de estudiantes y profesores y donde renovó el sistema de enseñanza.

    Más tarde, en junio de 1941, ya como presidente de la UNLP y siempre alentando una gestión reformista, creó el Instituto del Teatro, en la búsqueda de un espacio artístico con fines sociales. Además, puso en marcha un plan con una cátedra para todos los estudiantes que brindaba una base humanística general, y estimuló la vinculación de los graduados. Proyectó la creación del Instituto Iberoamericano. Además, incorporó la casa de descanso de Samay Huasi en Chilecito, La Rioja, al patrimonio universitario. Renunció en octubre de 1943, oponiéndose a cesantías de docentes opositores.

    Propuesto por el barrio de La Boca, en 1904 fue elegido diputado y se transformó en el primer legislador socialista de América. “La Boca ya tiene dientes”, dijo el dramaturgo Florencio Sánchez. Sin dudas, cuando Palacios fue legislador los más desprotegidos pudieron mostrar sus dientes. Por primera vez en el Congreso se escucharon palabras como “clase obrera” o “explotación capitalista”.
    Con su personalidad llamativa, sus bigotes moustache y la poderosa seducción de su oratoria, Palacios, al tiempo que denunciaba hechos de corrupción, peleaba por sus proyectos, revolucionarios para la época: protección a mujeres y niños, descanso dominical, represión de la trata de blancas, o la Ley de la Silla para los empleados de comercio , la ley de divorcio o la jornada laboral de ocho horas.

    Junto a sus 14 hermanos, desde niño cargó con el estigma de ser hijo natural. Su madre, la uruguaya Ana Ramón Beltrán, tuvo una relación estable con Aurelio Palacios -abogado y político uruguayo- aún después de que él se casara con otra mujer y formara otra familia.

    Palacios, el niño que visitaba con frecuencia la casa donde su padre vivía con otra familia. El mismo niño que se cruzaba en la calle con Sarmiento, lo reconocía y le decía: “Yo soy un niño que lee”. El que a los catorce años ganó sus primeros pesos como periodista escribiendo para El Diarito.

    Palacios, el que dice haber llegado al socialismo de la mano de la fe de su madre, quien solía leerle La Biblia, el mismo que debajo de su placa de abogado se leía “atiende gratis a los pobres”, el que nunca fue afecto a la disciplina y que recién se afilió al socialismo después de ser un líder político con gran cantidad de seguidores. El que practicaba esgrima y no dudaba en batirse a duelo, aún cuando su propio partido prohibía esa práctica.

    Palacios, el que revitalizó la aeronáutica y voló en globo con Jorge Newbery, que amaba los claveles, el donjuan que nunca se casó, a pesar de tener famosos amoríos y de que las mujeres caían seducidas por su personalidad, por su figura delgada, su mirada profunda y su voz de barítono.

    Palacios, el que revólver en mano secuestró el 20 de mayo de 1961, una picana eléctrica usada para torturar por la policía de San Martín. El que, a principios del siglo XX, estaba en contra del servicio militar obligatorio. Palacios, el hombre que en sus últimos días sólo poseía sus libros y un viejo Chevrolet.
    Murió el 20 de abril de 1965 y que por su expreso pedido fue velado sin los símbolos y rituales del catolicismo. Desde el Congreso, espontáneamente, su ataúd fue trasladado en andas por miles de jóvenes.

    Alfredo Palacios. Entrevista en Radio Universidad (mayo de 1963).

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