“Se prohibió todo lo que sonara raro, como la palabra vector o la carrera de Psicología”

    ¿De qué manera impactó en la UNLP el Terrorismo de Estado de la dictadura militar de 1976?
    Obviamente, impactó muy mal. Recuérdese que las universidades nacionales perdieron su autonomía a mediados de 1966 con la dictadura de Onganía. Estuvieron luego conducidas por administradores designados por Ejecutivo Nacional durante 20 años seguidos. La recuperación de la autonomía universitaria en 1986, después de cuatro largos lustros de intervención autoritaria, es el mayor logro educativo de nuestros 28 años de democracia, única forma civilizada de vida comunitaria. Sin ella reina el salvajismo en sus más diversas y aberrantes formas. Disfrutamos de casi tres décadas continuas de libertad, el valor más preciado. La autonomía universitaria fue establecida en Europa por el Papa en 1228, al zanjar una disputa entre la Universidad de Paris y el Rey. Desde entonces es sinónimo de actividad universitaria. Sin ella sólo quedan cascarones formales, meros remedos tristes de lo que es una verdadera casa de altos estudios. La democracia devolvió pues a las universidades nacionales su natural e indispensable autonomía en 1986, tras un necesario período de normalización. En el período inmediato anterior el Terrorismo de Estado sumó a la falta de autonomía una pesadísima cuota, horrenda y dramática, de sangre y dolor.

    ¿Cuáles fueron los principales lineamientos ideológicos que la Dictadura impulsó en el ámbito universitario?
    Me temo que hablar de lineamiento ideológico en este drama es presumir la existencia de una racionalidad capaz de asumir formas de pensamiento abstracto. En este escenario, veo cuestionable la existencia de tal capacidad. Meramente se prohibió todo lo que sonara “raro”, como la palabra vector, la carrera de Psicología, la de Cine, etc., etc. Vale la pena agregar algún detalle para justificar mi aseveración. En el período 1976-1983 se hacía reverente y continua referencia al pensamiento “occidental y cristiano” como fuente de inspiración. Bien, una somera comparación con la declaración de principios del Cristianismo, explicitada en el Sermón de la Montaña, deja fuera de juego aquí al Cristianismo. Vamos entonces a lo “occidental”, cuyo rasgo principal en los últimos cuatro siglos es la Modernidad. Resulta empero muy difícil imaginar a prototipos como Diderot, Voltaire, Goethe, Mozart o Kant comulgando con los “principios del Proceso”. Este hipotético pensamiento `”occidental” debiera entonces referirse a antes de 1637, año que inaugura la Modernidad con la publicación del Discurso del Método de Descartes. Estamos pues en el Renacimiento, y otra vez en problemas, pues ahora debiéramos imaginarnos, por ejemplo, a un Leonardo da Vinci enseñando en Ingeniería o en Bellas Artes de la década del 70. No lo veo factible. Retrocedamos más, a la Alta Edad Media. Aquí rápidamente encontramos como una de las cumbres del pensamiento medieval a Guillermo de Ockham, “inventor” de la noción de Derechos Humanos. No podría seguramente enseñar filosofía en esa UNLP del Proceso. Podemos seguir retrocediendo en el tiempo, pero queda ya claro que lo “occidental” que estamos buscando es elusivo y probablemente mítico.

    Desde la perspectiva de la organización y desarrollo institucional de la UNLP, ¿cuáles fueron los aspectos y las consecuencias más significativos de ese período?
    En este período se agudizaron las falencias creadas por la intervención de Onganía en 1966. Todo dependía de autocráticos rectores y decanos designados por el Poder Ejecutivo Nacional, que a partir de 1976 pudieron ejercer, en muchos casos, poderes extra académicos también. Lo que ellos no estuviesen en condiciones de entender o concebir, simplemente no se hacía o se impedía. Todo trámite complejo se paralizaba. Caprichos y arbitrariedades de la autoridad omnímoda pisoteaban derechos y aplastaban iniciativas. El debate estaba prohibido. La confrontación de ideas, esencial en la vida universitaria, se hacía sospechosa. ¡Ni pensar en asambleas estudiantiles! La actividad académica se ritualizó en buena medida, y la decadencia intelectual signaba porciones amplias de la vida académica.

    ¿Qué desafíos hubo que afrontar, y de qué modo, para la reconstrucción de la UNLP a partir de la recuperación democrática?

    En buena medida hubo que partir, en diciembre de 1983, de cero. Veinte años de intervención en manos de una autocracia no precisamente iluminada habían casi borrado los enormes logros de la Edad Dorada de la Universidad Pública, el período 1958-1966. Era una situación de “tierra arrasada”. La Normalización 1983-1986 lidió con la difícil tarea de intentar re-edificar desde los cimientos las estructuras universitarias a partir de la parálisis devenida a causa del ejercicio del poder ilimitado de los sucesivos interventores. Era imperativo alcanzar una masa crítica de concursos que permitiesen llamar a elecciones de claustro, instrumento valioso de las universidades, que es despreciado y odiado por déspotas y totalitarios de toda laya. A partir de 1986, con un Consejo Superior legal y legítimo, hubo que regenerar y revitalizar las diversas estructuras académicas, dotándolas de una normativa clara y transparente que eliminase caprichos y arbitrariedades. Concursos, Postgrado, Extensión, Dedicaciones especiales, Planes de Estudio, Enseñanza pre-universitaria, etc., debieron reglamentarse de acuerdo a normas civilizadas y sensatas. Se recuperó la calidad y la excelencia de las actividades científicas, culturales, artísticas, de extensión, de consultoría, de difusión, etc. Debe señalarse que la investigación creativa salió de sus casi exclusivos reductos tradicionales del Bosque (en los que también creció enormemente a partir de 1986) y se expandió a todos sus ámbitos platenses, gracias a un programa especial de fomento de las investigaciones en áreas no tradicionales que se aprobó en los primeros años de funcionamiento del Consejo Superior.

    Desde las condiciones de este presente, ¿de qué manera debe la comunidad universitaria realizar un ejercicio de la memoria sobre el pasado reciente?
    La memoria histórica es patrimonio fundamental de un pueblo. No se deben repetir los errores y horrores del pasado reciente. Cabe a los investigadores de las áreas del conocimiento pertinentes indagar y entender qué condiciones socio-económicas hicieron posible un retroceso tan grande como el que sufrimos hasta 1983. Alemania y Sud África son ejemplos válidos de sociedades que han superado un pasado espantoso y aprendido lo suficiente como para no repetirlo. No pareciera suceder lo mismo entre nosotros. El imperio de la fuerza y la intimidación reemplazando al debate racional no han desaparecido del todo. Constituyen signaturas de endeble estructuración democrática. La intolerancia, característica típica del Proceso, es síntoma peligroso. No hay violencias “buenas”. Mientras no haya una convicción profunda que permita a todos expresarse libremente en cualquier ámbito, aunque no nos guste lo que oigamos, la semilla del despotismo podrá hallar terreno fértil en el que fructificar. Tolerancia, respeto y voluntad de debatir debieran acompañar el ejercicio de memoria que nos propone esta conmemoración, oponiendo al odio sectario el amor al prójimo.