El próximo 24 de abril se recuerda el 106° aniversario del Genocidio Armenio. A diferencia de años anteriores, esta evocación es precedida por los lamentables acontecimientos iniciados el 27 de septiembre de 2020 cuando Azerbaiyán, aprovechando el contexto de pandemia, atacó la República de Artsaj, territorio históricamente armenio.
La guerra que duró cuarenta y cuatro días, con un final dramático para la población armenia de Artsaj, en inferioridad de condiciones frente al poder militar de Azerbaiyán, contó con el apoyo de su socia incondicional, Turquía. La alianza entre ambos gobiernos prueba que hoy más que nunca, el peligro de un nuevo Genocidio sigue vigente, teniendo cuenta la presencia de un Estado con una larga historia de genocidios y negacionismo.
Los paralelismos entre los acontecimiento de 1915 y 2020 son evidentes:
1- El contexto de la Primera Guerra Mundial y del COVID fueron aprovechados respectivamente por el Estado turco-otomano en 1915 y por Azerbaiyán en 2020, con un gobierno autoritario en poder de la familia Aliev desde hace casi treinta años.
2- El limitado compromiso de los Estados habilitó la deshumanización de los vencidos. Durante el Genocidio Armenio de 1915, los perpetradores incluyeron políticas premeditadas de asesinatos en masa, deportación, conversiones forzadas, raptos de mujeres y niños así como violaciones. En el conflicto reciente se utilizaron armas letales y se capturaron prisioneros armenios sin la más mínima consideración de sus derechos; incluso, a pesar de los meses transcurridos, muchos de ellos aun esperan su liberación.
3- La supresión de los rastros de la presencia armenia en su lugar origen fue común a ambos casos. Turquía luego de la eliminación física de los armenios puso en práctica su eliminación simbólica mediante la re-escritura de la historia a partir del advenimiento del líder nacionalista Mustafá Kemal en 1923, quien completó, de ese modo, la obra de los Jóvenes Turcos. Azerbaiyán, imitando a su mentora Turquía, sabe que no basta con la desaparición física de los armenios sino que el trabajo se completa con la destrucción de su patrimonio cultural en la región. Ya lo había hecho Turquía con el maravilloso acervo arquitectónico armenio y luego Azerbaiyán en Najicheván con la destrucción del cementerio de Djulfa con miles de cruces de piedra. Ahora Azerbaiyán sostiene que los monumentos históricos que incluyen iglesias y monasterios antiguos no son armenios sino albanos, un pueblo minoritario del Cáucaso, que considera como su antepasado. Estas acciones demuestran la existencia o al menos la continuidad del plan de exterminio que comenzó primero con la población armenia de Anatolia (Imperio Otomano) en mano de los Jóvenes Turcos y ahora, cien años después, se profundiza con la de Artsaj.
La expresión que suele utilizar el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan para referirse a las minorías cristianas masacradas a comienzos del siglo XX, en particular armenia, “los que restan de la espada”, prueba no sólo que acepta que hubo una masacre de armenios, sino –y peor aún- que éstos siguen estando en la mira del gobierno turco, incluso aquellos que están más allá de sus fronteras.
Por ello, la recordación del 24 de abril de este año profundiza el dolor de los descendientes de armenios; en esta oportunidad, luego de la guerra de 2020, preocupa la presunción de que Turquía, gracias a la oportunidad que le brinda su aliada Azerbaiyán, viene a terminar con el trabajo que comenzó en 1915.