Después de la palabra, ninguna inocencia

    El 8 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Mujer en casi todos los países del mundo. Esta es una efeméride compleja por su contundencia.  Recuerda la inequidad “de hecho y de derecho” entre varones y mujeres y  la deuda  social con  la plena ciudadanía de las mujeres.
    La fecha fue elegida a partir del asesinato de obreras a manos de sus patrones mientras estaban en huelga  el 8 de marzo de 1908 en New York, Estados Unidos. Este hecho junto con otros de  características similares dio origen al Día Internacional de La Mujer Trabajadora, que luego devino en el Día Internacional de la Mujer.
    La cronología de los hechos que dieron el Día de la Mujer ponen de manifiesto una  paradoja que es la articulación semántica mujer/política y que tuvo una misma consigna siempre, la entrada de la mujer en lo público y el establecimiento de lógicas emergentes  que jueguen el juego del poder . Sobre  mujer y política, propongo una reflexión en alusión al 8 de marzo.

    Mujer y política: ni la intimidad del tocador ni los  reflectores del palco
    Las reivindicaciones en occidente se remontan por lo menos a la Revolución Francesa. La escritora Olympe de Gouges, que  escribió  en 1791 la Declaración de los Derechos  de las Mujeres  en el marco de un proyecto político emancipatorio, fue guillotinada dos años después por la misma Revolución.
    Otro caso emblema en la disputa por la voz pública es el voto femenino que en nuestro país se obtuvo definitivamente recién en 1952, por el trabajo contundente de Evita. El movimiento mundial por el voto femenino había comenzado con las sufragistas  en las calles de Londres imperial. Las primeras feministas, mujeres desconformes y raras a finales de siglo XIX, exigían derecho a votar porque habían trabajado en la revolución industrial, habían hecho crecer la nación y parido la guerra, tenían voz y querían  voto.
    Estos ejemplos mínimos ilustran como la fórmula mujer y política es compleja porque enfrenta (y amenaza con nuevos argumentos) a los mitos fundantes de la discriminación hacia las mujeres. A decir de Ana María Fernández, estos son: el mito de la mujer madre como lugar natural de lo femenino, el mito de la pasividad erótica femenina y el mito del amor romántico. Todos son altos contribuyentes de la propia creencia del lugar natural y de la acción institucional de control  y  violencia sin garrote, que dragaron siglos de caminos previstos para las mujeres, fuera de los cuales se abre literalmente el abismo. Un abismo que posiblemente sea cierto para todas aquellas que elegimos construir, a tientas y a ciegas, con los errores y fracasos de otras lo que Fernández llama existenciarios más libres. Para las que pensamos en emanciparnos de lo que Cáterin MkKinnon llama la enunciación masculina del Estado.
    Ocurre que, como lo demuestran las telenovelas en las que más allá del contexto (que puede ser narcotráfico, guerras de colonos o soledad urbana burguesa), el eje del conflicto es que el amor del galán de sentido y ordene la natural improductividad femenina de la protagonista. Ocurre también que la violencia sobre las mujeres es llamada,  justamente, violencia doméstica. Igual de doméstica y privada que la lucha por despatologizar el propio cuerpo, por el derecho a parir y abortar. También es doméstica la preocupación por la administración del tiempo cuando la mujer participa de una jornada laboral de un mínimo de 8 horas, con instituciones educativas que aún marcan 4 horas de duración.
    Como se ve, y como decían las primeras feministas argentinas con su lema ‘lo personal es político’, lo doméstico no es otra cosa que la connotación política de la condición femenina.
    Para la mujer, lo irreductiblemente propio es lo íntimo. Entonces lo público puede ser aleatorio, puede ser o no tomado. Todo aquello que ocurra por fuera de lo íntimo del maternaje y el amor, es digno de un tipo de sospecha a la que se le suman otros aditamentos. Por ejemplo, la mujer que quiere poder político (algo no natural, algo que va en contra de lo irreductiblemente propio, algo que obliga a trascender lo doméstico e ir a por algo) es sospechosa, es sexualmente peligrosa y es amenazante para otras.
    No es  natural la pasión por la Patria, lo es en cambio la preocupación por darle hijos a la patria o velar por los hijos nuestros que conforman la patria. Porque la pasión, la ocupación social y el ingreso en el debate público no sólo para acatar sino para aportar nuevas reglas, subvierte los mitos que nos discriminan. Pone en foco del lente en el orden lógico que administra y ordena la sexualidad y los bienes materiales de occidente desde el principio: el patriarcado.

    Ser feminista es color escarlata
    Decir patriarcado es ser feminista y éste es un significado tan malversado como temido. El imaginario sobre la feminista son las mujeres que odian a los hombres y que quieren ganarles una batalla imposible. Nada hay menos cierto que esto. Este cliché es también parte del discurso social hegemónico que con el castigo, con la designación punitoria, previene a otras mujeres de parecerse a aquellas que son marcadas y discriminadas. Es también muestra del temor social que ocasionan los poderosos pactos entre mujeres que trabajan por organizarse en la construcción de lo público, desmintiendo el vox populi que advierte de la rivalidad natural femenina.
    No olvidemos lo que le pasó a Olimpia en el Paríss de la Revolución, por pedir que la igualdad y la fraternidad no sea solo para los frates, para los hermanos. No dejemos de ver lo difícil que es hacer cualquier investigación policial para esclarecer y encontrar culpables de femicidio, violaciones o destrabar la red de proxenetas.
    Ser feminista es reconocer una inequidad política y jurídica que subalterniza y reprime la posibilidad  de vivir el presente y planear el futuro para todas las mujeres en la historia de la humanidad. Es cierto que es peligroso, porque es revolucionario. Y es revolucionario porque  supone problematizar el orden del mundo, no el orden de las cosas de las mujeres. Sino el mundo entero. Ni más ni menos. 
    Pienso que el Día de la Mujer nos sitúa frente a un reconocimiento crudo pero inexorable, que es a la vez un llamado a la acción desde la academia, desde las trincheras y desde un Estado que está cada vez más atento a problematizar lo que naturalmente viene siendo dado.
    Ya no se trata de una cuestión de feministas, ya no es solamente una cuestión “personal”, es un problema  que hay que elegir mirar y transformar, porque al decir de   Rollan Barthes, después de la palabra ninguna inocencia… Y este tema tiene ya mucha palabra, mucha evidencia.

    Referencias Bibliograficas
    Fernández Ana María, Las lógicas sexuales: amor política y violencias, Nueva visión, Buenos Aires, 2009.
    Cremona y otros, Cuadernos de Cátedra de Comunicación y Género, Facultad de Periodismo y Comunicación Social, Ediciones de Periodismo y Comunicación Social, La Plata, 2011.
    Mac Kinnon Caterin, Hacia una teoría feminista del Estado, Universidad de Valencia, 1995.
    Arendt, Hannah , La condición humana, Paidos, Buenos Aires, 2006.