Carlos Spegazzini

    Tres y media de la tarde, 31 de mayo de 1882. Desde hace varios días, el barco del capitán Santiago Bove intenta sin mucho éxito capear el temporal. La oscuridad reina día y noche, las temperaturas son insoportablemente bajas, los vientos braman y se agigantan a cada minuto. Y la marea, siempre hostil en la zona del Cabo de Hornos, arremete sin piedad contra la embarcación. Un hombre, en medio del naufragio, recoge su libro de notas y su colección de hongos, no sabe si morirá o logrará salvarse. Ese hombre, científico de espíritu aventurero, es Carlos Spegazzini, micólogo reconocido a nivel mundial, profundamente vinculado a la Universidad de La Plata desde sus comienzos.

    La expedición, con objetivos científicos, había partido en diciembre de 1881 con el patrocinio del Instituto Geográfico Argentino. Spegazzini escribió sobre ese día: “Fuimos echados a la costa perdiéndose las colecciones casi completamente, habiendo sólo conseguido, con mucho trabajo, recuperar una pequeña parte; pero tuve la suerte de salvarme con mis libros de notas”. Y agregó: “En el tiempo de permanencia en el lugar del naufragio levanté una lista completa de las plantas de aquella localidad y numerosos apuntes sobre la lengua de los indios que encontramos”.

    Apenas salvado del naufragio y cuando aún su vida estaba en riesgo, el hombre siguió adelante como si nada hubiera pasado. Sin dudas, alguien audaz, que no se amedrentaba y que aprovechaba cada oportunidad para seguir trabajando apasionadamente.

    Las expediciones a diversos puntos del país, en viajes donde el peligro acechaba, fueron moneda corriente a lo largo de la vida de Spegazzini. La vocación por las ciencias biológicas lo sedujo desde niño. Nacido en Bairó, Italia, en 1858, el joven desoyó el mandato de su padre -general del Ejército- para sumarse a las filas militares y siguió fiel al llamado de su pasión, dedicándose a estudiar con el maestro Pier Andrea ccardo.

    Llegó al país a fines de 1879 .Cinco años después se instaló en La Plata, región que ya conocía por haber integrado las comisiones convocadas por Dardo Rocha para elegir el lugar de fundación de la nueva capital bonaerense.

    Ligado por muchos años y de variadas formas a la Universidad, fue docente en el Colegio Provincial (hoy Colegio Nacional). Formó parte del personal docente del Instituto Agronómico de Santa Catalina, el que más tarde fue integrado a la Facultad de Agronomía y Veterinaria. También fue profesor de la Facultad de Ciencias Físico Matemáticas y en la Facultad de Química y Farmacia dictó botánica médica desde 1900 hasta su jubilación en 1912. Creó el Arboretum y Jardín Botánico -que hoy lleva su nombre- en la Facultad de Agronomía.

    Su tarea fue extraordinaria y sus estudios y enormes colecciones lo transformaron en un científico de renombre internacional. Su colección de hongos alcanzó a contener unas dos mil nuevas variedades de la Argentina. Para tener una dimensión de su aporte, basta apuntar que previo a sus investigaciones la flora micológica argentina contaba con menos de cincuenta especies conocidas.

    Vivió en La Plata , en la casa de avenida 53 , junto a su esposa y once hijos. De ambientes espaciosos, el gran patio central estaba repleto de plantas y pájaros, entre ellos varios papagayos que eran sus mascotas preferidas y solían apoyarse en sus hombros. Su amor por las aves lo impulsó, en 1916, a ser socio fundador de la Sociedad Ornitológica de La Plata. Spegazzini decidió que su casa, junto con sus libros, instrumentos y colecciones, fuese donada al Museo de La Plata con la condición de transformarla en un centro científico. Hoy, funciona allí el Instituto de Botánica que lleva su nombre.

    Ese modo de trabajar sistemático y organizado regía también su vida cotidiana: se levantaba muy temprano y respetaba horarios de rutina, en los que alternaba trabajo y tiempo con su familia. Tenía un modo de andar rápido y firme, cabeza erguida y un chambergo negro de alas anchas echado hacia atrás.

    Publicó la Revista Argentina de Botánica. En octubre de 1925, Spegazzini, el hombre al que ni un naufragio pudo detener su trabajo, advirtió a sus lectores las razones por las que no cumpliría con la promesa de una edición trimestral: el duro golpe de la muerte de su hija Etile Carola, su fiel asistente, lo había dejado consternado.

    Murió el 1° de julio de 1926, en su casa de la avenida 53.