Ernesto Sábato

    Un árbol de magnolia crece en los jardines del Departamento de Física de la Facultad de Ciencias Exactas. Una atmósfera singular domina esa zona donde se mezclan el verde y los sonidos del bosque con los antiguos y bellos edificios de las facultades. Muy cerca, el Colegio Nacional, esa magnolia se plantó el 24 de junio de 2011, al cumplirse cien años del nacimiento de Ernesto Sábato.

    Profundos y muy extensos fueron los vínculos entre el escritor y la Universidad Nacional. Sábato conoció muy bien esos jardines, como estudiante, en la Facultad de Ciencias Físico Matemáticas, a la que ingresó en 1929; y más tarde como docente, ya con su doctorado en Física. Y también antes, como alumno secundario del Colegio Nacional, al tiempo que desbordaba su pasión por el fútbol jugando primero y alentando luego a su amado Estudiantes de La Plata.

    Aunque su vocación por las ciencias exactas se manifestó de adolescente para forjar luego una promisoria carrera como físico, fue su pasión por la literatura la que se impuso y que hizo de Sábato uno de los más grandes escritores argentinos y una personalidad clave de la Argentina del siglo XX.

    Ese jovencito, solitario y melancólico desde siempre, y que llevaba las letras en su alma, nació en Rojas, provincia de Buenos Aires, en 1911. Que se llamara Ernesto no fue una elección casual de sus padres: era el nombre de su hermano, quien moría justo cuando él nacía, trauma que lo afectó profundamente.

    La fragilidad emocional de ese muchacho encontró “refugio y consuelo en el universo matemático”, según él mismo contaba, y abarcaba incluso al ajedrez, juego que lo apasionaba. Así, mantuvo una cordial amistad con Ezequiel Martínez Estrada, por entonces profesor del Colegio Nacional, y también un gran interesado en el mismo juego.

    “Fue un caso de amor a primera vista”, dijo Sábato sobre su primer encuentro con Matilde Kusminsky, en 1933. Y cabe agregar, un amor profundo y duradero. Se casaron en 1936 y se acompañaron por siempre. En muchas oportunidades, el escritor solía agradecerle públicamente: “Yo no hubiera publicado nada sin Matilde”.
    Ella corregía sus trabajos y fue su gran apoyo espiritual. Hasta salvó de las llamas la novela Sobre héroes y tumbas, que Sábato buscaba destruir: “Yo la iba a quemar, soy autodestructivo y tengo una pasión infantil por el fuego, el fuego es purificador”, diría quien nació, justamente, un 24 de junio, día de la fogata de San Juan. Esa obra que, publicada en 1961 por primera vez, lo consagraría definitivamente ante el público y la crítica.

    En 1938, Ernesto viaja a París gracias a una beca otorgada por la Asociación para el Progreso de las Ciencias, que lo llevaría a trabajar en el Laboratorio Jolliet Curie. Ya había obtenido su título de Doctor en Física en la UNLP. Lo acompañaron su esposa, Matilde, y el primer hijo de ambos, Jorge, de apenas unos meses de edad. Todo parecía claramente encaminado por aquellos años: casamiento feliz, flamantes doctorado y paternidad y beca en el exterior.
    Sin embargo, las tensiones entre ciencia y vocación de escritor se profundizaron en Sábato, pues en París tomó contacto con los surrealistas, se vinculó con André Breton y comenzó a escribir su primera novela.

    Cuando regresó a la Argentina, en 1940, ya estaba en su mente la idea de dedicarse de lleno a las letras. Combinó la tarea docente en materias de física y mecánica cuántica en la universidad y sus inquietudes literarias publicando en la revista Sur y en suplementos culturales; en tanto, con el ensayo Uno y el Universo, ganó el Primer Premio Municipal de Literatura de Buenos Aires de 1945.

    La figura de Ernesto Sábato está indisolublemente ligada con el regreso de la democracia y los derechos humanos en la Argentina, ya que en 1984 fue presidente de la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas (CONADEP), que redactó el informe conocido como Nunca más, sobre el terrorismo de Estado entre 1976 y 1982.

    La Universidad y Sábato mantuvieron una mutua relación de afecto y reconocimiento: en 1992 recibió el Doctorado Honoris Causa, mientras que en 2005 fue declarado Egresado Ilustre del Colegio Nacional, donde la sala de lectura de la biblioteca lleva su nombre. Y como se dijo, un árbol de magnolia engrandece los jardines que tantas veces supo recorrer.

    Ernesto Sábato. Discurso en el homenaje que le realizara el Colegio Nacional de la UNLP (6 de octubre de 1989).

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