Florentina Gómez Miranda

    A poco de crearse la distinción, en noviembre de 2010, Florentina Gómez Miranda fue la primera egresada en ser declarada Graduada Ilustre de la Universidad Nacional de La Plata. Con sus juveniles 98 años, en la sala del Consejo Superior del Rectorado, agradeció el reconocimiento: “No sé hablar bien -creo- si no estoy parada”, dijo con voz firme de maestra respetada, para iniciar un discurso conmovedor, casi una cátedra de vida.

    Desde muy niña, Florentina soñaba con ser dentista; sin embargo, con el título de maestra y trabajando ya como docente, se inscribió en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales porque, contó alguna vez, era la única carrera en la que podía dar libre, sin cursadas obligatorias, ya que el trabajo y las dificultades económicas no le permitían estudiar Odontología.
    Así, sola y con la ayuda de profesores y de los libros que retiraba de la biblioteca, terminó su carrera de abogacía. Se dice que el destino nos tiene siempre preparada alguna jugada que sólo a veces y después de mucho tiempo podemos ver con claridad.
    Está claro que fue acertada la elección de la Florentina maestra, estudiante y luego egresada de Derecho, porque muchos años más tarde, como legisladora nacional, se transformó en una precursora que logró las más importantes leyes por los derechos civiles y, en particular, de las mujeres.

    Se afilió a la Unión Cívica Radical y su incansable militancia la llevó a ser diputada nacional con el retorno de la democracia en 1983 y revalidó su banca en 1987. Épocas en las que hablar de los derechos de las mujeres era considerado -cuanto menos- un tema secundario, sin ninguna urgencia y un tanto extravagante. Por entonces sólo cinco mujeres formaban parte de la Cámara Baja. La bravura y tozudez de la legisladora hizo que se creara la comisión que luego ella presidió: la de Familia, Mujer y Minoridad.

    En sus mandatos legislativos presentó muchos proyectos que cambiaron la sociedad y la vida de los argentinos en el último tramo del siglo XX: autoridad compartida de los padres; divorcio vincular; pensión al viudo; pensión al cónyuge divorciado; igualdad de los hijos matrimoniales y extramatrimoniales; derecho de la mujer a seguir usando el apellido de soltera luego de casada y pensión de la concubina y concubino. Derechos que requirieron para su logro férreas y profundas luchas contra el orden establecido en las que Florentina fue, sin dudas, una pieza clave.

    Nacida en Olavarría, de niña le decían que había nacido para el carnaval y conservaba en su memoria esas fiestas de la infancia, cuando todos jugaban con agua y llenaban las bañeras con globos. Pero no todo es alegría: también la asaltaban el enojo y la indignación frente a las diferencias entre hombres y mujeres.
    Más allá de haber crecido en un hogar donde la madre trabajaba fuera de la casa como docente, padecía esas diferencias inclusive entre sus cinco hermanas y dos hermanos. Como ejemplo, decía que nunca entendió por qué sus hermanos no ponían la mesa. Florentina llevó en su corazón a la docencia -carrera que también estudió en La Plata- y repetía, en toda ocasión: “Cuando alguien me pide que me defina siempre digo que soy maestra por vocación, abogada por elección y política por pasión”.

    La tarea como maestra la llevó, a mediados de la década del ‘30, al pueblo de Salazar, cerca de Pehuajó, donde enseñó a alumnos de todas las edades en una escuela que tenía hasta cuarto grado. Vivía con lo justo en una pensión junto a otras maestras y siempre recordaba la felicidad de aquellos tiempos: “Eramos tan libres. En el pueblo algunos decían que nosotras éramos unas locas porque tomábamos cerveza en invierno”. Y agregaba: “Hay que saber vivir y la vida se aprende viviendo, y la misión de enseñar te ayuda mucho a aprender a vivir”.

    Eterna coqueta, Florentina evocaba por entonces el costo de un buen par de zapatos, su gran debilidad. Desde que pudo, los mandaba a hacer a medida, preferentemente de medio taco. Le gustaba vestirse con colores vivos y mantenía un especial cuidado de manos y uñas, muchas veces, bien pintadas de un rojo furioso.

    Mujer distinta del canon de la época, demostró con claridad que para el amor no hay edad y que para el matrimonio tampoco. Así, a pesar de haber tenido varias relaciones, se enamoró y se casó por primera vez a los 67 años.

    Florentina murió a los 99 años, el 1° de agosto de 2011.

    Florentina Gómez Miranda. Discurso al recibir la distinción de Graduada Ilustre de la UNLP, 23 de noviembre de 2010.

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