El mejillón dorado: una invasión silenciosa en aguas argentinas

Las bioinvasiones o invasiones biológicas son cada vez más reconocidas como una de las mayores amenazas para la biodiversidad. En el año 1991 un equipo de investigadores del Museo de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de La Plata detectó por primera vez en el Río de la Plata y en América, al mejillón dorado (Limnoperna fortunei), una especie oriunda de ríos y arroyos de China y del sudeste de Asia. Desde entonces amplió significativamente su distribución provocando graves daños al medioambiente.

Hace más de 30 años, los científicos de la División Zoología Invertebrados del Museo de La Plata (FCNyM-UNLP) confirmaron la presencia de esta especie no nativa en el Balneario Bagliardi, Partido de Berisso. Desde entonces amplió significativamente su distribución a lo largo de toda América del sur. Hoy ese pequeño mejillón se ha transformado en un verdadero problema ambiental que se cuenta por millones y causa estragos en los ecosistemas. Y no sólo eso, su poder destructivo alcanza a las obras infraestructura, ocluyendo las tomas de agua (“macrofoulig”) de industrias, plantas potabilizadoras y centrales hidroeléctricas del Mercosur.

El Grupo de Investigaciones sobre Moluscos Invasores y Plagas de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo, dirigido por el doctor Gustavo Darrigran, es referente del país en esta problemática y es habitualmente consultado por empresas y organismos tanto estatales como privadas de diferentes países de la región en busca de controlar el avance del macrofouling de esta especie invasora.

Un dato curioso, es que la introducción del mejillón dorado a América no fue intencional. Como si se tratase de pequeños polizones, viajaron miles de kilómetros para arribar a nuestras costas escondidos en el agua de lastre de los buques transoceánicos.

¿Qué es el agua de lastre? Es el peso que transportan las embarcaciones con bodegas vacías, que atraviesan el océano o grandes distancias, para hundirse adecuadamente en el agua y no darse vuelta en tormentas o fuerte oleaje. A principios y  mediados del siglo XX llevaban chapas como contrapeso (por eso por ejemplo las casas de la Boca, Ensenada, Berisso, eran de chapas). Luego cambiaron por algo más económico, agua, la cual transportan sin ningún tipo de control y con ella llevan larvas y organismos microscópicos de un lugar a otro del Planeta.

El Doctor en Ciencias Naturales Gustavo Darrigran, explicó que, “como buen mejillón, su hábito de vida es epifaunal bisado, es decir, adherido sobre todo sustrato duro natural disponible con un filamento proteico o biso. El sustrato utilizado va desde troncos y vegetación acuática a fondos naturales compactos y artificiales, tales como murallones, espigones, caños, plásticos y vidrios. Donde el sustrato duro es escaso, los más pequeños se fijan mediante el biso sobre pequeños cantos rodados, así como a otros individuos de la misma especie o a otros bivalvos (moluscos acuáticos que tienen el cuerpo protegido por dos valvas)”.

Su gran capacidad adaptativa y reproductiva le permite una rápida y efectiva distribución en los cuerpos de agua que invade. Es una especie de sexos separados, de fecundación externa que liberan sus gametas al agua donde se fecundan y originan larvas planctónicas.

“Se reproduce a una velocidad extraordinaria, en el ambiente donde fueron registrados por primera vez, había de 4 a 5 individuos por metro cuadrado y, un año después este número ascendió a 30.000 en el mismo lugar y así continuó su crecimiento poblacional”, detalló el investigador.

Esta especie se dispersa tanto en estado de larva, arrastradas por las corrientes, como en estado adulto, ya que su capacidad natural de fijación a sustratos móviles le permite dispersarse a contra corriente a través de la actividad humana (adherido a los cascos de embarcaciones de pesca deportiva y comercial; turismo y deportes náuticos; transporte naviero, etc.)

Darrigran resaltó: “a más de 30 años del primer registro de L. fortunei en América, esta especie avanza por la Cuenca del Plata, a una velocidad de alrededor 240 km por año, a contracorriente, siendo una especie que vive fija sobre el sustrato duro. Desde su primer registro, invadió ya tres cuencas de América del Sur: Cuenca del Plata, Cuenca del Guaiba y Cuenca del San Francisco”.


La ruta del Mejillón Dorado en América

– En 1991 se lo detectó por primera vez en América en la costa argentina del Río de la Plata, en el Balneario Bagliardi, de Berisso.
– En septiembre de 1994, se lo registró en la costa uruguaya del Río de la Plata.
– Entre el 1995 y 1996, la especie alcanzó el Río Paraná, en lo que en esa época era un cordón industrial de la Argentina ocasionando serios problemas económicos. Sobre el Río Paraná continuó hasta la altura de la ciudad de Paraná y también llegó a la ciudad de Goya (Corrientes).
– En 1998 se lo registra por primera vez en la Central Hidroeléctrica Yacyretá y apenas un año después comienza la invasión a Brasil, en Lagoa dos Patos (Cuenca del Guiba).
– En el 2001 se lo encontró en la que, hasta ese momento, era la Central Hidroeléctrica más grande del Mundo, Itaipu. Por el Río Paraná, continuó avanzando contracorriente hasta llegar en el 2002 al Río Paranaiba. Y a través de este curso de agua se las arregló para copar la ciudad de San Pablo, Brasil.
– En el 2012 se lo detectó en Minas Gerais. En el 2015 se la encontró en la Cuenca del Río San Francisco, a 1.500 km de distancia de Minas. Este último es un recorrido semejante al que le falta a la especie para llegar al Río Amazonas.
– Por el Río Paraguay, en 1997 se hallaron los primeros ejemplares en el Puerto de Asunción (Paraguay). En 1998, sobre el mismo río, en la localidad del Santuario Ecológico “El Pantanal” (límite Brasil-Bolivia). La última nueva cita fue en el 2019, en el dique el Cadillal, en Tucumán.

Impacto sobre ambiente local

Entre los impactos asociados a la presencia del mejillón dorado, se destaca el rápido cambio provocado por esta especie en los pequeños invertebrados que viven asociados a sustrato duro. Donde antes había sustrato duro limpio (piedras, murallón, etc.), ahora hay densidades de ochenta mil mejillones por metro cuadrado, que forman un ambiente que ofrece protección de las corrientes de agua a pequeños organismos, como caracoles, isópodos, anfípodos. Así protegidas, estas nuevas especies puedan asentarse sobre esas superficies antes “lisas” y ahora colonizadas por decenas de miles de mejillones que forman un microambiente propicio para que allí vivan y se desarrollen veintenas de especies de invertebrados.

“Además, al vivir adherido sobre otros bivalvos nativos su impacto es directo y severo. Por ejemplo, el desplazamiento de las especies de almejas de aguas dulce nativas ocurre debido a que este mejillón provoca incapacidad de abrir o cerrar las valvas y la almeja muere”, explicó el investigador.

Por otro lado, la llegada del pequeño invasor asiático modificó radicalmente la dieta de peces locales como la “boga” o Leporinus obtusidens, que encontraron en el mejillón dorado un bocado abundante y de muy fácil acceso. El problema, según señalan los especialistas, es el impacto ambiental que este cambio de hábito podría provocar a mediano o largo plazo, ya que aquellas especies que constituían la base de la dieta de ciertos peces, ya no tiene predadores naturales y, consecuentemente, tampoco tendría un limitante para su crecimiento poblacional.

Otra de las consecuencias nocivas en nuestra región es que el Río de la Plata exporta naturalmente al Océano entre una y dos millones de toneladas de carbono orgánico particulado por año. Ahora, una considerable porción de esas partículas contenidas en el agua que fluye hacia el océano son retenidas por inmensas franjas de mejillones para alimentarse. Retenidas localmente en forma de tejido propio, o en forma de heces y seudo-heces, toneladas de material orgánico por año que antes pasaban rápidamente por el Río de la Plata y terminaban fertilizando las aguas costeras del mar, actualmente quedan retenidas en el Río.

Impacto sobre el ambiente humano

A principios de 1994 esta especie ocasionó el primer caso conocido de macrofouling en el agua dulce para América del Sur, en la toma de agua de la Planta Potabilizadora de la Ciudad de La Plata. El problema fue tratado por el grupo de investigación de la División Zoología Invertebrados del Museo de La Plata. En ese momento la empresa AGOSBA, planta potabilizadora de la Ciudad de La Plata, convocó a los profesionales de la UNLP ante la presencia de Limnoperna fortunei en el interior de las instalacione, lo que ponía en peligro el normal abastecimiento del servicio en la región. “En un principio, y por lo que se conocía sobre la biología del mejillón dorado (a solo 3 años su invasión a América) el cloro era (como se aclaró a AGOSBA oportunamente) una salida rápida, pero no permanente a el problema de macrofouling”, mencionó Darrigran.

Las centrales hidroeléctricas también se cuentan entre las principales víctimas del mejillón dorado:En 1998 fue hallada en la Central Hidroeléctrica de Yacyretá (Argentina-Paraguay); en abril del 2001 se registró en la Central Hidroeléctrica de Itaipú (Brasil-Paraguay). En ambos casos fuimos consultados por esas empresas”.

Para dimensionar el perjuicio vale indicar que, por ejemplo, la Central de Iatipú cuenta con más de 20 Unidades Generadoras de Energía (UGE). Una parada no programada de una UGE por macrofouling, representa una pérdida de aproximadamente 250.000 dólares por día. En el caso del mejillón dorado, son necesarios al menos tres días para realizar la limpieza mecánica de cada UGE. Esto significa que se pierden al menos 750.000 dólares, por cada UGE. Este gasto debe multiplicarse por 20 Unidades Generadoras, con el agravante de que, en ocasiones, se requiere más de una limpieza por año.

Otro efecto negativo de esta especie es su capacidad para alterar el normal funcionamiento de los sistemas de refrigeración al ocluir filtros y tuberías de industrias. También altera los sistemas de riego de cultivo como así también los sistemas de cultivos de peces. “En general, los efectos que ocasiona en el ambiente humano son la reducción de la sección útil de las tuberías, oclusión de filtros y bloqueos de cañerías. También la reducción de la velocidad del flujo en caños debido a la pérdida por fricción (flujos turbulentos), la acumulación de valvas vacías y contaminación de las vías de agua por mortandad masiva, generalmente debido a inadecuados tratamientos de control”, concluyó el investigador.