25 de septiembre Día Nacional de la Ballena Franca Austral

Ballena Franca Austral en Puerto Madryn

Cada 25 de septiembre se celebra en Argentina el “Día Nacional de la Ballena Franca” Austral, para recordar el aniversario del rescate de “Garra”, un juvenil de ballena franca que en el año 2002 se enredó en las cadenas de un catamarán y que, gracias al esfuerzo conjunto de la comunidad de Puerto Pirámides, pudo ser liberado.

Entre fines del siglo XIX y principios del XX, estos gigantes de los mares estuvieron en serio peligro de extinción. La caza indiscriminada en busca de su preciado aceite puso en jaque a la especie y redujo su población al límite. Sus movimientos lentos y previsibles hicieron de la ballena franca un blanco fácil, incluso para las precarias embarcaciones de la época.  

Hasta la propia naturaleza pareció por entonces atentar contra el destino de las ballenas: es que, una vez muertas, sus cuerpos permanecen flotando un largo tiempo sobre la superficie del agua, una ventaja crucial para los balleneros que supieron aprovecharla en sus cacerías con arpones manuales.  

En la antigüedad, el principal objetivo de la caza de ballena era la obtención del aceite producido por su grasa. De gran valor eran también las barbas, utilizadas para confeccionar los miriñaques que se usaban en la vestimenta de la época. Ya en el siglo XX no había parte de la ballena que no se aprovechara industrialmente, tanto de esta especie como del resto de estos grandes cetáceos. 

Ricardo Bastida, Doctor en Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de La Plata, especializado en Biología Marina explicó: “la ballena franca austral puede presentar una talla máxima de 17 metros en ejemplares hembras, que son un poco más grandes que los machos, los que no suelen superar los 15,50 metros, con un peso de entre 40 y 50 toneladas, y máximos de casi 100 toneladas. Al nacimiento, miden entre 4 y 5,50 metros, con un peso de entre 1 y 3 toneladas. El diámetro máximo del cuerpo se encuentra un poco por detrás de las aletas pectorales y, a partir de ahí, tiende a angostarse rápidamente hasta hacerse muy fino a la altura del pedúnculo caudal”.

Cola de una ballena franca austral en Peninsula Valdes
Fotografía: Carlos Cecche via Wikimedia Commons.

Uno de los aspectos definitorios para diferenciar a la ballena franca entre los grandes cetáceos es la ausencia de aleta dorsal. Su gran cabeza (casi un tercio del largo del cuerpo) presenta labios extremadamente arqueados, con una cavidad bucal muy amplia y rodeada de 220 a 260 pares de barbas que cuelgan de su quijada superior y que pueden superar el metro de largo en adultos (máximo 2,70 m). El orificio respiratorio o espiráculo es doble, al igual que en el resto de las ballenas; se presenta en forma de dos ranuras que forman una V, que diverge hacia la parte posterior y que se sitúa muy por detrás del extremo anterior de la cabeza, sobre una protuberancia. El soplido de esta ballena, visto por delante o por detrás, es en forma de V, dirigido levemente hacia adelante.

“La cabeza presenta numerosas callosidades, distribuidas por detrás y delante de los orificios respiratorios, por encima de la angosta quijada superior, sobre el borde de sus labios curvados, en el extremo de la quijada inferior y sectores laterales e, incluso, sobre los ojos, a manera de grandes cejas. Las callosidades, a partir del nacimiento, son colonizadas por miles de pequeños crustáceos anfípodos de la familia Cyamidae, provenientes del cuerpo de la madre. Estos organismos encuentran en las callosidades la rugosidad necesaria para asirse con sus apéndices y les otorgan el tono blanco crema o anaranjado que las caracteriza”.

“Esas callosidades han jugado un papel crucial en el estudio de estos cetáceos, ya que no suelen variar en el tiempo y cada individuo presenta un patrón particular propio, algo parecido a las huellas dactilares humanas”, agregó el investigador.

El color del cuerpo es oscuro, casi negro, si bien en algunos ejemplares se pueden detectar tonalidades grisáceas o pardas. Las tonalidades e intensidades a veces dependen del cambio de piel de los individuos, lo que suele ser fácil de observar durante la permanencia de los ejemplares en la Península Valdés. Muchos pueden presentar, además, manchas blancas de distinto tamaño y forma. Generalmente se localizan en la zona del vientre y la garganta, aunque también pueden extenderse por los flancos y el dorso; en este último caso suelen ser de menor tamaño.

Batida precisó, “dichas manchas –áreas despigmentadas de la piel–, permanecen inalteradas a lo largo de toda la vida y pueden ser usadas también como marcas naturales para la identificación de ejemplares. A veces pueden observarse ejemplares muy claros, casi blancos, con pequeñas manchas negras o grises, a los que se suele designar como “albinos”, aunque no responden exactamente a dicha condición”.

El Investigador Principal del Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras (CONICET-UNMP) describió:“la ballena franca austral tiene dos grandes etapas claramente definidas. Una dedicada fundamentalmente a la alimentación y a acumular reservas y se desarrolla en zonas subantárticas de alta bioproductividad. Cuando comienza el período de primavera la productividad del fitoplancton es muy elevada y en base al mismo se alimenta e incrementa el zooplancton que, a su vez, es el alimento fundamental de la ballena franca austral. Es por ello que parte de la primavera y todo el verano permanece en zonas australes cercanas a la Antártida”.

“Cuando comienza a bajar la temperatura  migran hacia el norte, hacia zonas reproductivas. Las que conocemos en Argentina es la de Península Valdés con su golfo San José al norte y Nuevo al sur. Ahí se reúnen para reproducirse y para tener a sus crías y amamantarlas durante un período de varios meses. Por eso es fundamental para las ballenas el ahorro de la energía que les brinda su importante reserva de materia grasa. Por ello también es importante que esta especie no sean perseguida o acosada para no generarles pérdidas energéticas y luego no pueda cumplir su migración hacia las lejanas zonas de alimentación subantárticas”.

En la Península Valdés se calcula que, en promedio, cada tres años nace una de estas crías blancas. Esta región es la zona reproductiva más importante, pero no la única. En Santa Catarina, en la zona de Florianópolis, hay otra área numéricamente menor de concentración y menos conocida para los argentinos. 

“Desde la década del 70 se cuenta con el registro individual de todos los ejemplares que han visitado la Península Valdés. Con esta información pudo registrarse la presencia de algunos de estos ejemplares en el sur de Brasil, Sudáfrica, las islas Tristán da Cunha y Georgias del Sur, lo que permitió interpretar los patrones de movimiento de esta especie en el Atlántico Sur y sus vínculos poblacionales. Esta vinculación fue a su vez confirmada por la similitud genética entre las especies de ciámidos provenientes del hemisferio sur, que difieren de los ciámidos de la ballena franca del hemisferio norte”, manifestó Bastida.

Casi todos los países del hemisferio sur donde se distribuye esta especie tienen normas de conservación y se realizan estudios científicos importantes en las últimas décadas.

En 1984, cuando aún estaba amenazada por la caza comercial que casi las lleva al borde de la extinción, la ballena Franca Austral fue declarada Monumento Natural Nacional por Ley 23.094, quedando protegida sujeto a las normas establecidas por la Ley de Parques Nacionales, Monumentos Naturales y Reservas Nacionales. Esto implica que cada ballena es de hecho un monumento natural en sí. Por eso,  deben contar con protección absoluta, indistintamente de la zona que estén transitando en sus migraciones.

 “Nuestro grupo de investigación, que tiene sus inicios en el Instituto Interuniversitario de Biología Marina de Mar del Plata (ya desaparecido), comenzó a realizar avistajes de esta especie en Mar del Plata en 1970 donde esta ballena nunca había sido registrada anteriormente en la zona”. Recientemente ha sido publicado la información de medio siglo de avistajes de ballena franca frente a la ciudad de Mar del Plata por parte del Grupo de Investigación de Mamíferos Marinos de la Universidad Nacional de Mar del Plata, actualmente a cargo del Dr. Diego Rodríguez.

“La población de Península Valdés fue incrementándose en las últimas décadas a tasas anuales entre 5 y el 10%, mientras los avistajes en la costa bonaerense se incrementaban también paulatinamente gracias a los ya mencionados desplazamientos de las ballenas hacia la zona reproductiva del sur de Brasil. Pese a su reciente recuperación sigue siendo considerada una especie “vulnerable””, remarcó el investigador.

Recientemente el Instituto de Conservación de Ballenas informó que durante el relevamiento anual de foto-identificación de ballenas francas en Península Valdés, Chubut, se registraron 1.420 ballenas, el máximo número de individuos observados en 51 años de estudios realizados por esa organización.

 Durante medio siglo, la foto identificación permitió conformar un álbum de casi 4.000 ejemplares, que se distinguen entre sí por las callosidades que tienen las ballenas francas en sus cabezas, que es único en cada individuo y que no varía con los años, como las huellas dactilares en las personas.