Almendras Amargas, de Beatriz Pustilnik

    Elenco: Juan Lepore, Claudia Pereira

    Diseño de iluminación: Carlos Ianni. Producción musical: Daryus Carámbula

    Asistente: Clara Díaz

    Dirección: Claudia Quiroga

    El cometa que religa lo que la economía escinde

    Hacia principios de Siglo XX, el Estado burgués argentino descarga su potencia
    represiva contra el movimiento obrero, compuesto mayoritariamente por
    anarquistas y socialistas. En febrero de 1910, se promulga la Ley de
    Defensa Social, modificación de la de Residencia, que instaura la pena de
    muerte.
    En medio de la miseria y la atmósfera apocalíptica, la pomposa fiesta del
    centenario pasa desapercibida. Una mujer perteneciente a la alta sociedad
    (Delfina) conoce a un joven anarquista (Miguel) en la noche que se anuncia el
    avistaje del cometa Halley; los protagonistas lo han perdido todo pero, a
    medida que avanza la obra, da la sensación de que se tienen uno al otro.
    La historia que narra “Almendras amargas”, de Beatriz Pustilnik, es
    simple y conmovedora. La acción se desarrolla entre una escenografía casi
    ausente, lo cual da mayor fuerza a la puesta, y la noche se carga de raros
    humores que evitan que los personajes terminen de encontrarse: todo ocurre como
    si hubiese un muro que imposibilita su unión. Huérfanos de padres y quizás
    también de pasado, los jóvenes tienen esa noche la oportunidad de empezar de
    nuevo. Y, se sospecha, también es la posibilidad de la joven Argentina del
    centenario. La clase acomodada, representada por los padres de Delfina, termina
    suicidándose ante la incapacidad de asimilar el cambio que traen los tiempos
    nuevos. El suicidio como imposibilidad de aceptar las transformaciones
    recuerdan a la única respuesta dada por la vieja oligarquía terrateniente ante
    el aluvión de extranjeros, la cual se resume en la célebre fórmula de Miguel
    Cané: ‘hay que cerrar el círculo’. Más concretamente, encerrarse en el pasado y
    excluir lo diferente. Del otro lado, se encuentran los movimientos sociales de
    una clase que ya no puede ser evadida, simbolizada en la figura del ácrata. En
    ese contexto, Miguel profiere una frase optimista que resuena durante toda la
    obra: “el pueblo no le teme al futuro”. Quizás, porque es lo único
    que tiene.
    La obra plantea dos posibles finales y también dos caminos para la joven
    Argentina del centenario: se debe elegir entre una nueva nación que fija la
    mirada en un futuro promisorio, síntesis de las clases sociales existentes; o
    por el contrario, repetir el pasado de muerte y violencia social que el país
    sufrió desde su fundación. Si es todo una gran mentira, incluso la inexorable
    distinción entre clases altas y bajas, pareciera posible que, por una vez,
    aunque sea por una noche -esa en que los protagonistas se encuentran-, los
    sólidos estamentos sociales pueden ser derribados.