-René vino para ayudarme y me va a reemplazar mientras yo tenga que viajar a Buenos Aires para atender mis problemas de salud.
Esta presentación se repetía y todos dudaban de un médico desconocido y demasiado joven. Después, la reticencia a conversar y a responder a las preguntas del forastero. Todo era desconfianza con el recién llegado al pueblo. Durante los primeros días, quienes se atendían allí sólo aceptarían las prescripciones del novato una vez que el antiguo médico hubiese dado el visto bueno. Sin embargo, en poco tiempo las cosas cambiaron. Con una rapidez impensada, y gracias a su pericia y calidez, el nuevo profesional pasó de ser un extraño a un querido doctor.
Favaloro llegaba a Jacinto Aráuz, convocado por su tío Manolo, habitante del lugar, para remplazar por un tiempo al médico de la zona. De chico, había pasado algunas temporadas de vacaciones en ese pequeño pueblo de La Pampa y ahora regresaba como médico, con el título otorgado por la Universidad Nacional de La Plata.
Lo que serían tres meses de una excepcional experiencia se transformaron en casi doce años de apasionado trabajo, en los que desarrolló tareas de medicina preventiva junto a la comunidad del pueblo.
Una tarde llegó al consultorio un hombre mayor, muy preocupado: su hija, casada con el caminero de la ruta 35, había entrado en trabajo de parto. Era una primeriza de treinta y nueve años. El médico tomó su maletín de urgencia y se subió al reluciente Ford A modelo ‘31 que el humilde chacarero mantenía con suma dedicación. La comadrona ya estaba en la habitación y la parturienta ansiaba ver a su bebé. Rápidamente, el médico comprobó la gravedad de la situación: en cualquier otro lugar, una cesárea solucionaba el asunto en pocos minutos y garantizaba la vida de la madre y del recién nacido. Pero era imposible realizarla allí. Esperaron varias horas, ya habían pasado las diez y era una noche sin luna, las estrellas resaltaban aún más. Pensó que tal vez la naturaleza haría que el parto se encaminara, pero no.
Pasada la medianoche, se imponía tomar una decisión, les explicó a los familiares la gravedad, las probables complicaciones y aseguró que la acción estaría dirigida a salvar a la madre. Un viejo farol a querosén de quinientas bujías alumbró el arduo trabajo del médico. Todo salió bien y luego de unas palmadas el recién nacido comenzó a llorar. El flamante abuelo Velázquez nunca dejó de agradecerle al doctor. La madre, con tiempo y esfuerzo, se recuperó plenamente y ese niño recibió el nombre de René .
Durante varios años, Favaloro fue y vino por esa ruta 35, donde estaba la casa del caminero y su familia. Muchas veces se detuvo a conversar y a ver cómo René crecía sano y fuerte.
¿Cómo es posible que el mismo médico que en un pueblito resuelve las situaciones más complejas sin tecnología y sin acceso a los más elementales estudios haya sido el mismo que revolucionó al mundo de la medicina al crear la técnica del by pass o puente aortocoronario? Tal vez mucho de la habilidad y valentía de aquel médico rural fueron indispensables para probar nuevas técnicas quirúrgicas.
En 1962, René Favaloro viajó a Estados Unidos para especializarse en cirugía; cinco años más tarde, se convirtió en el primer médico en el mundo que realizó una operación con anastomosis (by pass) en la arteria coronaria. Fue el creador de esa técnica, considerada piedra fundamental de la cardiocirugía.
Hijo de Juan Bautista, carpintero, y de Ida Raffaelli, modista. Un hogar humilde, en el que nada sobraba. La vocación y el esfuerzo sumados a las posibilidades que da la educación pública y gratuita fueron factores decisivos para que René Favaloro se transformara en la inmensa figura que aún hoy continúa presente.
Tras cursar la primaria en la Escuela Nº 45 “Manuel Rocha” -calles 68 y 116 de La Plata- en 1936, Favaloro ingresó al Colegio Nacional. Allí, docentes como Ezequiel Martínez Estrada, con quien mantuvo una larga amistad más allá de las aulas, entre otros, le infundieron principios sólidos con una profunda base humanística. Ferviente hincha de Gimnasia y Esgrima La Plata, se recibió en 1949 en la Facultad de Ciencias Médicas de nuestra Universidad.
Su suicidio, el 29 de julio de 2000, provocó una profunda consternación social y abrió la puerta a intensos debates sobre el sistema de salud en la Argentina. En 2005, se le otorgó el título (post-mortem) de Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de La Plata.
René Favaloro. Mensaje a la juventud, en ocasión de los festejos de los 100 años del Colegio Nacional de la UNLP (8 de abril de 1985).
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